Capítulo 4

Como yo la había previsto, Agatha no llegó ese sábado en la tarde que se fue a la tienda, sino regresó hasta el lunes en la mañana, para cambiarse de ropa y volver a salir. Aunque no me gusta mal pensar de ella, es inevitable no hacerlo. Desde hace mucho tiempo siempre me ha venido el mismo pensamiento a la cabeza, algo que no soy capaz de aceptar, pero que se implanta en mi pecho como una daga venenosa. 

Noa se acercó a la mesa con la taza de café en mano y una leve sonrisa que terminó de amargar mi día sin saber por qué. Quería hablar con mi esposa sobre el nieto que quiere su madre, pero nunca me da un segundo de su tiempo. 

—Buenos días, Sr. Leroy. Espero el café sea de su agrado. Permiso —dejó la taza sobre la mesa y se retiró.

Probé mi taza de café y sonreí. Tiene lo justo de café y de azúcar. Debo admitir que se ha esforzado de más para hacer un café perfecto y hoy  se ve reflejado. Le quedó maravilloso, tal cual me gusta. 

Es desconcertante como una buena taza de café tiene el poder de ponerle un poco de alegría a este día que, lejos de ser tranquilo, pinta malo. 

•Noa•

Tan pronto el Sr. Leroy se marchó de casa, fui a mi habitación y me cambié de ropa. No entiendo por qué la Sra. Agatha quiere verme en su tienda, sabiendo que puede decirme lo que sucede estando aquí.

¿Y si va a despedirme por haber hecho algo mal? Ella desde un comienzo sabía que no tenía experiencia en este tipo de trabajo, aún así, me dio la oportunidad, algo que le agradezco de corazón, ya que nadie quería darme un puesto de trabajo por no tener experiencia alguna.

He tratado de hacer lo que me pidió al pie de la letra y sin errores, pero siempre se me ha dado mal la cocina. Mis funciones solo se basan en atender a su esposo, hacer las compras y ayudarle a la Sra. Morgan en la cocina, pero si el señor está en casa y me necesita, debo dejar lo que estoy haciendo para atenderle. Algo normal y  sencillo de hacer, pues el Sr. Leroy no me ha pedido que haga nada raro o que conlleve gran esfuerzo, ni es exigente ni mala leche. Todo lo contrario, es un hombre muy amable, que antes me ayudó a enseñó a preparar el café.

Salí de la casa, diciéndole a la Sra. Morgan que iría a ver a la señora de la casa y uno de los choferes me llevó hasta la tienda de modas de la reconocida Agatha Greco. 

Me sentía muy nerviosa, pues trataba de recordar si en los pocos días que he trabajado para ellos he hecho algo mal, pero lo único en lo que he fallado es en la hechura del café. No creo que me vayan a despedir por eso, ¿o sí? Digo, después de todo, fue el Sr. Leroy el que se lo tomó así y no me puso problema alguno.

Esperé a que la Sra. Agatha me atendiera en el lobby, nerviosa y retorciendo mis dedos. No puedo darme el lujo de perder el único trabajo en el que me contrataron. Mi abuelo necesita sus medicinas y seguir el tratamiento que apenas hace unos días empezó a llevar. Mi hermano no está y no sé cuándo vaya a regresar, por lo que soy yo quien debe poner el pecho en la casa.

Desde que mis padres fallecieron en un accidente de tránsito, mis abuelos se hicieron cargo de nosotros. Desde la muerte de mi abuela hace un año, mi abuelo enfermó y mi hermano tuvo que dejar sus estudios para trabajar y mantenernos, sin embargo, su trabajo es por fuera del país y es muy poco el dinero que puede enviarme para cubrir los gastos de la casa, la comida y los medicamentos de mi abuelo. Aunque ya habíamos ido con el médico, no fue hasta ahora que pude costear el tratamiento a llevar. 

Cerré los ojos con fuerza, sacando de mi mente ese mal pensamiento y sustituyéndolo por uno bueno. Quizás quiera hablar conmigo de alguna otra función, después de todo, quedo libre en el día cuando el Sr. Leroy se marcha a trabajar.

