Para cuando terminamos, Neal y yo nos fuimos al río, pues de vez en cuando nos alejábamos de la casa para tener un rato a solas con la naturaleza y reflexionar en nuestro futuro.
Realmente adoraba ese río y todos los recuerdos que me traía y los que estaba forjando.
―Pronto tendremos que dejar la casa de Babs ―dije mientras caminábamos por la orilla del río.
―Ya casi tenemos lo suficiente para comprar lo que hace falta.
―Neal, ellos van a tener un bebé.
―¿Enserio?
―Sí, ¿no lo sabías? ―Negó con la cabeza―. No te creo. Confabulas con ellos a mis espaldas y no creo que no te lo hayan dicho.
―Una vez mencionaron algo sobre querer tener bebés. Pero nada más. Pero igual, es lindo saberlo. ¿Nosotros cuándo?
―¿Cuándo qué?
―Cuando traeremos primitos para Jessi y el nuevo bebé.
―No lo sé, supongo que después. Hay mucho que hacer aún.
―Tienes razón, pero si se da la oportunidad no me quejaría para nada.
Nadie me dijo que trabajar para Leonora O’Conner sería tan estresante. Es decir, sabía que se trataba de una empresa muy renombrada y que no cualquiera lograba entrar. Era cierto, no cualquiera entraba por su propio pie, así que imaginen cómo quedé cuando me enteré de esto un mes después de haber firmado mi contrato. Soy diseñadora de interiores, y nunca imaginé que trabajaría para la mujer más despreciable de toda la región. Me imaginaba que mi puesto sería diseñar, entregar proyectos bonitos y ganar clientes felices gracias a mis creativas ideas, pero no, que sorpresa me llevé cuando me presentaron con Leonora como su asistente personal. Ella me miró con curiosidad, creí que me diría algo por mi cabello teñido, pero lo dejó pasar y fue algo que aprecio en verdad porque amo mi cabello de colores y si me pedía que lo tiñera a un color más serio, tenía que hacerlo porque el trabajo me daría buena paga, y eso de estar desempleada por más de seis meses, me dejo una vali
Llegué al hospital con un pequeño ramo de flores para visitar a Esteban. Bueno no era tanto la visita, pero prefería que me explicara en persona los detalles. Cuando la enfermera me indicó por cual pasillo ir y el numero de habitación, me advirtió que el paciente tenía descrito su alergia al polen. Miré mi ramito de flores con tristeza y se las regalé a ella. Al llegar a la habitación se encontraba abierta, había una enfermera dentro revisando sus signos vitales, y me limité a tocar con el puño sobre la madera. ―¿Evelyn? ―inquirió con sorpresa; supongo que no me esperaba. ―Hola ―saludé entrando al tiempo que me hacía señas con su mano; la que no tenía tubos ni agujas intravenosas, para acercarme a él. ―¿Qué haces aquí? ―quiso saber intrigado―. ¿Te envió Leonora? ―No, no para nada. Yo quise venir a ver como estabas. ¿Te encuentras mejor? ―Sí, claro. Fue algo muy extraño lo que sucedió ―dijo para después hacer una mueca de dolor;
―Vaya, hoy te ves muy contenta, Tutti ―señaló mi prima Babs en cuanto me vio entrar―. Has llegado temprano, ¿a qué se debe? Vivía con ella y su pequeña Jessi de seis años. Ambas son una adoración, y no podía negarme a darles un espacio en mi muy pequeño apartamento después de que la tía Marcie muriera. Babs no es una chica de ciudad, ella es una bella granjera que por inexperiencia se vio en la necesidad de arrendar la granja que era de la tía. Recibía cada mes ese monto por la granja, y su estadía en la ciudad fue porque quería ahorrar lo suficiente para hacerse cargo de la propiedad, estaba estudiando Ingeniería agropecuaria y trabajaba medio tiempo mientras Jessi asistía a la escuela y a clases de piano. Yo la admiro, porque en verdad no sabía como hacía para que el tiempo le rindiera a la perfección entre la escuela, el trabajo, Jessi y las necesidades básicas de la peque incluyendo la atención que le dedicaba. ―Pues con la novedad
Fue el primer día en tres años que no corría por el café, porque tenía un auto a mi disposición que me ayudaría a trasladarme sin dificultad a cualquier lado. Estacioné frente a la cafetería, y caminé tranquila para pedir mi vaso y por supuesto que también esas deliciosas galletitas de mantequilla, las cuales comí saboreando cada maldito gramo sin importarme las migajas que caían de ellas. La residencia se encontraba a las afueras de la ciudad, cerca de la zona montañosa, y para llegar ahí tenía que tomar una carretera que estaba rodeada de árboles. Disfruté la vista a cada kilómetro, hasta que por fin llegué. Efectivamente era una residencia más grande que el edificio en el que habito. Tomé mi bolso y la carpeta con los diseños; dejé mi pc portátil en el asiento de copiloto donde traía apilado todo lo anterior. Casi quedo boquiabierta pero no pasó puesto que un hombre de edad avanzada salió de un costado de la residencia a saludarme. ―Buenos
