—Yo… no iré contigo a ninguna parte— le contesto titubeando. Él me mira con odio y tengo terror. Yo quiero decirle tantas cosas, que me dejó como si fuera basura, que estaba embarazada y no le importó… pero me contengo. No quiero que me vea como una tonta víctima. Y, sin embargo, doy varios pasos hacia atrás.
—No aceptaré un no por respuesta. Vas a venir, fin de la discusión— dice y yo tengo una mezcla de temor, odio y rabia.
—Tú... no puedes decirme que hacer…—
—Lamentablemente si... la doctora dijo que no podías estar sola, y eres mi esposa— dice cual dictador.
—Yo… no te importo en lo más mínimo— le digo.
—Tú ya tuviste tu momento de jugar a la casita feliz… pero estás en este matrimonio, quieras o no. Tenemos un contrato que tienes que cumplir— dice firme y se acerca a mí. Sus ojos azules centellean, su cicatriz se ve tensa.
—Tu… ¿Por qué nunca me buscaste? Me abandonaste…— digo y él parece ofendido. ¿Es broma? Lo que digo es cierto. Sus ojos se pasean por mi rostro, se detienen en mi boca y luego a mis ojos.
—No sabes absolutamente nada…— dice entre dientes.
—Entonces dime…— le digo y lo escucho, respirar agitado y de repente toma una decisión, da un par de pasos y se aleja de mí. Va al escritorio en el cuarto, revolotear hasta sacar una carpeta. Me la extiende y yo la tomo.
—El contrato de matrimonio… tú lo firmaste. Ambos lo hicimos— me dice tajante, y yo, con manos temblorosas, ojeo los papeles. Es decir… que si fue un matrimonio por contrato.
—Y olvídate escapar… de salir de aquí... tienes prohibido salir de la casa sola. Y créeme… te conviene hacerme caso— dice con severidad y sin esperar una respuesta mía se va del cuarto soltando un portazo.
Al día siguiente, la señora Victoria me avisa, amablemente, que esta noche es el bendito evento o lo que sea que tengo que ir. Lucas no bromeaba, veía tipos gigantes de seguridad por todas partes, y yo no conocía esta casa lo suficiente como para huir.
Había revisado el contrato y era… por buscar alguna palabra, estricto y formal. Claramente, se decía que si yo me casaba con él, Lucas perdonaría las deudas que tenía mi familia. Al parecer quedaban algunas pocas empresas de los Ferrero.
Figuraba mi nombre y el de él, como CEO de Dumas, su propia empresa, que además tenía acciones en las de los Ferrero. No creo que nada de esto fuera importante para él, Dumas Group debe tener más inversiones mucho más importantes.
Pero era claro… esa era la razón de nuestro matrimonio. Yo no era abogada, ni la persona en sus mejores cabales en estos momentos. Tendría que averiguar más con Claudia, mi hermana, y esperaba que ella estuviera en el evento de esta noche, quizás ella me podría ayudar. Si yo evitaba cumplir con mi parte del contrato… ¿Qué sucedía? Si ya hui, ¿qué sucedió?
Sí, Claudia era mi mejor opción, tenía que ir a ese evento.
— ¿Está segura de que estos vestidos son míos?— pregunto mientras la señora Victoria me ve sorprendida. Se ven demasiado elegantes.
—Claro que sí, querida. Aunque la mayoría no los has usado nunca ¿Cuál le gusta?— me pregunta. Yo… elijo uno de color rosa.
Cuando me lo coloco… es realmente hermoso, tiene una forma de corsé, con dos tirantes que se amarran en mis hombros con unos moños, la tela cae por mis brazos, rozando mi piel de forma agradable.
—Hermosa… mi señora… solo que le queda algo grande. Ha perdido algo de peso. Se lo voy a arreglar y … le quedará perfecto— dice ella tomando medida de los cambios.
A la tarde, ella me ayuda a prepararme y... casi no me reconozco. Mi cabello que siempre luce desordenado, ahora está en un moño bajo y alrededor caen suaves ondas.
