Ser la Alfa de la manada de los Hijos del Bosque no era un título que viniera con promesas de felicidad, no había noches mirando la luna, esperando que la Diosa Lunar me diera una señal sobre quién sería mi compañero, desde que tomé el mando al cumplir la mayoría de edad, mi vida se redujo a una cosa: mantener a mi gente viva, fuerte, unida. Eso era todo lo que importaba, incluso si tenía que empujar mis propios deseos a un rincón oscuro y olvidarlos.
Mis padres habían muerto años atrás, destrozados en una pelea contra una manada rival que quería nuestras tierras en las colinas de Umbría, me dejaron sola, con una lección que no olvidaría, ceder sin pensar no trae nada bueno, desde entonces, cada paso que he dado es calculado, cada decisión tomada pesa como si fuera una piedra en el pecho.
Esa noche, la lluvia caía sin parar, no podía dormir, me levanté, y me quité la ropa sencilla que usaba para dormir y dejé que mi cuerpo se transformara, mis huesos crujieron, mi piel se estiró, y pronto fui loba, me empapé en cuanto salí a la tormenta.
Corrí sin rumbo, subiendo por senderos empinados hasta un claro entre los robles, allí me detuve, jadeando, quería respuestas, pero la luna no me decía nada.
Mi primo Marco me encontró poco después, lo vi venir desde lejos, su figura avanzaba entre los árboles, tenía el pelo pegado a la cara por la lluvia.
—Chiara, tu tía te necesita ahora, no es algo que pueda esperar —gritó, alzando la voz para que lo escuchara.
Gruñí despacio, el sonido salió ronco de mi garganta, enseguida volví a mi forma humana, el frío me tocó de inmediato, pero no me importó, me sacudí el agua de los brazos, Marco me ofreció una manta, caminé detrás de él hasta la casa de piedra donde vivía mi tía, la puerta estaba entreabierta, el calor del fuego me reconfortó en cuando entré, ella estaba de pie junto a una ventana, tenía las manos cruzadas y la mirada perdida en el cristal empañado.
—El viejo Darío, de los Lobos de la Tormenta habló conmigo hoy —dijo sin girarse —quiere un acuerdo, dice que uno de sus nietos, los Ditolbi debe unirse a un miembro de nuestra manada.
Me acerqué al fuego, buscando que el calor me secara un poco, y la miré con el ceño fruncido.
— ¿Qué ganamos nosotros con eso? —pregunté, apoyando una mano en la pared..
Ella se dio la vuelta, y sus ojos reflejaron la luz de las llamas.
—Sus tierras nos darían control sobre el río, tendríamos más comida, más fuerza, además, nuestras manadas se convertirían en una sola, con un poder inmenso, pero tú decides si vale la pena, si aceptas te estarán esperando en la ribera del río, en su valle.
Me quedé callada un momento, después de pensar mis opciones hablé de nuevo.
—Lo haré, pero será a mi manera, no sabrán que soy la Alfa, me presentaré como una rastreadora, alguien que no importa, si en cuatro meses no hay nada real entre nosotros, me voy, si no funciona, encontraré otro modo de atar nuestras manadas, no voy a quedarme atrapada por nadie.
Ella apretó los labios, como si quisiera discutir, pero al final solo asintió, siempre había sido blanda conmigo desde que mis padres se fueron, no dijo más, y yo tampoco, salí de la sala, busqué a Marco para hacerle algunos encargos, después subí a mi cuarto, y me puse a preparar todo.
Mezclé musgo fresco con arcilla gris en un cuenco viejo, aplastándolo con los dedos hasta que quedó una pasta espesa, me la unté en el cuello y las muñecas para tapar mi olor, ese rastro fuerte que delataba mi rango, coloqué tierra húmeda sobre mi rostro, luego busqué ropa vieja, un vestido marrón gastado, con parches en las rodillas, y un chal viejo.
Un par de horas después, agarré un morral sencillo, metí un cuchillo pequeño y un pedazo de pan duro, y salí al establo, tomé un caballo, elegí un animal flaco con el pelo lleno de nudos, relinchó en cuando me acerqué, lo monté sin silla, usando solo una cuerda vieja como rienda, y partí bajo la lluvia hacia el valle donde los Lobos de la Tormenta tenían su guarida, cerca de un río en Emilia-Romaña.
