La caravana avanzaba lentamente a través del desierto, el sol abrasador reflejándose en la arena dorada. Victoria, su tío y un pequeño grupo de aliados se dirigían hacia la famosa Ruta del Desierto, un camino envuelto en leyendas y conflictos. El aire estaba cargado de tensión, y cada uno de ellos sabía que este viaje no estaría exento de peligros.
Victoria cabalgaba al frente, sus ojos atentos a cualquier movimiento en el horizonte. Había escuchado historias sobre la ruta, pero ver el desierto en toda su inmensidad era una experiencia abrumadora. El viento soplaba suavemente, levantando pequeñas nubes de arena que parecían danzar a su alrededor.
—¿Estás segura de esto? —preguntó su tío, rompiendo el silencio.
—Debemos ver por nosotros mismos lo que está ocurriendo aquí —respondió Victoria con determinación—. No podemos depender solo de rumores.
Mientras avanzaban, el paisaje comenzó a cambiar. La arena se volvía más densa y las dunas más altas. De repent
El rugido del motor resonaba en el desierto mientras Raffil avanzaba con su convoy. En su rostro, una mezcla de furia y preocupación se dibujaba claramente. No podía creer que Victoria estuviera involucrada en un conflicto tan peligroso. Ella era fuerte, sí, lo sabía mejor que nadie, pero también era terca, demasiado terca, y esa obstinación la había llevado a enfrentarse sola a situaciones que pondrían de rodillas a cualquier otro ser humano.Raffil, conocido como el Leopardo, era un hombre temido en todos los rincones donde su nombre resonaba. Su reputación no solo se basaba en su brutalidad, sino también en su inteligencia estratégica y su capacidad para mantenerse siempre un paso adelante de sus enemigos. Pero ahora, toda su astucia parecía inútil. Estaba en el desierto, buscando a su esposa, y no tenía ni una sola pista clara de su paradero. Esa sensación de impotencia, tan ajena para él, lo carcomía por dentro.A su alrededor, sus hombres mantenían la mirada fija
Mientras esperaba, Raffil no podía evitar notar cómo los sirvientes y guardias lo miraban de reojo, con una mezcla de temor y curiosidad. Su reputación lo precedía, y aunque estaba acostumbrado a inspirar miedo, en este lugar parecía haber algo más. Era como si su presencia hubiera desatado una tormenta, y todos estuvieran esperando a ver cómo se desarrollaría.__"Victoria, dondequiera que estés, espero que estés bien. Porque si no lo estás, este lugar arderá."Su paciencia estaba al límite, y el silencio que reinaba en el lugar no hacía más que alimentar su furia contenida. Los hombres a su alrededor intentaban mantener la compostura, pero las miradas furtivas y los movimientos nerviosos los delataban. Sabían que estaban jugando con fuego.El padre de Danika, un hombre de porte elegante, pero con un aire de arrogancia, se aclaró la garganta, intentando llenar el vacío incómodo que se había creado.—Señor Leopardo, entiendo su preocupación, pero
Mientras Victoria caminaba hacia él, Raffil no pudo evitar sonreír ligeramente. Sabía que ella era fuerte, sabía que podía cuidarse sola. Pero también sabía que, a partir de ahora, no la dejaría enfrentarse a nada sola. Porque aunque ella era una loba feroz, él era el león que siempre estaría a su lado.La tensión en el aire del Palacio de los Arcan era casi palpable. Los sirvientes del lugar se movían con cautela, conscientes de que algo importante estaba ocurriendo. En el centro del patio, Victoria y Raffil se miraban fijamente, como si fueran las únicas dos personas en el mundo. Para los demás, la escena era desconcertante, pero para ellos, era un momento de reconocimiento, un reencuentro después de la incertidumbre y el peligro.Danika, todavía de pie a un lado, parecía congelada. Su plan, cuidadosamente elaborado, se desmoronaba frente a sus ojos. Había apostado todo a una mentira, confiando en que podía manipular la situación a su favor, pero no había contado con
El sol abrasador del desierto se alzaba como un testigo silencioso de los eventos que estaban a punto de cambiar la historia. Las arenas, que habían sido escenario de innumerables batallas y traiciones, estaban nuevamente teñidas de sangre. La disputa entre los hermanos Korsov, Flavio y Dimitri, estaba alcanzando su clímax, y el eco de su enfrentamiento resonaba por kilómetros a la redonda. Sin embargo, lo que ninguno de ellos sabía era que el verdadero rugido que haría temblar el desierto no provenía de su enfrentamiento, sino de la llegada de Raffil y su caravana.Dentro de una tienda improvisada en el corazón del campamento Arcan, el abuelo de Victoria se dirigió a Raffil con una mirada cargada de determinación. Aunque su cuerpo mostraba los signos de la vejez, su voz era firme, y su presencia imponía respeto. Sus hombres, conocidos como los Lobos, estaban listos para la batalla, dispuestos a luchar codo a codo con el Leopardo.—Raffil, el momento ha llegado —dijo e
