Tras el juicio, Santiago siguió a Gala en su auto, manteniendo la distancia mientras observaba cómo ella se dirigía hacia la imponente mansión de la familia Johnson. Cuando finalmente se estacionó frente a la entrada, ni siquiera esperaba la bienvenida; sabía que no se la darían. Aun así, entró sin pedir permiso, con una determinación que sorprendió a los escoltas, quienes de inmediato se colocaron frente a él para detenerlo. —¿Qué haces aquí? —preguntó Gala con furia, clavándole una mirada helada. —Necesito hablar contigo —respondió Santiago, con un tono que dejaba clara su desesperación. —¡Lárgate! Ella no quiere hablar contigo —interrumpió un hombre, el mismo de traje que Santiago había visto en el juicio, y que ahora estaba a su lado, como un guardián vigilante. Santiago lo miró con desdén, los celos quemándole en el interior. —Tú, imbécil, no me dices qué hacer —le espetó, manteniendo la mirada desafiante—. Y no tienes nada que hacer en la casa de Gala a estas horas. ¿Quién
En la clínica, el ambiente estaba cargado de tensión. Christopher, Santiago, Rodrigo y Lorenzo aguardaban en silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos y culpas. Rodrigo estaba sentado con las manos entrelazadas sobre la nuca, su rostro lleno de desesperación y remordimiento. Se sentía un imbécil, un padre ausente que no había sabido ver el dolor de su hija.—¿Cómo no me di cuenta? —murmuró Rodrigo, rompiendo el silencio. Su voz era un susurro quebrado, cargado de culpa—. Soy su padre... ¿Cómo no vi esto venir?—No eres el único, papá —dijo Christopher, apoyando una mano en su hombro—. Todos estamos lidiando con nuestras cosas, pero eso no es excusa. Fallamos.Santiago caminaba de un lado a otro, su semblante marcado por la frustración y la impotencia.—Maldita sea —gruñó, deteniéndose por un momento—. ¿Cómo llegamos a esto? Mariana estaba sufriendo y ninguno de nosotros lo notó.Lorenzo, que había estado observando en silencio, se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro
Santiago llegó derrapando frente a la mansión de Gala, su corazón latiendo con una mezcla de rabia y miedo. Los escoltas, al verlo aproximarse con pasos decididos, rápidamente bloquearon la entrada.—¡Déjenme pasar! —rugió, su voz resonando en la tranquila calle—. ¡Necesito hablar con Gala ahora mismo!Los guardias permanecieron firmes, uno de ellos levantando una mano con calma.—Señor, váyase antes de que llamemos a la policía —advirtió, pero Santiago no se inmutó.—¡No me importa! ¡Gala! —gritó, elevando su voz hasta que resonó en la enorme fachada de la mansión—. ¡Sal de ahí ahora mismo! ¡Tenemos que hablar!Finalmente, la puerta principal se abrió con un golpe seco, y Gala apareció en la entrada, enfundada en un elegante vestido color marfil. Su rostro mostraba una mezcla de enojo y cansancio. Bajó los escalones con paso firme, ignorando a los escoltas que intentaban calmar la situación.—¿Qué mierda te pasa ahora, Santiago? —espetó, cruzándose de brazos—. ¿Por qué no puedes deja
En la clínica, Christhopher caminaba de un lado a otro en la sala de espera, su expresión dura y la mandíbula tensa eran claros signos de su molestia. Luciana, sentada en un sillón cercano, lo observaba con preocupación. Su vientre ya ligeramente abultado era evidente, pero su determinación de estar allí era aún más fuerte. —Chris, por favor, cálmate —le pidió con suavidad, su voz reflejando tanto preocupación como cansancio—. Estar así no va a resolver nada. Chris se detuvo en seco y la miró, sus ojos llenos de furia contenida. —¿Calmarme? ¿Cómo quieres que me calme, Luciana? —espetó, levantando ligeramente la voz. Luego bajó el tono al notar que varias miradas se dirigían hacia ellos—. Te pedí que te quedaras en casa, que no te expongas. Esto no es seguro para ti ni para el bebé. —Chris, no estoy aquí por mí, estoy aquí por ti y por todos. Quiero apoyarte, y no me parece justo que me mantengas al margen como si no fuera capaz de manejar esto —respondió ella, con una mezcla de du
