Antón paró de golpear la puerta luego de muchas horas; el cansancio lo dominó. Caminó hasta las demás habitaciones y se dejó caer sobre la cama. Al día siguiente, pidió a una de sus empleadas que le trajera las llaves de todas las habitaciones. Con gran rapidez, abrió la puerta y encontró a Alexa sobre la cama; se notaba que no había podido dormir toda la noche.
Quizás por el dolor del tobillo o por el temor que le causaba pensar en el momento en que Antón entrara por esa puerta. Al ver el tobillo todo hinchado, Antón hizo una llamada y, en media hora llegó su amigo Mikel. Estuvo en la hacienda para revisar el tobillo de Alexa.
El guapo y apuesto Mikel entró a la habitación mientras Antón miraba el jardín.
—¿Qué pasó? —preguntó algo preocupado Mikel.
—No hagas preguntas y arréglalo —gruñó Antón con molestia.
—Esto dolerá, hermosa —replicó el joven con una sonrisa de coquetería.
Las palabras de Mikel hicieron rodar los ojos de Antón y enseguida gruñó.
—Ten cuidado; es mi esposa.
Dicho eso, salió de la habitación, dejando a las dos personas perplejas. Mikel se quedó paniqueado al escuchar que su amigo decía que la joven hermosa delante de él era su esposa. En cuanto Alexa sintió mariposas en su estómago al escuchar a su esposo pedir que no la lastimara, sintió el corazón acelerarse. Luego recordó que ese hombre la odiaba y que sus actitudes cambiaban muy rápido. Suspiró y expulsó esos pensamientos tontos que rodaban en su cabeza.
—Debes cuidarte. En unos días el pie estará bien —le regaló una sonrisa galante una vez que terminó—. ¿Cómo te lastimaste? —preguntó Mikel, algo preocupado, ya que esas fracturas no se hacían solo con caminar.
Alexa bajó la mirada, tratando de apaciguar esas lágrimas que estaban por salir. Aunque ella trató de ocultarlas, el doctor las notó.
—Si ya terminó, ¿me podría dejar sola? —pidió ella de la manera más amable.
—Está bien, pero no dudes en llamarme por si necesitas algo —replicó el doctor una vez que le entregó su tarjeta.
Ella dudó en tomarla, pero la insistencia del doctor terminó por hacer que la aceptara. Una vez que Alexa agarró la tarjeta, Mikel bajó hasta el despacho donde se encontraba su gran amigo, casi su hermano, Antón.
Posó su maletín en la pared de la entrada de la puerta, caminó hasta la silla y se sentó. Su gran amigo estaba de espaldas al escritorio, fumando un cigarro.
—Te he dicho que no fumes; terminarás muriendo de un cáncer —replicó el joven doctor, que apenas cursaba el quinto semestre de universidad.
Sin darse la vuelta, inhalando y expulsando el humo del tabaco, Antón respondió:
—¿Qué quieres? Depositaré el dinero más tarde.
—No quiero dinero; sabes que aún no me gradúo como doctor.
—¿Entonces? ¿Qué haces en mi despacho?
—Esa joven y tú. ¿Cuándo se casaron? ¿Por qué no me invitaste?
—Fue algo rápido y familiar.
—Nunca nos la presentaste. ¿De dónde salió? ¿Y cómo se zafó el tobillo?
—Haces muchas preguntas, Mike. ¿Crees que eres mi padre?
—No, pero como uno de tus mejores amigos, debo saber.
Antón se giró y clavó su mirada profunda en su amigo, que permanecía confuso con toda esta situación.
—Es la hija de Axel Ruiz...
—No puede ser, Antón —exclamó Mike con preocupación—. Jamás pensé que cumplirías con esa promesa que hiciste de niño.
—Pues lo haré. Ahora ya lo sabes; déjame solo.
—Piénsalo bien, hermano. No vaya a ser que te arrepientas más adelante.
—Vete; no quiero tus sermones.
Mike se levantó para marcharse, agarró su maletín y se propuso salir. La frase de su amigo lo detuvo en la puerta.
—Ah, y no olvides decirle a Hanson; no quiero volver a explicar quién es ella.