La noche había caído en la ciudad C, y el aire estaba impregnado de una calma extraña, como el preludio de una tormenta. Raffil estaba sentado en la sala de la residencia de su padre, Federico, quien lo había convocado con urgencia tras su regreso del desierto. Victoria y su hijo estaban en casa, descansando después de días de tensión. Raffil esperaba que esta reunión fuera una conversación más sobre los negocios de los Arcan, pero lo que estaba a punto de escuchar cambiaría su mundo para siempre.Federico, un hombre conocido por su frialdad y pragmatismo, se encontraba de pie junto a una ventana, mirando hacia la ciudad iluminada. Su postura rígida y el silencio prolongado indicaban que lo que tenía que decir no sería fácil.—Habla de una vez, padre —dijo Raffil, su paciencia agotándose—. No tengo tiempo para rodeos.Federico se giró lentamente, su mirada fija en la de su hijo. Había algo en sus ojos que Raffil no había visto antes: preocupación.—Raffil, lo que estoy a punto de decir
La sala de reuniones de la empresa estaba llena de voces, gráficos proyectados en las paredes y discusiones sobre estrategias de expansión. Victoria, como siempre, lideraba con elegancia y firmeza, su presencia imponía respeto y admiración. Era una mujer que no solo había ganado su lugar en el mundo de los negocios, sino que lo había hecho sin perder su esencia. Sin embargo, ese día algo no estaba bien.Victoria llevaba semanas sintiéndose agotada. Las largas jornadas de trabajo, las reuniones interminables y las responsabilidades de ser madre de dos pequeños la habían dejado sin tiempo para sí misma. Había ignorado el cansancio, atribuyéndolo al estrés normal de su vida diaria, pero su cuerpo estaba enviando señales que ya no podía ignorar.Mientras escuchaba a uno de los gerentes exponer un informe, su visión comenzó a nublarse. Sintió un mareo repentino y un calor que subió desde su pecho hasta su cabeza. Intentó mantenerse firme, pero las palabras a su alrededor se convirtieron en
Victoria despertó unas horas después, en una habitación privada de la clínica. Su rostro todavía mostraba signos de cansancio, pero sus ojos brillaban con curiosidad al ver a Raffil sentado junto a ella, sosteniendo su mano.—¿Qué pasó? —preguntó, su voz suave.Raffil sonrió, acariciando su cabello.—Te desmayaste, amor. Estabas agotada. Pero hay algo más… algo que debes saber.Victoria lo miró, confundida.—¿Qué es?Raffil tomó aire antes de hablar, su sonrisa ampliándose.—Estás embarazada, Victoria. Vamos a tener mellizos.Los ojos de Victoria se abrieron de par en par. Por un momento, no supo qué decir. Luego, una sonrisa apareció en su rostro, seguida de una risa suave.—Mellizos… —susurró, como si probara la palabra en sus labios—. No puedo creerlo.Raffil la abrazó con cuidado, su amor por ella creciendo aún más.—Tampoco yo. Pero vamos a hacerlo juntos, como siempre. Esta vez, no voy a permitir que te esfuerces tanto. Tú y los bebés son mi prioridad ahora.Victoria asintió, si
Un día, la frustración de Victoria alcanzó su punto máximo. Había terminado una reunión y decidió que necesitaba un poco de aire fresco. Sin decirle a nadie, salió de su oficina y caminó hacia el ascensor. Los empleados que solían seguirla, estaban ocupados en ese momento, y nadie notó su ausencia hasta que ya era demasiado tarde.Cuando Raffil se dio cuenta de que Victoria no estaba en su oficina, el pánico lo invadió. Corrió al departamento de seguridad, donde revisaron las cámaras de vigilancia. Allí la vieron: Victoria saliendo del edificio sin compañía, caminando tranquilamente por la calle.—¡¿Cómo dejaron que saliera sola?! —exclamó Raffil, su rostro lleno de preocupación.Los guardias y empleados se movilizaron rápidamente, saliendo a buscarla. La alarma se extendió por toda la empresa, y en cuestión de minutos, varios equipos estaban recorriendo las calles cercanas. Raffil, mientras tanto, tomó su auto y comenzó a buscarla él mismo.Victoria, ajena al caos que había causado,