Fabio estaba furioso, había sido claramente humillado por la carrera que había perdido frente a todos. Su rostro, estaba rojo como la sangre, y sus ojos grises echaban chispas, me hicieron saber que no dejaría pasar la derrota tan fácilmente. Quería una revancha, lo sabía, pero no tenía ninguna intención de complacerlo. Después de todo, el resultado sería el mismo, sin importar cuántas veces corriéramos por el claro.
—Lo siento, Fabio —dije, con una sonrisa ensayada que escondía mi satisfacción interna— No tengo tiempo para seguir jugando.
Me acomodé el chal manchado de barro, y caminé hacia la cabaña, dejando a Fabio gruñendo a mis espaldas. Sentía su mirada clavada en mí. En mi cabeza, Lira, mi loba, soltó un gruñido de triunfo. “Que se ahogue en su rabia”, dijo, y yo la contuve con un esfuerzo. No podía dejar que mi verdadera naturaleza se manifestara.
De vuelta en mi cuarto, tras asegurarme de que la puerta estuviera bien cerrada, me quité el chal y lo tiré sobre la cama, podía escuchar el ruido afuera, el sonido de las hachas cortando madera y las voces de los lobos organizando las tareas del día. Me acerqué a la ventana y observé el movimiento abajo.
Fabio, que no se veía por ningún lado. Stefano, en cambio, estaba junto al río, hablando con un hombre mayor que cargaba una red de pesca. Su mirada recorrió el campamento, y por un instante, creí que me había visto en la ventana. Me aparté rápidamente, con el corazón latiendo de prisa.
Esa mañana puse más cuidado en mi disfraz, mezclé de nuevo arcilla con musgo fresco y me lo unté en el cuello y las muñecas, asegurándome de que mi olor de Alfa quedará completamente oculto.
Me revolví el pelo para parecer más desaliñada y me puse el vestido marrón gastado, miré mi reflejo en un cubo de agua, y ví la imagen de una rastreadora torpe, nadie que valiera la pena notar. Perfecto.
Bajé al comedor, donde varios lobos del campamento estaban reunidos, discutiendo la carrera de la noche anterior. Bajaron la voz en cuanto entré, me senté en un rincón, fingiendo interesarme en un pedazo de pan, mientras escuchaba.
—Mira cómo corrió —dijo un hombre joven, claramente impresionado— No solo dejó a Fabio en el polvo, ¡parecía que apenas le costó esfuerzo!
—Es fuerte, aunque no lo parezca —agregó una mujer, mientras trenzaba una cuerda— No me extraña que Fabio esté tan furioso, definitivamente lo humilló frente a todos.
—No parece una simple rastreadora —dijo otro, un chico de pelo corto que estaba afilando un cuchillo— Hay algo en ella... no sé, algo que no encaja.
Me mantuve con la cabeza baja, mordiendo el pan lentamente, pero por dentro sonreí. Sus palabras eran un halago, pero también un peligro. Si empezaban a sospechar que Naia Costa no era lo que parecía, mi plan se vendría abajo.
Me pregunté qué pensarían si supieran que la torpe rastreadora que despreciaban era, en realidad, la Alfa de los Hijos del Bosque. La imagen de sus rostros llenos de sorpresa me arrancó una risa interna, pero no podía permitirme bajar la guardia.
Entonces, Livia entró en el comedor, con su paso altivo y su cabello largo cayendo en ondas sobre los hombros. Su presencia hizo que las conversaciones se callaran por un momento. Me miró de reojo, y una mueca de desprecio apareció en su rostro, y se sentó junto a los lobos que hablaban de la carrera.
— ¿Siguen hablando de esa inútil? —dijo, con voz cortante— No entiendo por qué le dan tanta importancia, solo ganó una carrera, nada más. No es una cazadora, no es nada.
El chico de pelo corto la miró, dudando.
—No sé, Livia, ella corrió como si tuviera sangre de lobo puro. Fabio no tuvo ninguna oportunidad.
Livia soltó una risa fría, inclinándose hacia él.
—¿Sangre de lobo puro? —dijo, burlona— es una rastreadora que no sabe ni amarrar una cuerda. Si Stefano le está dando atención, es solo porque el abuelo lo obligó a recibirla. Pero no durará aquí, ya lo verán.
Me mordí el labio para no responder, Livia estaba claramente celosa, su relación con Stefano era un secreto a voces, y mi presencia, la ponía en guardia. Seguí comiendo en silencio, fingiendo que sus palabras no me tocaban, pero por dentro, Lira gruñó, ansiosa por poner a esa beta en su lugar.
