A pesar de que Talavera era una de esas enormes ciudades en las que podías perderte fácilmente en sus calles, siempre había un camino que te conducía de nuevo hacia casa.
Sin embargo, el camino que yo estaba recorriendo, me llevaba a otro lugar, un sitio al que no hubiera regresado nunca, de no haber sido por la estúpida promesa que le había hecho a Clara, tres días atrás. <<Antes de que te quieras dar cuenta, las fotografías estarán hechas, y estarás de nuevo en casa>>, intenté convencerme, mientras me colocaba uno de los auriculares en el oído. <<Además, Clara te aseguró que sería ella la que se encargaría de hacerte las fotos, por lo que ni siquiera verás a Andrés>>.
Aquella observación logró animarme un poco, aunque la opresión en el pecho no aflojó en absoluto: en un principio, me había negado en rotundo a la petición de mi amiga, no quería involucrarme de nuevo con el estudio, ni mucho menos con sus problemas financieros, pues yo ya no tenía nada que ver con eso; sin embargo, me había prometido que con una sesión sería suficiente, y que, tras elegir las fotografías finales, me pasaría por correo electrónico la cesión de explotación comercial para poder hacer la publicidad, lo que me había parecido fabuloso.
Hasta aquel momento.
Habíamos acordado en vernos en el estudio a última hora d ela tarde, ya que todo el mundo ya se habría ido a su casa, y dispondríamos del lugar solo para nosotras, pues desde que yo había terminado con Andrés, éste apenas aparecía por allí, y las que fueran sus modelos, no tenían interés en pasar más tiempo del debido si no estaba el jefe para intentar convencerle una vez más de meterse debajo de él, por lo que no debía de preocuparme por toparme con nadie que pudiera entretenerme más de lo necesario.
Pero había sido el hecho de que los recuerdos empezaran a invadir mi cabeza lo que me había provocado de repente una creciente ansiedad: no quería regresar allí de nuevo.
<<Se lo debes>>, me dijo entonces la voz de mi conciencia, cogiéndome por sorpresa. <<Por cada vez que preferiste callarte la verdad>>.
Sacudí la cabeza, como si con ello pudiera acallar a mi Pepito Grillo personal, pues no tenía sentido decir una verdad que nos hubiera podido enemistar, pues ella jamás hubiese creído que su hermano tenía una doble vida, y la verdad es que yo tampoco quería parecer la típica exnovia despechada que lo delataba; me había limitado a decir que la presión de los medios de comunicación y el duro trabajo habían acabado con nuestra relación, algo que lógicamente no parecía haber sonado muy convincente, pero almenos parecía que las aguas habían vuelto a su cauce.
<<A veces es mejor saber cuando guardar silencio>>, repliqué, con cierta amargura. <<Solo espero que Andrés haya recapacitado y escapado de las tinieblas hacia donde estaba encaminando su vida>>.
<<De haberlo hecho, te hubiera buscado para pedirte perdón y suplicarte una nueva oportunidad>>.
Encorvé los labios hacia abajo, a modo de disgusto: no había necesidad de que él hiciera eso, ya que no era algo que fuera de mi agrado; me consideraba una persona normal, no una Diosa por la que los hombres muriesen de pena si no tenían mi amor, así que, el hecho de que un hombre llegara a un punto en que se arrastrara por conseguir mi perdón y le diera una otra oportunidad, me resultaba extremadamente patético.
<<Me hubiese bastado con una simple disculpa en su momento>>, admití, soltando un profundo suspiro mientras accedía a la carpeta donde tenía la música en mi teléfono móvil.
<<¿Y qué me dices del amor?>>, inquirió mi razonamiento. <<¿De veras no te lanzarías a sus brazos si él te lo pidiera?>>.
Hacía tiempo, había escuchado una canción que había logrado cautivarme, no por su letra, si no por su melodía; cada nota era como cada caricia que los dedos de mi exnovio me habían regalado, su ritmo, era el latir de mi corazón cada vez que sus labios me habían besado y la letra... La letra era la gran mentira que siempre me había prometido.
Aún y así, de todas las canciones de género drill que tenía guardadas en mi teléfono, aquella era una de mis favoritas, y en cuando mis ojos dieron con el título, tuve que reprimir un pequeño grito de júbilo.
<<El amor que jura una persona sentir por otra, está sobrevalorado; creo que prescindiré de él por un largo tiempo>>.
Me coloqué el otro auricular en el oído correspondiente, y tras comprobar que tenía las llaves de mi nuevo hogar a buen recaudo, empecé a caminar, dejando que la música que invadía mis oídos se encargara de mantener mi mente en modo off al tiempo que mi corazón se sintiera libre de angustia: no era fácil volver a un sitio en el que las paredes habían sido testigo de las veces que yo había disfrutado haciendo el amor, y de cuantas lágrimas habían rodado por mis mejillas cuando había decidido ponerle punto y final a una relación que había creído formal hasta tal punto en que podría haber llegado al matrimonio.