El viaje fue lento, el caballo tropezaba constantemente en el barro, y yo me aferraba a su crin para no caer, la tormenta no paraba, y el agua me escurría por la cara, de forma molesta, cuando llegué al cruce del río, la lluvia había parado, desmonté, até al caballo a un árbol, y caminé hacia el agua, ahí los vi, dos hombres esperando bajo un sauce, eran altos, con cuerpos fuertes que se notaban incluso bajo sus capas manchadas de barro.
—No sé por qué estamos perdiendo aquí el día, tengo trampas que revisar —dijo uno, rascándose la nuca con fastidio, era Fabio Ditolbi, el menor de los dos hermanos, lo supe después, su pelo castaño estaba despeinado, y sus botas estaban cubiertas de lodo.
—¿Qué espera el abuelo de esta chica? —murmuró el otro, pateando una rama que cayó al agua, ese era Stefano Ditolbi, el Alpha, su voz era tranquila, pero sus ojos azules tenían una intensidad que no pasaba desapercibida.
Me ajusté el chal sobre los hombros, dejé que el morral colgara a un lado y caminé hacia ellos sin prisa, como si no estuviera segura de dónde pisar, sonreí por dentro, sabiendo que mi disfraz estaba funcionando al ver sus rostros.
—Hola, ¿son los Ditolbi? Soy Naia Costa —dije, bajando la voz y mirando al suelo un segundo antes de levantar la vista.
Fabio me observó de arriba abajo, con una ceja levantada.
—¿Tú? ¿En serio eres la que mandaron?
Hice un gesto torpe con las manos y asentí.
—Mi gente dijo que podía ayudar con algo por aquí, no sé mucho, pero vine igual.
Stefano soltó una risa corta, fue casi un bufido.
—No parece que puedas seguirle el paso a un conejo, mucho menos a nosotros.
— ¿Y si te mandamos de vuelta por ese camino? —dijo Fabio, cruzándose de brazos y señalando el sendero con la cabeza.
Parpadeé un par de veces, fingiendo que no entendía del todo, y me encogí de hombros.
—No sé, pero supongo que puedo intentarlo, tal vez me necesiten.
Stefano negó con la cabeza con evidente fastidio y dio un paso hacia el río.
—Ya, basta, sube al bote, nos vamos al campamento.
Caminé detrás de ellos hasta una barca pequeña amarrada a la orilla, me subí con cuidado, sentándome junto a Stefano, mientras Fabio empujaba el bote al agua y saltaba dentro. El río nos llevó rápido, un silencio pesado se instaló entre nosotros, interrumpido solo por el chapoteo de los remos, miré una cuerda enrollada a los pies de Stefano, gruesa y llena de nudos, y dije lo primero que se me ocurrió:
—¡Qué buena soga! Seguro que sirve para amarrar leña, ¿no?
Fabio soltó una carcajada desde la parte trasera del bote.
—¿Leña? Con esto ato ciervos después de cazarlos, no palos para tu fogata.
Su tono era de desprecio, y eso me alegró, ninguno de los dos parecía dispuesto a tomarme en serio, y eso era exactamente lo que quería, cuanto menos me quisieran cerca, más fácil sería salir de esto si no funcionaba.
El bote llegó a una curva del río, y ahí estaba el campamento, era un grupo de cabañas de madera y piedra rodeadas de juncos altos, salía humo de un par de chimeneas, y el olor a pescado asado podía sentirse, desembarcamos, y mientras caminaba detrás de ellos, miré las casas y exclamé.
—¡Qué sitio tan práctico! Seguro pescan mucho aquí con ese río tan cerca.
En mi cabeza, comparé el lugar con nuestro refugio en las colinas, con sus muros altos y sus vistas que alcanzaban hasta el horizonte, este lugar no era nada especial, Fabio gruñó a mi lado, un sonido bajo que salió de su garganta, y me miró como si quisiera que desapareciera, claramente harto de mis comentarios.