Cuando terminé el pan, me levanté y salí del comedor, sintiendo la pesada mirada de Livia clavada en mi espalda. Caminé hacia el río, buscando un momento de calma, pero no había dado ni diez pasos cuando oí una voz familiar.
—¡Naia! —gritó Marco, mi primo, corriendo desde el borde del campamento, donde permanecía oculto cerca del bosque.
Me acerqué rápido, asegurándome de que nadie nos viera.
— ¿Qué pasa? —pregunté, tomando la botella de sus manos.
—Es Luca —dijo, jadeando— Dice que Fabio está investigando, está preguntando por el campamento, tratando de averiguar quién eres realmente. Y no es el único. Stefano también está haciendo preguntas.
Me entregó una botella y saqué el papel, escrito en nuestro código: "Alfa, Fabio no se quedó quieto después de la carrera. Está hablando con los lobos del pueblo, buscando rastros de quien es Naia Costa. Stefano también está husmeando, preguntando por tu pasado. Ten cuidado, están cerca".
Arrugué el papel en mi puño, con el pulso acelerado. Fabio era un cachorro rabioso, pero Stefano era un lobo astuto. Si empezaban a atar cabos, mi disfraz no duraría mucho. Miré a Marco, que esperaba mis órdenes.
—Dile a Luca que mantenga los ojos abiertos, sii Fabio o Stefano se acercan demasiado, quiero saberlo de inmediato.
Marco ascendió y salió corriendo hacia el río, donde tiraría otra botella con mi respuesta. Me quedé sola, mirando el agua correr, con la mente dando vueltas. Stefano sospechaba algo desde la noche que entró a mi cuarto, y ahora, después de la carrera, su instinto de Alfa estaba más alerta que nunca. Fabio, por otro lado, solo quería vengarse, pero sus preguntas podían ser igual de peligrosas.
Regresé al campamento, sintiéndome inquieta, vi a Fabio a lo lejos, hablando con un grupo de lobos jóvenes. Por sus gestos pude notar que estaba furioso, y supe que estaba hablando de mí. Me mantuve a distancia, fingiendo ajustar una cuerda, pero logré captar fragmentos de su conversación.
—Esa Naia no es nadie —dijo Fabio, con desprecio— Apareció de la nada, y nadie sabe de dónde viene. ¡Estoy seguro de que es un espía!
Uno de los lobos, dudó.
—Fabio, no sé... corrió más rápido que tú. Y mató ese jabalí con Stefano, no parece tan inútil.
Fabio gruñó, dando un paso hacia él.
—¡No me importa lo que parezca! —ladro— ¡Voy a descubrir quién es, y cuando lo haga, Stefano la echará de aquí!
Me alejé antes de que me vieran, si descubrían que Naia Costa no existía, que yo era Chiara Vigo, la Alfa de los Hijos del Bosque, todo el plan de mi tía para unir las manadas se desmoronaría.
Al mediodía, Stefano me encontró cerca de las cabañas, donde ayudaba a una mujer a trenzar cuerdas. Su presencia me puso nerviosa, pero traté de mantener mi papel, con la cabeza baja y las manos ocupadas en lo que estaba.
—Naia —dijo, con esa voz baja que era más peligrosa que un grito— Ven conmigo.
Asentí, dejando la cuerda, y lo seguí hacia el borde del campamento, caminamos en silencio, llegamos a una cabaña más grande, donde Stefano guardaba mapas y armas. Entró y me hizo una señal para que lo siguiera.
Dentro, Stefano se paró frente a una mesa, donde había un mapa del valle extendido. Me miró, mientras sus ojos brillaban en la penumbra.
—Dime la verdad —dijo, cruzándose de brazos— ¿De dónde vienes, Naia Costa?
Tragué saliva, exagerando el gesto para parecer nervioso.
—Ya te lo dije —respondí, con la voz suave— Soy de los hijos del bosque, una rastreadora enviada por mi gente,
Me observó un rato, como si intentara ver más allá de mis palabras.
—No me lo creo —dijo, dando un paso hacia mí— nadie corre como tú sin entrenamiento. Nadie mata un jabalí con un solo golpe sin fuerza. ¿Quién eres realmente?
Sentí un escalofrío, pero mantuve mi fachada.
—No soy nadie especial —dije, bajando la mirada— solo hago lo que me piden.
Stefano gruñó, acercándose más, su olor, un aroma a madera fresca, llenó el aire.