Debía empezar a plantearme seguir adelante con mi vida, aceptar que todo había terminado, para poder recordar el amor que un día nos había unido como un bonito recuerdo que no me hiciera daño.
* * * * *
—Estoy completamente helada. —Confesé, mientras cogía con cuidado la cintura del vestido para apartar la mojada tela de mi cuerpo, la cual parecía haberse adherido como guante en mano sobre mi piel—. Además, creo que se me marcan demasiado ciertas partes que preferiría seguir manteniendo ocultas... —Clara echó la cabeza ligeramente hacia atrás, y dejó escapar una gran carcajada.
—No me extraña lo más mínimo. —Admitió, tras sacudir la cabeza, a modo de desaprobación—. ¿A quién se le ocurre meterse en el estanque de los patos? —Noté como mis mejillas se ruborizaban ante la loca idea que había tenido, aunque no pude evitar esbozar una tímida sonrisa.
—Me pediste que te sorprendiera, ¿no? —Le recordé, encogiéndome de hombros para quitarle importancia al asunto—. Y a juzgar por la cara que has puesto, lo he conseguido. —Mi amiga se echó a reír de nuevo, volviendo a negar con la cabeza.
—Estás loca. —Observó entonces, mientras me miraba de arriba abajo, sin poder borrar la divertida expresión de su rostro—. Será mejor que regresemos para que te cambies esa ropa, antes de que cojas un buen resfriado. —No hizo falta que me lo dijera dos veces: acabó de desmontar el objetivo de la cámara fotográfica de su hermano, y la guardó en el pequeño maletín. Como pude, me acerqué hacía donde había dejado el trípode, y cogiéndole, accioné la pequeña palanca que me permitía unir las patas para poder meterlo en su estuche—. La verdad es que ha sido buena idea hacer las fotografías fuera. —Comentó entonces, ofreciéndome una tierna sonrisa—. Te veo más tranquila, más... Natural.—No tardé en ruborizarme de nuevo ante aquella observación al tiempo que una parte de mí se sentía mal por arrastrar hacia mi dolor a las personas que me rodeaban.
—Lamento haberte hecho cargar con todo el equipo hasta aquí. —Me disculpé, con dificultad—. Pero es que no podía estar allí dentro, me sentía... —La voz se me apagó a mitad de frase, y los ojos no tardaron en anegarse de lágrimas. <<Ahora no>>, me dije, haciendo un esfuerzo por impedir que lograran rodar por mis mejillas, pues a pesar de que no solía maquillarme para las fotos, si solía ponerme una ligera base para el brillo del sudor, y llorar en aqule momento lo arruinaría.
—Mal. —Terminó Clara por mí, con voz apenas audible. Asentí con la cabeza, mientras parpadeaba con rapidez para aclarar así la visión—. Lo cierto es que no debí haber insistido en hacerte las fotografías ahí. —Admitió entonces, con aire culpable—. Debía de haber tenido en cuenta de que todo estaba muy reciente todavía, y que ir al estudio no te haría ningún bien. Soy una egoísta. —La gente solía asociar sus recuerdos a u lugar en concreto, un color, e incluso un olor.
Tras saludar brevemente a Melina, la camarera que trabajaba en la cafetería que había a pie de calle del edificio donde Andrés tenía el estudio, y prometerle que pasaría algún día con tiempo para ponernos al corriente de nuestras vidas -en verdad no sabía qué esperaba que iba a contarle tras un par de semanas sin aparecer por allí-, había subido hasta la sexta planta donde se encontraba el fabuloso estudio de donde tantas modelos habían logrado la fama, y no había sido hasta que había salido del ascensor, que no había recordado que ya en el rellano de las escaleras, la cálida fragancia del perfume que solía utilizar mi exnovio invadía el ambiente, y por un momento, había tenido la sensación de que estaba en mi verdadero hogar. <<En teoría, este también fue tu hogar>>, me había dicho, tras acercarme a la puerta, no sin titubear antes. <<Almenos, en parte; fue gracias a tus fotografías que la empresa creció>>.
Incluso había recordado que solía ser el primer olor que me envolvía por las mañanas nada más despertar, y como me gustaba perderme en sus brazos solo para dejar que aquel olor se impregnara en mi ropa, en mi piel.
Y había sido lo primero que había extrañado cuando había empezado a despertar en una cama distinga, completamente sola.
—Haces todo lo que puedes por ayudar a que la empresa de tu hermano no vaya a la ruina —Le recordé, con un deje de suavidad en mi tono de voz—. Y eso dice mucho de ti, menos que seas egoísta, Clara; tal vez yo sí lo sea por haberme largado sin pensar las consecuencias. —Admití entonces, para luego dejar escapar un profundo suspiro.
