Dalila
Había tenido un accidente horrible, eso lo recuerdo perfectamente.
Había sido estrepitoso, el auto estaba destrozado y volteado, había visto luces fuertes y estaba lloviendo.
Escuchaba voces de personas que comentaban que yo había sobrevivido, casi por un milagro.
Me habían sacado por una ventana, prácticamente arrastrada.
Todo el cuerpo me dolía, pero especialmente mi cabeza, y no podía hablar bien.
En un momento estaba acostada en una camilla y sentía como me llevaban por un pasillo, yo observando las luces en el techo de lo que parece ser un hospital.
—Doctor… parece estar embarazada—
—Ha perdido mucha sangre, no sé si va a poder sobrevivir el bebé—
Yo los escuchaba lejos, muy lejos, y solo veía borrones.
—No tiene identificación, ni número de contacto—
Yo no entendía nada de lo que ocurría, ni que pasó antes de ese accidente. Tampoco recordaba nada más.
Luego de que me operaron estuve en coma varios días y cuando me desperté, era simplemente una mujer con pérdida de memoria.
Y la primera persona que había visto era él, Ernest.
Un hombre joven, atractivo, rubio, de ojos verdes, con dinero y muy atento.
Era un hombre de muy buena posición que solía contribuir en este hospital donde yo había terminado, en un pueblo a las afueras de la gran ciudad de Nueva York.
Siempre estaba preocupado por mí, especialmente por mi salud, luego del coma tuve que ir poco a poco mejorando mi condición y él había pagado todos los tratamientos.
Para mí él era lo más parecido a un ángel caído del cielo que había escuchado mis plegarias silenciosas.
Por meses, nadie apareció buscándome, no coincidía con el listado de las personas desaparecidas... parecía ser un don nadie.
El médico me había dicho que había tenido un aborto… había perdido a un niño, el cual no recuerdo, y con todo y eso… la idea me dolía.
No tenía nada. En cambio, Ernest… me dio todo, absolutamente todo lo que necesitaba: una casa y una familia.
Yo era ahora Nadia Díaz, sin pasado, pero con ganas de construir mi futuro.
Había pasado un año del accidente, cuando él me confesó que estaba enamorado de mí.
Una noche simplemente llenó la casa de margaritas y vino con el anillo más espectacular que había visto en mi vida.
—¿Quieres ser mi esposa? Mi amor—
Podía ver la emoción que había en sus ojos verdes.
—¡¡¡Sí!!!—
Sentía que me podía desmayar de la felicidad.
No quise saber nada de mi pasado, ni quién era, ni que hice.
Solo quería ser su esposa, la señora de Ernest Smith.
Seríamos nuestra propia familia, en el futuro tendríamos... ese hijo o hija que perdí.
Pero todo se vino abajo rápidamente.
—¡Cariño, no puedo creer que estemos en Nueva York! ¡Es la primera vez que me llevas de viaje y estoy tan feliz!
—Te prometí que te llevaría a celebrar nuestro compromiso y he hecho reservas en restaurantes, ¿estás lista?
—Sí, vámonos— contesté feliz.
De repente sonó su celular y me hizo un gesto para que esperara.
Jugueteé con mi vestido frente al espejo, deseando que terminara su llamada.
Unos minutos después
—Lo siento cariño, tengo una reunión urgente, espérame aquí, no vayas a ninguna parte, ¿ok? volveré pronto.
Él parecía nervioso, nunca lo había visto así.
—De acuerdo, estaré aquí esperándote—
Salió de forma apresurada.
Miraba por la ventana con una sensación de familiaridad y extrañeza.
Aunque él me había dicho que no saliera de la habitación, yo quería hacer que nuestra estancia en el hotel fuera lo más agradable posible, y se me ocurrió salir a comprar margaritas.
Quizás... esta sería la primera noche que estuviéramos juntos, compartiendo la cama.
Nuestros besos habían sido maravillosos, así que estaba tan emocionada, como nerviosa.
