2. El rey enfermo

Cardiff, Gales

El avión descendió en Cardiff, revelando un paisaje verde que abarcaba la zona de la isla y otra parte salpicada de ríos, creando un panorama hermoso.

Las jóvenes dirigieron sus miradas hacia las ventanas, maravillándose con las vistas.

Al tocar tierra en el aeropuerto de Cardiff, una mezcla de emoción y anticipación se apoderó de Anastasia.

Se sentía nerviosa pero ansiosa por explorar la ciudad.

La brisa fresca de Gales les dio una cálida bienvenida, mientras cruzaban el pasillo hacia la sala de espera de la terminal. Lisa sugirió algo que tenía en mente.

—¿Qué tal si por la noche nos dedicamos a visitar clubes nocturnos? No perdamos el tiempo y desde hoy hay que ir al primero.

Mientras esperaban por sus maletas en la zona de equipajes.

—No estoy del todo de acuerdo, no deberíamos salir a ese tipo de sitios tan pronto. —A Mara no le agradaba mucho la idea de ir a clubes —Yo creo que visitar museos, te animaría más —Se dirigió a Anastasia.

—¿Estás hablando en serio? —exclamó Lisa. —Ver museos y castillos antiguos, es lo más aburrido del mundo. —Se volvió hacia Anastasia y la miró fijamente. —¡Este lugar es increíble para pasear por las calles en la noche! No desaproveches esta oportunidad, hay que disfrutar. Y la mejor manera, es irnos de fiesta.

Anastasia consideró las dos opiniones de sus amigas, pero se inclinó por la parte aventura y fiestera. Pues pensaba que necesitaba más eso ahora que cualquier otra cosa.

*****

Cardiff, Gales.

Palacio Bevanog

—Lo siento…

Rhys abrió los ojos de par en par al escuchar claramente las palabras del médico que les informaba sobre el estado de salud de su padre, el rey Arthur Bevanog.

Una enfermedad incurable había asentado su sombra sobre el rey, y todos los médicos que lo habían revisado daban el mismo dictamen. No auguraban más de tres meses de vida, quizás, a lo sumo, un mes.

Un tumor había extendido sus raíces por casi todo su cuerpo, devorándolo lentamente. Ya no quedaba mucho del hombre que alguna vez fue, solo una figura enfermiza y casi moribunda, que reposaba en una inmensa cama.

Los médicos abandonaron la estancia después de difundir la noticia a su reina, la esposa del rey, y al único heredero, el príncipe Rhys. Les restaba solo el tiempo efímero que compartían con él.

Ambos, resignados, aceptaron el designio de la vida, aunque el príncipe Rhys aún no asimilaba por completo la realidad de la enfermedad.

Se preguntaba cómo un hombre tan fuerte como su padre había terminado de esa manera.

Siempre cumplió con sus revisiones médicas mensuales, una regla fundamental tanto para él como para todos en la realeza.

El rey Arthur solía decir que un monarca debía velar primero por su nación, y lo primero era mantenerse sano y fuerte para su gente.

Esta era una de las normas que él mismo se imponía, y muy pronto sería heredada por su sucesor, el príncipe, una vez que ascendiera al trono.

Era un pilar fundamental en su monarquía, algo que el propio rey había instituido y que el parlamento tenía presente como ley.

Mientras su padre se sumía en la casi agonía, luchando por respirar y hablar, le impuso a su hijo una promesa.

El príncipe Rhys Bevanog se vio obligado a conseguir cumplirla, no solo por él mismo, sino por la nación y por el deber que le incumbía como futuro rey de Gales.

—Hi… hijo… necesitas… casarte con una princesa… lo más pronto posible…

Él sabía que esta acción le garantizaría el título y la dirección de la monarquía, permitiéndole convertirse finalmente en el rey de Gales.

Pero ahora Rhys se hallaba más preocupado por el estado de su padre que por la promesa que le había hecho realizar.

—Padre…

Él comprendía cuál era la única vía para ascender al trono por ser el progenitor de un rey.

Por ello, rechazaba cualquier opción que involucrara su vida sentimental.

Sabía que no podía enamorarse y casarse, era casarse y cumplí, así solamente funcionaba.

Solo que todavía no estaba preparado para despedirse de su rey, no en ese momento…

—No hables más, padre —le dijo, tomando la mano de su rey. —Necesitas descansar; mañana será un día mejor.

—No habrá muchas mañanas para mí ya, — pronunció el hombre con dificultad, aunque su hijo le escuchó claramente. —Necesito que me prometas lo que te he pedido, es ahora, Rhys.

El príncipe se encontraba en un dilema.

—Pero padre…

—P... Pro… prométeme…

—Se lo prometo, mi majestad,— afirmó el príncipe con determinación, esforzándose para que su padre no percibiera vacilación en sus palabras.

Estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para cumplir con ese último deseo, aunque desconocía los desafíos que le aguardaban en su compromiso con la promesa hecha a su enfermo padre.

*****

A varias habitaciones de distancia de dónde se encontraba el rey y su hijo, conversando, la reina se estaba sumamente preocupada en su alcoba.

—Lo advertí en repetidas ocasiones —se lamentaba la reina, anticipando los eventos venideros—. ¿De dónde sacaremos ahora una princesa? No es como si cayeran del cielo.

Su dama de compañía, que también era su confidente, escuchaba con mucha atención.

—Trina —la llamó la reina—, ¿de dónde cree el rey que surgirá esa princesa? No tenemos opciones.

Mientras la reina se sumía en la preocupación, su dama reflexionaba sobre el problema.

La reina ya había hablado con su esposo y llegaron a un acuerdo, pero no habían muchas princesas disponibles en todo Europa. Pensar en una prometida para su príncipe, la dejaba demasiado inquieta.

—Su majestad —exclamó la dama—, ¿qué hay de la princesa Gisal?

La reina se enderezó en su asiento, mirándola con asombro y espanto, para luego negar con la cabeza.

—No sería correcto; son parientes. Los herederos comparten un lazo de sangre.

—Es un lazo muy delgado, tal vez nada visible, los separa como cinco generaciones. Aparentemente son parientes muy lejanos.

—Pero al final son primos.

La reina dudaba, observándola con inquietud.

Aunque la sugerencia parecía descabellada, no podía descartarla. ¿Se verían envueltos en un conflicto con el parlamento si forjaban una unión entre esos príncipes?

Los tildarían de incorrectos. Debía discutirlo primero con ellos para disipar sus dudas. No obstante, en el fondo, reconocía que era una elección acertada.

La princesa Gisal y Rhys se conocían desde la infancia; si su hijo lograba casarse con ella, no habría necesidad de comprometerlo con una desconocida.

—Trina, avisa para que organicen de inmediato una escolta personal, que traigan a la princesa Gisal al palacio y que vayan a buscar a Rhys donde se metió.... Además, tengo una tarea importante para ti...

La reina le pidió a la mujer que se acercara a ella y le susurró... una órden.

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