—No me gustan las mentiras —dijo— si estás escondiendo algo, lo voy a descubrir.
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. Era Livia, sus ojos brillaban de furia. Nos miró a los dos, deteniéndose en mí con desprecio.
— ¿Qué hace ella aquí? —preguntó, señalándome— Stefano, no pierdas tu tiempo con esta inútil.
Stefano se quedó callado por un momento, pero sus ojos no se apartaron de mí, después habló.—Vete, Livia —dijo, sin girarse— Esto no es asunto tuyo.Livia dudó, pero al final salió, cerrando la puerta de un golpe. Me quedé sola con Stefano, mi corazón latía de prisa. Él se acercó un poco más a mí, quedó tan cerca que pude sentir el calor de su cuerpo.—Ten cuidado, Naia —dijo, en un tono que dejaba ver la amenaza.Asentí, fingiendo miedo, y él se dio la vuelta, señalando la puerta.—Fuera —dijo— Pero no creas que esto termina aquí.Salí de la cabaña, y caminé hacia el río, Fabio estaba investigando, Stefano sospechaba y Livia me odiaba. Era una Alfa, y no iba a dejar que un par de lobos de la tormenta me derrotaran.Tenía que ser más astuta que ellos, si querían jugar, perfecto, que lo hicieran, pero este juego lo ganaría yo, con o sin disfraz.La hostilidad en el campamento era notable, podía sentirlo en las miradas de los lobos, Livia, especialmente me observaba con ojos que desti
Después de la cacería y el encuentro con ese lobo de ojos rojos, la manada estaba inquieta. Fabio no dejaba de gruñir, buscando cualquier excusa para señalarme, y Livia, con su veneno disfrazado de sonrisas, incitaba a los lobos contra mí. Salí a caminar por el campamento, Stefano estaba junto a las cabañas, hablando con un anciano, cuando sus ojos azules se clavaron en mí. Su camisa estaba abierta en el pecho, dejando ver la piel bronceada y las líneas duras de sus músculos, y Lira rugió, ansiosa por salir. “Cálmate”, le ordené, pero mi cuerpo no obedecía del todo.—Naia —dijo, con un gruñido bajo— ven conmigo.No era una petición, era una orden, y aunque mi instinto quiso desafiarlo, mantuve mi papel de Omega, asintiendo con la cabeza baja. Lo seguí hasta un claro apartado, rodeado de pinos altos. No había nadie más, solo nosotros, y el aire se cargó con una tensión que hizo que mi pulso se disparara.Se detuvo en el centro del claro, girándose hacia mí, y la luz del sol iluminó su
El campamento estaba lleno de murmullos y miradas afiladas, yo sentía cada una como un zarpazo en la espalda. Después del ritual, donde devolví el amuleto bajo la luna, la manada estaba dividida: algunos me veían con curiosidad, otros con desprecio, y Livia, con una envidia que no podía disimular por más que intentara. Pero lo que más me inquietaba era Stefano, cuyos ojos azules me perseguían, encendiendo a Lira, mi loba, con un fuego que no podía apagar. Cada roce, cada palabra suya, era una chispa que amenazaba con quemar mi disfraz de Omega y exponer a la Alfa que rugía bajo mi piel.Esa mañana, mientras ayudaba a desollar un ciervo en el claro, sentí una presencia a mi espalda, no hostil, pero pesada, como un lobo acechando. Me giré, esperando encontrar a Livia o Fabio, pero era Dario, el abuelo de Stefano, sus ojos grises que parecían ver más allá de mi disfraz, me miró un instante, y algo en su expresión me hizo tensarme.—Naia —dijo, con una voz que era calmada pero autoritari
Ser la Alfa de la manada de los Hijos del Bosque no era un título que viniera con promesas de felicidad, no había noches mirando la luna, esperando que la Diosa Lunar me diera una señal sobre quién sería mi compañero, desde que tomé el mando al cumplir la mayoría de edad, mi vida se redujo a una cosa: mantener a mi gente viva, fuerte, unida. Eso era todo lo que importaba, incluso si tenía que empujar mis propios deseos a un rincón oscuro y olvidarlos.Mis padres habían muerto años atrás, destrozados en una pelea contra una manada rival que quería nuestras tierras en las colinas de Umbría, me dejaron sola, con una lección que no olvidaría, ceder sin pensar no trae nada bueno, desde entonces, cada paso que he dado es calculado, cada decisión tomada pesa como si fuera una piedra en el pecho.Esa noche, la lluvia caía sin parar, no podía dormir, me levanté, y me quité la ropa sencilla que usaba para dormir y dejé que mi cuerpo se transformara, mis huesos crujieron, mi piel se estiró, y pr