—La verdad es que al principio no entendí porqué lo hiciste. —Me confesó, sin atreverse a mirarme a los ojos—. Creía que las cosas os iban bien, que os complementábais. —<<Y yo también lo llegué a creer, muchísimas veces>>, le dije, mentalmente. <<Pero me engañaba a mí misma por completo>>—. Obviamente, me equivocaba. —Frunció el ceño, mientras sacudía la cabeza, con pesar, y la sensación de culpabilidad volvió a invadirme de nuevo.
—A veces las cosas no salen como nosotros queremos. —Me limité a decir, tras soltar un nuevo suspiro—. Ambos pusimos todo de nuestra parte, nos dimos todo cuanto pudimos, pero no fue suficiente. —Clara me miró brevemente, cno intención, dejando claro que no acababa de creer en mis últimas palabras—. Tu hermano es una buena persona, a pesar de tener sus... Secretos. —Agregué, mientras cogía con cuidado el bajo del vestido para avanzar dos pasos hacia mi amiga—. Es atento, divertido...
—Y sin embargo, está metido en asuntos que no le hacen ningún bien. —Me interrumpió, con sequedad, mientras volvía a mirarme con intención, como si me advirtiera de que no me atreviera a negarlo—. He encontrado documentos confidenciales, cartas de amenaza, y la prueba de embarazo. —Agregó, suavizando las facciones de su rostro, aunque yo no pude evitar abrir los ojos como platos ante aquella revelación, sintiendo cómo el corazón parecía dejar de latir durante unos segundos: ¿prueba de embarazo? ¿Clara había encontrado una prueba de embarazo entre las cosas de su hermano? <<¿Por qué diablos guardó el maldito predictor?>>, me pregunté, apretando los dientes mientras apartaba la mirada de su hermana, notando cómo aquella vieja herida volvía a abrirse en mi interior. <<¿Por qué conservar un recuerdo tan doloroso cómo ése, si al fin y al cabo ya no estamos juntos?>>. No lograba adivinar porqué diantre Andrés había decidido quedarse algo que sin duda era un claro motivo que había empezado a deteriora nuestra relación; sin embargo, lo que me había alarmado de verdad, había sido el hecho de saber que recibía amenazas, y no pude evitar pensar que era un maldito idiota por no haber roto lazos con aquella estúpida gente. Podía sentir la mirada de Clava observándome detenidamente, y por un momento, pensé que me echaría en cara haber sabido en qué líos estaba metido su hermano, y no haber hecho nada al respecto—. Es por eso que decidiste dejar a mi hermano, ¿verdad? —Me preguntó entonces, haciendo que me volviera hacia ella de nuevo, sorprendida por el tono suave que había adquirido de repente su voz—. ¿Por qué no me lo dijiste, Hannah? —Me preguntó entonces, cogiéndome con ternura de las manos—. ¿Por qué no me dijiste que estás embarazada?
La peor sensación de todas, es perderalgoque realmente nunca has llegado a tener: puedes disfrutar de ello durante el tiempo que crees que existe, pero cuando descubres que tan solo ha sido una mala jugada del destino o de tu propia mente, todo ese gozo desaparece como si una fuerte ráfaga de aire se lo llevara, dejando en su lugar una agria realidad a la que te niegas aceptar.Habían pasado ya largos meses desde que yo había sufrido aquella experiencia, y sin embargo, todavía me dolía recordarlo.Me había pasado cerca de tres días sin salir de la cama, llorando sin parar por haber sufrido unapérdidaque en realidad no había existido, y solo había dormido cuando el cansancio mental había podido conmigo.