Nueva York me parecía como un monstruo gigante lleno de ruido, y al inicio caminaba muy nerviosa, haciendo preguntas y con mucho miedo llegué hasta cerca de una floristería.
Pero cuando salí e iba a tomar otra calle... mi cabeza empezó a dar vueltas, de repente la el lugar me pareció muy conocido.
Yo no había reconocido nada desde mi accidente… y sentí que me desmayaba.
En mi cabeza escuchaba gritos, un sonido horrible de un auto resbalándose en la lluvia.
Mi corazón latía fuerte y respiraba agitada.
Había ya tenido un ataque de asma cuando me desperté luego del coma, e intuía que iba a empezar uno ahora mismo y que dentro de poco… no iba a poder respirar.
Caí de rodillas, las margaritas en el suelo y mis manos en el asfalto.
Ya estaba en el hospital cuando escuché la voz de Ernest.
—¡Nadia! ¡Estaba tan desesperado!— me dijo, mientras corría a mi lado.
—¡Ernest! Quería avisarte… me sentía mal, pero no sabía como, la doctora me pidió tu número…—le expliqué. Él había insistido en mantenerme alejada de todo para que no me preocupara.
—Nadia… tenemos que salir de aquí… ahora mismo ¡Te dije que nunca fueras a un hospital! —decía él y casi que me sacaba de la camilla. Estaba tan nervioso e intranquilo.
—Ernest… pero yo… prácticamente no podía respirar…— dije yo casi al borde de las lágrimas.
—¡No sabes lo que has hecho!— decía angustiado.
Luego daba vueltas por la habitación, caminando de un lado a otro, tapándose la cara.
Él siempre insistía en que yo no contactara a nadie, y que sobre todo... jamás, jamás fuera a un hospital, o a la policía.
—¿Ernest... qué sucede...? ¿Por qué estás así?— le preguntaba.
Cuando en ese momento entró la Doctora y me dio una noticia que jamás había imaginado.
—Señorita Díaz… debido a que ingresó al hospital sin documentación estuvimos procesando sus datos, así como sus huellas digitales… y tenemos coincidencias con un caso de desaparición. Sus datos no me figuran como Nadia Díaz… sino como Dalila Ferrero— me dice y yo me quedo en shock.
No podía ser, tenía que haber alguna equivocación.
Ernest había revisado todas las búsquedas y no había información mía en ninguna parte.
Pero la realidad es que... yo no recordaba nada de lo que había sucedido antes de despertar del coma.
¿Quién era Dalila Ferrero?
—Esto… tiene que ser un error… yo— empiezo a decir viendo a Ernest que tiene la mirada perdida. Algo me dice que esto, no es del todo sorpresa para él.
—Doctora, le suplico que nos dé un tiempo… Nadia y yo tenemos que conversar…— dice él angustiado.
—He dado el aviso de que ella ha sido encontrada y es cuestión de tiempo de que aparezca la policía… y el esposo de la señora Ferrero… digo Dantes— dice ella y yo siento que se me va todo el aire de los pulmones.
