<<—Entonces, ¿te dedicas a escribir sobre la vida de los demás? —Me preguntó, mientras cogía el sobrecito de azúcar y lo balanceaba con cuidado antes de rasgar la parte superior, clavando sus increíbles ojos negros en los míos.
—Bueno, lo cierto es que hago algo más que escribir. —Contesté con dificultad, notando cómo mis mejillas se ruborizaban, mientras bajaba la mirada hacia la mesa, incapaz de sostener la mirada—. Intento humanizar a la persona en cuestión a través de mis palabras.... —Volví a alzar la mirada para comprobar si había entendido qué era lo que había querido decir con ello, cuando vi que la confusión se reflejaba en su rostro, haciendo que arrugara la frente.
—¿Humanizar? —Repitió, parpadeando con rapidez, intentando comprender mi razonamiento—. Entonces, ¿crees que soy una de ésas personas insensibles que no tienen corazón? —Noté cómo una creciente acidez nacía en la boca de mi estómago al ver la decepción y enfado reflejados en las pupilas de aquél chico que se encontraba sentado enfrente de mí, y, supe que, de no escoger bien las palabras para poder explicarle qué era lo que realmente quería decir con aquello, la conversación podría terminar en una fatídica discusión en la que, sin duda, perdería el empleo.
—Creo que si has decidido contratarme para que escriba acerca de tu vida, es porque quieres decir algo al resto de la humanidad. —Contesté finalmente, tras titubear unos segundos—. Eres un empresario rico y triunfador, aunque por alguna razón, una parte de ti necesita ése reconocimiento a nivel mundial. —La camarera dejó el plato con el cruasán que le había pedido sobre la mesa, entre medio de ambos, ofreciéndonos una tímida sonrisa de disculpa por la interrupción—. Lo que no sé —proseguí en cuanto volvimos a estar a solas, mientras alargaba el brazo por encima de mi taza para coger el tierno bollo—, es porqué un hombre tan hecho y derecho cómo tú, necesita algo tan... Infantil. —Corté uno de los cuernos con los dedos, y me lo llevé a la boca, sintiendo cómo la fina masa parecía adherirse a mi paladar—. Almenos, la primera impresión que me has dado, es que parecías ser un tipo maduro. —Cogí con cuidado la taza de café, y di un breve sorbo, apretando ligeramente los labios al quemarme la lengua.
—Es curioso —comentó entonces mi acompañante, esbozando una tímida sonrisa—, porque yo sigo manteniéndome firme hacia mi primera impresión hacia ti. —Sin saber muy bien porqué, aquellas palabras lograron hacer que un cosquilleo naciera en mi bajo vientre, y la curiosidad por saber qué era lo primero que le había pasado por la cabeza nada más verme, hizo que me atreviera a arriesgarme por saberlo.
—¿Y qué impresión te he causado? —Volví a dar un buen mordisco al cruasán, para luego ayudar a tragarlo con un poco de café.
—Que estaría bien que posaras para mí con ropa prácticamente inexistente. —Contestó, con un extraño brillo en los ojos, mientras sus labios dibujaban una traviesa sonrisa, haciendo que yo me atragantara con el café—. Sobra decir que ésas fotografías serían exclusivamente para mi colección privada. —Me acabé de limpiar la boca con la servilleta, y cogí aire para soltarlo lentamente, sin apartar la mirada de la suya, todavía perpleja—. Créeme que ambos lo pasaríamos muy bien. —Me aseguró, guiñándome un ojo, ayudando así a que mis mejillas acabaran de ruborizarse por completo.>>
Adoraba la soledad, sólo cuando era necesaria.El silencio que me rodeaba, me ayudaba a analizar la situación por la que me había arrojado a sus fríos brazos, haciendo que me prometiera a mí misma que no dejaría que volvieran a romperme el corazón, nunca más.Sin embargo, algo dentro de mí me decía que aquella decisión era de las pocas que el ser humano era capaz de cumplir.<<Hay ciertos aspectos en la vida que escapan de nuestra enfermiza manía de controlarlo todo>>, me dije, mientras arrastraba una de las enormes cajas que los de la mudanza habían dejando en la sala de estar.<<De no ser así, creo que la vida realmente sería una auténtica porquería>>.No es que me gustara el hecho de tener que sufrir por culpa de alguien que parecía no tener corazón o, simplemente, por una mala decisión que yo misma había tomado, pero la idea de vivir una vidaperfectaen la que no existieran aquél tipo de co
<< —¿Qué es lo que te impulsó a querer formar parte del anonimato? —Me preguntó, tras hojear durante un largo rato las hojas con las anotaciones que le había tendido para que las echara un vistazo—. A juzgar por tu manera de escribir, se te da muy bien, tienes talento; entonces, ¿por qué no darte a conocer públicamente? —Le observé detenidamente, intentando averiguar si estaba hablando en serio, o tan sólo intentaba ser “amable”.—Tan sólo son breves anotaciones sobre cómo voy a desarrollar la biografía. —Observé, arrugando ligeramente la frente, mientras alargaba una mano para coger las hojas,cuando volvió bruscamente la cabeza hacia mí, y me miró con una frialdad que hizo que me quedara clavada dónde estaba, sin atreverme a mover ni un sólo músculo.—¿De verdad crees que soy tan ignorante, que no sé diferenciar lo que son una anotaciones de un borrador? —Inquirió, sin parpadear siquiera. Yo simplemente me limité a sostenerle la mirada—. Tan
—¡Vaya! —Exclamó Clara, la hermana melliza del hombre al que seguía amando, a pesar de haber resultado ser un cobarde traidor, y quién se había convertido en mi mejor amiga, mientras observaba mi habitación, fascinada—. ¡Este lugar es idóneo para ti! —Sonreí con timidez, siguiendo su mirada: había pintado las paredes de un cálido tono gris que combinaban perfectamente con el tono caoba claro de las puertas del armario empotrado y puerta de acceso a la estancia, y el tono caoba más oscuro del suelo del parqué; era una habitación algo pequeña, pero me encantaba el detalle de tener parte del techo inclinado al estilo de ático, pues había una pequeña ventana en medio que permitía comprobar qué tiempo hacía nada más despertar, o ver las estrellas mientras intentabas conciliar el sueño. En el centro se encontraba la cama de matrimonio, la cuál tenía un cabecero -también de color gris-, que iba a juego con las mesitas de noche.
