Destrozada

Luciana se despertó completamente desconcertada, sintiendo una fuerte punzada en la cabeza que la hizo fruncir el ceño. Recuerda haber subido al baño, pero luego todo se volvió borroso. Apenas podía entender cómo terminó en la habitación de Mariana, donde aparentemente se quedó completamente dormida. Al abrir los ojos, vio a Santiago, uno de los gemelos, acercándose a ella con una sonrisa en el rostro.

—Buenos días, bella durmiente —dijo él con un tono divertido, mientras se sentaba en el borde de la cama.

Luciana, aún aturdida, se llevó una mano a la frente intentando mitigar el dolor.

—¿Qué pasó, San? —preguntó, su voz ronca y llena de confusión.

Santiago la miró con una expresión de ligera preocupación, pero mantuvo el tono despreocupado.

—Anoche parecías agotada. No recuerdo haberte visto después de que subiste al baño. —respondió mientras jugaba con los mechones de su cabello desordenado—. ¿Estás bien? Pareces un poco pálida.

Luciana trataba de juntar las piezas en su mente
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