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Capítulo 4 ¡Eres mi esposa!

—Yo… no iré contigo a ninguna parte— le contesto titubeando. Él me mira con odio y tengo terror. Yo quiero decirle tantas cosas, que me dejó como si fuera basura, que estaba embarazada y no le importó… pero me contengo. No quiero que me vea como una tonta víctima. Y, sin embargo, doy varios pasos hacia atrás. 

—No aceptaré un no por respuesta. Vas a venir, fin de la discusión— dice y yo tengo una mezcla de temor, odio y rabia.

—Tú... no puedes decirme que hacer…—

—Lamentablemente si... la doctora dijo que no podías estar sola, y eres mi esposa— dice cual dictador.

—Yo… no te importo en lo más mínimo— le digo.

—Tú ya tuviste tu momento de jugar a la casita feliz… pero estás en este matrimonio, quieras o no. Tenemos un contrato que tienes que cumplir— dice firme y se acerca a mí. Sus ojos azules centellean, su cicatriz se ve tensa.

—Tu… ¿Por qué nunca me buscaste? Me abandonaste…— digo y él parece ofendido. ¿Es broma? Lo que digo es cierto. Sus ojos se pasean por mi rostro, se detienen en mi boca y luego a mis ojos.

—No sabes absolutamente nada…— dice entre dientes.

—Entonces dime…— le digo y lo escucho, respirar agitado y de repente toma una decisión, da un par de pasos y se aleja de mí. Va al escritorio en el cuarto, revolotear hasta sacar una carpeta. Me la extiende y yo la tomo.

—El contrato de matrimonio… tú lo firmaste. Ambos lo hicimos— me dice tajante, y yo, con manos temblorosas, ojeo los papeles. Es decir… que si fue un matrimonio por contrato.

—Y olvídate escapar… de salir de aquí... tienes prohibido salir de la casa sola. Y créeme… te conviene hacerme caso— dice con severidad y sin esperar una respuesta mía se va del cuarto soltando un portazo.

Al día siguiente, la señora Victoria me avisa, amablemente, que esta noche es el bendito evento o lo que sea que tengo que ir. Lucas no bromeaba, veía tipos gigantes de seguridad por todas partes, y yo no conocía esta casa lo suficiente como para huir. 

Había revisado el contrato y era… por buscar alguna palabra, estricto y formal. Claramente, se decía que si yo me casaba con él, Lucas perdonaría las deudas que tenía mi familia. Al parecer quedaban algunas pocas empresas de los Ferrero.

Figuraba mi nombre y el de él, como CEO de Dumas, su propia empresa, que además tenía acciones en las de los Ferrero. No creo que nada de esto fuera importante para él, Dumas Group debe tener más inversiones mucho más importantes. 

Pero era claro… esa era la razón de nuestro matrimonio. Yo no era abogada, ni la persona en sus mejores cabales en estos momentos. Tendría que averiguar más con Claudia, mi hermana, y esperaba que ella estuviera en el evento de esta noche, quizás ella me podría ayudar. Si yo evitaba cumplir con mi parte del contrato… ¿Qué sucedía? Si ya hui, ¿qué sucedió? 

Sí, Claudia era mi mejor opción, tenía que ir a ese evento.

— ¿Está segura de que estos vestidos son míos?— pregunto mientras la señora Victoria me ve sorprendida. Se ven demasiado elegantes.

—Claro que sí, querida. Aunque la mayoría no los has usado nunca ¿Cuál le gusta?— me pregunta. Yo… elijo uno de color rosa.

Cuando me lo coloco… es realmente hermoso, tiene una forma de corsé, con dos tirantes que se amarran en mis hombros con unos moños, la tela cae por mis brazos, rozando mi piel de forma agradable. 

—Hermosa… mi señora… solo que le queda algo grande. Ha perdido algo de peso. Se lo voy a arreglar y … le quedará perfecto— dice ella tomando medida de los cambios. 

