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4. Presentación Desagradable

Fue el primer día en tres años que no corría por el café, porque tenía un auto a mi disposición que me ayudaría a trasladarme sin dificultad a cualquier lado. Estacioné frente a la cafetería, y caminé tranquila para pedir mi vaso y por supuesto que también esas deliciosas galletitas de mantequilla, las cuales comí saboreando cada maldito gramo sin importarme las migajas que caían de ellas.

La residencia se encontraba a las afueras de la ciudad, cerca de la zona montañosa, y para llegar ahí tenía que tomar una carretera que estaba rodeada de árboles.

Disfruté la vista a cada kilómetro, hasta que por fin llegué.

Efectivamente era una residencia más grande que el edificio en el que habito.

Tomé mi bolso y la carpeta con los diseños; dejé mi pc portátil en el asiento de copiloto donde traía apilado todo lo anterior. Casi quedo boquiabierta pero no pasó puesto que un hombre de edad avanzada salió de un costado de la residencia a saludarme.

―Buenos días, señorita.

―Oh, buenos días. Soy de la agencia O’conner Bienes Raíces ―me presenté y señalé ligeramente con la mano el coche que tenía el logotipo a un costado sin exagerar.

―Ah, perfecto, ya era hora, señorita. El joven que estaba encargándose de esto dejó de venir hace una semana. La señora no está muy contenta.

―Entiendo. El agente que tenía este proyecto tuvo un accidente y está incapacitado por ahora. Así que me enviaron para encargarme.

―Eso suena bien. Soy Rick Smith ―dijo extendiéndome la mano de la que había retirado un guante―, cuido los jardines y la residencia de noche.

―Muy bien, es un gusto Señor Smith.

―Solo Rick.

―Está bien, Rick.

―Bien, señorita. La dejo para que haga su trabajo ―Sacó del bolsillo de su overol de mezclilla, un reloj de esos antiguos con cadena donde leyó la hora, pero se la reservó para sí mismo ―, ya no tarda en llegar el contratista. Yo me retiro a dormir, si necesita algo vivo a dos kilómetros de aquí saliendo por la carretera opuesta a la que llegó, es la única casita que hay ahí.

―De acuerdo. Gracias Rick, descanse ―deseé y el hombre se retiró despidiéndose con un ligero movimiento al levantar su mano.

Me acerqué a la puerta al tiempo que buscaba las llaves de la propiedad, y procedí a abrir.

Era un sueño para vivir.

Di un pequeño rondín cubriendo casi la cuarta parte del lugar y eso sin subir las escaleras. Escuché un motor apagarse cuando pasé por el recibidor, y me asomé. Era una camioneta con un par de hombres, no pasó mucho y llegó otra detrás de ellos con más personas.

El que manejaba la primera camioneta, era un hombre que rondaba por los treinta y cinco quizá, con buen porte y abundante barba, vestía un estilo canadiense; camisa a cuadros arremangada y jeans no tan ajustados con botas tipo industrial. Se dirigió a mí con una radiante sonrisa.

―¿Señorita Todd? ―preguntó.

―Así, es.

―Soy Charles Morrison, el contratista ―Me extendió la mano y no dudé en estrechar―, es un placer.

―El placer es todo mío. Vamos adentro y me explicas que tanto llevan adelantado, qué les falta por hacer y un estimado del tiempo para finalizar.

―Claro que sí, adelante.

Ambos entramos a la residencia, y mientras dábamos un recorrido me iba explicando que trabajos estaban ya hechos y cómo lo habían realizado. Era un tipo bastante agradable con facilidad al hablar, y le entendía cada palabra que salía de su boca porque se encargaba de explicarme a detalle cada cosa.

Llegamos a uno de los jardines donde tenían una mesa de madera, extendió unos planos que estaban enrollados dentro de una caja de cartón a un costado de ésta.

―Hablé con la señora Costello hace dos días, y le mencioné que esta parte de aquí ―señaló indicándome con su dedo índice el punto en el plano―. Se debía remover si quería que hubiera tubería directa en ese balcón ―Dirigió su dedo del plano hacia la residencia donde se encontraba el dichoso balcón.

―¿Porqué quiere tubería en ese balcón? ―cuestioné con extrañeza.

―Quiere construir un jacuzzi para su hijo.

―¿Es enserio? ―Asintió lentamente arqueando sus cejas y presionando sus labios en una línea―. ¿Y sabe que reforzar los pilares de esa área tomará más tiempo del estipulado?

―Ella cree que hacemos magia.

―Pues hagamos magia. De cualquier manera, veré si tengo oportunidad de convencerla para extender el contrato. No puedo creer que solo haya un veinte porciento de avance cuando debería haber la menos un cincuenta. Este proyecto tiene dos meses desperdiciados.

―El agente pasado dudaba mucho en indicarnos los cambios de última hora, comenzó a ponerse bastante nervioso las ultimas dos semanas. Por cierto, ¿qué le paso?

