Capitulo 4

Victoria

Conduje hasta llegar a un callejón, donde decidí detenerme por un buen rato. Aproveché ese momento para cambiar de ropa, salí del coche y crucé la calle, observando atentamente a mi alrededor en busca de cualquier señal sospechosa. Parece que logré dejar atrás el caos, pero sigo sin poder respirar bien. El susto que viví hoy fue algo que nunca antes me había enfrentado. Me pregunto, ¿a quién ofendí? ¿Quiénes eran esas personas que me siguieron? ¿Será que alguien me mandó seguir a ese hombre? ¿Quiénes quieren hacerme daño?

Caminé hasta llegar a un taxi que estaba cerca, tomé uno y le di la dirección de un hotel. Al llegar, reservé una habitación y me escondí. Una vez dentro de la habitación, cerré la puerta y caminé hasta la ventana. A simple vista no había nadie, pero no lograba estar tranquila. Mi respiración seguía agitada. ¿Cómo le contaré a Ámbar que unas camionetas me siguieron? ¿Cómo puedo evitar involucrarme en problemas? Mis rodillas flaquean, siento que se convierten en gelatina. ¿Por qué a mí? Solo se me ocurre una idea: debo decirle a Ámbar que tenga mucho cuidado.

"Ámbar, ¿estás en el bar ahora?" -le pregunté por teléfono.

"Sí, ¿qué pasa? Te escucho agitada, ¿estás bien Vic?" -respondió preocupada.

"Ámbar... me siguieron unas camionetas" -le confesé.

"¿Qué? ¿Dónde estás ahora?" -inquirió alarmada.

"Estoy en el hotel, no quiero entrar a casa para que ellos no vean que entro y continúen persiguiéndome" -le expliqué.

"¡Santo cielo, Victoria! ¿En qué te metiste?" -exclamó sorprendida.

"Yo tampoco sé Ámbar, estoy muy asustada ahora" -le confesé.

"Cálmate, dime dónde estás y iré a buscarte" -me propuso.

"No... no quiero que te involucres, por favor Ámbar, no te pongas en peligro" -le rogué.

La incertidumbre y el miedo se apoderaban de mí mientras esperaba encontrar una solución a esta situación tan peligrosa en la que me encontraba.

Mis lágrimas comenzaron a brotar, como un chorro incontenible de agua que brota de una fuente. Me sentí abrumada por la intensidad de mis emociones, nunca antes me había sentido tan nerviosa. Me dejé caer al suelo, abandonando mi celular, mientras las lágrimas seguían fluyendo sin control. En ese momento, anhelé con toda mi alma la presencia reconfortante de mis padres. Siempre he sentido que estoy en peligro, que la amenaza acecha a cada paso que doy.

"¡Papá, mamá, ¿por qué no me protegen desde el cielo? ¡Me siento tan mal!", sollocé en voz alta, dejando que la angustia se apoderara de mí. Mis lágrimas no cesaban, y me vi sumida en un mar de desesperación. Me levanté con esfuerzo y me dirigí hacia la ventana para escudriñar los alrededores en busca de algún indicio de peligro, pero no percibí ningún movimiento inusual. Decidí refugiarme en el baño y dejé que el agua fría de la ducha calmara mi agitado espíritu.

Soy Victoria Daville, y no debo temerle a la vida ni a los desalmados que la amenazan. No permitiré que los bandidos siembren el miedo en mi corazón. Si buscan hacerme daño, los enfrentaré con valentía y les haré frente con determinación. Me vestí con una camiseta y unos jeans rotos, calzando mis tenis con firmeza. Ajusté mi gorra con determinación. Ya había pagado por esa habitación, mañana regresaría por mis pertenencias.

No permitiré que un hombre, que solo obedece órdenes para causar sufrimiento a las mujeres, dicte el rumbo de mi vida. Me até la muñeca como símbolo de mi resolución. Nadie me intimidará ni me hará sentir vulnerable. He superado demasiado como para permitir que otros me hagan sentir aplastada. Vivo mi vida con determinación, sin dejar que nadie más la dirija por mí.

Mi vida me pertenece y no permitiré que nadie la domine. Bajé en el ascensor y salí del hotel con paso decidido. Caminé unas cuadras y tomé un taxi, con la firme convicción de que, si llegaba el momento de enfrentarme a mi destino, lo haría con valentía, no por miedo. Nadie me pisoteará ni me arrebatará mi fuerza interior. Soy Victoria, y la palabra derrota no tiene cabida en mi vocabulario ni en mi calendario.

Subí a mi coche y lo encendí, saliendo del callejón con determinación. Esta vez, decidí pisar el freno para alertar a mis enemigos, dando varias vueltas con las llantas para tratar de visualizar si estaban cerca. Sin embargo, no lograba verlos, o tal vez simplemente sabían esconderse muy bien. 

En una esquina, arranqué mi motor y observé cómo un coche negro se acercaba a toda velocidad. Pero si algo me define, es la velocidad. Amo la adrenalina y sé que es el momento de poner fin a esta desagradable confrontación.

