Mientras Victoria caminaba hacia él, Raffil no pudo evitar sonreír ligeramente. Sabía que ella era fuerte, sabía que podía cuidarse sola. Pero también sabía que, a partir de ahora, no la dejaría enfrentarse a nada sola. Porque aunque ella era una loba feroz, él era el león que siempre estaría a su lado.
La tensión en el aire del Palacio de los Arcan era casi palpable. Los sirvientes del lugar se movían con cautela, conscientes de que algo importante estaba ocurriendo. En el centro del patio, Victoria y Raffil se miraban fijamente, como si fueran las únicas dos personas en el mundo. Para los demás, la escena era desconcertante, pero para ellos, era un momento de reconocimiento, un reencuentro después de la incertidumbre y el peligro.
Danika, todavía de pie a un lado, parecía congelada. Su plan, cuidadosamente elaborado, se desmoronaba frente a sus ojos. Había apostado todo a una mentira, confiando en que podía manipular la situación a su favor, pero no había contado con
El sol abrasador del desierto se alzaba como un testigo silencioso de los eventos que estaban a punto de cambiar la historia. Las arenas, que habían sido escenario de innumerables batallas y traiciones, estaban nuevamente teñidas de sangre. La disputa entre los hermanos Korsov, Flavio y Dimitri, estaba alcanzando su clímax, y el eco de su enfrentamiento resonaba por kilómetros a la redonda. Sin embargo, lo que ninguno de ellos sabía era que el verdadero rugido que haría temblar el desierto no provenía de su enfrentamiento, sino de la llegada de Raffil y su caravana.Dentro de una tienda improvisada en el corazón del campamento Arcan, el abuelo de Victoria se dirigió a Raffil con una mirada cargada de determinación. Aunque su cuerpo mostraba los signos de la vejez, su voz era firme, y su presencia imponía respeto. Sus hombres, conocidos como los Lobos, estaban listos para la batalla, dispuestos a luchar codo a codo con el Leopardo.—Raffil, el momento ha llegado —dijo e
La noche había caído en la ciudad C, y el aire estaba impregnado de una calma extraña, como el preludio de una tormenta. Raffil estaba sentado en la sala de la residencia de su padre, Federico, quien lo había convocado con urgencia tras su regreso del desierto. Victoria y su hijo estaban en casa, descansando después de días de tensión. Raffil esperaba que esta reunión fuera una conversación más sobre los negocios de los Arcan, pero lo que estaba a punto de escuchar cambiaría su mundo para siempre.Federico, un hombre conocido por su frialdad y pragmatismo, se encontraba de pie junto a una ventana, mirando hacia la ciudad iluminada. Su postura rígida y el silencio prolongado indicaban que lo que tenía que decir no sería fácil.—Habla de una vez, padre —dijo Raffil, su paciencia agotándose—. No tengo tiempo para rodeos.Federico se giró lentamente, su mirada fija en la de su hijo. Había algo en sus ojos que Raffil no había visto antes: preocupación.—Raffil, lo que estoy a punto de decir
La sala de reuniones de la empresa estaba llena de voces, gráficos proyectados en las paredes y discusiones sobre estrategias de expansión. Victoria, como siempre, lideraba con elegancia y firmeza, su presencia imponía respeto y admiración. Era una mujer que no solo había ganado su lugar en el mundo de los negocios, sino que lo había hecho sin perder su esencia. Sin embargo, ese día algo no estaba bien.Victoria llevaba semanas sintiéndose agotada. Las largas jornadas de trabajo, las reuniones interminables y las responsabilidades de ser madre de dos pequeños la habían dejado sin tiempo para sí misma. Había ignorado el cansancio, atribuyéndolo al estrés normal de su vida diaria, pero su cuerpo estaba enviando señales que ya no podía ignorar.Mientras escuchaba a uno de los gerentes exponer un informe, su visión comenzó a nublarse. Sintió un mareo repentino y un calor que subió desde su pecho hasta su cabeza. Intentó mantenerse firme, pero las palabras a su alrededor se convirtieron en
Victoria despertó unas horas después, en una habitación privada de la clínica. Su rostro todavía mostraba signos de cansancio, pero sus ojos brillaban con curiosidad al ver a Raffil sentado junto a ella, sosteniendo su mano.—¿Qué pasó? —preguntó, su voz suave.Raffil sonrió, acariciando su cabello.—Te desmayaste, amor. Estabas agotada. Pero hay algo más… algo que debes saber.Victoria lo miró, confundida.—¿Qué es?Raffil tomó aire antes de hablar, su sonrisa ampliándose.—Estás embarazada, Victoria. Vamos a tener mellizos.Los ojos de Victoria se abrieron de par en par. Por un momento, no supo qué decir. Luego, una sonrisa apareció en su rostro, seguida de una risa suave.—Mellizos… —susurró, como si probara la palabra en sus labios—. No puedo creerlo.Raffil la abrazó con cuidado, su amor por ella creciendo aún más.—Tampoco yo. Pero vamos a hacerlo juntos, como siempre. Esta vez, no voy a permitir que te esfuerces tanto. Tú y los bebés son mi prioridad ahora.Victoria asintió, si
