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Capítulo 2: Dificultades.

—Supongo que nos veremos cuando se nos dé la orden de regresar ¿No es así? Estaré en Italia por si alguien quiere comunicarse conmigo, y por favor...—comenzó a susurrar e imaginé lo que estaba a punto de decir—Utilicen los teléfonos secretos para llamarse entre ustedes. No queremos perder el contacto.

Asentimos.

—Sí, claro que vamos a usarlos. Me iré a Australia, a ver si en medio de todo este desastre que se ha formado, tengo la oportunidad de dar un paseo en silencio —Luka besó la mejilla de cada una de nosotras antes de irse.

—Iré a preparar las maletas, Katya —le indiqué a mi hermana y ella asintió de inmediato. Me dirigí a mi habitación, pensando en la furia que me causaba tener que irme apresuradamente de nuevo debido a que la última vez fue hace menos de un año, justo antes de mi accidente.

Decidí guardar ropa que fuera cómoda y me cambié de ropa a algo más abrigado, por supuesto guardé un arma en mis bolsillos. Cuando terminé de prepararlo todo, bajé hasta el comedor para despedirme de mamá.

—Te veré cuando pueda, mamá —me acerqué a abrazarla con fuerza. A pesar que ella me lastimó tanto en un pasado, me veía en la necesidad de fingir frente al resto de la familia Romanov—Estaré en Moscú, por si te gustaría encontrarte conmigo.

—Sí, claro, dile a Pablo que prepare alguno de los helicópteros y que te acompañe a tu destino —respondió. Como de costumbre, no me miró a los ojos. Nunca más pudo hacerlo desde que descubrí su mentira.

—Lo haré, hasta luego —me despedí, saliendo de casa con mis dos únicas maletas y busqué a Pablo, uno de los hombres más confiables de mi padre por el bosque que estaba cerca de la mansión hasta que di con su paradero—Buenas tardes Pablo, me preguntaba si puede acompañarme hasta Moscú, ya sabes, las condiciones nos obligan a huir de nuevo. Es una lástima.

—Por supuesto, señorita Romanov, tan solo espere unos minutos hasta que pueda preparar el helicóptero —dijo antes de desaparecer. Me quedé en silencio, tan solo observando todo lo que le pertenecía a mi padre, hasta que Larisa, la secretaria de mi padre estuvo a mi lado.

—Buenos días, señorita Romanov —me saludó con respeto. Era la única ventaja de esta montaña de m****a, pero, la verdad es que nos respetan por miedo.

—Buenos días, Larisa ¿Ya te vas? —Le pregunté.

—No, en realidad acabo de llegar y me he dado cuenta de lo que está pasando en este lugar, por lo que supongo que en realidad es usted la que se va.

—Es cierto, una vez más tengo que huir como una sucia criminal —rodé los ojos—¿Cómo has estado?

—Cansada, como siempre, usted sabe que estar al pendiente de todo lo que debe llevar a cabo su padre es sumamente complicado —confesó.

—¿Te has enterado de la captura del italiano? —Le interrogué.

—Me lo ha dicho Román hace un par de minutos, y lo único que ha hecho es dejarme mucho más preocupada de lo que ya lo estaba —suspiró—Esto no nos conviene en lo más mínimo.

—Según mi perspectiva, sé que los hombres de Francesco van a encontrar la forma de sacarlo de ahí, y por más que logre hablar más sobre los Romanov, no se atreverá a abrir la boca más de la cuenta. Posiblemente, ahora mismo los agentes de la FSB tienen el pecho lleno de orgullo por atrapar al italiano y están seguros respecto a que lograrán sacarle la información que necesitan y que de esa manera van a atraparnos a nosotros, a los españoles, a los árabes, a los coreanos y a los japoneses.

—¿Alguien ha solucionado el tema de los españoles? —Cuestionó enarcando una ceja.

—No lo sé, me parece que no, pero, que van a intentar solucionarlo en los próximos días. No sé por qué estamos metidos en tantos problemas últimamente.

—Esto siempre pasa, Dasha, y es porque todo el mundo quiere los territorios que tenemos.

—Sí, no es nada nuevo para nosotros.

—¡Señorita el helicóptero está listo! —Pablo gritó, llamando mi atención.

—¡Ya voy Pablo! —Respondí—Larisa, tengo que dejarte. Nos estaremos viendo dentro de un tiempo, por favor, cuídate.

—Por supuesto, le deseo un buen viaje. Hasta luego.