Llegué al apartamento tan noche, que Babs y la niña se encontraban dormidas. Encontré en un topper algo de ensalada con surumi. Me senté quitando los zapatos para aventarlos a un lado y busqué galletas horneadas, no podía comer una ensalada sin galletas horneadas. A pesar del mal rato con el malcriado ese, llegué satisfecha a casa. Pude adelantar en un día lo que era para una semana; una semana de las que ya estaban atrasadas. Charles me dijo que la señora Costello iría el día siguiente, por lo que esperaba poder verla sin el malcriado de su hijo, lo cual tenía probabilidad nula, ya que el mocoso maleducado seguramente le había avisado del cambio, aunque de igual manera Leonora pudo haberle avisado, era algo de lo que no tenía idea. Mi noche transcurría tranquila, o eso parecía hasta que una notificación de faceworld me alertó en el teléfono. No lo podía creer. Enserio no podía creer semejante atrevimiento que hasta dejé caer el cubie
Si hubo algo que realmente me agradó en esa mujer; y hablando de lo unico, fue su capacidad de comprender cada palabra que decía, porque no le escuché pedir que le repitiera algo de la larga explicación que di. Fuera de eso, su trato fue bastante desagradable. ―¿Eres capaz de terminar todo lo estipulado en el contrato en tiempo y forma, niña? ―preguntó andando hacía su auto en cuanto salimos de la residencia, sin mirarme y sin detenerse. ―Puedo comprometerme a terminar cada una de sus exigencias si decide extender al menos un mes el contrato, y le aseguro que tendrá lo que pide excediendo las políticas de calidad de O’Conner Bienes Raíces. ―¿Porqué no antes? ―inquirió volviéndose a mí―. Firmamos un contrato. Si el incompetente de tu compañero no cumplió con las clausulas no es mi problema. ―Comprendo a la perfección su punto señora Costello, y le agradecería que entendiera el mío, recibí este proyecto justo ayer… ―Y lograste en un día lo que e
Entrar a la oficina me dio un golpe de nostalgia, y tal vez pareciera una exageración pues solo habían sido dos días que dejé de venir. Encontré a mi sustituta muy cómoda pero algo nerviosa, quise suponer que Leonora ya le estaba haciendo la vida imposible pero ya no era de momento mi problema, y debo admitir que si era ineficiente y Leonora decidía devolverme a mi puesto con gusto tal vez lo aceptaría, pero por otra parte no quería que esa gente ganara. Quería demostrarme que podía con esto e incluso con más. En cuanto la junta terminó, le pedí unos minutos a Leonora, lo cual en realidad me sorprendió por lo fácil que fue el que aceptara escucharme. ―Señorita O’Conner, respecto a los tiempos para finalizar el proyecto… ―No puedes pedir extensión, creí que te había quedado claro, Evelyn. ―Y me quedó bastante claro. Estuve buscando alternativas para poder cumplir con las expectativas ―expliqué―, y por cualquier lado que le vea, no se podrá hace
Un rato más tarde, observaba los planos de la propiedad. Charles me había estado dando opciones para repartir el trabajo y roles con el otro contratista, así que él se regresó a apresurar la instalación del jacuzzi, y yo me quedé analizando las varias opciones que me dio. ―¿Es tu costumbre siempre llegar tarde? ―Escuché decir, y me estremecí apretando mis puños con disimulo. Aun no cruzaba una palabra con él y ya me había exasperado. Traté de ignorar, pero el muy imbécil no captaba indirectas. ―Llegué muy temprano y pude ver que esos tipos llegaron antes que tu… ―Tuve una junta con mi jefa ―interrumpí su estúpido reclamo separándome de la mesa quedando frente a él cruzándome de brazos. ¿Quién se creía que era? ―Oh, ¿y qué tal ha ido? ―preguntó con cinismo. ―No es de tu incumbencia. ―Eso no suena bien ―Y pareciera que no necesitaba decir nada porque el imbécil lo sabía todo. ―¿Necesitas algo? Porque de lo contra