Malas noticias

En la clínica, el ambiente estaba cargado de tensión. Christopher, Santiago, Rodrigo y Lorenzo aguardaban en silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos y culpas. Rodrigo estaba sentado con las manos entrelazadas sobre la nuca, su rostro lleno de desesperación y remordimiento. Se sentía un imbécil, un padre ausente que no había sabido ver el dolor de su hija.

—¿Cómo no me di cuenta? —murmuró Rodrigo, rompiendo el silencio. Su voz era un susurro quebrado, cargado de culpa—. Soy su padre... ¿Cómo no vi esto venir?

—No eres el único, papá —dijo Christopher, apoyando una mano en su hombro—. Todos estamos lidiando con nuestras cosas, pero eso no es excusa. Fallamos.

Santiago caminaba de un lado a otro, su semblante marcado por la frustración y la impotencia.

—Maldita sea —gruñó, deteniéndose por un momento—. ¿Cómo llegamos a esto? Mariana estaba sufriendo y ninguno de nosotros lo notó.

Lorenzo, que había estado observando en silencio, se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro
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