Al anochecer salí del campamento, cubriendome con el chal y llevando el cuchillo en la mano, ocultándose entre las sombras, el roble grande estaba a unos pasos, y ahí estaba Luca, esperando con un caballo, escondido bajo un árbol, monté detrás de él en un salto, agarrándome fuerte mientras espoleaba al animal con un grito.
—¿Quién eres? —gruñó Luca, girando la cabeza para verme, con los ojos entrecerrados.
Me incliné y ka luna iluminó mi rostro.
—¿No me conoces? —dije, en tono serio.
Se congeló, casi soltando las riendas.
—¡Alfa! ¿Te arrancaron la cara? —soltó, la voz se le quebró de puro susto.
—Callate y mueve este caballo —dije, dándole un golpe en el hombro —llévame a un sitio donde pueda lavarme y comer, rápido.
Espoleó al caballo, y salimos de prisa, el trote era rápido, llegamos hasta un claro junto al risco negro, donde había unn arrollo rocoso.
Luca saltó del caballo y enseguida sacó un saco de cuero con carne seca, pan duro y un odre de agua, me acerqué al arroyo para lavar mi cara, el agua estaba helada, quitándome la tierra que había utilizado para ocultar mi identidad, Luca me pasó un pedazo de carne y un trozo de pan, y comí como loba hambrienta, arrancando bocados mientras trataba de que el fuego que había encendido me calentara las manos heladas.
—¿Qué hizo Fabio esta vez? —pregunté, con la boca llena, limpiando mis manos en la ropa.
—Se puso a gritar en el campamento que soy un inútil —dijo Luca, mientras afilaba una flecha contra una piedra —me desafió a cazar un oso esta noche, invitó a sus lobos a mirar para reírse, quiere humillarme frente a todos.
—Pues va a ser él el que caiga —dije, sacando mi cuchillo y probando el filo con el dedo —vamos a darle una sorpresa, volví a cubrir mi rostro con tierra.
Apagamos el fuego, dejando solo cenizas, y nos movimos al risco, avanzando entre los árboles, la luna iluminaba el bosque, nos escondimos detrás de unas rocas grandes, y entonces lo vi, Fabio llegaba con tres lobos detrás, dos chicos y una chica de trenza larga que cargaba un arco de repuesto.
Fabio llevaba su propio arco al hombro, con esa sonrisa de idiota que me daban ganas de arrancarle de un golpe, se agachó, rastreando un algo entre los pinos, y señaló hacia el claro con un gesto arrogante.
—Que empiece el show —susurré a Luca, apretando el cuchillo en la mano.
Fabio se metió en el claro, sus lobos le pisaban los talones, los seguimos como sombras, moviéndonos entre los troncos cuidando nuestros pasos, el rastro llevaba a una hondonada donde el oso estaba arrancando corteza de un árbol caído.
Era un oso negro, con garras gigantes y un gruñido que hacía temblar el suelo, Fabio se agachó, tensó el arco y apuntó, con los ojos grises fijos en la bestia, antes de que disparara, lanzó una piedra contra un tronco a su izquierda, el oso rugió, giró la cabeza y cargó directo hacia él.
Fabio gritó como cachorro asustado, soltó la flecha al aire y cayó de espaldas mientras el oso pasaba a un pelo de aplastarlo, sus lobos corrieron a ayudar, pero yo ya estaba en movimiento, salí de las rocas con el cuchillo en alto, corrí al oso y salté a su lomo, clavándole la hoja en el cuello con toda mi fuerza.
El oso rugió, se tambaleó y cayó de golpe, me bajé de un salto, mientras la sangre del animal goteaba de mis manos, miré a Fabio, que seguía en el suelo, lucía pálido como un hueso.
— ¿Qué haces aquí? —balbuceó, arrastrándose hacia atrás, sus ojos estaban muy abiertos de puro terror.
—Vine a cazar —dije tranquilamente, limpiando el cuchillo —parece que tú no puedes ni con un oso.
Luca salió de las sombras, riendo a carcajadas mientras pateaba la flecha perdida de Fabio.
—Perdiste, Ditolbi —dijo, dando un golpe al oso muerto con el pie —este es nuestro.
Fabio se levantó, estaba temblando de rabia, y tenía las manos cerradas en puños.
—¡Esto no cuenta! —gritó, con la voz quebrada—¡Tú no estabas en el desafío!
—Dile eso al oso —dije, dándole la espalda sin mirarlo.
