Elizabeth Romano—Elizabeth Romano —una mujer vestida formalmente con un atuendo rojo entró a mi oficina sin ser invitada, lo cual me extrañó porque no tengo ninguna reunión pendiente.Simplemente asentí con la cabeza.—¿En qué puedo ayudarte?— Indagué —Tú a mí en nada, soy yo quien quiere ayudarte.— Responde de manera arrogante —No te entiendo. Para empezar, ¿tú quién eres?— Cuestione.—Soy la abogada de Ro y quien logró que esté libre.— Presume —Dirás del señor o el licenciado Montalban. Eres muy poco profesional si hablas con apodos para referirte a tus clientes.— Espeté intentando disimular mis celos.—Es que tenemos más que una relación profesional.— Responde Reí fuerte —¿Folla contigo? Porque no me sorprende.—Yo no dije eso.— Se defiende —Pero te encantaría, tu cara te delata.— Comenté —Vengo por las buenas, Elizabeth, pero no te gustaría conocerme como enemiga. Rodrigo no está solo, él tiene derechos a ver a sus hijos y no puedes negárselos.— Me amenaza—Lo que yo haga o
Rodrigo Montalban —Perdóname, estaba muy confundida —dijo Linda, entrando en la oficina. Su rostro mostraba una mezcla de culpa y alivio mientras se acomodaba en una silla frente a mí. No esperaba la visita de Linda, especialmente después de que ella declaró que me escuchó decir que deseaba la muerte de Ricardo. Aunque no mintió, lo que dije fue en un momento de furia y bajo los efectos del alcohol tras la boda de mi hermano y Ellie. Linda también había sido clave para que obtuviera mi libertad. —Tú hablaste con mi madre, ¿verdad? —pregunté, frunciendo el ceño mientras intentaba procesar sus palabras. —Sí, le expliqué que todo fue un malentendido y que tú nunca lastimarías a Ricardo. Los conozco desde siempre y sé que no eres ningún asesino. Solo me dejé llevar por la rabia cuando te acusé —contestó Linda, su voz temblando ligeramente. —Está bien. ¿Y qué o quién te hizo cambiar de opinión? —inquirí, tratando de entender el cambio de actitud de Linda. —Mi conciencia. En este tie
Elizabeth RomanoAyer, cuando bailé, me sentí en el cielo. Era libre y feliz como nunca antes. Definitivamente, bailar es lo que más amo hacer en el mundo. La sensación de libertad que me da no tiene comparación.Esta mañana, después de darle un beso a mis gemelos y cumplir con mi rutina de duchas, vestirme y maquillarme, me dirigí a la oficina. Era un día más, una rutina más, pero lo que me esperaba allí hizo que todo se tornara amargo.Al llegar a la empresa, me encontré con una sorpresa desagradable: Lila, la abogaducha. Siempre intento ser amable y no dejarme llevar por las primeras impresiones, pero ella tiene algo que me desagrada profundamente. La detesto. —¡Buenos días, Elizabeth! —saludó Lila con un tono que me hizo querer vomitar.—¿Qué haces en mi empresa? Creí que ya habíamos hablado de esto —respondí, tratando de mantener la calma.—Tengo entendido que también es de Ro y vine a verlo a él —dijo, con una sonrisa que no me gustó nada.Rodrigo llegó en ese momento, mostrand
Elizabeth Romano— ¡Qué hot en la oficina! —Ximena ríe mientras me escuchaba relatar cada detalle del encuentro con Rodrigo. Ella es mi consejera oficial, la única persona a quien puedo confesar mis secretos sin temor a ser juzgada.— Si no hubieran tocado la puerta a esta hora, estaría en los brazos de Rodrigo —confiesa, animándome.— No puedo hacerle esto a Raúl. Recuerda que tengo novio, ¿verdad? —digo, tratando de mantenerme firme.— Es un buen tipo, pero no lo quieres —me responde Ximena, con una sonrisa comprensiva.— No sé si lo he perdonado. Siento que lo odio —admito, con un tono de confusión.Ximena se ríe con complicidad. — Cuando pensabas que era Ricardo, lo odiabas y lo hacías a cada rato.— Lo sé, pero era diferente. Ahora sé que lo amo y también que lo odio —respondo, frustrada.— Vuelve con él, Ellie. Los dos se quieren. Aprovecha que el hombre que amas te corresponde —me aconseja Ximena, con un tono alentador.— Soy una torpe. Sé que tienes tus problemas —murmuro, sin