Trataba de no reír mientras observaba al disgustado Fabio.—¡Ya, para! ¡Rastreadora torpe y sin modales, deja de hacerte la tonta! No lo aguanto más —ladró Fabio, con voz cortante.El desprecio de Stefano era más silencioso, pero igual de claro, se quedó mirando el río, con los brazos cruzados, como si yo no valiera ni un segundo de su atención, tuve que apretar los dientes para no soltar una carcajada, sus caras de fastidio eran oro puro. Para esconder mi alegría, puse una mueca de pena y los seguí hacia las cabañas, arrastrando los pies en el barro.Un hombre mayor, con el pelo blanco que llevaba un delantal sucio, me llevó a una de las casas más pequeñas, dentro, el cuarto estaba lleno de cosas que alguien debió pensar que me harían saltar de emoción, había una pila de mantas tejidas a mano y un baúl con ropa que despedía un fresco aroma a lavanda fresca.Hice como que me sorprendía, tocando una manta, pero por dentro me daban ganas de tirar todo por la ventana, no iba a dejar que
Me paré frente al espejo del pasillo, la luz del día me iluminaba a través de la ventana, me aseguré de que hubiera suficiente tierra afeando mi rostro, me revolví el pelo para parecer más desalineada, más Naia Costa y menos Chiara Vigo, había círculos oscuros alrededor de mis ojos, lucían cansados después de una noche casi sin dormir, pero eso solo ayudaba a la fachada.Stefano había entrado a mi cuarto a las tres de la madrugada, con sus ojos azules observandome en la penumbra y esa advertencia suya todavía me resonaba en la cabeza: “Ten cuidado, Naia, este no es lugar para juegos” . ¿Qué había querido decir? ¿Sospechaba algo? Me ajusté el chal viejo sobre los hombros y bajé las escaleras, con el corazón latiendo un poco más rápido de lo que quería admitir.Abajo, la mesa del comedor estaba puesta con pan, queso y un par de manzanas arrugadas, Stefano estaba de pie al lado, revisando un mapa su pelo negro le caía sobre la frente, y llevaba una camisa gris oscuro que dejaba ver los
Me quedé sentada en la roca, la advertencia de Stefano daba vueltas en mi mente, solté la bota y me levanté, sacudiéndome la tierra del chal, el ruido del campamento se escuchaba a mi alrededor, el golpe de un hacha contra la madera, el chapoteo de las redes en el río, el murmullo de la gente trabajando. Caminé hacia el borde del agua, buscando un momento para pensar, necesitaba moverme, hacer algo que mantuviera mi disfraz de Naia Costa, la rastreadora, sin darles más razones para desconfiar.Entonces lo vi, un grupo de hombres cargando cestas de pescado hacia un carretón, uno de ellos, un tipo corpulento con barba rala, me hizo una seña.—Oye, tú, la nueva —gritó —necesitamos una mano en el pueblo, hay que llevar esto al mercado.Asentí rápido, fingiendo entusiasmo.—Claro, yo voy —dije, caminé apresurada hacia ellos.El hombre gruñó y me pasó una cesta pesada que olía demasiado mal, subí al carretón con los demás, apretada entre dos tipos que me miraron de mala manera, Stefano no
Al anochecer salí del campamento, cubriendome con el chal y llevando el cuchillo en la mano, ocultándose entre las sombras, el roble grande estaba a unos pasos, y ahí estaba Luca, esperando con un caballo, escondido bajo un árbol, monté detrás de él en un salto, agarrándome fuerte mientras espoleaba al animal con un grito.—¿Quién eres? —gruñó Luca, girando la cabeza para verme, con los ojos entrecerrados.Me incliné y ka luna iluminó mi rostro.—¿No me conoces? —dije, en tono serio.Se congeló, casi soltando las riendas.—¡Alfa! ¿Te arrancaron la cara? —soltó, la voz se le quebró de puro susto.—Callate y mueve este caballo —dije, dándole un golpe en el hombro —llévame a un sitio donde pueda lavarme y comer, rápido.Espoleó al caballo, y salimos de prisa, el trote era rápido, llegamos hasta un claro junto al risco negro, donde había unn arrollo rocoso. Luca saltó del caballo y enseguida sacó un saco de cuero con carne seca, pan duro y un odre de agua, me acerqué al arroyo para lavar