Hanson y Mike eran los dos grandes amigos de Antón. Ellos tres estuvieron juntos desde el preescolar y conocían cada secreto de ambos; siempre se contaban las cosas. Mike no dijo nada, solo caminó con mucha preocupación. Al revisar a Alexa, se dio cuenta de lo frágil e inocente que era.
En cuanto Alexa, una vez que la puerta de su habitación fue cerrada, dejó que las lágrimas salieran por sí solas. En segundos, ya había ríos de lágrimas desde su pupila hasta su cuello. Contempló la pequeña tarjeta del doctor; recordaba cada una de sus palabras: "No dudes en llamarme por si necesitas algo". Pensaba en cómo pedirle ayuda a alguien que era amigo del hombre que quería lastimarla.
Lloró sin consuelo alguno; la irritación en sus ojos se hacía cada vez más grande. Ultrajó la almohada y ahogó su llanto en ella.
Por la tarde, Hanson llegó hasta la mansión; deseaba conocer a la esposa de su amigo. Este era diferente a Mikel; estaba dispuesto a apoyar a su amigo.
—Así que te tiraste la soga al cuello. Mi hermano, mi pana, mi yunta; estoy para apoyarte.
—Te agradezco, Hanson, pero no creo necesitar de ti.
—Eres muy engreído —replicó Hanson mientras le lanzaba un papel arrugado.
—¿Y dónde está?
—En su recámara...
—Vamos al bar esta noche. Hay unos culitos muy buenos —propuso Hanson mientras mordía su labio inferior al imaginar las mujeres a su lado.
—Está bien; dile a Mike.
—¿Estás seguro? Nos arruinará la salida; ya sabes, sus sermones cada media hora.
—Está bien, iremos los dos.
Ambos salieron rumbo al bar, mientras Mikel estaba en su cama, preocupado por lo que podía sucederle a Alexa. Agarró el teléfono y llamó a la hacienda Montalvo.
—Familia Montalvo, buenas noches...
—Gina, ¿puedes pasarme a Antón?
—El señor Antón salió.
—¿A dónde?
—No sé, joven. Solo le vi salir con su amigo Hanson.
—Ja... —sonrió Mikel—. Está bien, Gina; pásame a la señora.
—¿La señora?
—Sí, la esposa de Antón —respondió él con firmeza.
La empleada asintió y llevó el teléfono hasta la recámara de Alexa. Una vez que entró, le entregó el teléfono y no dio explicaciones de quién le llamaba.
—¿Hola?
—Hola. Soy Mikel. ¿Cómo está el pie?
—Bien, mejorando, doctor.
Mikel escuchó la voz de ella apagada; parecía que había llorado y gritado, ahogando el grito. El silencio permaneció en ambos lados; solo un suspiro por parte de Mikel se escuchó.
—Estoy para ayudarte; no dudes en llamarme si te sientes abrumada —replicó Mikel.
Deseaba poder decirle que estaba dispuesto a ayudarla a escapar del infierno que Antón le haría vivir. Él era testigo de todas las cosas que Antón se prometió de niño hacerle pasar a la hija del hombre que causó la muerte de su hermana.
Segundos después, Alexa colgó el teléfono; sentía que nadie ni nada podía salvarla de ese hombre. En la planta baja, Gina también colgó el móvil; tenía órdenes estrictas de vigilar y escuchar las llamadas que salían y entraban para Alexa.
