Raúl sintió una mezcla de incredulidad y satisfacción al escuchar la voz de Elizabeth, la mujer que siempre había deseado y que ahora, por fin, se dirigía a él. Sabía que esto significaba que su plan había funcionado, pero también revelaba algo más: Gala lo había traicionado. Una traición que ella pagaría muy caro.—Ellie... —pronunció Raúl, saboreando cada sílaba, como si estuviera disfrutando del sabor de su nombre en sus labios. Su voz era suave, pero cargada de veneno. —Debí saber que la perra de Gala era una traidora.Elizabeth respiró hondo, tratando de controlar su furia. No podía permitirse perder la calma; Luciana dependía de ella.—¿Qué es lo que quieres para devolvernos a Luciana? —exigió, su tono firme y decidido. —La quiero viva y quiero que dejes en paz a mis hijos. Christopher no tiene nada que ver con tus negocios.Raúl sonrió al otro lado de la línea, saboreando la desesperación y la determinación en la voz de Elizabeth. Se reclinó en su silla, disfrutando del momento
Luciana se encontraba completamente amarrada, sus muñecas y tobillos atados de forma dolorosa, dejándola indefensa. La habitación oscura y opresiva hacía que cada sonido resonara más fuerte, intensificando su miedo. Sentía las manos ásperas de Matt sobre su piel, el asqueroso peso de su cuerpo inclinándose mientras la tocaba sin respeto, sus labios deslizándose cruelmente por su cuello.—Ya basta... —jadeó ella con voz rota, tratando de reunir algo de fuerza en su súplica.Matt, lejos de detenerse, levantó una mano y le dio una fuerte bofetada, haciéndola tambalearse y provocando que un hilillo de sangre se deslizara por su labio. La brutalidad la dejó aturdida, pero su mirada permaneció firme, llena de desafío.—Esos malditos gemelos se follaron a mi Gala... —escupió Matt con rabia contenida, su voz impregnada de un veneno que parecía quemar cada palabra—. Y tú pagarás las consecuencias.—Eres un enfermo —replicó Luciana con desprecio, resistiendo las lágrimas—. Gala fue tu amante o
Christhopher apretaba los puños, frustrado y rabioso. La impotencia de no saber dónde estaba Luciana lo consumía, y ver la inacción de la policía solo intensificaba su enojo. Había contratado a varios hombres que estaban dispuestos a seguir sus órdenes, porque había llegado a la conclusión de que por la vía legal no conseguiría nada. Raúl jugaba sucio, y él estaba dispuesto a hacer lo necesario para recuperar a Luciana.Alessio y su padre, Rodrigo, estaban en la misma habitación, observándolo. Rodrigo mantenía una expresión seria, tratando de mantener la calma, aunque en sus ojos se notaba la preocupación por su hijo y la situación en la que estaban envueltos.—Necesitas calmarte, Chris —le dijo Rodrigo, con voz firme pero comprensiva—. Ya la policía está involucrada, y están al tanto de que Raúl sigue vivo. Vamos a encontrar a Luciana, pero no podemos perder la cabeza ahora.Christhopher negó con la cabeza, la mandíbula apretada por la rabia contenida.—No puedo calmarme, papá. Yo la
Christhopher y Alessio no tardaron en llegar al lugar, sus rostros endurecidos y sus armas listas. Apenas cruzaron la entrada, se encontraron con varios hombres que los esperaban; sin perder un segundo, ambos abrieron fuego. Las detonaciones retumbaron en el aire mientras avanzaban, cada disparo liberando la furia y desesperación que sentían.Alessio se adelantó, decidido a encontrar a Mariana. Cuando sus ojos se posaron en ella, sintió cómo la rabia lo consumía. Mariana estaba tirada en el suelo, completamente desnuda y con marcas de golpes en su piel. A su lado, Matt, con una sonrisa cruel en el rostro, aún tenía la bragueta abierta. La escena lo horrorizó, haciendo que su respiración se volviera irregular y sus manos temblaran de ira.—¿Qué mierda le hiciste? —gritó Alessio, su voz cargada de odio mientras apuntaba directamente a Matt.Christhopher, con la mirada oscura y el ceño fruncido, apuntó también a Matt, sus manos firmes sobre el arma, decidido a no dejarlo salir de allí co