<<—Eres de las pocas mujeres que poseen una belleza natural. —Comentó Andrés, mientras miraba las fotografías que me había hecho, con fascinación—. Estoy seguro de que si te dedicaras a ello, serías de las modelos mejor pagadas. —Fruncí ligeramente el ceño, tomándome unos segundos para analizar la afirmación de mijefe, aunque no tardé en desechar rápidamente aquella posibilidad: que él viera una belleza inigualable en mí, no significaba que los demás que formaban parte del mundo de la moda fueran a opinar igual.Además, a mí me gustaba la tranquilidad, salir a la calle sin tener que preocuparme de que unpaparazziestuviera acechándome, y viajar por placer, no por necesidad: quería mantener mi vida estable, no que se convirtiera en una especie de espectáculo del que todo el mundo opinaría.—Gracias, pero creo que prefiero seguir pasando inadvertida por el momento.
A pesar de que Talavera era una de esas enormes ciudades en las que podías perderte fácilmente en sus calles, siempre había un camino que te conducía de nuevo hacia casa.Sin embargo, el camino que yo estaba recorriendo, me llevaba a otro lugar, un sitio al que no hubiera regresado nunca, de no haber sido por la estúpida promesa que le había hecho a Clara, tres días atrás.<<Antes de que te quieras dar cuenta, las fotografías estarán hechas, y estarás de nuevo en casa>>, intenté convencerme, mientras me colocaba uno de los auriculares en el oído.<<Además, Clara te aseguró que sería ella la que se encargaría de hacerte las fotos, por lo que ni siquiera verás a Andrés>>.Aquella observación logró animarme un poco, aunque la opresión en el pe
La peor sensación de todas, es perderalgoque realmente nunca has llegado a tener: puedes disfrutar de ello durante el tiempo que crees que existe, pero cuando descubres que tan solo ha sido una mala jugada del destino o de tu propia mente, todo ese gozo desaparece como si una fuerte ráfaga de aire se lo llevara, dejando en su lugar una agria realidad a la que te niegas aceptar.Habían pasado ya largos meses desde que yo había sufrido aquella experiencia, y sin embargo, todavía me dolía recordarlo.Me había pasado cerca de tres días sin salir de la cama, llorando sin parar por haber sufrido unapérdidaque en realidad no había existido, y solo había dormido cuando el cansancio mental había podido conmigo.
Algunos globos se habían desprendido del cordel que los mantenían sujetos a las serpentinas que habían colgado en el techo, e iban y venían de un lado para otro, empujados por los movimientos de pies de la gente que estaba bailando en la pista en aquel momento, o por pura diversión de algunas parejas que habían decidido pasárselos los unos a los otros, como si todavía fueran niños pequeños, a pesar de que aquella fiesta significaba el fin de la secundaria: algunos seguirían estudiando el bachillerato para poder entrar en la universidad,, y otros, simplemente, empezarían a buscar trabajo, porque el estudiar no era lo suyo; tras cuatro intensos años en los que todos y cada uno de nosotros habíamos tenido nuestros más y nuestros menos, habíamos descubierto que en la vida ni todo es bueno, ni tampoco malo, y sobretodo, habíamos abierto los ojos en cuanto quiénes eran realmente buenos amigos, y quiénes solo les interesaba a
—Voy a hablarte sin rodeos. —Dijo con decisión Yago López, propietario de la conocida empresa de joyas italiana Fascino, quién tenía una sede afincada en la ciudad, tras limpiarse los labios con la servilleta, visiblemente nervioso—. Quiero que trabajes exclusivamente para mí. —Abrí los ojos como platos, sorprendida por aquella petición: ¿de veras me estaba pidiendo que formara parte de su empresa?—. No sé porqué, pero desde que hiciste la última campaña de publicidad para Fascino, he logrado vender muchísimo género, más de lo esperado. —No sabía si tomarme aquello como un cumplido, o en parte como ofensa, y no dudé en hacérselo saber, pues no estaba dispuesta a aceptar que me hubiera invitado a uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad, para insultarme sutilmente, y que luego esperase que trabajara para él.—¿Acaso insinúa que no soy lo suficientemente atractiva? —Aquella pregunta pareció desconcertarle, pues frunció ligeramente el ceño—. ¿O tal vez que no estoy a la al