Gala no podía contener las lágrimas mientras miraba por la ventana, desesperada. Santiago estaba a su lado, tratando de calmarla, pero él mismo estaba inquieto, preocupado por el silencio que envolvía a su familia. —Necesito ver a mi bebé… —murmuró Gala, su voz temblando de angustia. —¿De quién es ese bebé, Gala? —le espetó Santiago, un toque de frustración y celos en su tono—. ¿De uno de tus amantes? Gala lo miró, sorprendida por la acusación, pero antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. Camilo entró con la bebé en brazos, su expresión reflejaba tanto agotamiento como alivio. Ella corrió hacia él y tomó a la bebé en sus brazos, cubriéndola de besos mientras las lágrimas seguían desbordándose de sus ojos. —Está bien… mi bebé está bien —susurró, mirándola con adoración y alivio—. ¿Por qué está… está sangrando? —Tranquila, Gala —dijo Camilo con voz suave—. La bebé está sana. Mi hija, Luciana, la protegió… Solo que a ella le dispararon, y su sangre manchó
Rodrigo avanzó lentamente hacia la cama, con el peso de los años y el dolor intensificado por la visión de Elizabeth, su Elizabeth, tan frágil sobre esa cama de hospital. Se detuvo junto a ella, observando su rostro pálido y sus labios entreabiertos, apenas conscientes, pero aún tan ella, tan Ellie. Tomó su mano con delicadeza, acariciando sus dedos fríos mientras recordaba los años pasados, cada momento que compartieron. —Ellie... —murmuró con voz ronca—, desde la primera vez que te vi, me sentí como un completo idiota, ¿sabes? —La sombra de una sonrisa amarga cruzó sus labios—. Yo, Rodrigo Montalbán, siempre seguro, siempre rodeado de mujeres, pensé que nada podía sacudirme. Podía tener a cualquiera que deseara, en el momento que deseara... y, sin embargo, contigo fue diferente. Fuiste tú quien me cambió, quien me mostró lo que realmente es el amor. Observó cómo su pecho subía y bajaba levemente con cada respiración, y siguió hablando, como si su voz pudiera anclarla a la vida
Estaba completamente desnuda, envuelta apenas en una sábana que me daba una mínima sensación de protección. Observé con incredulidad mientras Raegan se abrochaba el pantalón, sin rastro de arrepentimiento en su rostro, como si lo que acababa de hacer no tuviera la menor importancia. Mi cuello y mis senos estaban marcados de moretones, y cada doloroso recuerdo de lo ocurrido me hacía sentir más vulnerable y rota. Sin embargo, él parecía satisfecho, con una mueca arrogante que me daba ganas de gritar y desaparecer. Se acercó a mí y, con una frialdad que me estremeció, llevó su mano a mi rostro, obligándome a mirarlo al levantarme el mentón. Su mirada era intensa, posesiva, y su tono de voz era inquietantemente calmado, como si estuviera tratando de justificar su atrocidad. —Amor, la próxima vez seré mucho más cuidadoso —murmuró, acariciando mi mejilla con una falsa ternura—. Pero nunca más en tu vida me amenaces con dejarme, Alexa. Tú eres mi vida entera. Un estremecimiento recorr
Mariana continuaba sollozando desconsolada mientras Santiago, con manos temblorosas y el rostro desencajado, la ayudaba a ponerse de pie. —No puede ser… mamá no puede estar muerta —murmuró Santiago, tratando de entender lo que estaba pasando. —No, Santi… no es mamá… es Alessio… —sollozó Mariana, con lágrimas rodando por su rostro. Christhopher se quedó inmóvil, sus ojos bien abiertos y su expresión incrédula. No podía procesar lo que acababa de escuchar. Alessio… su mejor amigo, la persona que siempre estuvo a su lado. La imagen de Matt, con esa mirada fría y el arma en la mano, se repetía en su mente una y otra vez, como una pesadilla de la que no podía despertar. Con una mezcla de desesperación y enojo, Chris se giró hacia el doctor, su voz quebrada pero firme. —Dígame que es mentira… —exigió Chris, esperando una respuesta diferente, una que deshiciera aquella cruel realidad. El médico, con el rostro abatido, suspiró profundamente antes de hablar. —Lo siento mucho, señ