Trataba de no reír mientras observaba al disgustado Fabio.—¡Ya, para! ¡Rastreadora torpe y sin modales, deja de hacerte la tonta! No lo aguanto más —ladró Fabio, con voz cortante.El desprecio de Stefano era más silencioso, pero igual de claro, se quedó mirando el río, con los brazos cruzados, como si yo no valiera ni un segundo de su atención, tuve que apretar los dientes para no soltar una carcajada, sus caras de fastidio eran oro puro. Para esconder mi alegría, puse una mueca de pena y los seguí hacia las cabañas, arrastrando los pies en el barro.Un hombre mayor, con el pelo blanco que llevaba un delantal sucio, me llevó a una de las casas más pequeñas, dentro, el cuarto estaba lleno de cosas que alguien debió pensar que me harían saltar de emoción, había una pila de mantas tejidas a mano y un baúl con ropa que despedía un fresco aroma a lavanda fresca.Hice como que me sorprendía, tocando una manta, pero por dentro me daban ganas de tirar todo por la ventana, no iba a dejar que
Me paré frente al espejo del pasillo, la luz del día me iluminaba a través de la ventana, me aseguré de que hubiera suficiente tierra afeando mi rostro, me revolví el pelo para parecer más desalineada, más Naia Costa y menos Chiara Vigo, había círculos oscuros alrededor de mis ojos, lucían cansados después de una noche casi sin dormir, pero eso solo ayudaba a la fachada.Stefano había entrado a mi cuarto a las tres de la madrugada, con sus ojos azules observandome en la penumbra y esa advertencia suya todavía me resonaba en la cabeza: “Ten cuidado, Naia, este no es lugar para juegos” . ¿Qué había querido decir? ¿Sospechaba algo? Me ajusté el chal viejo sobre los hombros y bajé las escaleras, con el corazón latiendo un poco más rápido de lo que quería admitir.Abajo, la mesa del comedor estaba puesta con pan, queso y un par de manzanas arrugadas, Stefano estaba de pie al lado, revisando un mapa su pelo negro le caía sobre la frente, y llevaba una camisa gris oscuro que dejaba ver los
Me quedé sentada en la roca, la advertencia de Stefano daba vueltas en mi mente, solté la bota y me levanté, sacudiéndome la tierra del chal, el ruido del campamento se escuchaba a mi alrededor, el golpe de un hacha contra la madera, el chapoteo de las redes en el río, el murmullo de la gente trabajando. Caminé hacia el borde del agua, buscando un momento para pensar, necesitaba moverme, hacer algo que mantuviera mi disfraz de Naia Costa, la rastreadora, sin darles más razones para desconfiar.Entonces lo vi, un grupo de hombres cargando cestas de pescado hacia un carretón, uno de ellos, un tipo corpulento con barba rala, me hizo una seña.—Oye, tú, la nueva —gritó —necesitamos una mano en el pueblo, hay que llevar esto al mercado.Asentí rápido, fingiendo entusiasmo.—Claro, yo voy —dije, caminé apresurada hacia ellos.El hombre gruñó y me pasó una cesta pesada que olía demasiado mal, subí al carretón con los demás, apretada entre dos tipos que me miraron de mala manera, Stefano no
Al anochecer salí del campamento, cubriendome con el chal y llevando el cuchillo en la mano, ocultándose entre las sombras, el roble grande estaba a unos pasos, y ahí estaba Luca, esperando con un caballo, escondido bajo un árbol, monté detrás de él en un salto, agarrándome fuerte mientras espoleaba al animal con un grito.—¿Quién eres? —gruñó Luca, girando la cabeza para verme, con los ojos entrecerrados.Me incliné y ka luna iluminó mi rostro.—¿No me conoces? —dije, en tono serio.Se congeló, casi soltando las riendas.—¡Alfa! ¿Te arrancaron la cara? —soltó, la voz se le quebró de puro susto.—Callate y mueve este caballo —dije, dándole un golpe en el hombro —llévame a un sitio donde pueda lavarme y comer, rápido.Espoleó al caballo, y salimos de prisa, el trote era rápido, llegamos hasta un claro junto al risco negro, donde había unn arrollo rocoso. Luca saltó del caballo y enseguida sacó un saco de cuero con carne seca, pan duro y un odre de agua, me acerqué al arroyo para lavar