―Se accidentó ―le informé sospechando con más seriedad mientras las palabras de Barbs hacían eco en mi mente.

―Una pena, pero quizá debió pasarle. No es que lo deseara ―explicó―, pero no era agradable trabajar con alguien que te gritaba por pequeñeces.

―Entiendo.

―¡Hey, Charles! ―llamó uno de sus hombres con rasgos latinos―. Tienes que ver esto, man.

―Adelante ―pedí y me entretuve observando los planos mientras el hombre se alejaba.

Pude observar que se realizaron al menos tres demoliciones en menos de un mes y se volvieron a levantar.

Me comenzaba a preguntar que tipo de mujer era esa que mandaba demoler un muro para al día siguiente hacer que lo levantaran de nuevo. Pero me intrigaba más el hecho, de que Esteban siendo el primero en la lista de ventas de Leonora, desistiera de este proyecto fingiendo un ridículo accidente.

―¿Y tu quien eres? ―preguntó un chico a mis espaldas llamando inmediatamente mi atención.

―¿Disculpa? ―Me giré en mi eje quedando frente a él.

Y ahí estaba, un chico con ropa notablemente cara, rubio y que aparentaba más o menos mi edad, ojos verdes simpáticos, pero una sonrisa altanera con una pizca de soberbia.

―¿Dónde está el inepto? ―preguntó mirando a sus costados buscando a alguien.

―No entiendo de que me hablas.

―No, no ―señaló negando con la cabeza acortando un poco la distancia entre ambos.

Me quedé estática sin saber cómo reaccionar de momento.

El chico ladeó la cabeza analizándome con detenimiento, observo mi cabello y después sonrió de lado con descaro.

―¿Quién eres? ―preguntó nuevamente.

―Evelyn Todd de O’conner Bienes Raíces.

―Ah, ya veo ―expresó llevando sus manos a los bolsillos de su caro pantalón―. Viniste a ocupar el lugar del inepto.

―¿A quién te refieres con inepto? ―Me atreví a preguntar.

―Al sujeto que levantaba los muros que yo mandaba tirar.

Ahí comprendí todo. Ese era el hijo malcriado que con un chasquido de dedos hacía cambiar de opinión a la madre, o algo así.

―Supongo que eres el hijo de la clienta.

―¡Bingo! ―Aplaudió una vez―. No se vaya a quemar tu cabecita por que se nota que cuidas mucho tu cabello.

Intenté ignorarlo y me giré nuevamente a los planos, pero ese tipo no sabía lo que significaba respeto.

Sentí mis mejillas arder, pero de la rabia por que el muy atrevido sujetó mi brazo para girarme frente a él.

―¡Oye, ¿qué te sucede, imbécil?! ―ataqué zafándome de su agarre.

―Para ti soy el joven Neal ―anunció molesto.

―No me interesa quién seas. Déjame trabajar. Mucho ayuda el que no estorba.

―¿Te das cuenta de como me estás hablando? ¿Sabes que puedo hacer que te despidan?

―¿Ah sí? Quiero ver que lo intentes mocoso atrevido ―busqué mi celular en el bolsillo de mi chaqueta y se lo extendí―. Puedes marcarle a mi jefa y decirle que eres un caprichoso que solo quiere demoler parades, y que por ese motivo este trabajo está atrasado.

―¿Tu que sabes? Y claro que sí le marcaré ―dijo rebatando el aparato de mi mano prendiéndolo para darse cuenta de que tiene contraseña.

―Se lo suficiente como para determinar que un tipo como tu no tiene educación ni empatía por las personas que se ganan su día a día haciendo lo que niños caprichosos como tu se dedican a pedir. Y tiene contraseña, genio. Si quieres que me despidan, dile a tu mami que te dé el número.

No sabía lo que estaba haciendo ni porqué, es decir… la parte en que no estaba midiendo mis palabras, pero no iba a dejarme pisotear por nadie.

―El inepto se portaba mejor que tú.

―El inepto que mencionas, no sabía darse su lugar ―respondí sin mirarlo concentrada en los planos.

―Vaya, eso me agrada. Eres muy ruda ¿sabes?

―Solo vete de aquí, niño. Intento hacer mi trabajo, y si te portas bien manteniéndote alejado, te aseguro que terminaré mucho antes y no nos tendremos que volver a ver jamás en nuestras vidas.

―Bien ―dijo susurrándome al oído por lo que di un respingo por su estúpido atrevimiento―, esto será divertido.

Me giré con toda la intención de golpearlo si era necesario para que no me hiciera insinuaciones, pero el muy cínico ya se encontraba dando pasos de reversa, me guiño un ojo el descarado al tiempo que arrojó el celular en mi dirección; que por suerte logré atrapar, y se giró para seguir su camino.

¡Que odioso!

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