Chris estaba al límite, sus puños cerrados mientras observaba a Matt a través de las rejas. La burla en el rostro de su enemigo era evidente, una sonrisa sádica que sólo alimentaba más su frustración. —¿Qué demonios quieres, Matt? —gruñó Chris, sin paciencia para rodeos—. Suelta ya la ubicación de Raúl y tal vez no te rompa la cara aquí mismo. Matt, apoyado despreocupadamente en la pared de su celda, se limitó a sonreír, un brillo peligroso en sus ojos. —Quiero a Gala, —respondió con frialdad, disfrutando del efecto que sus palabras causaban en Chris—. Dámela, y te diré dónde encontrar a Raúl. Chris sintió una oleada de rabia y sorpresa. Gala era alguien importante para él, y sabía que Matt sólo la quería para su propio juego retorcido. La sola idea de entregarla le repugnaba, pero Matt continuaba mirándolo con un aire de victoria. —Eres un maldito enfermo, Matt, —dijo Chris entre dientes—. ¿Crees que te voy a dar a Gala solo porque tú lo exiges? Ella no es una moneda de cam
Elizabeth aceleraba por la carretera, sus manos tensas sobre el volante mientras echaba miradas rápidas al retrovisor. Los escoltas de su familia seguían de cerca, sus luces reflejándose en sus espejos, pero ella estaba decidida a perderlos. Pisó el acelerador a fondo, maniobrando en curvas cerradas, tomando desvíos inesperados y calles cada vez más estrechas hasta que, finalmente, logró dejar atrás los autos que la seguían. Solo cuando estuvo segura de que no había nadie detrás de ella, sintió un momento de respiro. Sin detenerse a pensarlo dos veces, Elizabeth dirigió su auto hacia el puerto. Sabía que esa era la única pista que tenía para encontrarse con Raúl, quien había amenazado con hacer daño a sus hijos si no cumplía sus condiciones. Al llegar, bajó del auto y caminó con paso firme hacia los muelles, sus pensamientos una mezcla de temor y determinación. El ambiente era oscuro y frío, y el silencio solo era interrumpido por el sonido de las olas golpeando las embarcaciones am
Luciana miró a la pequeña en sus brazos, desesperada por calmar sus llantos. La bebé, que apenas alcanzaba los pocos meses de vida, buscaba su pecho con insistencia, moviendo su cabecita con ansiedad. Cada segundo que pasaba, su llanto se volvía más desgarrador, el eco de su hambre llenando el oscuro espacio que las rodeaba. Luciana trataba de mecerla, susurrando palabras de consuelo, pero nada parecía ser suficiente. No podía ofrecerle lo que necesitaba; no tenía ni idea de cómo cuidarla en esas condiciones. La pequeña, con su cabello oscuro y esos ojos azul intenso, tan familiares, era como un reflejo de los gemelos Montalban. La verdad era innegable, aunque le costara aceptarla. Se había enterado apenas unas horas antes que la bebé era hija de Gala, o eso le habían dicho. Sin embargo, el parecido con Christhopher era tan marcado que era imposible ignorarlo. Esa bebé no era solo una niña a la que le habían ordenado cuidar; era parte de su propia historia, una hermana para el hijo
Luciana, aún en el suelo, apenas podía contener su desesperación mientras Carla sostenía a la bebé. Carla, con una expresión sádica, extendió a la pequeña hacia ella y, al entregársela, de inmediato le apuntó a la cabeza con un arma, lista para disparar. Chris, que había logrado acercarse en silencio, levantó su arma y apuntó a Carla, su rostro oscuro por la ira. —¡Suéltala o esto termina ahora! —rugió con una frialdad que hizo temblar a Carla, aunque ella mantuvo el arma firme. En un instante, Chris apretó el gatillo. El disparo resonó en el aire, y Carla cayó al suelo con los ojos abiertos, derrotada. Sin embargo, en su último acto de crueldad, disparó, y la bala alcanzó a Luciana en el brazo, arrancándole un grito de dolor. Camilo corrió hacia su hija, el terror reflejado en su mirada. Chris, pálido y preocupado, se arrodilló a su lado. —¡Lu! ¿Estás herida? —preguntó, intentando sostenerla mientras ella apretaba el brazo para detener la sangre. Luciana, jadeante y tembl