—Hasta luego —murmuré alejándome de ella. Como sea, esta es la vida a la que estoy acostumbrada desde siempre y no tendría sentido quejarme a estas alturas de lo que me toca vivir, así que veré como disfrutar de Moscú de alguna manera, a pesar que los inconvenientes y enemigos están amenazándome con atraparme.

Ser Dasha Romanov tiene sus ventajas y también, sus desventajas.

Dimitri

Terminé de leer el informe acerca de la captura del jefe de la mafia italiana, Francesco De Angelis. Luego de varios meses de trabajo duro, logramos capturar a ese gran criminal y ahora mismo, estaba a punto de interrogarlo. Para todo agente, es un orgullo atrapar a esos sucios criminales a los que pasas investigando día y noche. Este es uno de los días más gratificantes de mi vida entera.

—Francesco De Angelis, jamás pensé que iba a llegar el día en que lo tuviera a mi merced —me burlé de él y su única reacción fue enarcar una ceja. Descarado.

—¿Alguien le ha dicho que me tiene a su merced? Ay, por favor, mejor siga soñando —rodó los ojos, pero, qué carácter—Parece que se le olvidó con quien está hablando.

Me callé para no perder la paciencia.

—Mire, no estoy aquí para perder el tiempo, así que le vamos a ofrecer un trato, que quizá puede convenirle de alguna manera —le indiqué y él asintió—Ludmila, por favor, dile de qué se trata.

Ludmila asintió. Ella siempre ha sido considerada una de las mejores agentes dentro de la asociación y es que tiene una capacidad increíble, y nadie era más indicado que ella para poder hacer un trato con uno de los capos más buscados. Y una preciosa mujer, claro está.

—De Angelis, voy a ser directa con usted. Lo que queremos es que nos entregue más información acerca de los Romanov, y a cambio, vamos a reducir un par de años a su condena —soltó con dureza.

Ambos esperamos a escuchar su respuesta.

—Les tengo una mejor. Les digo un poco de información acerca de los Romanov y les doy el paradero de los coreanos, pero, a cambio ustedes tienen que dejarme en libertad —propuso.

Ludmila y yo nos miramos incrédulos, sin poder creer lo que estábamos escuchando. Le hice una seña a mi compañera para que saliéramos del lugar, la cual ella entendió con rapidez.

—¿Escuchaste lo que acaba de decir? —Le pregunté y ella asintió, sin ser capaz de poder creerlo.

—¿Y acaso lo vamos a dejar ir? —Contraatacó—No has costado detenerlo.

—Tenemos que ir a hablar con el jefe, creo que sí existe la posibilidad de que dejemos libre a Francesco De Angelis —expresé, dirigiéndome hacia la oficina del jefe y ambos entramos luego de golpear la puerta—Jefe, tenemos que hablar.

—Muy bien, solo díganme que necesitan —el hombre solía ser bastante cortante.

—De Angelis acaba de ofrecernos algo que no podemos rechazar. A cambio de su libertad, nos ha ofrecido otorgarnos información sobre los Romanov y darlos la dirección de los coreanos. Jefe, usted sabe la importancia de atrapar a los coreanos, porque son los más cercanos a los japoneses y a los españoles.

—Además, si los atrapamos, estaremos mucho más cerca de todo el mundo. Y si dejamos ir al italiano no habrá ningún problema puesto que no será difícil atraparlo una vez más —mi compañera me apoyó en la decisión que queríamos tomar.

—¿A cambio de información sobre los rusos y los coreanos? —Él se quedó en silencio por un par de minutos, los cuales empezaron a volverse incómodos—Está bien, díganle al italiano que vamos a aceptar su trato a cambio de información concreta y que nos sirva de cualquier manera.

—Sí, por supuesto...—asentimos antes de salir de la oficina. Manos a la obra.

—Demonios, el italiano va a ser nuestra llave para abrir todas las puertas que han permanecido cerradas, aunque, mi principal objetivo siempre ha sido atrapar a los Romanov.

—¿A los Romanov?

—Claro que, a los Romanov, esos hijos de puta han estado haciendo lo que han querido desde hace muchos años y no puede ser posible que no los hayamos atrapado todavía.

—Es cierto, en eso concuerdo —apunté antes de regresar al lugar en donde teníamos a Francesco de Angelis, el capo de la mafia italiana más grande, esperando por una respuesta. Era simplemente increíble como ese hombre se veía tan tranquilo, a pesar de la situación en la que se encontraba.

—¿Entonces qué? ¿Van a aceptar mi trato? —Se burló de nosotros, este hombre sin duda era muy engreído—No quiero perder el tiempo si no van a aceptar lo que les propuse.

—Sí, así que díganos todo lo que sabe.

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