Corrimos al caballo, montamos y salimos disparados, el cielo empezaba a aclarar por el este, llegamos al borde del campamento justo cuando el sol asomaba, desmonté con las piernas cansadas, Luca se llevó el caballo y se alejó rápido, y yo subí al cuarto como pude, con la adrenalina todavía corriendo por las venas.
Me lavé la sangre de las manos con agua de un cubo, frotándome hasta quitar el olor a hierro, el campamento despertaba, había gallos cantando, humo subiendo en hilos finos desde las fogatas, más tarde bajé con el chal puesto, y la cara cubierta de tierra, puesta en mi papel de Naia.
Vi a Fabio cerca del río, hablando con sus lobos de anoche, su cara estaba roja, y sus gestos eran de enojo, me vio y gruñó algo entre los dientes, pero no se acercó, era claro que no diría nada, lo había humillado.
En ese momento Stefano salió de su cabaña, llevaba una camisa gris y un cuchillo colgado al cinturón, sus ojos azules me encontraron desde el otro lado del campamento, y mi pulso se disparó, caminó hacia mí rápidamente.
—Naia —dijo, parándose enfrente —¿Dónde estabas? Dije que hoy íbamos al bosque.
Tragué saliva, exagerando el gesto para parecer nerviosa.
—Anoche tuve que ayudar a un amigo del pueblo —dije, mirándolo a los ojos —se puso malo y me llamaron, acabo de llegar.
—No me gusta que te vayas sin avisar —dijo, con la voz como una hoja afilada —si estás aquí, sigues lo que digo.
—Lo siento —mentí, bajando la vista al suelo —no quería retrasarte.
Se quedó callado un momento.
—Prepárate —dijo al fin —nos vamos al bosque ahora mismo, quiero ver qué tan buena rastreadora eres.
—Voy por mi cuchillo —dije, y corrí a la cabaña.
Subí los escalones de dos en dos, entré y saqué el cuchillo del morral, mi respiración estaba acelerada, y el sudor me picaba en la nuca, Stefano no se había tragado del todo mi excusa, lo sentía en sus ojos, esto no era solo una prueba, era una trampa, y yo tenía que salir viva de ella, bajé corriendo, con el cuchillo en la mano, y lo encontré esperándome al borde del campamento.
—Vamos —dijo, dándose la vuelta y caminando hacia el bosque sin mirarme.
Lo seguí, Stefano caminaba rápido, sin hablar, y yo iba detrás, manteniendo la distancia, el silencio entre nosotros era pesado, llegamos a un claro donde un arroyo atravesaba el camino, él se detuvo de golpe, girándose hacia mí.
—Rastrea —dijo, señalando el suelo —hay un jabalí cerca, encuentra el rastro.
Me agaché sin decir nada, fingiendo buscar huellas en la tierra, mi vista ya había encontrado el rastro, había marcas frescas, ramas rotas, y un olor fuerte a pelo y barro, podía seguirlo con los ojos cerrados, pero no iba a mostrar eso, pasé los dedos por la tierra, exagerando cada movimiento, y señalé hacia el norte.
—Por ahí —dije, con voz suave.
Él gruñó, después asintió, empezó a caminar en esa dirección, lo seguí, llevando mi cuchillo listo en la mano, el rastro era claro, y pronto oí el gruñido bajo del jabalí entre los arbustos, Stefano se detuvo, sacando su propio cuchillo, y me miró.
—Tú primero —dijo, con la mirada clavada en mí.
Tragué saliva y avancé,mi corazón latía fuerte, el jabalí salió de los arbustos, era una masa de pelo y colmillos que cargó directo hacia mí, salté a un lado, rodé en la tierra y le clavé el cuchillo en un lado cuando pasó, rugió, giró y me embistió otra vez, pero esta vez lo esquivé y le corté el cuello con un movimiento rápido, cayó al suelo, su sangre manchó la hierba, y me levanté jadeando.
Stefano se acercó, clavó la mirada en el jabalí muerto y luego a mí.
—No está mal —dijo —pero no me convence todavía.
Me quedé quieta, con la respiración agitada.
—Hice lo que pediste —dije.
—No te pedí que lo mataras —dijo, acercándose —te pedí que lo rastrearas, ¿Por qué te lanzaste así?
—Se me vino encima —dije, encogiéndome de hombros —no tuve opción.
Me miró de nuevo, con los ojos entrecerrados, y luego se dio la vuelta.
—Volvamos —dijo —pero esto no termina aquí.
Caminamos de regreso en silencio, con el bosque a nuestro alrededor, mi pulso no bajaba, y el sudor me corría por la espalda, había matado al jabalí demasiado rápido, demasiado limpio, y Stefano lo había notado.