Santiago había llevado a Mariana a su cama, asegurándose de que descansara tras la agotadora jornada. Su padre no se despegaba del lado de su madre, mientras Christhopher parecía encerrado en su propio mundo, perdido en el dolor y las preocupaciones. Después de comprobar que su hermana estaba dormida, Santiago se dirigió a la habitación de Gala, encontrándola alimentando con un biberón a la pequeña bebé. Sin poder evitarlo, se quedó observándolas en silencio, hipnotizado por la escena. —Puedes cargarla si quieres... —dijo Gala, mirándolo suavemente. Santiago vaciló un instante, nervioso. —No, no sabría cómo —respondió, intentando desviar la mirada. —Claro que sí —le animó ella, con una sonrisa tranquila. Con la guía de Gala, Santiago se acercó y extendió las manos, siguiendo sus instrucciones cuidadosamente. Finalmente, sostuvo a la bebé, sintiendo su cálido y pequeño peso en sus brazos por primera vez. —¿Cuántos meses tiene? —preguntó en voz baja, tratando de mantener la
Santiago apretó los puños con frustración mientras caminaba de un lado a otro, lanzando miradas de reproche a Luciana. Su voz era casi un grito, llena de rabia e impotencia. —¿Dónde demonios se ha metido Gala con la bebé? —exigió, sin dejar de moverse. Luciana lo miró con los ojos llenos de cansancio y angustia, su voz temblando al responderle: —¡Te dije que no lo sé! Se marchó, Santiago, y… ¡no me grites! He hecho lo que pude. Te estuve llamando, pero no respondiste. Si no te enteraste antes fue porque no quisiste escucharme. Él la miró, aún con el ceño fruncido, pero sin palabras. Sabía, en el fondo, que ella tenía razón, pero su orgullo y la situación lo sobrepasaban. En ese momento, las escaleras crujieron, y ambos giraron la vista hacia Mariana, que bajaba con el rostro cubierto de lágrimas, mirándolos con una mezcla de decepción y dolor. Su voz, quebrada por el llanto, los interrumpió como una bofetada. —Es increíble lo estúpidos que son ustedes dos —dijo con voz firme, si
Los meses transcurrieron en un clima de tristeza y tensión constante para todos. Elizabeth seguía en coma, atrapada en ese limbo donde su vida parecía colgar de un hilo, mientras su familia sufría la incertidumbre de su recuperación. Rodrigo no se movía de su lado, permaneciendo horas en la clínica, como si su sola presencia pudiera atraerla de vuelta a la realidad. Su devoción era evidente, pero también había dejado todo lo demás en suspenso; el negocio, la familia, su propia vida. Cada día, él era la primera persona en llegar y la última en irse, observando con esperanza cada pequeño cambio en su esposa, aunque el pronóstico de los doctores fuera poco alentador. La ausencia de Gala pesaba en el ambiente. Santiago había hecho todo lo posible para encontrarla, moviendo cielo y tierra, contactando a cada persona que pudiera haber tenido algún rastro de ella. Sin embargo, era como si Gala y la pequeña Montse hubieran desaparecido sin dejar huella. El tiempo sólo hacía más grande el va
Luciana se encontraba recostada en la camilla del quirófano, observando nerviosamente la pantalla mientras el doctor preparaba el equipo para su ecografía. A su lado, Chris le sostenía la mano, intentando transmitirle calma, aunque su propio rostro reflejaba una mezcla de emoción y ansiedad. Su madre estaba allí también, apoyando a su hija con una cálida sonrisa, pero su mirada también denotaba la preocupación típica de una abuela expectante. El doctor comenzó a mover el transductor sobre el vientre de Luciana, y el sonido de los latidos inundó la sala, haciendo que ella soltara una risa nerviosa. Sentía su corazón latir con fuerza y su estómago lleno de mariposas. Su embarazo de seis meses ya había sido una experiencia llena de emociones intensas, y ahora, a punto de conocer más detalles sobre su bebé, los nervios no la abandonaban. —¿Estás bien, nena? —le susurró Chris, acariciando su mano con ternura. —Sí… solo… estoy un poco ansiosa —admitió ella, soltando un suspiro profundo.