Se había negado tajantemente a volver a cambiarse de ropa.«Qué afán el suyo de querer que vista más de diez atuendos en un solo día», pensó con frustración Anastasia.Se sentía agobiada y cansada. No dejaban de decirle qué ponerse y con qué frecuencia. Un traje o vestido diferente para cada ocasión la hacía sentir como un maniquí en exhibición.Esa noche, le tocaba bajar y cenar con todos en la mesa. El rey había solicitado la presencia de toda la familia, y como dictaba el protocolo, Anastasia debía presentarse en el comedor quiera o no.Esta vez no iba a oponerse ni a replicar por asistir a la cena. Estaba harta de pelear y de no lograr que respetaran su opinión.Anastasia se paró en la entrada de su gigante armario de ropa. Nunca creyó poder tener algo así, incluso estaba segura de que ese sitio era del mismo tamaño que su apartamento.El nuevo guardarropa y las joyas que le habían comprado y que insistían en que se pusiera no eran para ella. Tenía que representar el papel de la e
—Perdón, pero no soy un animalito al que pueden mangonear a su antojo, su majestad —las palabras salieron disparadas de la boca de Anastasia.La reina abrió los ojos con espanto y comenzó a abanicarse con la mano delante de su rostro. —¡Por Dios, qué insolencia la de esta mujer! Es por eso que te digo que le enseñes modales —volvió a dirigirse a su hijo, como si Anastasia no estuviera presente. —Madre —pronunció el príncipe, rara vez la llamaba de ese modo. —No es culpa de Anastasia haber recibido una educación diferente a la nuestra. Ella ha vivido una vida cotidiana y se ha relacionado con la gente día a día. —Pero ahora no está en su pueblito ni con esa gente —dijo con tono de desprecio. —Lo que más necesita con urgencia son clases de dicción. —Si no dije nada malo —replicó Anastasia. —No fui grosera con usted, le llamé majestad. El rey, quien llevaba minutos en silencio, soltó una risa discreta que no fue tan baja, ya que su esposa la escuchó y le lanzó una mirada de desaproba
Mientras Anastasia caminaba por los amplios pasillos del palacio, se dirigía a su primera clase de dicción cuando una joven mujer intervino en su camino.—Su alteza de la monarquía Talfryn quiere tener una conversación con usted —informó la dama que servía a la princesa Gisal. No había hecho reverencia ni usado un tono cortés, parecía más una orden que una invitación.Anastasia no dijo nada, solo se quedó allí, viendo a la joven, dudando si debía ir con ella o no. No sabía a quién se refería cuando mencionó ese nombre, así que su expresión de desconcierto fue notado y su dama se inclinó para susurrarle que la empleada se refería a la princesa Gisal.El asombro se reflejó en el rostro de Anastasia cuando comprendió.—No puedo en este momento, me dirijo a mi clase —explicó Anastasia.No tenía por qué dar explicaciones a nadie, menos a los empleados del palacio, pero quiso dejarlo dicho para que la princesa no pensara que estaba huyendo de ella.—Su alteza dijo que era urgente —insistió
Anastasia salió con un zumbido que la dejó aturdida. Más bien habían sido las palabras de la princesa la que se quedaron así con esos pensamientos instalados en su mente.No debió haber ido a esa alcoba, no debió haberla escuchado. ¿Pero quería vivir engañada? Claro que no. Rhys no parecía el tipo de hombre que conversaba y contaba sus cosas con otras personas, mucho menos iba a rectificar sus errores, si es que en algún momento le había sido infiel.Esa idea, de que le fuera infiel, la inquietó tanto que no lograba concentrarse en nada, ni siquiera en las personas que la rodeaban.—Alteza —la voz de su dama la hizo salir de sus pensamientos.Finalmente, había conseguido tener su atención. Llevaba rato llamándola y no conseguía ninguna reacción de su parte. Incluso se había preocupado, pensando que su alteza se sentía enferma.—¿Sí? ¿Decías? —dijo todavía desconectada con la realidad.—Ya pasan de las ocho, la señorita…—¡Oh, demonios! —gritó alarmada, Anastasia y caminó en círculos p