A la tarde, ella me ayuda a prepararme y... casi no me reconozco. Mi cabello que siempre luce desordenado, ahora está en un moño bajo y alrededor caen suaves ondas. 

Ella me ofrece varias joyas de un cofre en mi closet, pero yo solo tomo algunas pocas, las que más llamaron mi atención. Ella se va a darle unos últimos toques a mi abrigo y yo me quedo sola, sentada en la cama, poniendo mis zapatos que ella ha sacado. Son hermosos, y tienen pequeñas correas para sujetarlos, pero me quedo perdida intentando cerrarlos. 

—Dalila... ni se te ocurra que... — dice una voz fuerte y masculina, regañándome… y cuando volteo es Lucas. 

Tiene un esmoquin fantástico y oscuro, hasta la camisa es negra, está bien peinado y se ve... fabuloso. Él se queda perdido viéndome. Sus ojos parece que tienen vida propia, lejos de los intereses de su dueño. Siento su mirada por todo mi cuerpo, deteniéndose en mi piel expuesta, sus ojos tienen un brillo que me genera curiosidad, su boca entreabierta. 

— Yo… solo estoy intentando colocarme estos zapatos...— digo y él pareciera salir de su hechizo. 

Viene hacia mí. Yo me quedo estática... como si él fuera una especie de depredador, un majestuoso tigre que se acerca y uno solo puede tener miedo de que, de un momento a otro, ataque. 

Parece molesto, pero resignado, me ayuda. Sus dedos rozando levemente la piel de mis tobillos, haciéndome vibrar y me ajusta los zapatos.

Estamos lo más próximo que hemos estado, a solo un paso. Lucas me deslumbra: su perfume, la perfección de sus ropas, las formas de su cara, sus pómulos altos, sus ojos increíblemente azules, su expresión dura. 

—Te gustan bajos y que se puedan amarrar para no caerte— dice. Es una pieza de información que no esperaba. De hecho, es un detalle… muy particular para que él… alguien que no me quiere como su esposa, lo sepa.

Lucas es sumamente alto, y teniéndolo tan cerca…  no puedo desaprovechar la ocasión de detallarlo, mi mirada se va a la cicatriz en su cara. Lo hace ver peligroso, pero… interesante. 

—¿Te duele?— le pregunto casi sin pensar al levantar mi mano para tocarla, pero la bajo inmediatamente. Él me da una expresión extraña, me doy cuenta de que es algo poco considerado de decir. 

—No— me responde secamente y luego sacude su cabeza como intentando alejar una idea. 

—Perdón... no quise...— 

—Es solo que... me preguntaste eso también la primera vez que nos vimos. La cicatriz fue por un error que cometí, pagué las consecuencias y aprendí de mis errores…— me dice —¿Por qué elegiste este vestido?— pregunta intentando cambiar el tema.

—Me pareció lindo— digo y él asiente. 

—¿Las joyas?— pregunta y yo miro mis anillos y un collar. Tiene pequeños detalles de flores, me parece que son lirios. 

—Las elegí yo... me parecen hermosas— él simplemente se aleja de mí y vuelve otra vez con su tono frío. Sea lo que sea que ha pasado hace pocos minutos... esa cercanía, se ha estimado. 

De repente busca algo, me asombró al ver que es algo de maquillaje, toma un poco de la crema entre sus dedos y le empieza a aplicar en la base de mi garganta y luego suavemente por mi escote. El suave toque de la punta de sus dedos, provoca un torbellino en mí. 

Mi pecho sube y baja desesperado, casi queriéndose salir del corsé. Yo veo hacia mi piel y entiendo que él está tapando, con mucha delicadeza, mis cicatrices. Ahora me pregunto de donde salieron… no deben tener una buena historia.

—Solías odiar que se vieran... no usabas este tipo de vestido porque las mostraba— dice. Él termina, y con ello la deliciosa tortura de él tocándome.

—Vamos... nos esperan— dice y me deja y yo voy tras él.

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