3. Desconocido al rescate

Cardiff, Gales

Club nocturno

Mientras tanto ese mismo día, pero en la noche, Rhys ingresó al exclusivo club, escoltado por algunos miembros de la guardia real.

Su deseo era pasar desapercibido, anhelando una noche para ahogar sus problemas en el alcohol y apartado de todo lo que implicaba deberes.

Aunque rodeado de seguridad, la multitud bailaba ajena a su presencia real. Decidió adoptar un casi disfraz, con una gabardina oscura hasta las rodillas, gafas del mismo tono y un sombrero tipo Fedora.

Mientras Rhys se abría paso entre la multitud, acompañado por dos hombres de la guardia, desinteresado de su entorno, inmenso en sus problemas que le calcomanía la mente, tropezó con una joven que corría apresurada hacia los baños.

Ella, sin percatarse de la figura importante que bloqueaba su camino, colisionó con Rhys, desatando algo caótico.

La sacudida del impacto y la velocidad con la que iba la jóven, culminaron en un desastroso desenlace: la camisa del príncipe adornada con los estragos de su vómito.

Rhys, inicialmente quedó en estado de shock, paralizado ante esa situación inesperada. Una oleada de molestia lo invadió cuando finalmente asimiló la realidad.

Su mirada, antes serena, se tornó enojada al posarse sobre la joven que tenía un aspecto terrible.

Ella, en un intento por disculparse, balbuceó entre titubeos, pues sintió otra oleada brusca de malestar. No consiguió pronunciar mi una frase coherente.

El viaje le había hecho que se enfermara un poco, su estómago estaba sensible y ella no conseguía sentirás bien, hasta que vómito encima del joven, que para ella era un desconocido.

—Yo… lo… —dijo apenada, pero la amenaza de una arcada causo que no dijera nada más.

Rhys, frunciendo el ceño, la ignoró con una frialdad inusual.

—Deberías tener más cuidado — espetó, antes de quitarse el abrigo y tirarlo a la basura.

La joven, sintiéndose agraviada, lo miró con indignación, pero Rhys, ya se había encaminado hacia su reservado, no le prestó más atención.

Sí, lo había vomitado, sí, sin embargo él fue muy grosero, y sin saber los motivos.

El desconocido con el que chocó resultó ser un grosero, no entendía cómo podía haber gente tan insensible.

¿Qué hizo mal el abrigo?

Le contó a sus amigas de él, y ellas para que su amiga no continuara pensando en ese momento desagradable, la llevaron a bailar a la pista.

Minutos más tarde, ya se sentía relajada, había olvidado lo de antes y se dedicó a divertirse, incluso el malestar había desaparecido.

Aunque permanecía atenta a sus pasos para evitar tropezar nuevamente con algún desconocido desagradable.

Un par de minutos después, un hombre se acercó por detrás y comenzó a molestarla.

—Baila conmigo, lindura —le exigió el sujeto, con una voz cargada de alcohol.

—No, gracias, estoy bien así —le contestó ella.

—¿Solita? —Se acercó más y Anastasia comenzó a inquietarse. —Mejor deja que te haga compañía.

Incómoda, pensó rápidamente en algo para escabullirse de ese hombre. Él insistió en acompañarla a donde fuera, mientras ella se alejaba.

Se movió para volver a lado de sus amigas, apenas logró salir de la pista entre la multitud cuando el hombre que la acosaba la sujetó del brazo con violencia, y la pegó a su cuerpo.

—¡Déjame en paz! —dijo ella. Nadie se daba cuenta de lo que pasaba, o nadie le prestaba atención, todos estaban distraídos en sus asuntos. —Te lo advierto, sé defenderme —lo amenazó, tenía algo de conocimientos en artes marciales, lo básico de defensa personal.

El hombre se puso furioso y la arrastró lejos de allí, la llevó a un pasillo y la empujó contra una pared, inmovilizándola e impidiendo que ella pudiera defenderse.

El miedo la invadió de inmediato, ya que no sabía qué más hacer para protegerse.

De la nada, apareció otro hombre pero ella no podía mirarlo bien, pues el cuerpo enorme de su atacante no le permitía observar más allá que su pecho sudoriento.

—Suéltala —exigió, dirigiéndose al atacante.

Observó al joven, era alto y fuerte, de aproximadamente 1.90, tenía una expresión de enojo en su cara.

A pesar de ser musculoso, se sintió intimidado por este hombre. Sin embargo, este no se alejó de la joven, la seguía sujetando.

—No te metas en esto, encárgate de tus asuntos —respondió el acosador de mala gana.

—Te lo advierto, si continúas tocándola, no habrá un mañana para ti; haré que te encierren en una celda de por vida —amenazó el chico, su voz sonaba joven y severa, pero también increíblemente sexy para los oídos de Anastasia.

El acosador se quedó callado y volvió a verlo con un gesto fruncido en su cara.

—¿Quién te crees que eres? —inquirió molesto.

Anastasia, aún confundida y preocupada, logró moverse de nuevo.

Se sentía asqueada por el olor que desprendía el acosador: alcohol, sudor, humo y una mezcla rara que prefería no identificar.

No escuchó claramente el resto de la conversación entre ellos.

De repente, el acosador se alejó y la soltó, dejándola confundida.

Se fue sin decir una palabra más, y Anastasia, perpleja, ajena a lo ocurrido, se giró para encontrarse con su salvador.

Sus ojos entrecerrados trataban de reconocer ese rostro que le resultaba poco conocido.

Abrió la boca al percatarse de que era el mismo chico con el que tropezó hace unas horas, el rubio sexy y grosero.

La pena la invadió, y lo único que deseaba en ese instante era ser tragada por el suelo y desaparecer.

—¿Estás bien? —preguntó él, ya que ella no podía articular ni una palabra.

Asintió con la cabeza como un muñequito.

—Gracias —pronunció apenas.

—No fue nada —contestó cortésmente. Ya no había rastro del chico grosero; parecía un gemelo o una versión mejorada.

—Lo… lo siento…

Ella sentía que le debía, no una, sino dos, y como no habían empezado bien, Anastasia quería reparar su error, de haberle vomitado encima, aunque no fue a propósito.

—¿Qué dijiste?

Se sentía en deuda con el chico.

Tal vez él ni la recordaba, y pueda que eso era lo mejor, eso creía ella, pero eso no la detendría para devolverle el favor.

—Nada…

Se quedó observándolo y se dio cuenta de que era mucho más atractivo de lo que recordaba; ya no traía rastros de vómito, se había cambiado de camisa.

—¿Te gustaría bailar o beber algo? —preguntó ella. Suponía que así iba a recompensar algo de lo que sucedió, pues tampoco sabía cómo pagarle. Podía él también rechazarla y volver a lo suyo, creyó Anastasia. —Ahora te debo dos —señaló ella. —Una muy grande por lo de este momento, y la otra por lo del vómito.

Las cejas del chico se levantaron, sorprendido como si hubiese escuchado una gran revelación.

—¿Eres tú? —Finalmente recordó, nadie sabía que el príncipe en realidad tenía prosopagnosia.

—Es que acabo de llegar a este país, viaje en avión por muchas horas y me duele el estómago,—explicó—, no soy una mujer borracha de verdad, lo siento mucho…

La chica cruzó las manos y se disculpó sinceramente, lo que hizo que el príncipe sintiera que sería inapropiado volver a enfadarse, aparte deseaba tener una noche al menos calmada, después de todo lo ocurrido.

—Bueno, acepto tu invitación.

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