—¿Mi... mi esposo?— ¿Estoy casada?—
Mi esposo. La sola idea hace que se me ponga la piel de gallina.Tengo la garganta tan seca que no creo que pueda pronunciar una palabra.—¿Cómo... cómo que casada?— pregunto mientras Ernest tiene apariencia de querer salir corriendo de aquí. —Sí, quien notificó su desaparición fue su esposo, Lucas Dantes. Si no me equivoco es uno de los grandes empresarios de New York— ¿Por qué estuve alejada de él por un año? ¿Por qué no me buscó? ¿Quién demonios es Lucas Dantes? ¿Me dejó embarazada y abandonada?—Ernest… ¿Qué es esto? ¿Qué sucede? ¿Tú lo sabías?— le pregunto. Ahora… todo tenía sentido. Estaba embarazada… y me dejó. —Mi amor… por ahora necesito que confíes en mí. Vendré a explicarte. Te lo prometo— dice y sin más, se va por la puerta dejándome sola.Esa noche me acuesto angustiada. Tengo un sueño inquieto, y empiezo a tener pesadillas. De repente me despierto y... hay alguien en mi cuarto. Es un hombre alto, de piel bronceada y cabello negro como la noche.Sus ojos son brillant
Pareciera que cruzamos toda la ciudad, vamos por las avenidas y de repente entramos a un área bastante exclusiva.El chofer me abre la puerta y cuando observo donde nos hemos detenido es una casa magnífica, tiene varios pisos.No bromeaban cuando dijeron que mi esposo era un hombre con dinero. Hay algo de esta casa que me hace sentir... bien.Como no puedo confiar en mi mente... desde hace un tiempo decidí que voy a confiar en mi intuición.Lucas sigue adelante como si yo no fuera nada.La casa por dentro es tan magnífica como por fuera. Muebles claros, elegantes, pinturas fantásticas y esculturas.Veo a las personas que trabajan, que evitan verme. —Señora Dantes... yo soy Victoria, la esposa del señor Octavio y ama de casa de esta propiedad. No puedo explicarle, lo contenta que estoy de verla— dice y me lleva a mi habitación.La habitación es fantástica, la cama gigante, los closets llenos de ropa, una peinadora, un escritorio, todo el máximo lujo.De repente escuchamos unos ladrid
—Yo… no iré contigo a ninguna parte— le contesto titubeando. Él me mira con odio y tengo terror. Yo quiero decirle tantas cosas, que me dejó como si fuera basura, que estaba embarazada y no le importó… pero me contengo. No quiero que me vea como una tonta víctima. Y, sin embargo, doy varios pasos hacia atrás. —No aceptaré un no por respuesta. Vas a venir, fin de la discusión— dice y yo tengo una mezcla de temor, odio y rabia.—Tú... no puedes decirme que hacer…——Lamentablemente si... la doctora dijo que no podías estar sola, y eres mi esposa— dice cual dictador.—Yo… no te importo en lo más mínimo— le digo.—Tú ya tuviste tu momento de jugar a la casita feliz… pero estás en este matrimonio, quieras o no. Tenemos un contrato que tienes que cumplir— dice firme y se acerca a mí. Sus ojos azules centellean, su cicatriz se ve tensa.—Tu… ¿Por qué nunca me buscaste? Me abandonaste…— digo y él parece ofendido. ¿Es broma? Lo que digo es cierto. Sus ojos se pasean por mi rostro, se detienen
En el auto me doy cuenta de que no sé qué esperar al llegar allá. Lo veo de reojo que observa la abertura de mi vestido por donde se cuela mi pierna.—Las personas que estarán allá... ¿Me conocen?...— pregunto. —Sí, la mayoría te conoce. Los Ferrero eran una familia importante en la ciudad. Y si no te conocen por eso… me conocen a mí y saben que eres mi esposa— dice, pero nada más. Yo me quedé observando la ciudad de noche y llegamos a un edificio magnífico, ya hay muchas personas afuera que van entrando, todas ataviadas en sus mejores galas. —Dalila… es mejor que no digas nada. Déjame a mí toda la conversación. Nos represento a ambos ¿Entendido?— me dice a modo de orden. Yo solo quiero hablar con mi hermana y obtener información… así que, lo dejo pasar.Desde el momento en que entramos al lugar observo las miradas de las personas sobre mí y Lucas. Literalmente hay una especie de silencio cuando entramos. No sé si es por mí… o si es que se fijan en él. Es una especie de encuentro e
