Santiago llegó derrapando frente a la mansión de Gala, su corazón latiendo con una mezcla de rabia y miedo. Los escoltas, al verlo aproximarse con pasos decididos, rápidamente bloquearon la entrada.—¡Déjenme pasar! —rugió, su voz resonando en la tranquila calle—. ¡Necesito hablar con Gala ahora mismo!Los guardias permanecieron firmes, uno de ellos levantando una mano con calma.—Señor, váyase antes de que llamemos a la policía —advirtió, pero Santiago no se inmutó.—¡No me importa! ¡Gala! —gritó, elevando su voz hasta que resonó en la enorme fachada de la mansión—. ¡Sal de ahí ahora mismo! ¡Tenemos que hablar!Finalmente, la puerta principal se abrió con un golpe seco, y Gala apareció en la entrada, enfundada en un elegante vestido color marfil. Su rostro mostraba una mezcla de enojo y cansancio. Bajó los escalones con paso firme, ignorando a los escoltas que intentaban calmar la situación.—¿Qué mierda te pasa ahora, Santiago? —espetó, cruzándose de brazos—. ¿Por qué no puedes deja
En la clínica, Christhopher caminaba de un lado a otro en la sala de espera, su expresión dura y la mandíbula tensa eran claros signos de su molestia. Luciana, sentada en un sillón cercano, lo observaba con preocupación. Su vientre ya ligeramente abultado era evidente, pero su determinación de estar allí era aún más fuerte. —Chris, por favor, cálmate —le pidió con suavidad, su voz reflejando tanto preocupación como cansancio—. Estar así no va a resolver nada. Chris se detuvo en seco y la miró, sus ojos llenos de furia contenida. —¿Calmarme? ¿Cómo quieres que me calme, Luciana? —espetó, levantando ligeramente la voz. Luego bajó el tono al notar que varias miradas se dirigían hacia ellos—. Te pedí que te quedaras en casa, que no te expongas. Esto no es seguro para ti ni para el bebé. —Chris, no estoy aquí por mí, estoy aquí por ti y por todos. Quiero apoyarte, y no me parece justo que me mantengas al margen como si no fuera capaz de manejar esto —respondió ella, con una mezcla de du
Rodrigo sintió un golpe sordo en el pecho al escuchar las palabras del médico. Su voz sonaba lejana, como si el tiempo se hubiera detenido a su alrededor. —Hemos hecho todo lo posible, pero... la señora Elizabeth ha fallecido —dijo el médico con tono solemne, bajando ligeramente la cabeza. Rodrigo negó con vehemencia, retrocediendo un paso mientras su mente se rehusaba a procesar la noticia. —No... no, no puede ser. ¡Usted se equivoca! —exclamó con la voz quebrada. Antes de que alguien pudiera detenerlo, Rodrigo corrió hacia la habitación de Ellie. Empujó la puerta con fuerza, ignorando las protestas de las enfermeras y médicos que intentaban detenerlo. —¡Ellie! —gritó al verla sobre la cama, inmóvil, pálida, con los monitores apagados. Se acercó a ella, tomando su cuerpo frío entre sus brazos. La abrazó con fuerza, como si al hacerlo pudiera devolverle la vida. —No me hagas esto, por favor... ¡Elizabeth! —suplicó, las lágrimas deslizándose sin control por su rostro. La
El cielo estaba gris, acorde al dolor que invadía el ambiente. La tumba de Elizabeth estaba rodeada de flores blancas y rosas, mientras sus familiares y amigos se congregaban en silencio, compartiendo el peso de la pérdida. Todos hablaban de ella como un ser luminoso, una mujer cuya bondad y belleza habían tocado la vida de quienes la conocieron. Sus hijos, Chris y Santiago, permanecían al frente, inmóviles, con los rostros endurecidos por el dolor. Su esposo, Rodrigo, parecía roto, incapaz de apartar la mirada del ataúd que ahora contenía a la mujer que tanto había amado. Luciana, con lágrimas resbalando por sus mejillas, permanecía al lado de Chris. Su mano descansaba en su hombro, intentando transmitirle consuelo, aunque sabía que ninguna palabra sería suficiente para aliviar su sufrimiento. —Ella siempre estará contigo, Chris —susurró Lu con voz suave, aunque su propia voz se quebraba por la tristeza—. En tu corazón, en cada recuerdo. Chris asintió débilmente, pero no podí