Ella me ofrece varias joyas de un cofre en mi closet, pero yo solo tomo algunas pocas, las que más llamaron mi atención. Ella se va a darle unos últimos toques a mi abrigo y yo me quedo sola, sentada en la cama, poniendo mis zapatos que ella ha sacado. Son hermosos, y tienen pequeñas correas para sujetarlos, pero me quedo perdida intentando cerrarlos.
—Dalila... ni se te ocurra que... — dice una voz fuerte y masculina, regañándome… y cuando volteo es Lucas.
Tiene un esmoquin fantástico y oscuro, hasta la camisa es negra, está bien peinado y se ve... fabuloso. Él se queda perdido viéndome. Sus ojos parece que tienen vida propia, lejos de los intereses de su dueño. Siento su mirada por todo mi cuerpo, deteniéndose en mi piel expuesta, sus ojos tienen un brillo que me genera curiosidad, su boca entreabierta.
— Yo… solo estoy intentando colocarme estos zapatos...— digo y él pareciera salir de su hechizo.
Viene hacia mí. Yo me quedo estática... como si él fuera una especie de depredador, un majestuoso tigre que se acerca y uno solo puede tener miedo de que, de un momento a otro, ataque.
Parece molesto, pero resignado, me ayuda. Sus dedos rozando levemente la piel de mis tobillos, haciéndome vibrar y me ajusta los zapatos.
Estamos lo más próximo que hemos estado, a solo un paso. Lucas me deslumbra: su perfume, la perfección de sus ropas, las formas de su cara, sus pómulos altos, sus ojos increíblemente azules, su expresión dura.
—Te gustan bajos y que se puedan amarrar para no caerte— dice. Es una pieza de información que no esperaba. De hecho, es un detalle… muy particular para que él… alguien que no me quiere como su esposa, lo sepa.
Lucas es sumamente alto, y teniéndolo tan cerca… no puedo desaprovechar la ocasión de detallarlo, mi mirada se va a la cicatriz en su cara. Lo hace ver peligroso, pero… interesante.
—¿Te duele?— le pregunto casi sin pensar al levantar mi mano para tocarla, pero la bajo inmediatamente. Él me da una expresión extraña, me doy cuenta de que es algo poco considerado de decir.
—No— me responde secamente y luego sacude su cabeza como intentando alejar una idea.
—Perdón... no quise...—
—Es solo que... me preguntaste eso también la primera vez que nos vimos. La cicatriz fue por un error que cometí, pagué las consecuencias y aprendí de mis errores…— me dice —¿Por qué elegiste este vestido?— pregunta intentando cambiar el tema.
—Me pareció lindo— digo y él asiente.
—¿Las joyas?— pregunta y yo miro mis anillos y un collar. Tiene pequeños detalles de flores, me parece que son lirios.
—Las elegí yo... me parecen hermosas— él simplemente se aleja de mí y vuelve otra vez con su tono frío. Sea lo que sea que ha pasado hace pocos minutos... esa cercanía, se ha estimado.
De repente busca algo, me asombró al ver que es algo de maquillaje, toma un poco de la crema entre sus dedos y le empieza a aplicar en la base de mi garganta y luego suavemente por mi escote. El suave toque de la punta de sus dedos, provoca un torbellino en mí.
Mi pecho sube y baja desesperado, casi queriéndose salir del corsé. Yo veo hacia mi piel y entiendo que él está tapando, con mucha delicadeza, mis cicatrices. Ahora me pregunto de donde salieron… no deben tener una buena historia.
—Solías odiar que se vieran... no usabas este tipo de vestido porque las mostraba— dice. Él termina, y con ello la deliciosa tortura de él tocándome.
—Vamos... nos esperan— dice y me deja y yo voy tras él.
