Después de la cacería y el encuentro con ese lobo de ojos rojos, la manada estaba inquieta. Fabio no dejaba de gruñir, buscando cualquier excusa para señalarme, y Livia, con su veneno disfrazado de sonrisas, incitaba a los lobos contra mí. Salí a caminar por el campamento, Stefano estaba junto a las cabañas, hablando con un anciano, cuando sus ojos azules se clavaron en mí. Su camisa estaba abierta en el pecho, dejando ver la piel bronceada y las líneas duras de sus músculos, y Lira rugió, ansiosa por salir. “Cálmate”, le ordené, pero mi cuerpo no obedecía del todo.—Naia —dijo, con un gruñido bajo— ven conmigo.No era una petición, era una orden, y aunque mi instinto quiso desafiarlo, mantuve mi papel de Omega, asintiendo con la cabeza baja. Lo seguí hasta un claro apartado, rodeado de pinos altos. No había nadie más, solo nosotros, y el aire se cargó con una tensión que hizo que mi pulso se disparara.Se detuvo en el centro del claro, girándose hacia mí, y la luz del sol iluminó su
El campamento estaba lleno de murmullos y miradas afiladas, yo sentía cada una como un zarpazo en la espalda. Después del ritual, donde devolví el amuleto bajo la luna, la manada estaba dividida: algunos me veían con curiosidad, otros con desprecio, y Livia, con una envidia que no podía disimular por más que intentara. Pero lo que más me inquietaba era Stefano, cuyos ojos azules me perseguían, encendiendo a Lira, mi loba, con un fuego que no podía apagar. Cada roce, cada palabra suya, era una chispa que amenazaba con quemar mi disfraz de Omega y exponer a la Alfa que rugía bajo mi piel.Esa mañana, mientras ayudaba a desollar un ciervo en el claro, sentí una presencia a mi espalda, no hostil, pero pesada, como un lobo acechando. Me giré, esperando encontrar a Livia o Fabio, pero era Dario, el abuelo de Stefano, sus ojos grises que parecían ver más allá de mi disfraz, me miró un instante, y algo en su expresión me hizo tensarme.—Naia —dijo, con una voz que era calmada pero autoritari
Ser la Alfa de la manada de los Hijos del Bosque no era un título que viniera con promesas de felicidad, no había noches mirando la luna, esperando que la Diosa Lunar me diera una señal sobre quién sería mi compañero, desde que tomé el mando al cumplir la mayoría de edad, mi vida se redujo a una cosa: mantener a mi gente viva, fuerte, unida. Eso era todo lo que importaba, incluso si tenía que empujar mis propios deseos a un rincón oscuro y olvidarlos.Mis padres habían muerto años atrás, destrozados en una pelea contra una manada rival que quería nuestras tierras en las colinas de Umbría, me dejaron sola, con una lección que no olvidaría, ceder sin pensar no trae nada bueno, desde entonces, cada paso que he dado es calculado, cada decisión tomada pesa como si fuera una piedra en el pecho.Esa noche, la lluvia caía sin parar, no podía dormir, me levanté, y me quité la ropa sencilla que usaba para dormir y dejé que mi cuerpo se transformara, mis huesos crujieron, mi piel se estiró, y pr
Trataba de no reír mientras observaba al disgustado Fabio.—¡Ya, para! ¡Rastreadora torpe y sin modales, deja de hacerte la tonta! No lo aguanto más —ladró Fabio, con voz cortante.El desprecio de Stefano era más silencioso, pero igual de claro, se quedó mirando el río, con los brazos cruzados, como si yo no valiera ni un segundo de su atención, tuve que apretar los dientes para no soltar una carcajada, sus caras de fastidio eran oro puro. Para esconder mi alegría, puse una mueca de pena y los seguí hacia las cabañas, arrastrando los pies en el barro.Un hombre mayor, con el pelo blanco que llevaba un delantal sucio, me llevó a una de las casas más pequeñas, dentro, el cuarto estaba lleno de cosas que alguien debió pensar que me harían saltar de emoción, había una pila de mantas tejidas a mano y un baúl con ropa que despedía un fresco aroma a lavanda fresca.Hice como que me sorprendía, tocando una manta, pero por dentro me daban ganas de tirar todo por la ventana, no iba a dejar que