Rodrigo MontalbánLa actitud de Elizabeth me tiene al borde. La amo, pero no estoy dispuesto a sacrificar mi dignidad por ella ni por nadie. Será ella quien venga a rogarme que estemos juntos, y cuando eso pase, le haré lo que ella me hizo a mí. Sé que me equivoqué, pero ya he pagado suficiente por mis errores; he pedido perdón de mil formas, y la terca no quiere escucharme.Regresará conmigo, no tengo dudas de ello. Pero mientras llega ese momento, necesito distraerme, pasar el tiempo. Por eso acepté la invitación de Flavia para cenar. Durante las últimas horas, solo ha hablado de Elizabeth y Raúl, y sinceramente, ya me está hartando.—No sé qué le ves a esa mesera —dice Flavia, claramente molesta.—No quiero hablar de ella. No acepté tu invitación para hablar de Elizabeth. Si solo quieres hablar de ella, mejor me voy —respondo.—Claro que no, Ro —se acerca a mí, bajando su mano a mi entrepierna—. No sabes cuánto extraño lo bien que la pasábamos. Ninguno se compara contigo.—Lo sé, s
Rodrigo Montalban Me enteré por terceros de que Elizabeth planea llevarse a mis hijos. Ni siquiera tuvo la decencia de informarme personalmente. Eso solo me reafirma en mi intención de arruinar sus planes de felicidad con ese imbécil de Raúl. Tengo un plan para hacerlo, y no voy a perder la oportunidad de ponerlo en marcha. Me dirigí a la oficina de Elizabeth con pasos firmes, ya dispuesto a enfrentar la situación. Al entrar, vi que tenía los boletos en sus manos. Con rabia, los tomé de un tirón y los arrojé al suelo. Me miró con esa calma irritante que solía tener. — ¡Me enteré por otros que te llevas a mis hijos sin mi consentimiento! ¡Qué demonios te pasa! —le grité. Elizabeth mantuvo su tono tranquilo y un tanto despectivo.— Tranquilo, Rodrigo. Te lo iba a decir. Para tu información, solo serán unos días. Llámate a Flavia si te aburres. Sus palabras solo hicieron que me hirviera la sangre aún más. Verla tan despreocupada, mientras yo me consumía por dentro, me enloquecía. Me
Elizabeth Romano.No negaré que me duele la actitud de Rodrigo durante esta semana; me ha ignorado, es como si fingiera que yo no existo.No soy tonta y sé que se está acostando con otra mujer. La propia Flavia me ha presumido que estuvieron juntos y, cuando le pregunté, él no lo negó. No puedo creer su cinismo; hace menos de una semana me juraba amor y fácilmente estuvo con otra.¡¿Qué clase de amor es ese?!Evidentemente, él sigue siendo el mismo mujeriego de siempre. Terminé de preparar las maletas de los gemelos y bajé al living, donde están Raúl y mi madre; ella nos acompañará para ayudarme con los niños.—¡Lista, bonita! Tardaste horas.Me acerqué a él y le di un beso en los labios. —Pero valió la pena, ¿verdad?—Claro que sí, estás hermosa. —Responde él.—Me encanta la pareja que hacen; nadie mejor que tú para cuidar a mi hija. —Comenta mamá.—Muchas gracias, suegra. Usted sabe que la adoro. Si fuera por mí, Ellie ya sería mi esposa, pero su hija es indecisa. —Se queja Raúl.Re
— Raúl se tuvo que ir solo por ese pasaporte —dijo mamá con un tono cansado.— Ya no quiero hablar de eso, mamá —contesté, visiblemente molesta.— Cenamos pizza así te animas un poquito, mi amor —sugirió mamá con una sonrisa.Asentí con la cabeza.— Amor, ya que no iremos de viaje, iré a pasar el día con tu tía que está en la ciudad. ¿Vienes? —propuso ella.— No, mamá, yo me quedo con los gemelos. Mejor ve tú y que te lleve el chofer —respondí, sin ganas de moverme.— Sí, amor, mañana voy —confirmó mamá.No puedo creer que Rodrigo me siga manejando a su antojo; solo soy un títere y eso me hace enojar demasiado. Me pregunto cuándo me dejará en paz ese hombre. ¿Por qué no puedo desaparecerlo de mi vida de una buena vez? Y lo que más odio es que sigo amándolo con todo lo que soy. Me odio a mí misma por hacerlo y porque creo que nunca lo dejaré de amar.El día se tornó nublado; creo que lloverá, por eso no quiero sacar a los gemelos de la casa. En este momento estamos en el jardín jugando