Me quedé sentada en la roca, la advertencia de Stefano daba vueltas en mi mente, solté la bota y me levanté, sacudiéndome la tierra del chal, el ruido del campamento se escuchaba a mi alrededor, el golpe de un hacha contra la madera, el chapoteo de las redes en el río, el murmullo de la gente trabajando.
Caminé hacia el borde del agua, buscando un momento para pensar, necesitaba moverme, hacer algo que mantuviera mi disfraz de Naia Costa, la rastreadora, sin darles más razones para desconfiar.
Entonces lo vi, un grupo de hombres cargando cestas de pescado hacia un carretón, uno de ellos, un tipo corpulento con barba rala, me hizo una seña.
—Oye, tú, la nueva —gritó —necesitamos una mano en el pueblo, hay que llevar esto al mercado.
Asentí rápido, fingiendo entusiasmo.
—Claro, yo voy —dije, caminé apresurada hacia ellos.
El hombre gruñó y me pasó una cesta pesada que olía demasiado mal, subí al carretón con los demás, apretada entre dos tipos que me miraron de mala manera, Stefano no estaba a la vista, y Fabio tampoco, mejor así, el carro arrancó con un traqueteo, y el camino al pueblo me dio tiempo para respirar.
Llegamos a un mercado lleno de puestos de madera y gente gritando precios, el aire estaba cargado de humo y sudor, bajé del carro con la cesta, siguiendo al hombre de la barba hasta un puesto donde una mujer mayor empezó a descargar el pescado, me quedé ahí, ayudando a apilarlo, cuando un comentario interrumpió el silencio.
—No parece gran cosa para estar con los Ditolbi —dijo un chico joven, pesando pescado en una balanza —¿Qué hace una rastreadora como tú aquí?
Miré de reojo y vi a otro, una chica de pelo trenzado, riéndose mientras cortaba una cuerda.
—Dicen que el abuelo de los Ditolbi la trajo —soltó —¿Esa va a ser Luna? Qué chiste.
Apreté los labios para no responder, Fabio, seguro, había estado hablando de mí en el campamento, y ahora el rumor llegaba al pueblo, no me sorprendí, seguí apilando pescado, dejando que hablaran, no iba a darles el gusto de reaccionar a sus comentarios.
Cuando terminé, me aparté del puesto y caminé hacia un pozo cerca de la plaza para lavarme las manos, el agua estaba fría, y me eché un poco en la cara para despejarme, estaba sacando más cuando tres sombras me rodearon, eran dos chicos y una chica, todos con ropas gastadas y posturas tensas, se transformaron a medias, dejando salir garras y colmillos, pude ver desprecio en sus ojos brillantes, la chica, que era alta y de pelo corto, dio un paso adelante.
—Tú eres Naia Costa, ¿verdad? —gruñó —te doy un aviso, vete de los Lobos de la Tormenta antes de que te arrepientas.
Por dentro, mi loba, Lira, se despertó, ansiosa por salir. “Déjame arrancarles los dientes” , rugió en mi cabeza, con las ganas de saltar.
—Quieta, Lira —le dije en silencio —estoy como rastreadora, si te sueltas, se acabó el juego. Pero no voy a dejar que me pisen.
La mantuve bajo control, si Lira salía, su tamaño de Alfa y su furia harían trizas a estos tres, y mi disfraz se iría al diablo, además, no quería empezar una pelea en el pueblo y darle más razones a Stefano para vigilarme.
Uno de los chicos, un tipo flaco con una cicatriz en el cuello, habló antes de que yo respondiera.
—¿Qué pasa, mugrosa? ¿No oíste lo que dijo? —soltó, acercándose más.
Sacudí el agua de mis manos y lo miré tranquila.
—La oí —dije, tratando de ocultar mi furia —no, me voy, me quedo donde estoy.
La chica de pelo corto gruñó y me dio un empujón en el pecho.
—¡Si no te largas, no nos culpes cuando te enseñemos quién manda, rastreadora! —siseó, enseñando más colmillos.
Me tambaleé un paso atrás, pero planté los pies firmes, Lira rugía por dentro, pero la contuve, miré a la chica a los ojos, dejando salir solo un poco de mi fuego.
—Pueden intentarlo —dije, en tono bajo pero con dureza —pero no me muevo tan fácil.
Se quedaron quietos un segundo, como si no esperaran eso, la chica levantó una mano con garras, pero una voz se escuchó antes de que hiciera algo.
—¡Para ahí! —gritó Stefano, saliendo de entre dos puestos, sus ojos azules brillaron con furia, y su pelo negro se movió cuando se acercó rápido.