Chris estaba al límite, sus puños cerrados mientras observaba a Matt a través de las rejas. La burla en el rostro de su enemigo era evidente, una sonrisa sádica que sólo alimentaba más su frustración. —¿Qué demonios quieres, Matt? —gruñó Chris, sin paciencia para rodeos—. Suelta ya la ubicación de Raúl y tal vez no te rompa la cara aquí mismo. Matt, apoyado despreocupadamente en la pared de su celda, se limitó a sonreír, un brillo peligroso en sus ojos. —Quiero a Gala, —respondió con frialdad, disfrutando del efecto que sus palabras causaban en Chris—. Dámela, y te diré dónde encontrar a Raúl. Chris sintió una oleada de rabia y sorpresa. Gala era alguien importante para él, y sabía que Matt sólo la quería para su propio juego retorcido. La sola idea de entregarla le repugnaba, pero Matt continuaba mirándolo con un aire de victoria. —Eres un maldito enfermo, Matt, —dijo Chris entre dientes—. ¿Crees que te voy a dar a Gala solo porque tú lo exiges? Ella no es una moneda de cam
Elizabeth aceleraba por la carretera, sus manos tensas sobre el volante mientras echaba miradas rápidas al retrovisor. Los escoltas de su familia seguían de cerca, sus luces reflejándose en sus espejos, pero ella estaba decidida a perderlos. Pisó el acelerador a fondo, maniobrando en curvas cerradas, tomando desvíos inesperados y calles cada vez más estrechas hasta que, finalmente, logró dejar atrás los autos que la seguían. Solo cuando estuvo segura de que no había nadie detrás de ella, sintió un momento de respiro. Sin detenerse a pensarlo dos veces, Elizabeth dirigió su auto hacia el puerto. Sabía que esa era la única pista que tenía para encontrarse con Raúl, quien había amenazado con hacer daño a sus hijos si no cumplía sus condiciones. Al llegar, bajó del auto y caminó con paso firme hacia los muelles, sus pensamientos una mezcla de temor y determinación. El ambiente era oscuro y frío, y el silencio solo era interrumpido por el sonido de las olas golpeando las embarcaciones am
Luciana miró a la pequeña en sus brazos, desesperada por calmar sus llantos. La bebé, que apenas alcanzaba los pocos meses de vida, buscaba su pecho con insistencia, moviendo su cabecita con ansiedad. Cada segundo que pasaba, su llanto se volvía más desgarrador, el eco de su hambre llenando el oscuro espacio que las rodeaba. Luciana trataba de mecerla, susurrando palabras de consuelo, pero nada parecía ser suficiente. No podía ofrecerle lo que necesitaba; no tenía ni idea de cómo cuidarla en esas condiciones. La pequeña, con su cabello oscuro y esos ojos azul intenso, tan familiares, era como un reflejo de los gemelos Montalban. La verdad era innegable, aunque le costara aceptarla. Se había enterado apenas unas horas antes que la bebé era hija de Gala, o eso le habían dicho. Sin embargo, el parecido con Christhopher era tan marcado que era imposible ignorarlo. Esa bebé no era solo una niña a la que le habían ordenado cuidar; era parte de su propia historia, una hermana para el hijo
Luciana, aún en el suelo, apenas podía contener su desesperación mientras Carla sostenía a la bebé. Carla, con una expresión sádica, extendió a la pequeña hacia ella y, al entregársela, de inmediato le apuntó a la cabeza con un arma, lista para disparar. Chris, que había logrado acercarse en silencio, levantó su arma y apuntó a Carla, su rostro oscuro por la ira. —¡Suéltala o esto termina ahora! —rugió con una frialdad que hizo temblar a Carla, aunque ella mantuvo el arma firme. En un instante, Chris apretó el gatillo. El disparo resonó en el aire, y Carla cayó al suelo con los ojos abiertos, derrotada. Sin embargo, en su último acto de crueldad, disparó, y la bala alcanzó a Luciana en el brazo, arrancándole un grito de dolor. Camilo corrió hacia su hija, el terror reflejado en su mirada. Chris, pálido y preocupado, se arrodilló a su lado. —¡Lu! ¿Estás herida? —preguntó, intentando sostenerla mientras ella apretaba el brazo para detener la sangre. Luciana, jadeante y tembl