Gala no podía contener las lágrimas mientras miraba por la ventana, desesperada. Santiago estaba a su lado, tratando de calmarla, pero él mismo estaba inquieto, preocupado por el silencio que envolvía a su familia. —Necesito ver a mi bebé… —murmuró Gala, su voz temblando de angustia. —¿De quién es ese bebé, Gala? —le espetó Santiago, un toque de frustración y celos en su tono—. ¿De uno de tus amantes? Gala lo miró, sorprendida por la acusación, pero antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. Camilo entró con la bebé en brazos, su expresión reflejaba tanto agotamiento como alivio. Ella corrió hacia él y tomó a la bebé en sus brazos, cubriéndola de besos mientras las lágrimas seguían desbordándose de sus ojos. —Está bien… mi bebé está bien —susurró, mirándola con adoración y alivio—. ¿Por qué está… está sangrando? —Tranquila, Gala —dijo Camilo con voz suave—. La bebé está sana. Mi hija, Luciana, la protegió… Solo que a ella le dispararon, y su sangre manchó
Rodrigo avanzó lentamente hacia la cama, con el peso de los años y el dolor intensificado por la visión de Elizabeth, su Elizabeth, tan frágil sobre esa cama de hospital. Se detuvo junto a ella, observando su rostro pálido y sus labios entreabiertos, apenas conscientes, pero aún tan ella, tan Ellie. Tomó su mano con delicadeza, acariciando sus dedos fríos mientras recordaba los años pasados, cada momento que compartieron. —Ellie... —murmuró con voz ronca—, desde la primera vez que te vi, me sentí como un completo idiota, ¿sabes? —La sombra de una sonrisa amarga cruzó sus labios—. Yo, Rodrigo Montalbán, siempre seguro, siempre rodeado de mujeres, pensé que nada podía sacudirme. Podía tener a cualquiera que deseara, en el momento que deseara... y, sin embargo, contigo fue diferente. Fuiste tú quien me cambió, quien me mostró lo que realmente es el amor. Observó cómo su pecho subía y bajaba levemente con cada respiración, y siguió hablando, como si su voz pudiera anclarla a la vida
Estaba completamente desnuda, envuelta apenas en una sábana que me daba una mínima sensación de protección. Observé con incredulidad mientras Raegan se abrochaba el pantalón, sin rastro de arrepentimiento en su rostro, como si lo que acababa de hacer no tuviera la menor importancia. Mi cuello y mis senos estaban marcados de moretones, y cada doloroso recuerdo de lo ocurrido me hacía sentir más vulnerable y rota. Sin embargo, él parecía satisfecho, con una mueca arrogante que me daba ganas de gritar y desaparecer. Se acercó a mí y, con una frialdad que me estremeció, llevó su mano a mi rostro, obligándome a mirarlo al levantarme el mentón. Su mirada era intensa, posesiva, y su tono de voz era inquietantemente calmado, como si estuviera tratando de justificar su atrocidad. —Amor, la próxima vez seré mucho más cuidadoso —murmuró, acariciando mi mejilla con una falsa ternura—. Pero nunca más en tu vida me amenaces con dejarme, Alexa. Tú eres mi vida entera. Un estremecimiento recorr
Mariana continuaba sollozando desconsolada mientras Santiago, con manos temblorosas y el rostro desencajado, la ayudaba a ponerse de pie. —No puede ser… mamá no puede estar muerta —murmuró Santiago, tratando de entender lo que estaba pasando. —No, Santi… no es mamá… es Alessio… —sollozó Mariana, con lágrimas rodando por su rostro. Christhopher se quedó inmóvil, sus ojos bien abiertos y su expresión incrédula. No podía procesar lo que acababa de escuchar. Alessio… su mejor amigo, la persona que siempre estuvo a su lado. La imagen de Matt, con esa mirada fría y el arma en la mano, se repetía en su mente una y otra vez, como una pesadilla de la que no podía despertar. Con una mezcla de desesperación y enojo, Chris se giró hacia el doctor, su voz quebrada pero firme. —Dígame que es mentira… —exigió Chris, esperando una respuesta diferente, una que deshiciera aquella cruel realidad. El médico, con el rostro abatido, suspiró profundamente antes de hablar. —Lo siento mucho, señ