En el auto me doy cuenta de que no sé qué esperar al llegar allá. Lo veo de reojo que observa la abertura de mi vestido por donde se cuela mi pierna.—Las personas que estarán allá... ¿Me conocen?...— pregunto. —Sí, la mayoría te conoce. Los Ferrero eran una familia importante en la ciudad. Y si no te conocen por eso… me conocen a mí y saben que eres mi esposa— dice, pero nada más. Yo me quedé observando la ciudad de noche y llegamos a un edificio magnífico, ya hay muchas personas afuera que van entrando, todas ataviadas en sus mejores galas. —Dalila… es mejor que no digas nada. Déjame a mí toda la conversación. Nos represento a ambos ¿Entendido?— me dice a modo de orden. Yo solo quiero hablar con mi hermana y obtener información… así que, lo dejo pasar.Desde el momento en que entramos al lugar observo las miradas de las personas sobre mí y Lucas. Literalmente hay una especie de silencio cuando entramos. No sé si es por mí… o si es que se fijan en él. Es una especie de encuentro e
Lucas ¡Dalila, Dalila! Le grito, mientras corro a tomarla en mis brazos antes de que caiga al suelo. Veo que está inconsciente, mientras el señor Owens le toma el pulso, yo me levanto y voy a Ernest, lo sujeto por la chaqueta, golpeándole la cabeza contra la pared y luego, le doy un golpe directo con mi puño a su nariz. —¡Maldito parásito!— le grito. Lo veo con la nariz sangrando, mirándome con odio—¡Eres un desperdicio de oxígeno, basura!— grito y él se ríe. La poca gente que hay cerca, nos observa con miedo. —Pero si es el señor Dantes… el hombre que perdió a su esposa… ¿Realmente la recuperaste?— dice él de forma burlona. —Aléjate de ella Ernest, si sabes lo que te conviene…—lo amenazo, y me contengo para no caerle a patadas. —Ohhh créeme que sé lo que me conviene, tú eres el que no terminas de entender este juego ¿Solo porque ahora eres rico, crees saber como se maneja este mundo?— me dice entre susurros. —Siempre serás un jardinero…— dice y le golpeo ahora el pómulo y él
Dalila Me levanto con el peor dolor de cabeza de la historia y me cuesta enfocar la vista. Había tenido un sueño donde caminaba en un jardín con lirios, me sentía feliz, paseando, sintiendo el césped bajo mis pies. Quisiera quedarme en ese sueño. Estoy en mi cuarto, sola. Veo que mis zapatos están al costado de mi cama y mis joyas en la mesita de noche. Cuando me paro y me asomo a la ventana, escucho a la señora Victoria exclamar con felicidad. —¡Señora! Qué alegría que ya esté bien, estábamos realmente preocupados por usted— dice y se acerca a mí. Me ayuda, tomándome de la mano, busca un poco de ropa y me prepara un baño. Luego insiste en traerme el desayuno a la cama, y al poco tiempo me encuentro como una princesa, sentada en la cama, con el desayuno en una bandeja. —Señora Victoria... ¿Podría contarme un poco de qué fue lo que sucedió anoche?— —Usted fue con el señor a ese evento ¡Se veía magnífica! Y pareciera que… el ambiente o la situación… quizás la fiesta… le generó e
Dalila — Entonces... ¿Nos conocemos desde hace tiempo? — le pregunto a Celeste. Parece ser una chica sencilla, se viste de forma simple, tiene el cabello un poco corto y castaño, algunas pecas sobre su nariz y los ojos oscuros. Algo de ella me recuerda a mí. A mi vida como Nadia, feliz y sin preocupaciones, una vida sencilla. Luce algo nerviosa, pero realmente contenta de verme. Me pregunto cómo pasó el estricto control de mi esposo. —Ohhh en realidad sí fue hace mucho tiempo, en las empresas Ferrero. Tenía tiempo sin verte y después perdí el contacto contigo cuando...— —¿Cuándo me casé?— pregunto, ella toma su café en sorbitos mientras me responde. —Sí, sí, exactamente a partir de ese momento supe muy poco de ti. Me pareció bastante extraño, ya que por un buen tiempo estuvimos muy unidas— me indica. —¿Sabes algo de mi matrimonio, que quería o pensaba hacer en esa época?— ella parece extrañada. Lo sé… una mujer debería saber de su esposo, por contrato o no. A estas alturas
