¡Qué el bosque te trague!

Llegamos al campamento, la gente ya estaba en movimiento, todos estaban trabajando, las hachas golpeaban troncos, las cuerdas tensaban las redes, Stefano se detuvo y señaló el río.

—Limpia ese cuchillo —dijo, con la voz fría —nos vemos al mediodía.

Asentí, enseguida me fui hacia el agua sin mirarlo, la corriente del río era rápida, y me agaché en la orilla, metiendo el cuchillo en el agua helada, la sangre se desprendió en hilos rojos que la corriente se llevó, froté la hoja con los dedos hasta que quedó limpia, mi chal estaba salpicado de barro y sangre, y me lo ajusté mejor, había esquivado una bala en el bosque, pero Stefano no se iba a tragar mis excusas por mucho tiempo.

Estaba sacudiendo el agua de mis manos cuando oí pasos rápidos detrás, me giré, con el cuchillo listo por instinto, y vi a Fabio corriendo hacia mí desde las cabañas, su camisa estaba desabrochada, y sus ojos grises echaban chispas.

—¡Tú! —gritó, parándose a dos pasos —¡Anoche me arruinaste!

Me levanté despacio, con el cuchillo todavía en la mano.

—No sé de qué hablas —dije, con la voz suave pero de manera firme.

—¡El oso! —ladró, señalándome con un dedo, acusándome —¡Te metiste en mi desafío y me dejaste como idiota frente a mis lobos!

Solté un bufido, cruzándome de brazos.

—Si quedaste como idiota, Fabio, fue porque no pudiste con el oso —dije —no me eches la culpa.

Se puso rojo, dando un paso más cerca.

—¡Voy a contarle todo a Stefano! —gritó —¡Te va a echar de aquí!

—Adelante —dije, encogiéndome de hombros.

Fabio gruñó, con las manos cerradas, pero antes de que pudiera decir más, una sombra se movió entre las cabañas. Era Livia, la beta de cabello largo y ojos afilados, caminando hacia nosotros. Su presencia hizo que Fabio se tensara, y yo apreté el cuchillo con más fuerza, aunque mantuve mi gesto tranquilo. Livia se detuvo a unos pasos, cruzándose de brazos, con una sonrisa sarcástica.

—¿Qué es este alboroto, Fabio? —preguntó, con voz melosa pero cargada de veneno —No me digas que esta rastreadora te está causando problemas.

Fabio giró hacia ella, todavía furioso.

—¡Ella arruinó mi cacería anoche! —escupió, señalándome —¡Y ahora se hace la inocente!

Livia me miró de arriba abajo, como si yo fuera un insecto que no valía su tiempo. Sus labios se curvaron en una mueca burlona.

—¿Tú? —dijo, dando un paso hacia mí —¿Cazando osos? No me hagas reír, Naia Costa. No tienes ni el olor de una cazadora.

Mantuve la calma, aunque por dentro Lira gruñó, ansiosa por salir. “Déjame enseñarle modales”, rugió mi loba, pero la contuve. No podía dejar que esta beta me provocara, no ahora.

—No sé de qué habla Fabio —dije, encogiéndome de hombros —Estuve en el pueblo, ayudando a un amigo.

Livia soltó una risa corta, mirando a Fabio como si compartieran un chiste privado.

—Claro, y yo soy la Diosa Lunar —dijo, acercándose más —Escucha, rastreadora, no sé qué buscas aquí, pero aléjate de Stefano. Él no es para alguien como tú.

El nombre de Stefano hizo que mi pulso se acelerara, pero no dejé que se notara. Antes de que pudiera responder, Stefano salió de entre las cabañas y caminó hacia nosotros, Fabio se calló de golpe, mirándolo con la cara todavía encendida.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Stefano, parándose entre nosotros con los brazos cruzados.

—¡Ella me arruinó anoche! —dijo Fabio, señalándome otra vez —¡Mató un oso en el risco negro y me humilló!

Stefano me miró, con los ojos azules entrecerrados.

—¿Es cierto? —preguntó, con la voz baja pero afilada.

—No —dije, mirándolo directo —Estuve en el pueblo ayudando a un amigo, como te dije, Fabio está inventando cosas porque no puede aceptar que perdió.

Livia dio un paso adelante, con una ceja levantada.

—Qué conveniente —siseó —Siempre tienes una excusa, ¿verdad, Naia?

Fabio asintió, con la respiración agitada.

—¡Es una mentirosa! —gritó —¡Mis lobos la vieron!

—Cálmate —dijo Stefano, levantando una mano —Vamos a aclararlo.

Se giró hacia dos figuras que estaban cerca de las cabañas, el chico flaco con una cicatriz en el cuello y la chica de trenza larga, los mismos que estaban con Fabio anoche.

—¿Qué vieron? —preguntó Stefano, con un tono demandante.

El chico flaco se rascó el cuello, mirando al suelo.

—Alguien mató al oso —dijo —Era oscuro, pero... creo que era ella.