Me paré frente al espejo del pasillo, la luz del día me iluminaba a través de la ventana, me aseguré de que hubiera suficiente tierra afeando mi rostro, me revolví el pelo para parecer más desalineada, más Naia Costa y menos Chiara Vigo, había círculos oscuros alrededor de mis ojos, lucían cansados después de una noche casi sin dormir, pero eso solo ayudaba a la fachada.Stefano había entrado a mi cuarto a las tres de la madrugada, con sus ojos azules observandome en la penumbra y esa advertencia suya todavía me resonaba en la cabeza: “Ten cuidado, Naia, este no es lugar para juegos” . ¿Qué había querido decir? ¿Sospechaba algo? Me ajusté el chal viejo sobre los hombros y bajé las escaleras, con el corazón latiendo un poco más rápido de lo que quería admitir.Abajo, la mesa del comedor estaba puesta con pan, queso y un par de manzanas arrugadas, Stefano estaba de pie al lado, revisando un mapa su pelo negro le caía sobre la frente, y llevaba una camisa gris oscuro que dejaba ver los
Me quedé sentada en la roca, la advertencia de Stefano daba vueltas en mi mente, solté la bota y me levanté, sacudiéndome la tierra del chal, el ruido del campamento se escuchaba a mi alrededor, el golpe de un hacha contra la madera, el chapoteo de las redes en el río, el murmullo de la gente trabajando. Caminé hacia el borde del agua, buscando un momento para pensar, necesitaba moverme, hacer algo que mantuviera mi disfraz de Naia Costa, la rastreadora, sin darles más razones para desconfiar.Entonces lo vi, un grupo de hombres cargando cestas de pescado hacia un carretón, uno de ellos, un tipo corpulento con barba rala, me hizo una seña.—Oye, tú, la nueva —gritó —necesitamos una mano en el pueblo, hay que llevar esto al mercado.Asentí rápido, fingiendo entusiasmo.—Claro, yo voy —dije, caminé apresurada hacia ellos.El hombre gruñó y me pasó una cesta pesada que olía demasiado mal, subí al carretón con los demás, apretada entre dos tipos que me miraron de mala manera, Stefano no
Al anochecer salí del campamento, cubriendome con el chal y llevando el cuchillo en la mano, ocultándose entre las sombras, el roble grande estaba a unos pasos, y ahí estaba Luca, esperando con un caballo, escondido bajo un árbol, monté detrás de él en un salto, agarrándome fuerte mientras espoleaba al animal con un grito.—¿Quién eres? —gruñó Luca, girando la cabeza para verme, con los ojos entrecerrados.Me incliné y ka luna iluminó mi rostro.—¿No me conoces? —dije, en tono serio.Se congeló, casi soltando las riendas.—¡Alfa! ¿Te arrancaron la cara? —soltó, la voz se le quebró de puro susto.—Callate y mueve este caballo —dije, dándole un golpe en el hombro —llévame a un sitio donde pueda lavarme y comer, rápido.Espoleó al caballo, y salimos de prisa, el trote era rápido, llegamos hasta un claro junto al risco negro, donde había unn arrollo rocoso. Luca saltó del caballo y enseguida sacó un saco de cuero con carne seca, pan duro y un odre de agua, me acerqué al arroyo para lavar
Llegamos al campamento, la gente ya estaba en movimiento, todos estaban trabajando, las hachas golpeaban troncos, las cuerdas tensaban las redes, Stefano se detuvo y señaló el río.—Limpia ese cuchillo —dijo, con la voz fría —nos vemos al mediodía.Asentí, enseguida me fui hacia el agua sin mirarlo, la corriente del río era rápida, y me agaché en la orilla, metiendo el cuchillo en el agua helada, la sangre se desprendió en hilos rojos que la corriente se llevó, froté la hoja con los dedos hasta que quedó limpia, mi chal estaba salpicado de barro y sangre, y me lo ajusté mejor, había esquivado una bala en el bosque, pero Stefano no se iba a tragar mis excusas por mucho tiempo.Estaba sacudiendo el agua de mis manos cuando oí pasos rápidos detrás, me giré, con el cuchillo listo por instinto, y vi a Fabio corriendo hacia mí desde las cabañas, su camisa estaba desabrochada, y sus ojos grises echaban chispas.—¡Tú! —gritó, parándose a dos pasos —¡Anoche me arruinaste!Me levanté despacio,