La llamada

Luciana estaba tranquilamente intentando calmarse. Habían pasado varias horas desde que la habían amarrado, y apenas le permitían comer o ir al baño, siempre acompañada por una mujer que la vigilaba con atención.

Sus pensamientos estaban en caos, luchando por mantener la esperanza. De repente, salió de su ensimismamiento cuando Raúl se acercó. Con su cabello dorado que brillaba bajo la tenue luz de la habitación y sus ojos color cielo, parecía un ángel, pero ella sabía que ese hombre era un asesino. Su corazón latía rápido, pero decidió que no le demostraría miedo. Jamás se sometería ante él.

—Hola, Luciana —dijo Raúl, su voz suave y seductora—. ¿Cómo te encuentras?

Ella mantuvo la mirada fija en él, su expresión imperturbable.

—No voy a permitir que me asustes —respondió con firmeza, su voz firme como una roca, desafiando su poder.

Raúl sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—Oh, pero no estoy aquí para asustarte, querida —dijo, acercándose un poco más—. Solo quiero que entiend
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