El rostro de la mujer que entró en la oficina era severo y marcado por el paso del tiempo. Sus ojos parecían penetrar en el alma de Anastasia mientras la observaba con una intensidad que la hizo sentir un escalofrío.—Alteza, perdóneme por interrumpir —dijo Avalon, el jefe de escolta del príncipe—. Pero necesito hablar con usted en privado.Rhys asintió y se dirigió hacia la puerta, indicándole a Anastasia que se quedara en la habitación. La joven se sintió intranquila al quedarse sola con esa mujer desconocida y de rostro de piedra.«Parece una gárgola», pensó Anastasia, aunque no cometería el error de expresarlo en voz alta.Cuando Rhys y el jefe de escolta salieron y cerraron la puerta detrás de ellos, Anastasia se sintió aún más nerviosa. No sabía qué hacer ni a dónde mirar. Se quedó de pie en el centro de la habitación, sintiendo que el aire se volvía más denso a su alrededor.—Así que usted es la princesa consorte —rompió el silencio la mujer.Esto hizo que Anastasia diera un pe
*EN LA OFICINA DEL PRÍNCIPE*Rhys no podía concentrarse en sus actividades, ya que le habían dado una noticia que lo inquietó.—Alteza, ¿qué desea que haga? —preguntó su fiel escolta.Mientras el príncipe pensaba en cómo debía actuar con respecto a lo que estaban diciendo de su esposa, se sentía preocupado. Sí, se sentía preocupado por Anastasia; si los rumores llegaban a sus oídos, ella podría molestarse, y eso a él le importaba mucho.Se habían inventado un rumor: que Anastasia era una joven común que él conoció en un lugar nocturno. Eso era cierto, pero el invento era que ella era una bailarina exótica, de esas que vendían caricias, y que el príncipe se había enamorado de ella. Como no podía mantenerla como su amante, le pidió que se casaran en secreto.Habían creado una historia de amor clandestino, y aunque no estaba mal, eso no le quitaba la frustración al príncipe. Pero supuestamente, solo el príncipe estaba enamorado, ya que señalaban a Anastasia como una interesada y falsa.L
Anastasia, con una mirada preocupada, se acercó a las escaleras donde la esperaba el príncipe Rhys. Este la recibió con el mismo semblante serio de siempre, pero de inmediato se percató del pálido rostro de su esposa.—¿Estás bien?—, no dudó en preguntarle, y usando un tono suave, extendiendo su mano hacia ella, pues temió que se desvaneciera en un segundo.Anastasia no titubeo, de prisa tomó la mano del príncipe y se sujetó a su brazo. Trató de ocultar su malestar.—Sí, estoy bien — respondió con una sonrisa forzada.—¿Segura? —preguntó con un tono incrédulo el príncipe. —Te noto algo pálida.—Debe ser por los nervios —explicó, —estoy muy nerviosa.Rhys después de evaluarla un rato más, la ajusto a su brazo y comenzaron a caminar; descendieron las escaleras hacia el salón principal, donde los invitados aguardaban ansiosamente. Mientras caminaban, Rhys notó la tensión en los hombros de Anastasia y decidió abordar el tema.—Sé que esto ser abrumador para ti - comenzó Rhys, manteniendo
Los nobles y dignatarios de todo el reino se habían congregado para presenciar el compromiso de su alteza el príncipe Rhys Bevanog de Gales. Entre la multitud se encontraban los más importantes líderes políticos, generales del ejército, y miembros destacados de la nobleza.Rhys mantuvo a su esposa a su lado mientras anunciaba:—Queridos amigos y distinguidos invitados, es un honor para mí presentarles a mi prometida, Anastasia. Ella ha llegado a mi vida trayendo consigo luz y amor, y estoy encantado de compartir este momento con todos ustedes.Seguía esperando la respuesta de la joven, ella se había quedado estatica en su lugar.Rhys tuvo que soltar por unos segundos a Anastasia, en el instante que él metió su mano a su saco y saco una pequeña caja de terciopelo de ahí, los ojos de Anastasia se abrieron por completo.Es entonces cuando reaccionó. Un anillo de oro blanco con una piedra incrustada brillo ante sus ojos. Era casi idéntico a la argolla que tenía aquel día cuando se despert