—La Sra. Leroy la espera en su oficina, Srta. Michel —una mujer despampanante me sacó de mis pensamientos—. Sígame por aquí, por favor. 

Me apresuré a seguir sus pasos y quedé más que encantada por lo enorme de la tienda y esos vestidos tan hermosos, elegantes y costosos que mostraban los maniquíes. Ni en un millón de años podría pagar por un vestido como estos. A simple vista se ven lo caros que son, deben valer un ojo de la cara. 

Subimos hasta el tercer piso en ascensor y caminamos por un amplio salón con ventanales enormes, teniendo un vista preciosa de la calles de la parte más exclusiva de la ciudad. 

—Adelante —me dijo la mujer, tan pronto llegamos a una puerta a final del pasillo. 

—Gracias. 

—¡Noa! —la Sra. Agatha se levantó de su silla y se acercó a mí con una gran sonrisa en su rostro—. Perdóname por haberte hecho esperar, pero estaba en una reunión muy importante y no podía posponerla.

—No se preocupe por eso, Sra. Leroy. Entiendo que es una mujer sumamente ocupada.

—Dime Agatha, por favor. Me haces sentir mayor llamándome de esa manera —rio y asentí con la cabeza, recordando la vergüenza que pasé el sábado con el señor—. Ven, no te quedes ahí. Ponte cómoda. 

Me senté en el hermoso sofá de cuero blanco por pedido suyo y ella tomó lugar frente a mí, cruzando una de sus piernas por encima de la otra. La Sra. Agatha es una mujer muy hermosa y no es para menos, si es una de las modelos más reconocidas e importantes del país. Su belleza es de otro mundo. Junto al Sr. Karim hacen una pareja digna y preciosa, porque ambos son demasiado atractivos y buenas personas. 

—Bueno, supongo que te estarás preguntando para qué te hice venir hasta aquí, ¿verdad?

—Está en lo correcto.

—Iré directo al grano porque tengo otra reunión dentro de un rato y tú también tienes tus cosas que hacer —tomó una carpeta negra que se encontraba encima de la mesita de centro y la extendió en mi dirección—. Este es tu contrato, el mismo tiene una duración de un año y describe las funciones que debes realizar, las cuales ya te expliqué, ¿verdad?

—Sí, señora —abrí la carpeta y empecé a leer lo que ella me decía. 

—En ese contrato está detallado lo que vas a ganar mes a mes, también los gastos de salud y de más prestaciones de ley, así como todo el cubrimiento del tratamiento de tu abuelo. Los días en los que puedes ir a tu casa y otros beneficios que puedes leer con mayor calma cuando estés en casa. 

Escuchaba sus palabras, pero mis ojos estaban fijos en la cifra tan grande que, según este papel, iba a ganar. 

—Sra. Agatha, creo que aquí hay un error. 

—¿En serio? Déjame ver —le entregué la carpeta y frunció el ceño—. Yo veo todo en orden. Yo misma hice el contrato. 

—Es mucho dinero el que me voy a ganar por un trabajo tan simple. 

—Incluso creo que es poco ante el sacrificio que vas a hacer —sonrió de costado—. Enamorar a mi marido no será una tarea sencilla, por lo que mereces un buen pago por ello.

Quedé con la boca abierta y sin saber qué responder de momento. Esta señora de qué habla. Ella jamás me dijo que el trabajo se basaba en enamorar a su esposo, y si lo hubiera hecho, jamás lo hubiese aceptado.

—¿Me está vacilando? 

—Por supuesto que no. Dime una cosa, Noa, ¿aún necesitas el trabajo o no? Porque puedo buscarme a otra chica sin problema alguno, pero me daría algo de pena por tu abuelo ahora que empezó su tratamiento médico —miró su caro reloj de muñeca mientras en mi cabeza se hacía un gran corto circuito—. Debo irme a la reunión, pero no te preocupes, puedes firmar el contrato en casa. En la noche me lo puedes entregar y te diré tu última y más importante función —sonrió de una manera que me provocó escalofríos. 

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