Él no era Fabio, un cachorro que gritaba sin pensar; era un lobo que olía la sangre antes de que cayera, si seguía presionando, si ataba cabos entre anoche y hoy, podría descubrir que Naia Costa no era lo que parecía, mi disfraz estaba en la cuerda floja, y tenía que mantenerse firme, o todo —el oso, las pieles, la alianza— se irían al fondo del río.
Llegamos al campamento, la gente ya estaba en movimiento, todos estaban trabajando, las hachas golpeaban troncos, las cuerdas tensaban las redes, Stefano se detuvo y señaló el río.—Limpia ese cuchillo —dijo, con la voz fría —nos vemos al mediodía.Asentí, enseguida me fui hacia el agua sin mirarlo, la corriente del río era rápida, y me agaché en la orilla, metiendo el cuchillo en el agua helada, la sangre se desprendió en hilos rojos que la corriente se llevó, froté la hoja con los dedos hasta que quedó limpia, mi chal estaba salpicado de barro y sangre, y me lo ajusté mejor, había esquivado una bala en el bosque, pero Stefano no se iba a tragar mis excusas por mucho tiempo.Estaba sacudiendo el agua de mis manos cuando oí pasos rápidos detrás, me giré, con el cuchillo listo por instinto, y vi a Fabio corriendo hacia mí desde las cabañas, su camisa estaba desabrochada, y sus ojos grises echaban chispas.—¡Tú! —gritó, parándose a dos pasos —¡Anoche me arruinaste!Me levanté despacio,
Fabio estaba furioso, había sido claramente humillado por la carrera que había perdido frente a todos. Su rostro, estaba rojo como la sangre, y sus ojos grises echaban chispas, me hicieron saber que no dejaría pasar la derrota tan fácilmente. Quería una revancha, lo sabía, pero no tenía ninguna intención de complacerlo. Después de todo, el resultado sería el mismo, sin importar cuántas veces corriéramos por el claro.—Lo siento, Fabio —dije, con una sonrisa ensayada que escondía mi satisfacción interna— No tengo tiempo para seguir jugando.Me acomodé el chal manchado de barro, y caminé hacia la cabaña, dejando a Fabio gruñendo a mis espaldas. Sentía su mirada clavada en mí. En mi cabeza, Lira, mi loba, soltó un gruñido de triunfo. “Que se ahogue en su rabia”, dijo, y yo la contuve con un esfuerzo. No podía dejar que mi verdadera naturaleza se manifestara.De vuelta en mi cuarto, tras asegurarme de que la puerta estuviera bien cerrada, me quité el chal y lo tiré sobre la cama, podía es
Stefano se quedó callado por un momento, pero sus ojos no se apartaron de mí, después habló.—Vete, Livia —dijo, sin girarse— Esto no es asunto tuyo.Livia dudó, pero al final salió, cerrando la puerta de un golpe. Me quedé sola con Stefano, mi corazón latía de prisa. Él se acercó un poco más a mí, quedó tan cerca que pude sentir el calor de su cuerpo.—Ten cuidado, Naia —dijo, en un tono que dejaba ver la amenaza.Asentí, fingiendo miedo, y él se dio la vuelta, señalando la puerta.—Fuera —dijo— Pero no creas que esto termina aquí.Salí de la cabaña, y caminé hacia el río, Fabio estaba investigando, Stefano sospechaba y Livia me odiaba. Era una Alfa, y no iba a dejar que un par de lobos de la tormenta me derrotaran.Tenía que ser más astuta que ellos, si querían jugar, perfecto, que lo hicieran, pero este juego lo ganaría yo, con o sin disfraz.La hostilidad en el campamento era notable, podía sentirlo en las miradas de los lobos, Livia, especialmente me observaba con ojos que desti
Después de la cacería y el encuentro con ese lobo de ojos rojos, la manada estaba inquieta. Fabio no dejaba de gruñir, buscando cualquier excusa para señalarme, y Livia, con su veneno disfrazado de sonrisas, incitaba a los lobos contra mí. Salí a caminar por el campamento, Stefano estaba junto a las cabañas, hablando con un anciano, cuando sus ojos azules se clavaron en mí. Su camisa estaba abierta en el pecho, dejando ver la piel bronceada y las líneas duras de sus músculos, y Lira rugió, ansiosa por salir. “Cálmate”, le ordené, pero mi cuerpo no obedecía del todo.—Naia —dijo, con un gruñido bajo— ven conmigo.No era una petición, era una orden, y aunque mi instinto quiso desafiarlo, mantuve mi papel de Omega, asintiendo con la cabeza baja. Lo seguí hasta un claro apartado, rodeado de pinos altos. No había nadie más, solo nosotros, y el aire se cargó con una tensión que hizo que mi pulso se disparara.Se detuvo en el centro del claro, girándose hacia mí, y la luz del sol iluminó su