Lucas ¡Dalila, Dalila! Le grito, mientras corro a tomarla en mis brazos antes de que caiga al suelo. Veo que está inconsciente, mientras el señor Owens le toma el pulso, yo me levanto y voy a Ernest, lo sujeto por la chaqueta, golpeándole la cabeza contra la pared y luego, le doy un golpe directo con mi puño a su nariz. —¡Maldito parásito!— le grito. Lo veo con la nariz sangrando, mirándome con odio—¡Eres un desperdicio de oxígeno, basura!— grito y él se ríe. La poca gente que hay cerca, nos observa con miedo. —Pero si es el señor Dantes… el hombre que perdió a su esposa… ¿Realmente la recuperaste?— dice él de forma burlona. —Aléjate de ella Ernest, si sabes lo que te conviene…—lo amenazo, y me contengo para no caerle a patadas. —Ohhh créeme que sé lo que me conviene, tú eres el que no terminas de entender este juego ¿Solo porque ahora eres rico, crees saber como se maneja este mundo?— me dice entre susurros. —Siempre serás un jardinero…— dice y le golpeo ahora el pómulo y él
Dalila Me levanto con el peor dolor de cabeza de la historia y me cuesta enfocar la vista. Había tenido un sueño donde caminaba en un jardín con lirios, me sentía feliz, paseando, sintiendo el césped bajo mis pies. Quisiera quedarme en ese sueño. Estoy en mi cuarto, sola. Veo que mis zapatos están al costado de mi cama y mis joyas en la mesita de noche. Cuando me paro y me asomo a la ventana, escucho a la señora Victoria exclamar con felicidad. —¡Señora! Qué alegría que ya esté bien, estábamos realmente preocupados por usted— dice y se acerca a mí. Me ayuda, tomándome de la mano, busca un poco de ropa y me prepara un baño. Luego insiste en traerme el desayuno a la cama, y al poco tiempo me encuentro como una princesa, sentada en la cama, con el desayuno en una bandeja. —Señora Victoria... ¿Podría contarme un poco de qué fue lo que sucedió anoche?— —Usted fue con el señor a ese evento ¡Se veía magnífica! Y pareciera que… el ambiente o la situación… quizás la fiesta… le generó e
Dalila — Entonces... ¿Nos conocemos desde hace tiempo? — le pregunto a Celeste. Parece ser una chica sencilla, se viste de forma simple, tiene el cabello un poco corto y castaño, algunas pecas sobre su nariz y los ojos oscuros. Algo de ella me recuerda a mí. A mi vida como Nadia, feliz y sin preocupaciones, una vida sencilla. Luce algo nerviosa, pero realmente contenta de verme. Me pregunto cómo pasó el estricto control de mi esposo. —Ohhh en realidad sí fue hace mucho tiempo, en las empresas Ferrero. Tenía tiempo sin verte y después perdí el contacto contigo cuando...— —¿Cuándo me casé?— pregunto, ella toma su café en sorbitos mientras me responde. —Sí, sí, exactamente a partir de ese momento supe muy poco de ti. Me pareció bastante extraño, ya que por un buen tiempo estuvimos muy unidas— me indica. —¿Sabes algo de mi matrimonio, que quería o pensaba hacer en esa época?— ella parece extrañada. Lo sé… una mujer debería saber de su esposo, por contrato o no. A estas alturas
Desde que entramos se siente la tensión, el cómo todos nos observan, Lucas me toma del brazo de forma firme mientras vamos a las oficinas, son modernas y puedo ver la cara prácticamente de pánico de la recepcionista cuando nos ve entrar. Lucas entra sin pedir permiso, ni haciendo preguntas, ni esperando que avisen que, él ha llegado, simplemente entra como si esta fuera a su casa. Por lo que me comentó parecería que ese es el hecho, él y yo tenemos la mayoría de las acciones, entonces ¿cómo queda Claudia en esto? Creería que no muy contenta—Recuerda Dalila... tú eres mi esposa, yo tengo un contrato firmado por ti por este matrimonio, por más que lo niegues es así la realidad. Yo soy el que voy a hablar y tú vas a responder las preguntas que te hagan. Yo sé que has tenido unos días difíciles, pero estoy seguro de que la va a responder bien. Recuerda, esto es importante para todos— me dice en el ascensor. Me queda claro que esto es muy importante para él. Pero yo vengo con mis propio