Los tres se giraron, bajando las cabezas al verlo.
—Alfa, es ella —dijo el chico flaco, señalándome —no encaja aquí.
Stefano los miró un momento y luego se volvió hacia mí.
— ¿Qué pasó? —preguntó, con la voz tensa pero firme.
Me encogí de hombros, jugando a la Naia simple.
—Estaba en el pozo, ellos vinieron a molestar —dije, tranquila.
Él gruñó bajo y miró a los tres.
—Vuelvan al mercado —ordenó —déjenla en paz.
Los tres dudaron, pero al final se fueron, murmurando entre ellos, Stefano se quedó conmigo, cruzándose de brazos.
—No armes líos en el pueblo, Naia —dijo, mirándome fijamente —no quiero problemas.
—No fui yo la que empezó —respondí, secándome las manos en el chal.
Me miró un rato más, como si buscara algo en mi cara, y luego señaló un caballo.
—Sube —dijo —nos vamos.
Caminé detrás de él y subí al caballo, el viaje de vuelta al campamento fue callado, cuando llegamos, bajé y subí directo al cuarto.
Me senté en la cama, pensando, el día había sido un desastre, pero no por mi culpa, sino por los rumores que había soltado Fabio, y esos tres en el pueblo eran solo el principio, a pesar de todo, Stefano, era el verdadero peligro, y hoy me había sacado de un lío sin que se lo pidiera.
Estaba vigilando, y si seguía así, podía oler que Naia Costa no era real, si eso pasaba, todo se iría al fondo del río.
Bajé al atardecer, cuando el campamento estaba más tranquilo, Fabio estaba cerca, cortando madera con un hacha, me vio y gruñó algo, pero no se acercó, Stefano estaba junto al agua, hablando con un hombre, sus ojos azules me encontraron otra vez, y sentí un nudo en el estómago.
—Naia —dijo, caminando hacia mí —ven aquí.
Me acerqué despacio, con las manos en los bolsillos del chal.
— ¿Qué pasa? —pregunté, fingiendo timidez.
Se paró enfrente, mirandome fijamente.
—El abuelo dice que mañana vas al bosque conmigo —dijo, con la voz baja —quiere que te vea trabajar.
Tragué saliva, manteniendo mi gesto tranquilo.
—Está bien —dije —puedo hacerlo.
Me miró un momento, como si intentara ver más allá de mi respuesta.
—No me falles —dijo, y se dio la vuelta.
Me quedé ahí, mirando el río, Fabio era un problema pequeño, pero Stefano era un lobo que no soltaba la presa. Si mañana en el bosque me ponía una prueba, tenía que ser cuidadosa, mi falsa identidad colgaba de un hilo, y no podía dejar que se rompiera.
Stefano se alejó, su figura se desvaneció entre las cabañas, y yo me dirigí hacia el río, con el pulso acelerado, me sentía inquieta, mañana me arrastraría al bosque, y su tono había sido una sentencia, no era un paseo, era un desafío. Si no actuaba rápido, me tendría en la palma de su mano, y eso no iba a pasar, corrí hacia mi cabaña, subí los escalones de madera de un salto, entré y cerré la puerta de un golpe.
Saqué el morral de debajo de la cama y lo abrí, mi cuchillo, una cuerda, un pedazo de pan duro, una piedra de afilar, todo estaba ahí, estaba revisando la cuerda cuando la ventana se abrió, y entró Marco, con el pelo empapado y una botella en la mano, respirando después de haber corrido desde el otro lado del río.
—¡Naia! —dijo, casi resbalando —esto llegó, es serio.
Arranqué la botella de sus manos, saqué el corcho con un movimiento rápido y desdoblé el papel húmedo, era de Luca, escrito en nuestro código: “Alfa, estoy metido en un problema. Fabio Ditolbi me desafió a cazar un oso en el risco negro esta noche, dice que soy un débil frente a sus lobos y que no valgo ni una garra. ¿Puedes venir? Te doy 1500 pieles si me ayudas” .
Sonreí con los dientes apretados, dejando caer el papel en el suelo, Fabio y su maldita boca otra vez, no me moría por cazar un oso, pero verlo comer tierra frente a sus lobos era un placer que no iba a dejar escapar, y 1500 pieles eran un tesoro: eso nos conseguiría comida para meses, abrigo para el invierno, trueque para armas. Agarré el cuaderno del morral, garabateé una respuesta: “Voy. Borde del campamento, roble grande, ya” , y metí el papel en la botella.