Un día, la frustración de Victoria alcanzó su punto máximo. Había terminado una reunión y decidió que necesitaba un poco de aire fresco. Sin decirle a nadie, salió de su oficina y caminó hacia el ascensor. Los empleados que solían seguirla, estaban ocupados en ese momento, y nadie notó su ausencia hasta que ya era demasiado tarde.Cuando Raffil se dio cuenta de que Victoria no estaba en su oficina, el pánico lo invadió. Corrió al departamento de seguridad, donde revisaron las cámaras de vigilancia. Allí la vieron: Victoria saliendo del edificio sin compañía, caminando tranquilamente por la calle.—¡¿Cómo dejaron que saliera sola?! —exclamó Raffil, su rostro lleno de preocupación.Los guardias y empleados se movilizaron rápidamente, saliendo a buscarla. La alarma se extendió por toda la empresa, y en cuestión de minutos, varios equipos estaban recorriendo las calles cercanas. Raffil, mientras tanto, tomó su auto y comenzó a buscarla él mismo.Victoria, ajena al caos que había causado,
La oficina de Raffil Leopaldo estaba iluminada por la luz tenue de la tarde. Era un espacio amplio, decorado con muebles elegantes que reflejaban el éxito y la dedicación de su dueño. En el rincón, una pequeña mesa de cristal sostenía una botella de whisky y dos vasos, un detalle que hablaba de las conversaciones importantes que a menudo se desarrollaban allí. Era un lugar donde se tomaban decisiones cruciales, no solo de negocios, sino también personales.Ese día, Mario, el amigo íntimo de Raffil desde hace años, había llegado sin avisar. La puerta se abrió y Mario entró con su andar relajado, pero había algo en su expresión que delataba una inquietud interior. Raffil, que estaba revisando unos papeles en su escritorio, levantó la vista y sonrió al verlo.—Mario, ¿qué te trae por aquí? —preguntó, dejando de lado los documentos.Mario no respondió de inmediato. Simplemente se dejó caer en uno de los sillones frente al escritorio, suspirando profundamente. Su postura era la de un hombr
Mario salió de la oficina de Raffil con la cabeza llena de pensamientos. La conversación con su amigo había removido emociones que llevaba años intentando enterrar. Mientras caminaba hacia su auto, las palabras de Raffil resonaban en su mente como un eco persistente: "Han pasado quince años, Mario. Esa mujer se fue. Ambar está aquí, ahora. ¿Qué más necesitas para decidirte?"Encendió el motor de su coche, pero no arrancó de inmediato. En lugar de eso, se quedó mirando fijamente el volante, perdido en sus propios recuerdos. Aquella mujer de la que Raffil había hablado, su primer amor, seguía siendo una sombra en su vida. Había sido una relación intensa, apasionada, pero también fugaz. Ella se había marchado sin una explicación clara, dejando tras de sí un vacío que Mario nunca había podido llenar del todo. Aunque los años habían pasado, el peso de aquella despedida aún lo mantenía encadenado.Pero ahora, Ambar estaba en su vida, y era todo lo que podía desear en una compañera. Ella era
La casa de Victoria y Raffil estaba envuelta en un aire de alegría y emoción, pues los preparativos para la boda de Mario y Ambar estaban en pleno apogeo. Victoria y Ambar no dejaban de hablar sobre los detalles, desde las flores hasta el menú, pasando por el diseño del vestido de novia y la lista de invitados. Ambas estaban entusiasmadas, imaginando cómo sería ese día especial. Victoria, con su carácter meticuloso, se aseguraba de que todo fuera perfecto, mientras Ambar, aunque más relajada, compartía con ella cada decisión importante.—Quiero que sea una boda espectacular, pero también íntima —decía Ambar mientras revisaba un catálogo de decoraciones—. Algo que refleje lo que Mario y yo somos como pareja.—Y será así —respondió Victoria con una sonrisa—. Confía en mí, todo saldrá perfecto. Además, con Raffil y yo ayudando, no hay forma de que algo salga mal.En el otro lado del mundo, el desierto ardía bajo un sol abrasador, y los vientos cargados de arena soplaban con fuerza. Era u