23. Modales
—Perdón, pero no soy un animalito al que pueden mangonear a su antojo, su majestad —las palabras salieron disparadas de la boca de Anastasia.

La reina abrió los ojos con espanto y comenzó a abanicarse con la mano delante de su rostro.

—¡Por Dios, qué insolencia la de esta mujer! Es por eso que te digo que le enseñes modales —volvió a dirigirse a su hijo, como si Anastasia no estuviera presente.

—Madre —pronunció el príncipe, rara vez la llamaba de ese modo. —No es culpa de Anastasia haber recibido una educación diferente a la nuestra. Ella ha vivido una vida cotidiana y se ha relacionado con la gente día a día.

—Pero ahora no está en su pueblito ni con esa gente —dijo con tono de desprecio. —Lo que más necesita con urgencia son clases de dicción.

—Si no dije nada malo —replicó Anastasia. —No fui grosera con usted, le llamé majestad.

El rey, quien llevaba minutos en silencio, soltó una risa discreta que no fue tan baja, ya que su esposa la escuchó y le lanzó una mirada de desaproba
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