Desde que entramos se siente la tensión, el cómo todos nos observan, Lucas me toma del brazo de forma firme mientras vamos a las oficinas, son modernas y puedo ver la cara prácticamente de pánico de la recepcionista cuando nos ve entrar. Lucas entra sin pedir permiso, ni haciendo preguntas, ni esperando que avisen que, él ha llegado, simplemente entra como si esta fuera a su casa. Por lo que me comentó parecería que ese es el hecho, él y yo tenemos la mayoría de las acciones, entonces ¿cómo queda Claudia en esto? Creería que no muy contenta—Recuerda Dalila... tú eres mi esposa, yo tengo un contrato firmado por ti por este matrimonio, por más que lo niegues es así la realidad. Yo soy el que voy a hablar y tú vas a responder las preguntas que te hagan. Yo sé que has tenido unos días difíciles, pero estoy seguro de que la va a responder bien. Recuerda, esto es importante para todos— me dice en el ascensor. Me queda claro que esto es muy importante para él. Pero yo vengo con mis propio
LucasEsta familia está podrida, no tiene límites ¡Debí saberlo! Son como una plaga, una enfermedad que se extiende a quien se acerca a ellos. Las cosas estaban escalando en locura y gritos y preferí que Dalila se quedara afuera, no la necesitaba de nuevo desmayada y que se arme un escándalo aquí. Claudia tiene toda la intención de declarar a su propia hermana como incapaz de tomar decisiones y, por lo tanto, que seguramente ella debería llevar tomar el poder de sus acciones. —¡Incapacitada! ¿Eso es lo que quieres verdad? ¿Quizás meterla en un manicomio? ¿Eso no se te ocurrió?— le grito a Claudia. Los demás me observan como si nada. —Jamás dije eso Lucas… — contesta ella. —¡No sé ni para qué me sorprendo, ustedes son capaces de cualquier cosa!— —Señor Dantes… no nos ofenda— dice el viejo Winston, otro infeliz. Seguro planean después buscar la forma en que nos divorciemos, y ellos retomen el poder de Grupo Ferrero, y será como si nada hubiese sucedido. Estarían libres para
DalilaHabía sido un completo infierno y por un breve momento yo pensé que hasta aquí llegaría mi vida. No solo no tenía idea de mi pasado, sino que ahora mi futuro era incierto, por ahí ni lo tenía. No había pasado ya más que un par de semanas desde que había vuelto del pequeño pueblo en que estaba, de que mi vida había dado otro vuelco… ¿Para caer en esto? Yo no es que era experta en ninguna de estas cosas, pero era obvio que alguien quería matarnos, no sé si él o a mí... o quizás ambos. Lucas me abrazaba con fuerza y no me quedaba duda de que quería protegerme, yo sentía como si todo caía, y prácticamente las balas pasaban a nuestro lado casi rozándonos. Escuchaba que el chofer disparaba muy cerca de nosotros, aun cuando tenía los oídos tapados con los dedos y cerraba mis ojos con fuerza. Nada de eso disminuía el horror con el que yo experimentaba esto. Lucas llamaba refuerzos, se escuchaba desesperado, ¿será que quieren robarnos? No parecía ser el caso, nos habían pers
Lucas— Señor, creo que debería conversar con la señora— —¿No es mejor preguntarle a ella directamente? Se ahorraría muchos problemas y además podría conocer un poco más de ella, conectarse nuevamente— — Quizás hasta se sorprendería— Esa era la retahíla que decía el señor Octavio una y otra vez, la señora Victoria también se le unía y me soltaban esas tonterías cuando yo me acercaba a la cocina. —¡Basta! No tengo intenciones de conectarme nuevamente con ella. ¡Tengo un ataque directo a mí sin solución, testigos o siquiera una pista! Y créeme que tengo suficientes problemas, incluido… ella misma— digo en un momento en que ya ha colmado mi paciencia mientras como. — Eso está francamente en duda— me responde muy descaradamente Octavio. —¿Qué cosa? — Que ella sea el problema…— responde. — Tarde o temprano va a necesitar de la ayuda de ella, de su participación... ¿Por qué no mejor comenzar ahora?— dice el hombre tercamente y se va, yo suelto mis cubiertos y me olvido de mi