Llegamos al campamento, la gente ya estaba en movimiento, todos estaban trabajando, las hachas golpeaban troncos, las cuerdas tensaban las redes, Stefano se detuvo y señaló el río.—Limpia ese cuchillo —dijo, con la voz fría —nos vemos al mediodía.Asentí, enseguida me fui hacia el agua sin mirarlo, la corriente del río era rápida, y me agaché en la orilla, metiendo el cuchillo en el agua helada, la sangre se desprendió en hilos rojos que la corriente se llevó, froté la hoja con los dedos hasta que quedó limpia, mi chal estaba salpicado de barro y sangre, y me lo ajusté mejor, había esquivado una bala en el bosque, pero Stefano no se iba a tragar mis excusas por mucho tiempo.Estaba sacudiendo el agua de mis manos cuando oí pasos rápidos detrás, me giré, con el cuchillo listo por instinto, y vi a Fabio corriendo hacia mí desde las cabañas, su camisa estaba desabrochada, y sus ojos grises echaban chispas.—¡Tú! —gritó, parándose a dos pasos —¡Anoche me arruinaste!Me levanté despacio,
Fabio estaba furioso, había sido claramente humillado por la carrera que había perdido frente a todos. Su rostro, estaba rojo como la sangre, y sus ojos grises echaban chispas, me hicieron saber que no dejaría pasar la derrota tan fácilmente. Quería una revancha, lo sabía, pero no tenía ninguna intención de complacerlo. Después de todo, el resultado sería el mismo, sin importar cuántas veces corriéramos por el claro.—Lo siento, Fabio —dije, con una sonrisa ensayada que escondía mi satisfacción interna— No tengo tiempo para seguir jugando.Me acomodé el chal manchado de barro, y caminé hacia la cabaña, dejando a Fabio gruñendo a mis espaldas. Sentía su mirada clavada en mí. En mi cabeza, Lira, mi loba, soltó un gruñido de triunfo. “Que se ahogue en su rabia”, dijo, y yo la contuve con un esfuerzo. No podía dejar que mi verdadera naturaleza se manifestara.De vuelta en mi cuarto, tras asegurarme de que la puerta estuviera bien cerrada, me quité el chal y lo tiré sobre la cama, podía es
Stefano se quedó callado por un momento, pero sus ojos no se apartaron de mí, después habló.—Vete, Livia —dijo, sin girarse— Esto no es asunto tuyo.Livia dudó, pero al final salió, cerrando la puerta de un golpe. Me quedé sola con Stefano, mi corazón latía de prisa. Él se acercó un poco más a mí, quedó tan cerca que pude sentir el calor de su cuerpo.—Ten cuidado, Naia —dijo, en un tono que dejaba ver la amenaza.Asentí, fingiendo miedo, y él se dio la vuelta, señalando la puerta.—Fuera —dijo— Pero no creas que esto termina aquí.Salí de la cabaña, y caminé hacia el río, Fabio estaba investigando, Stefano sospechaba y Livia me odiaba. Era una Alfa, y no iba a dejar que un par de lobos de la tormenta me derrotaran.Tenía que ser más astuta que ellos, si querían jugar, perfecto, que lo hicieran, pero este juego lo ganaría yo, con o sin disfraz.La hostilidad en el campamento era notable, podía sentirlo en las miradas de los lobos, Livia, especialmente me observaba con ojos que desti
Después de la cacería y el encuentro con ese lobo de ojos rojos, la manada estaba inquieta. Fabio no dejaba de gruñir, buscando cualquier excusa para señalarme, y Livia, con su veneno disfrazado de sonrisas, incitaba a los lobos contra mí. Salí a caminar por el campamento, Stefano estaba junto a las cabañas, hablando con un anciano, cuando sus ojos azules se clavaron en mí. Su camisa estaba abierta en el pecho, dejando ver la piel bronceada y las líneas duras de sus músculos, y Lira rugió, ansiosa por salir. “Cálmate”, le ordené, pero mi cuerpo no obedecía del todo.—Naia —dijo, con un gruñido bajo— ven conmigo.No era una petición, era una orden, y aunque mi instinto quiso desafiarlo, mantuve mi papel de Omega, asintiendo con la cabeza baja. Lo seguí hasta un claro apartado, rodeado de pinos altos. No había nadie más, solo nosotros, y el aire se cargó con una tensión que hizo que mi pulso se disparara.Se detuvo en el centro del claro, girándose hacia mí, y la luz del sol iluminó su