Mientras camino al altar del brazo de mi abuelo, siento que mi corazón se destroza con cada paso que doy. Las flores blancas y la música suave no logran aliviar el nudo en mi garganta. Mi vestido, que debería hacerme sentir como una princesa, se siente como una cárcel de seda. Hoy es el peor día de mi vida. Casarse con un hombre que no amas debe ser horrible, pero mi situación es aún peor: me estoy casando con un hombre que desprecio, el hermano del amor de mi vida, quien me está obligando a ser su esposa. Mis amigos y familiares sonríen y susurran emocionados. Ellos piensan que me caso por amor, que este es el día que siempre soñé. No se imaginan que estoy siendo obligada, que cada paso que doy es una lucha contra el impulso de salir corriendo. Cuando finalmente llego al altar, lo veo a él, a Ricardo Montalbán . Con su cabello oscuro y esos ojos azules profundos, la misma mirada que siempre me ha intimidado. Ricardo y Rodrigo son gemelos idénticos, pero mientras Rodrigo tiene un
La fiesta es un verdadero infierno para mí. Sonrío mecánicamente mientras las felicitaciones me llueven de todas partes. Me duele la cara de tanto fingir. Bailo con Ricardo, acepto sus besos y caricias, y todo el tiempo siento que estoy interpretando un papel en una obra macabra. Él me presume frente a todos, irradiando felicidad, pero no por amor, sino por lo que represento: dinero y poder. Haberle ganado a su hermano es su mayor triunfo. Hace solo unos meses, yo era una mujer feliz. Estaba lejos de ser la heredera millonaria que soy hoy. Jamás tuve nada en la vida más que a mi madre y mis sueños de convertirme en una famosa bailarina. Crecí en una pequeña isla, siendo hija de una madre soltera y teniendo que aprender a ganarme cada peso. Cuando cumplí dieciocho años, mi mamá lo vendió absolutamente todo para que pudiéramos mudarnos a la ciudad. Había ganado una beca en una academia de baile prestigiosa y, con trabajo y sacrificio, ambas pagábamos la otra mitad. Sin embargo,
Viajamos varias horas hasta llegar al hotel. Ricardo tiene negocios que atender aquí en Houston, y nos vamos a hospedar en un lujoso hotel. Al llegar a la recepción, Ricardo se adelanta para registrarnos. La recepcionista le sonríe amablemente mientras él le entrega nuestros documentos. —Necesitamos dos habitaciones—digo, aprovechando un momento de silencio, aunque mi voz suena insegura. Ricardo se vuelve hacia mí con una mirada afilada. —Ni lo sueñes, Elizabeth. Eres mi mujer—responde con una sonrisa fría—. No me digas que mi hermano no te entrenó bien. Siento un nudo en la garganta, pero no quiero mostrarle mi miedo. Yo deseaba entregarle mi virginidad a Rodrigo, pero él siempre me respeto. Era todo un príncipe. Ricardo se vuelve hacia la recepcionista. —Una habitación—dice con firmeza, y la mujer asiente, procesando la solicitud rápidamente. Subimos al ascensor en silencio. Ricardo se apoya contra la pared, observándome con una expresión que mezcla arrogancia y
Rodrigo Montalban Hace dos días me dolía hasta el alma después de la paliza que me di con ese tipo del cual ni siquiera sé el nombre. Lo vi en el bar y lo provoqué para pelear. Después me enfrenté a dos de sus amigos. Necesitaba golpear a alguien, a cualquiera. No podía soportar la idea de Ellie, mi Bell, en los brazos de mi hermano.Desde que me dejó, me siento destrozado. Nunca conocí el amor hasta que la conocí a ella, y me traicionó. Me dejó y al día siguiente anunciaba su boda con mi hermano. Jamás me dio una explicación.Me marché de casa, necesitaba estar solo. Odio que las personas vean así, destrozado y lamentable. Frente a los demás finjo que Elizabeth no significó nada, y no les cuesta creerlo porque siempre he sido un mujeriego que nunca se toma nada en serio. Nadie imagina cuánto me ha destrozado Elizabeth.A nadie le importo, excepto mi abuelo. Mi madre siempre prefirió el dinero y a Ricardo. Mientras su hijo favorito esté bien, ella estará bien. Desde que revelé a la f