—¡Tirala al río! —le dije a Marco, empujándolo hacia la puerta —Será mejor que trates de mantenerte cerca por si te necesito. ¡Corre, ahora!
Salió disparado, y yo tomé el morral y me lo colgué al hombro, tenía que salir durante la noche y volver antes de que Stefano oliera algo raro, el plan estaba en marcha.
Al anochecer salí del campamento, cubriendome con el chal y llevando el cuchillo en la mano, ocultándose entre las sombras, el roble grande estaba a unos pasos, y ahí estaba Luca, esperando con un caballo, escondido bajo un árbol, monté detrás de él en un salto, agarrándome fuerte mientras espoleaba al animal con un grito.—¿Quién eres? —gruñó Luca, girando la cabeza para verme, con los ojos entrecerrados.Me incliné y ka luna iluminó mi rostro.—¿No me conoces? —dije, en tono serio.Se congeló, casi soltando las riendas.—¡Alfa! ¿Te arrancaron la cara? —soltó, la voz se le quebró de puro susto.—Callate y mueve este caballo —dije, dándole un golpe en el hombro —llévame a un sitio donde pueda lavarme y comer, rápido.Espoleó al caballo, y salimos de prisa, el trote era rápido, llegamos hasta un claro junto al risco negro, donde había unn arrollo rocoso. Luca saltó del caballo y enseguida sacó un saco de cuero con carne seca, pan duro y un odre de agua, me acerqué al arroyo para lavar
Llegamos al campamento, la gente ya estaba en movimiento, todos estaban trabajando, las hachas golpeaban troncos, las cuerdas tensaban las redes, Stefano se detuvo y señaló el río.—Limpia ese cuchillo —dijo, con la voz fría —nos vemos al mediodía.Asentí, enseguida me fui hacia el agua sin mirarlo, la corriente del río era rápida, y me agaché en la orilla, metiendo el cuchillo en el agua helada, la sangre se desprendió en hilos rojos que la corriente se llevó, froté la hoja con los dedos hasta que quedó limpia, mi chal estaba salpicado de barro y sangre, y me lo ajusté mejor, había esquivado una bala en el bosque, pero Stefano no se iba a tragar mis excusas por mucho tiempo.Estaba sacudiendo el agua de mis manos cuando oí pasos rápidos detrás, me giré, con el cuchillo listo por instinto, y vi a Fabio corriendo hacia mí desde las cabañas, su camisa estaba desabrochada, y sus ojos grises echaban chispas.—¡Tú! —gritó, parándose a dos pasos —¡Anoche me arruinaste!Me levanté despacio,
Fabio estaba furioso, había sido claramente humillado por la carrera que había perdido frente a todos. Su rostro, estaba rojo como la sangre, y sus ojos grises echaban chispas, me hicieron saber que no dejaría pasar la derrota tan fácilmente. Quería una revancha, lo sabía, pero no tenía ninguna intención de complacerlo. Después de todo, el resultado sería el mismo, sin importar cuántas veces corriéramos por el claro.—Lo siento, Fabio —dije, con una sonrisa ensayada que escondía mi satisfacción interna— No tengo tiempo para seguir jugando.Me acomodé el chal manchado de barro, y caminé hacia la cabaña, dejando a Fabio gruñendo a mis espaldas. Sentía su mirada clavada en mí. En mi cabeza, Lira, mi loba, soltó un gruñido de triunfo. “Que se ahogue en su rabia”, dijo, y yo la contuve con un esfuerzo. No podía dejar que mi verdadera naturaleza se manifestara.De vuelta en mi cuarto, tras asegurarme de que la puerta estuviera bien cerrada, me quité el chal y lo tiré sobre la cama, podía es
Stefano se quedó callado por un momento, pero sus ojos no se apartaron de mí, después habló.—Vete, Livia —dijo, sin girarse— Esto no es asunto tuyo.Livia dudó, pero al final salió, cerrando la puerta de un golpe. Me quedé sola con Stefano, mi corazón latía de prisa. Él se acercó un poco más a mí, quedó tan cerca que pude sentir el calor de su cuerpo.—Ten cuidado, Naia —dijo, en un tono que dejaba ver la amenaza.Asentí, fingiendo miedo, y él se dio la vuelta, señalando la puerta.—Fuera —dijo— Pero no creas que esto termina aquí.Salí de la cabaña, y caminé hacia el río, Fabio estaba investigando, Stefano sospechaba y Livia me odiaba. Era una Alfa, y no iba a dejar que un par de lobos de la tormenta me derrotaran.Tenía que ser más astuta que ellos, si querían jugar, perfecto, que lo hicieran, pero este juego lo ganaría yo, con o sin disfraz.La hostilidad en el campamento era notable, podía sentirlo en las miradas de los lobos, Livia, especialmente me observaba con ojos que desti