Inhalé profundamente, manteniéndome en el mismo lugar donde estaba, esperando su llegada. Si me quieren, me tendrán. El carro llegó y frenó justo a un milímetro de mis pies. Los miré con indiferencia, uno de ellos salió debajo del coche, un hombre negro, robusto y claramente bien entrenado. Nos observamos mutuamente, sin demostrar ni un ápice de miedo, a pesar de saber que no podría enfrentarme a ellos en una pelea.

Finalmente, me enfrenté a ellos con la mirada antes de dar la vuelta y subirme a mi coche. Ellos me observaban y yo a ellos. No sé qué estarán pensando, pero en mi mente solo resonaba la idea de ¿y si los aplastamos a todos?

Raffil Leopoldo terminó su jornada y se dirigió a una de sus casas. Como siempre, estaba impecablemente limpia y ordenada, algo que le gustaba mucho, ya que no compartía su espacio con nadie. Su asistente, Matías, entró y le informó que su padre quería hablar con él y le pedía su presencia en casa. Raffil, con su habitual desdén, le respondió que estaba ocupado, pero Matías insistió en que era urgente. Con resignación, Raffil le pidió a Matías que inventara una excusa, pero su asistente le informó que su padre insistía en que asistiera a la cena esa noche.

Con fastidio, Raffil subió a su coche y se dirigió a la villa Flor de Oro. Al entrar, se encontró con su familia reunida en el lujoso comedor, y para su sorpresa, también estaba la familia de Sindy. Raffil no podía creer lo que veía. ¿Qué estaría tramando su padre al invitar a esas personas? 

Saludó a su madre, abuelo y abuela con un beso en la frente, notando que la familia se había esmerado en preparar todo para la ocasión. Sin embargo, su atención se centró en Sindy, a quien saludó de manera formal, notando el gesto de molestia en su rostro.

Después de los saludos, su madre propuso empezar la cena y luego abordar los temas pendientes. Raffil asintió, aunque en su interior seguía preguntándose qué pretendía su padre al reunir a esas personas en su casa. La tensión en el ambiente era palpable, y Raffil estaba decidido a descubrir qué estaba ocurriendo.

Raffil

No lo es para mí, quiero conocer de una vez el motivo de esta cena y largarme. Tengo algunas cosas que arreglar y no pueden demorar mucho tiempo. Y esta gente me llama para comer y luego hablar de un supuesto tema que, supongo, me dejará cabreado.

_ ¡¿Hijo, te ves muy tenso?! _ preguntó mi padre.

_ ¡No, es nada papá, solo trabajo!

_ ¡Ah, si sé eso, tomas todo muy en serio!

_ ¡Hmmmm! _ No quiero decirle una barbaridad, mejor respondo eso y me callo.

La dicha cena termina y sigo mirando, pero la cara de Sindy, que se ha mantenido callada, me dice que nada bueno viene. Observar a esta mujer mantener una sonrisa. Nada bueno está por venir. ¿Qué no sea lo que estoy pensando?

Victoria Daville, una mujer decidida y valiente, no se detiene ante nada. Después de dejar atrás a los hombres que la seguían, condujo hasta el hotel y permitió que le estacionaran el carro. Sin bajar la guardia, cruzó una cuadra y compró un nuevo conjunto, decidida a no bajar la guardia hasta que esos hombres le dieran la cara. Subió a su habitación, pidió comida y advirtió a Ámbar que tuviera cuidado, ya que los que la buscaban a ella, no a su amiga. A pesar del cansancio, Victoria se mantuvo alerta, consciente de que había hecho todo lo posible para atraer la atención de sus perseguidores. A pesar de que era tarde y sus ojos se negaban a cerrarse, no iba a darles ninguna oportunidad. Decidió asegurar la puerta y no se permitió bajar la guardia. Mañana, sin importar las circunstancias, saldría a trabajar, negándose a quedarse en casa por miedo. Victoria Daville jamás se rendiría.

Raffil Leopoldo llegó a su casa visiblemente enojado. Sus padres estaban decididos a que se casara con Sindy, una idea que lo sacaba de sus casillas. ¿Quién les había dado permiso para entrometerse en su vida de esa manera? Raffil estaba furioso, sintiendo que su libertad de elección estaba siendo pisoteada. 

—¡Papá, ¿me llamas para decirme que ya soy mayor y debo sentar cabeza a tu manera?! —exclamó con frustración—. ¿Quieres que me case, verdad? ¿Acaso no es tiempo de que dejes de entrometerte en mi vida?

Su padre, sin inmutarse, le recordó que era momento de ser responsable y que Sindy era una buena chica. Pero Raffil no estaba dispuesto a ceder.

—Ella aún no cumple mis expectativas, y lo sabes muy bien. Si haces que mis padres estén de acuerdo en que me case contigo, solo conseguirás que te odie —advirtió con determinación antes de salir de la villa, dejando atrás la mirada enfurecida de su padre.

Raffil se sentía abrumado por la presión de sus padres, quienes parecían no comprender sus deseos y decisiones. Pero estaba decidido a no dejarse manipular. Sabía que la única persona con el poder de decidir sobre su vida era él mismo, y no pensaba permitir que nadie más tomara las riendas. A pesar de las consecuencias y el conflicto familiar, Raffil estaba firme en su postura.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo