Capítulo 4 - ¿Que hago?

Dionisio entró al despacho de su padre. 

-Padre…- 

-Que sea rápido- exclamó sin levantar la mirada de la pila de papeles.

-Vine a decirte que tenías razón.

El hombre levantó la mirada con curiosidad.

-Hermes debería ir a ese viaje. Es la única manera de que aprenda todo lo que necesita para el negocio. 

-¿Qué mosca te picó?- preguntó extrañado. 

Dionisio sonrió falsamente- Estuve pensando en nuestra última charla de padre a hijo y es cierto, es momento de sentar cabeza y buscar una buena esposa que me de hijos. 

-Me alegro de que finalmente me escuches hijo…-¿Tienes alguna en mente? ¿Debería buscarte una buena candidata? 

-No te preocupes por eso padre, ya tengo alguien en mente. 

-Me alegro de que hayas recapacitado finalmente. Que entiendas tu lugar. 

-Claro. Padre. 

— 

Selene se estaba colocando su uniforme cuando su madre entró al cuarto que ambas compartían- ¿Que haces? 

-Preparándome para trabajar-

-Nada de eso, debes hacer lo que te dije antes de que sea demasiado tarde. 

Selene suspiró- Lo sé madre, mañana temprano Agatha me va a acompañar a hacer eso y voy a quedarme unos días para recuperarme en su casa, ya sabes… para que nadie sospeche. 

Sí era cierto que iba a refugiarse en casa de su amiga, pero de Hermes. La sola idea de cruzarlo por los pasillos de la mansión le asustaba.

-Me parece bien hija- exclamó su madre, besando su frente- Es la mejor decisión. 

-Padre… ¿Me buscabas?- exclamó Hermes, asomándose por la puerta del despacho del hombre. 

-Si hijo- sonrió ampliamente- Quería avisarte que mañana temprano te vas a Madrid. 

-¿A Madrid España?- exclamó atónito. 

-Si, a una conferencia de negocios, es un evento muy importante que dura un mes, y quiero que tú nos representes. 

-¿Y-Y-o?- Preguntó asustado- Pero ¿y Dionisio?. 

Su hermano era el verdadero apasionado por los negocios, quien había mostrado interés en el negocio familiar desde niño. Entonces ¿Por qué él?

Su padre borró la sonrisa de su rostro al escuchar el nombre de su hijo mayor- Tú eres el indicado. Ya es tiempo que seas presentado en sociedad.

-Está bien, padre- dijo sin muchos ánimos. 

No era la primera vez que lo mandaba en nombre de la empresa, ¿pero a miles de kilómetros de distancia y solo?

-Prepara todas tus cosas, a primera hora de la mañana un coche va a llevarte al aeropuerto.

— 

-¿Ya sabes que vas a hacer?- preguntó Agatha. 

-Aún no lo sé…- dijo y se acurrucó más en la cama de su amiga- Mi madre espera que me deshaga del bebé. 

-¿Y tú quieres eso? 

-¡Claro que no! No podría…- dijo con los ojos llenos de lágrimas- jamás me perdonaría hacer algo así… 

-Entonces no lo hagas… 

-Pero… 

-Ahora no te preocupes por el futuro, pase lo que pase yo voy a estar ahí para tí. ¿Si? No tienes por qué cuidar a ese bebé sola. 

-Gracias Aga…- exclamó conmocionada. No tenía palabras. La vida había sido muy cruel con ella, pero le había dado un ángel de la guarda. 

-Debo volver al trabajo ¿Vas a estar bien sola? 

-Si. Y no le digas a Hermes que estoy aquí, por favor. 

-No te preocupes, él no va a saber nada. 

Hermes buscó por toda la m*****a casa a su amada, pero nada. Necesitaba avisarle que se iría por un mes al exterior, quería por lo menos darle un beso de despedida porque nunca había estado distanciado de ella por tanto tiempo.

Finalmente se cruzó con Agatha, la única que sabía su secreto- ¡Agatha!- exclamó corriendo hacia ella. 

La joven se congeló en su lugar, no esperaba encontrarse tan pronto con el idiota de Hermes- Señor… 

-¿Sabes dónde está Selene?- 

-No señor, no la vi por ningún lado.- dijo nerviosa. 

-Oh, ya veo…. Es extraño, la busqué por todos lados. 

-Supongo que deben estar desencontrados. 

-Supongo que que si- dijo decepcionado- Oye, ¿Tú podrías… 

-¡Lo siento señor! Me encantaría seguir platicando, pero debo terminar mis tareas antes de que su madre vuelva a casa. Sabe como se pone cuando… - Chilló y huyó antes de que el joven pudiera decir algo más. 

A medianoche, Hermes se metió a escondidas en el granero, con la esperanza de encontrar a su amada allí, pero no había señales de ella. Frustrado, se sentó en el heno y escribió una larga carta que escondió en una pequeña caja donde se dejaban pequeños regalos. 

Si no podía despedirla cara a cara, por lo menos dejaría todo su amor explayado en ese papel. 

Angustiado, salió del granero, sin saber que Dionisio lo había seguido desde las sombras. 

Cuando el hermano del medio desapareció dentro de la mansión, el mayor tomó la carta y se la llevó consigo- Buen viaje, hermanito.- murmuró sonriendo victorioso. 

-Sele… despierta- susurró su amiga al día siguiente. 

-¿Mmm? ¿Qué hora es?- preguntó somnolienta.

-Es temprano, pero ya puedes volver a casa.-

-¿Eh y eso porque?- preguntó frotándose los ojos. 

-Hermes se fue Sele…- dijo la mujer preocupada por cómo se tomaría la noticia. 

-¿C-cómo que se fue?- exclamó levantándose de golpe.

-Una de las empleadas me dijo que lo vio salir a la madrugada en un coche hacia el aeropuerto- Exclamó furiosa- ese maldito cobarde. ¡Ni siquiera tuvo la decencia de decirte algo antes de huir! 

Selene sintió que sus ojos se ponían rojos y un nudo se formaba en su garganta. Ese no era su Hermes, no era el Hermes que había jurado amarla, quien le había pedido que pronto estarían juntos y ya no tendrían que esconderse más. 

La joven abrazó su cuerpo, sintiéndose usada. Como si todos estos años su novio hubiese fingido ser alguien que en realidad no era, tan solo para quitarle su más preciada virtud. 

Sintió que su estómago se revolvía pero el asco. Le había quitado su virginidad, y no solo eso, sino su primer amor. 

-Sele… ¿Estás bien?- 

-Si…- Apenas pudo decir, mientras sostenía su barriga plana- Voy a estar bien. 

Eso quería creer, ahora le esperaba un futuro dificil, en el que todos iban a estar en su contra, en que iba a ser la puta, la cazafortunas, la sirvienta desesperada por las migajas, pero su niño le daría las fuerzas para soportar todo eso. 

Apenas llegó a la mansión, su madre la recibió con un fuerte abrazo- Estoy muy orgullosa de ti. Me alegro de que hayas tomado la decisión correcta. 

La azabache hundió su rostro contra el hombro de su madre. Se sintió una m****a por mentirle a la mujer, no sabía por cuánto más iba a poder guardar el secreto y si esto arrastraría también a su madre a la ruina.

— 

Selene se encerró toda la tarde hasta que oscureció en el granero y lloró incansablemente contra la cama de heno, aquella donde habían hecho el amor, donde también se habían confesado por primera vez, donde todo había empezado y también terminado.  

De repente, escuchó un crujido que la asustó. Cuando levantó la mirada, se encontró cara a cara con Dionisio- ¡Señor!- exclamó poniéndose de pie con la cabeza baja, escondiendo sus lágrimas y juntando sus manos delante de su cuerpo- ¿Necesita algo, señor?- preguntó con la voz temblorosa. 