Rodrigo sintió un golpe sordo en el pecho al escuchar las palabras del médico. Su voz sonaba lejana, como si el tiempo se hubiera detenido a su alrededor. —Hemos hecho todo lo posible, pero... la señora Elizabeth ha fallecido —dijo el médico con tono solemne, bajando ligeramente la cabeza. Rodrigo negó con vehemencia, retrocediendo un paso mientras su mente se rehusaba a procesar la noticia. —No... no, no puede ser. ¡Usted se equivoca! —exclamó con la voz quebrada. Antes de que alguien pudiera detenerlo, Rodrigo corrió hacia la habitación de Ellie. Empujó la puerta con fuerza, ignorando las protestas de las enfermeras y médicos que intentaban detenerlo. —¡Ellie! —gritó al verla sobre la cama, inmóvil, pálida, con los monitores apagados. Se acercó a ella, tomando su cuerpo frío entre sus brazos. La abrazó con fuerza, como si al hacerlo pudiera devolverle la vida. —No me hagas esto, por favor... ¡Elizabeth! —suplicó, las lágrimas deslizándose sin control por su rostro. La
El cielo estaba gris, acorde al dolor que invadía el ambiente. La tumba de Elizabeth estaba rodeada de flores blancas y rosas, mientras sus familiares y amigos se congregaban en silencio, compartiendo el peso de la pérdida. Todos hablaban de ella como un ser luminoso, una mujer cuya bondad y belleza habían tocado la vida de quienes la conocieron. Sus hijos, Chris y Santiago, permanecían al frente, inmóviles, con los rostros endurecidos por el dolor. Su esposo, Rodrigo, parecía roto, incapaz de apartar la mirada del ataúd que ahora contenía a la mujer que tanto había amado. Luciana, con lágrimas resbalando por sus mejillas, permanecía al lado de Chris. Su mano descansaba en su hombro, intentando transmitirle consuelo, aunque sabía que ninguna palabra sería suficiente para aliviar su sufrimiento. —Ella siempre estará contigo, Chris —susurró Lu con voz suave, aunque su propia voz se quebraba por la tristeza—. En tu corazón, en cada recuerdo. Chris asintió débilmente, pero no podí
Mientras camino al altar del brazo de mi abuelo, siento que mi corazón se destroza con cada paso que doy. Las flores blancas y la música suave no logran aliviar el nudo en mi garganta. Mi vestido, que debería hacerme sentir como una princesa, se siente como una cárcel de seda. Hoy es el peor día de mi vida. Casarse con un hombre que no amas debe ser horrible, pero mi situación es aún peor: me estoy casando con un hombre que desprecio, el hermano del amor de mi vida, quien me está obligando a ser su esposa. Mis amigos y familiares sonríen y susurran emocionados. Ellos piensan que me caso por amor, que este es el día que siempre soñé. No se imaginan que estoy siendo obligada, que cada paso que doy es una lucha contra el impulso de salir corriendo. Cuando finalmente llego al altar, lo veo a él, a Ricardo Montalbán . Con su cabello oscuro y esos ojos azules profundos, la misma mirada que siempre me ha intimidado. Ricardo y Rodrigo son gemelos idénticos, pero mientras Rodrigo tiene un
La fiesta es un verdadero infierno para mí. Sonrío mecánicamente mientras las felicitaciones me llueven de todas partes. Me duele la cara de tanto fingir. Bailo con Ricardo, acepto sus besos y caricias, y todo el tiempo siento que estoy interpretando un papel en una obra macabra. Él me presume frente a todos, irradiando felicidad, pero no por amor, sino por lo que represento: dinero y poder. Haberle ganado a su hermano es su mayor triunfo. Hace solo unos meses, yo era una mujer feliz. Estaba lejos de ser la heredera millonaria que soy hoy. Jamás tuve nada en la vida más que a mi madre y mis sueños de convertirme en una famosa bailarina. Crecí en una pequeña isla, siendo hija de una madre soltera y teniendo que aprender a ganarme cada peso. Cuando cumplí dieciocho años, mi mamá lo vendió absolutamente todo para que pudiéramos mudarnos a la ciudad. Había ganado una beca en una academia de baile prestigiosa y, con trabajo y sacrificio, ambas pagábamos la otra mitad. Sin embargo,