Algunos globos se habían desprendido del cordel que los mantenían sujetos a las serpentinas que habían colgado en el techo, e iban y venían de un lado para otro, empujados por los movimientos de pies de la gente que estaba bailando en la pista en aquel momento, o por pura diversión de algunas parejas que habían decidido pasárselos los unos a los otros, como si todavía fueran niños pequeños, a pesar de que aquella fiesta significaba el fin de la secundaria: algunos seguirían estudiando el bachillerato para poder entrar en la universidad,, y otros, simplemente, empezarían a buscar trabajo, porque el estudiar no era lo suyo; tras cuatro intensos años en los que todos y cada uno de nosotros habíamos tenido nuestros más y nuestros menos, habíamos descubierto que en la vida ni todo es bueno, ni tampoco malo, y sobretodo, habíamos abierto los ojos en cuanto quiénes eran realmente buenos amigos, y quiénes solo les interesaba a
—Voy a hablarte sin rodeos. —Dijo con decisión Yago López, propietario de la conocida empresa de joyas italiana Fascino, quién tenía una sede afincada en la ciudad, tras limpiarse los labios con la servilleta, visiblemente nervioso—. Quiero que trabajes exclusivamente para mí. —Abrí los ojos como platos, sorprendida por aquella petición: ¿de veras me estaba pidiendo que formara parte de su empresa?—. No sé porqué, pero desde que hiciste la última campaña de publicidad para Fascino, he logrado vender muchísimo género, más de lo esperado. —No sabía si tomarme aquello como un cumplido, o en parte como ofensa, y no dudé en hacérselo saber, pues no estaba dispuesta a aceptar que me hubiera invitado a uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad, para insultarme sutilmente, y que luego esperase que trabajara para él.—¿Acaso insinúa que no soy lo suficientemente atractiva? —Aquella pregunta pareció desconcertarle, pues frunció ligeramente el ceño—. ¿O tal vez que no estoy a la al
Siempre había escuchado que cuando una persona está enamorada, suele idealizar ese amor, convirtiéndolo en algo único, especial, como si esa persona no tuviera ningún defecto, como si fuera incapaz de tener maldad.Claro que también había escuchado que una persona que está enamorada, suele tener una venda en los ojos, y es por eso que nunca puede ver lo que los demás ven.Hasta que algo sucede, la venda se cae, y tienes la sensación de darte bruscamente de bruces contra una enorme pared de hormigón llamadarealidad.Tras mi breve y tenso encuentro con mi exnovio en elRuiz de Luna, me había dado cuenta de que yo lavendaque todavía pendía en mi cuello había caído por completo: d
—¿Estás segura de que no quieres que pase a recogerte?—Me preguntó Andrés, con un deje de preocupación en su tono de voz, haciendo que una tierna sonrisa se dibujara en mis labios—. Acabo de salir de la reunión, podría estar ahí en cinco minutos...—No te preocupes, amor.—Lo tranquilicé, mientras miraba de un lado para otro antes de cruzar la calle—. Estoy bien. Además—agregué,antes de que pudiera replicar—, ya estoy yendo para casa.—Pude intuir ciertaconfusiónal otro lado de la línea.—¿Cómo?—Balbuceó finalmente, con
Eché un vistazo a mi alrededor, sintiendo como mi corazón parecía encogerse cada vez más dentro de mi pecho: todos los recuerdos que formaban parte de mi vida, aquellos objetos que habían decorado la estantería que había colgada encima de la televisión y en la vitrina que se encontraba al lado de esta, los cuales habían sido una muestra de las experiencias que me habían enseñado a ser quién era, habían sido cruelmente destrozados, cuyos trozos se encontraban esparcidos por toda la pequeña sala de estar.Quién quiera que hubiese entrado en mi nuevo hogar, lo había hecho con un solo propósito: advertirme de alguna forma de que acabaría también conmigo.—Parece ser que no se han llevado nada. —Comentó entonces la detective de policía, Wanda García, siguiendo mi mirada—. A juzgar por el destrozo que han hecho, es evidente de que se trata de algopersonal. —Volví la cabeza bruscamente hacia ella, haciendo que me crujiera el cuello al hacerlo—. ¿Ha tenido recient
Regresar a casa, era volver al lugar que un individuo había invadido, destruyendo lo poco que había llegado a lograr en la vida: mi corazón se había reducido a cenizas después de que la ira que había sentido tras ver como las fotografías y regalos que me habían hecho yacían en mil pedazos esparcios por el suelo, abrasara mi pecho.Era por eso que había decididohuirde mi hogar, encontrar consuelo en alguien que quisiera escucharme.Y Melina era la que había tenido que hacerlo.Relatarle de mis propios labios una historia que no era para nada ficticia, había despertado en mí el temor de que el peligro que ya me había acechado en el pasado, hubiera decidido regresar de nuevo: un peligro a cuyo agresor no le
—¿Estás segura de que no nos olvidamos nada? —Preguntó Andrés, echando un último vistazo a nuestro alrededor, comprobando que realmente así fuera.—Las ganas de volver. —Comenté en un murmullo, haciendo que volviera entonces la cabeza hacia mí, sorprendido—. ¿De verdad tenemos que regresar? ¿Tan pronto? —Una ligera sonrisa burlona se dibujó en su rostro al escuchar el tono infantil con el que yo había formulado aquellas preguntas, y por un momento, no pude evitar sentir cierta vergüenza por mi comportamiento.—¿De veras no te apetece volver a tu querida ciudad natal? —Inquirió, acercándose a mí para rodear mi cintura con sus fuerte brazos, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo—. Creía que no podías estar tanto tiempo fuera de ella... —Ensanchó su sonrisa, al tiempo que yo fruncía el ceño.—Eso era antes de conocerte. —Repliqué, encogiéndome de hombros. Andrés alzó las cejas, sorprendido—. Yo antes tenía una vida tranquila, podía ir a cual