Una mano fría sostuvo su barbilla y la levantó- ¿Qué ocurre cariño? Me duele verte así…- dijo con una voz dulce. 

-N-Nada importante señor- Exclamó en shock. No pudo soportar mirar directamente a sus ojos, por lo que movió sus orbes negros hacia un costado.

-Eso espero…No me gusta que las mujeres hermosas como tú lloren, mereces lo mejor ¿Sabías? Si alguien te hizo daño yo puedo encargarme de él…- amenazó. 

-Gracias señor, pero no es nada-

-Deja de llamarme señor, Selene… dime Dionisio.

-Está bien se… Dionisio.-

El hombre sonrió satisfecho-Ven Selene, sentemosnos- ordenó sentándose en el asqueroso heno, sin poder creer que su hermano tuviera el estómago para estar en ese lugar con olor a animal y humedad. La joven obedecio y se sentó al lado de su jefe, lo más lejos posible. 

-Hay algo que he querido decirte hacía mucho tiempo- comenzó a decir, mirándola fijamente- Algo que no puedo guardármelo por más tiempo. 

-¿Señor?.- 

-Yo… pensé que te gustaba mi hermano Hermes ¿Sabes?- dijo con una falsa angustia. 

El corazón de la azabache latió con fuerza ante el nombre de su amado. ¿Acaso lo sabía? ¿Ya se había enterado toda la familia y habían mandado a Dionisio a deshacerse de ella y su bebé? 

De repente sintió ganas de salir corriendo de allí, pero cuando quiso darse cuenta la mano del hombre estaba aferrándose a la suya como un grillete.-Me gustas, Selene… me gustas hace mucho tiempo- murmuró con una voz seductora que se caló hasta en sus huesos. 

-¿Qué?- No recordaba ni una sola vez en que el mayor de los Brixton le dirigiera una sola mirada, ni siquiera había creído que supiera su nombre, pero ahora estaba allí, abriéndole su corazón.- N-No entiendo señor… 

-Dime Dionisio, por favor- Ordenó, apretando con más fuerza su pequeña mano- Si tan solo me dieras una oportunidad. 

-Yo…- exclamó en shock. 

-Puedo darte todo lo que alguna vez hubieras deseado, puedo darte seguridad para tí y tu madre, ya no tendran que trabajar nunca más, tus hermosas manos no tendrán que limpiar más pisos- Tomó ambas manos y las besó. Sin embargo, no se sintió bien, quizo quitar las manos, pero no era tan valiente como para faltarle el respeto al mayor de los Brixton. 

-Yo… señor… no lo sé.- dijo bajando la mirada. 

Selene vio cómo el hombre se levantaba y se sacudía la suciedad de su fina ropa. -Piensalo ¿Si? Yo puedo amarte por siempre Selene… Puedo ser un gran esposo y un gran padre…. 

Y con eso, el mayor de los Brixton salió del granero.

Selene estaba en shock. Claro que no amaba a Dionisio, jamás lo había visto de esa manera, es más, siempre le había dado un poco de miedo. 

Sin embargo, no pudo evitar pensar en lo desesperada que estaba, necesitaba sobrevivir a costa de todo. Si quería ser madre, si quería quedarse con su bebé, necesitaba seguridad, necesitaba un esposo y un padre presente. Su bebé merecía una mejor vida que la que ella podría darle sola. 

Lentamente se levantó y caminó hacia el estante, con la esperanda de encontrar dentro de la cajita alguna señal que le dijera que todo era una mala idea. 

“Vamos Hermes, demuéstrame que aún me amas” murmuró desesperada, tomando la caja entre sus manos. Sin embargo, toda esperanza se hizo trizas cuando la abrió y encontró el interior vacío.

Hermes se había ido para siempre, sin darle ni una explicación. 

Dolida, agarró el hilo del que colgaba el sol brillante y lo arrancó con fuerza de su cuello, ya había tomado una decisión.

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