La chica de la trenza habló, con la voz baja.

—Saltó desde atrás —dijo —Fabio ya estaba caído.

Solté una risa corta, cruzándome de brazos de nuevo.

—Estaban tan asustados del oso que no vieron nada claro —dije —No fui yo.

Livia gruñó, dando un paso hacia mí, pero Stefano la detuvo con una mirada.

—Basta —dijo —Vamos a probar esto como se debe.

Señaló un claro cerca del campamento, donde los árboles formaban un círculo natural.

—Una carrera —dijo, mirándome fijamente —Tú y Fabio, al roble viejo y de vuelta, si no tienes nada que esconder, no te va a costar.

Fabio respiraba agitadamente, con los ojos grises brillando de excitación.

—Voy a hacerla pedazos —dijo, crujiendo los nudillos.

Livia sonrió, inclinándose hacia Fabio.

—Haz que se arrepienta, pequeño Ditolbi —susurró, lo bastante alto para que yo lo oyera.

Lo miré un segundo, con la cara tranquila, y luego asentí.

—Está bien —dije —Si eso te hace feliz, Fabio, lo hago.

Caminamos al claro, con Fabio saltando como si ya hubiera ganado y yo lo seguía con pasos calmados. Livia se quedó atrás, observándome con ojos que prometían problemas. La gente del campamento se acercó, dejando sus tareas para mirar con curiosidad, un viejo con un hacha se apoyó en el mango, y una mujer con un cesto de pescado se paró al borde, Stefano se plantó en el centro, con los brazos cruzados.

—Al roble y de vuelta —dijo, con voz fuerte —Sin trampas, cuando yo diga, corren.

Fabio se agachó, y yo me puse a su lado, la gente empezó a murmurar, y sentí sus ojos clavados en mí, Stefano levantó una mano y el aire se puso pesado.

—¡Ahora! —gritó, y salimos disparados.

Fabio corrió como si lo persiguiera un oso, yo arranqué más lento, dejando que se adelantara, la gente gritó, animándolo, y vi a Stefano de reojo, estaba atento, llegamos al roble, un tronco ancho al borde del claro, y Fabio dio la vuelta primero, con una sonrisa que le cruzaba la cara. Entonces apreté el paso, mis botas golpeaban la tierra con fuerza, y empecé a alcanzarlo.

Mi loba, Lira, rugió por dentro, pidiendo salir, pero la mantuve a raya. No podía transformarme, no podía dejar que vieran el brillo de mis ojos violetas o la fuerza de una Alfa. Fabio tropezó con una raíz, maldiciendo, y lo pasé como un relámpago, corrí más rápido, con la sangre fluyendo acelerada por mis venas, crucé el borde del claro un paso antes que él, la gente se quedó callada, con las bocas abiertas, y Fabio cayó de rodillas, jadeando como perro agotado.

Me paré enfrente de Stefano, con la respiración tranquila, y lo miré directo.

—Acabé —dije, con la voz agitada.

Fabio se levantó, con la cara roja y el pecho subiendo y bajando.

—¡Hizo trampa! —gritó, señalándome —¡No fue justo!

—No hubo trampa —dijo Stefano —Te ganó limpio.

Livia, que se había acercado al borde del claro, gruñó bajo, sus ojos brillaban con desprecio.

—Esto no prueba nada —dijo, cruzándose de brazos.

Stefano la ignoró, dando un paso hacia mí.

—¿Cómo corriste así? —preguntó, con los ojos azules clavados en los míos.

—Solo corrí —dije, encogiéndome de hombros —Fabio al parecer no tiene piernas.

Fabio gruñó, avanzando hacia mí, pero Stefano lo agarró del brazo y lo tiró hacia atrás.

—Suficiente —dijo —Perdiste, y se acabó.

Fabio me miró con los ojos muy abiertos, como si no lo creyera.

—¿Perdí contra ella? —balbuceó, con la voz rota —¿En serio?

— Sí —dijo Stefano, soltándolo —Y ahora lárgate.

Fabio se alejó dando tumbos, con sus lobos siguiéndolo como cachorros pateados, la gente empezó a dispersarse, murmurando entre ellos, pero Stefano se quedó parado, mirándome fijamente, sentía una gran satisfacción por haberle dado su merecido, pero me mantuve tranquila y sencilla.

—Esto no me cuadra —dijo —Nos vemos mañana.

—Cuando quieras —respondí, y me di la vuelta, caminando hacia mi recámara.

Subí los escalones rápido, entré y cerré la puerta con un golpe, mi corazón latía fuerte, y el sudor me corría por la nuca, había ganado, pero Stefano no era estúpido, había visto demasiado: el jabalí en el bosque, ahora esto, él era un lobo que cazaba en silencio.

Me tiré en la cama, mirando el techo, Fabio estaba fuera de juego por ahora, pero Stefano era un problema que crecía, tenía que evitar que siguiera husmeando, o todo se iría al diablo antes de que pudiera salir de este campamento.

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