Después de la cacería y el encuentro con ese lobo de ojos rojos, la manada estaba inquieta. Fabio no dejaba de gruñir, buscando cualquier excusa para señalarme, y Livia, con su veneno disfrazado de sonrisas, incitaba a los lobos contra mí. Salí a caminar por el campamento, Stefano estaba junto a las cabañas, hablando con un anciano, cuando sus ojos azules se clavaron en mí. Su camisa estaba abierta en el pecho, dejando ver la piel bronceada y las líneas duras de sus músculos, y Lira rugió, ansiosa por salir. “Cálmate”, le ordené, pero mi cuerpo no obedecía del todo.—Naia —dijo, con un gruñido bajo— ven conmigo.No era una petición, era una orden, y aunque mi instinto quiso desafiarlo, mantuve mi papel de Omega, asintiendo con la cabeza baja. Lo seguí hasta un claro apartado, rodeado de pinos altos. No había nadie más, solo nosotros, y el aire se cargó con una tensión que hizo que mi pulso se disparara.Se detuvo en el centro del claro, girándose hacia mí, y la luz del sol iluminó su
El campamento estaba lleno de murmullos y miradas afiladas, yo sentía cada una como un zarpazo en la espalda. Después del ritual, donde devolví el amuleto bajo la luna, la manada estaba dividida: algunos me veían con curiosidad, otros con desprecio, y Livia, con una envidia que no podía disimular por más que intentara. Pero lo que más me inquietaba era Stefano, cuyos ojos azules me perseguían, encendiendo a Lira, mi loba, con un fuego que no podía apagar. Cada roce, cada palabra suya, era una chispa que amenazaba con quemar mi disfraz de Omega y exponer a la Alfa que rugía bajo mi piel.Esa mañana, mientras ayudaba a desollar un ciervo en el claro, sentí una presencia a mi espalda, no hostil, pero pesada, como un lobo acechando. Me giré, esperando encontrar a Livia o Fabio, pero era Dario, el abuelo de Stefano, sus ojos grises que parecían ver más allá de mi disfraz, me miró un instante, y algo en su expresión me hizo tensarme.—Naia —dijo, con una voz que era calmada pero autoritari
Ser la Alfa de la manada de los Hijos del Bosque no era un título que viniera con promesas de felicidad, no había noches mirando la luna, esperando que la Diosa Lunar me diera una señal sobre quién sería mi compañero, desde que tomé el mando al cumplir la mayoría de edad, mi vida se redujo a una cosa: mantener a mi gente viva, fuerte, unida. Eso era todo lo que importaba, incluso si tenía que empujar mis propios deseos a un rincón oscuro y olvidarlos.Mis padres habían muerto años atrás, destrozados en una pelea contra una manada rival que quería nuestras tierras en las colinas de Umbría, me dejaron sola, con una lección que no olvidaría, ceder sin pensar no trae nada bueno, desde entonces, cada paso que he dado es calculado, cada decisión tomada pesa como si fuera una piedra en el pecho.Esa noche, la lluvia caía sin parar, no podía dormir, me levanté, y me quité la ropa sencilla que usaba para dormir y dejé que mi cuerpo se transformara, mis huesos crujieron, mi piel se estiró, y pr
Trataba de no reír mientras observaba al disgustado Fabio.—¡Ya, para! ¡Rastreadora torpe y sin modales, deja de hacerte la tonta! No lo aguanto más —ladró Fabio, con voz cortante.El desprecio de Stefano era más silencioso, pero igual de claro, se quedó mirando el río, con los brazos cruzados, como si yo no valiera ni un segundo de su atención, tuve que apretar los dientes para no soltar una carcajada, sus caras de fastidio eran oro puro. Para esconder mi alegría, puse una mueca de pena y los seguí hacia las cabañas, arrastrando los pies en el barro.Un hombre mayor, con el pelo blanco que llevaba un delantal sucio, me llevó a una de las casas más pequeñas, dentro, el cuarto estaba lleno de cosas que alguien debió pensar que me harían saltar de emoción, había una pila de mantas tejidas a mano y un baúl con ropa que despedía un fresco aroma a lavanda fresca.Hice como que me sorprendía, tocando una manta, pero por dentro me daban ganas de tirar todo por la ventana, no iba a dejar que