El campamento estaba lleno de murmullos y miradas afiladas, yo sentía cada una como un zarpazo en la espalda. Después del ritual, donde devolví el amuleto bajo la luna, la manada estaba dividida: algunos me veían con curiosidad, otros con desprecio, y Livia, con una envidia que no podía disimular por más que intentara. Pero lo que más me inquietaba era Stefano, cuyos ojos azules me perseguían, encendiendo a Lira, mi loba, con un fuego que no podía apagar. Cada roce, cada palabra suya, era una chispa que amenazaba con quemar mi disfraz de Omega y exponer a la Alfa que rugía bajo mi piel.Esa mañana, mientras ayudaba a desollar un ciervo en el claro, sentí una presencia a mi espalda, no hostil, pero pesada, como un lobo acechando. Me giré, esperando encontrar a Livia o Fabio, pero era Dario, el abuelo de Stefano, sus ojos grises que parecían ver más allá de mi disfraz, me miró un instante, y algo en su expresión me hizo tensarme.—Naia —dijo, con una voz que era calmada pero autoritari
Ser la Alfa de la manada de los Hijos del Bosque no era un título que viniera con promesas de felicidad, no había noches mirando la luna, esperando que la Diosa Lunar me diera una señal sobre quién sería mi compañero, desde que tomé el mando al cumplir la mayoría de edad, mi vida se redujo a una cosa: mantener a mi gente viva, fuerte, unida. Eso era todo lo que importaba, incluso si tenía que empujar mis propios deseos a un rincón oscuro y olvidarlos.Mis padres habían muerto años atrás, destrozados en una pelea contra una manada rival que quería nuestras tierras en las colinas de Umbría, me dejaron sola, con una lección que no olvidaría, ceder sin pensar no trae nada bueno, desde entonces, cada paso que he dado es calculado, cada decisión tomada pesa como si fuera una piedra en el pecho.Esa noche, la lluvia caía sin parar, no podía dormir, me levanté, y me quité la ropa sencilla que usaba para dormir y dejé que mi cuerpo se transformara, mis huesos crujieron, mi piel se estiró, y pr
Trataba de no reír mientras observaba al disgustado Fabio.—¡Ya, para! ¡Rastreadora torpe y sin modales, deja de hacerte la tonta! No lo aguanto más —ladró Fabio, con voz cortante.El desprecio de Stefano era más silencioso, pero igual de claro, se quedó mirando el río, con los brazos cruzados, como si yo no valiera ni un segundo de su atención, tuve que apretar los dientes para no soltar una carcajada, sus caras de fastidio eran oro puro. Para esconder mi alegría, puse una mueca de pena y los seguí hacia las cabañas, arrastrando los pies en el barro.Un hombre mayor, con el pelo blanco que llevaba un delantal sucio, me llevó a una de las casas más pequeñas, dentro, el cuarto estaba lleno de cosas que alguien debió pensar que me harían saltar de emoción, había una pila de mantas tejidas a mano y un baúl con ropa que despedía un fresco aroma a lavanda fresca.Hice como que me sorprendía, tocando una manta, pero por dentro me daban ganas de tirar todo por la ventana, no iba a dejar que
Me paré frente al espejo del pasillo, la luz del día me iluminaba a través de la ventana, me aseguré de que hubiera suficiente tierra afeando mi rostro, me revolví el pelo para parecer más desalineada, más Naia Costa y menos Chiara Vigo, había círculos oscuros alrededor de mis ojos, lucían cansados después de una noche casi sin dormir, pero eso solo ayudaba a la fachada.Stefano había entrado a mi cuarto a las tres de la madrugada, con sus ojos azules observandome en la penumbra y esa advertencia suya todavía me resonaba en la cabeza: “Ten cuidado, Naia, este no es lugar para juegos” . ¿Qué había querido decir? ¿Sospechaba algo? Me ajusté el chal viejo sobre los hombros y bajé las escaleras, con el corazón latiendo un poco más rápido de lo que quería admitir.Abajo, la mesa del comedor estaba puesta con pan, queso y un par de manzanas arrugadas, Stefano estaba de pie al lado, revisando un mapa su pelo negro le caía sobre la frente, y llevaba una camisa gris oscuro que dejaba ver los