En la Ozono, Antón y Hanson se divertían. En el regazo del CEO se encontraba una hermosa mujer que recorría con sus manos los firmes músculos del hombre. Aquella noche, los hombres llegaron a altas horas de la madrugada. En la sala de Estar, siguieron bebiendo y riendo como dos locos.Por la mañana, el pie de Alexa ya estaba mejor; eran ya las 11 a.m. y sentía mucha hambre. En aquel lugar, hasta las empleadas le trataban con indiferencia.Llegó hasta la cocina cojeando y se preparó unos huevos revueltos. Gina le miró con desprecio y siguió haciendo sus labores.—Buen día, Ginita querida, ¿me puedes preparar algo? —replicó Hanson, que se había quedado a dormir en la hacienda.La empleada asintió. Hanson contempló a la mujer que estaba de espaldas a él. Con su boca y su rostro hacía expresiones de deseo al ver las curvas bien delineadas de Alexa.—¿Y tú cómo te llamas? —preguntó a la vez que se paraba a un costado, quería ver si el rostro era tan hermoso como esas pompas. En dos segundo
Una vez que Antón salió de la mansión, ella se levantó a preparar su desayuno, puesto que el que tenía en la mesa estaba salado como para una vaca.—¿No te han enseñado que la comida no se vota a la basura? —preguntó Gina con una sonrisa burlista. Alexa no dijo nada y continuó preparándose algo de comer. Al abrir la nevera, Gina sostuvo la puerta del refrigerador y le impidió abrirlo.—¿Me puedes dar permiso? —pidió Alexa con mucha educación y sensibilidad.—No lo haré. Acabas de botar tu desayuno y esperas sacar más del refri; no lo permitiré.—¿Sabes que estaba salado? Nadie podría comerlo —replicó Alexa con debilidad.—No me interesa. Tengo órdenes estrictas de no dejarte hacer lo que te dé la gana.Mientras discutía con Gina, por qué en realidad tenía hambre, los pasos de alguien se escucharon.—¿Qué está sucediendo? —preguntó Ana a la vez que acomodaba su cartera sobre el mostrador.—Señorita Ana, el joven Antón no se encuentra.—¿Y por eso abusas de su esposa? —gruñó Ana, muy en
Quiso llamar a su madre, pero desistió al imaginar lo preocupada que se quedaría si la escuchaba en ese estado. Inhaló y exhaló para poder apaciguar su triste corazón que no paraba de dolerle.Después de unas horas, bajó al jardín y aspiró el aroma de las flores. Una dulce voz le sacó de su confort.—Hola —murmuró Mikel.Ella se quedó inmóvil ante la repentina aparición del joven doctor.—¿Qué hace aquí? ¡Váyase! Me meterá en problemas.—Tranquila. Solo quiero hablar.La preocupación invadió a Alexa; miraba hacia un lado y a otro. Si Antón la veía junto a su amigo, seguro se enojaría.—Pues yo no quiero hablar con usted ni con nadie.Dicho eso, se encaminó hasta la habitación, puso seguro y ahí se quedó hasta que la noche cayó. Aunque ella trataba de evitar los problemas, estos siempre llegaban.Por la noche, cuando Antón llegó, la empleada no desaprovechó ni un instante para dar el chisme. Aquello hizo enfurecer a Antón, quien no esperó para reclamarle a Alexa.Ella acababa de salir
Por la tarde, cuando Antón pasó por su casa a recoger la maleta, se llevó una gran sorpresa: su madre había vuelto y lo encontró saliendo de casa con una maleta.—¿Dónde vas?—Me voy de viaje, asuntos de negocios.—Ya cumpliste con tu promesa. Han pasado dos semanas, en las cuales debiste intimar.—Madre, te dije que no hablaría de eso contigo.—Si te vas de viaje, te vas a ir con ella.—No, no me voy con ella. Me iré con Cleo; me está esperando en el aeropuerto.—No voy a permitir que cometas ese error. Debes ir con Alexa y punto —gruñó la mujer, enfadada.Antón se dejó caer sobre el asiento con gran decepción, agachó la cabeza entre sus piernas mientras sus manos rodaban por su cabeza hasta la nuca. Si estaba huyendo, era porque no quería estar cerca de ella, y ahora su madre la quería enviar con él de viaje.—Llámale a Cleo y dile que no vas a ir. Que se regrese a Barcelona porque tampoco puede quedarse en casa. Estoy tratando de alejar a Ana y ahora a Cleo.La respuesta de la anci
Mientras la sujetaba con fuerza y la llevaba a rastras, escuchó una frágil voz de una mujer gritar el nombre de él.—¡Antón! —detente —gritaba Cloe, que le había visto hace segundos atrás.—Te están llamando —le dijo por si no había escuchado.Él no dijo nada y siguió jalándole mientras la mujer tras ellos continuaba nombrándole. Cansada de su jaleo, Alexa se detuvo en seco, soltándose de su agarre.—¿Qué haces? —preguntó molesto a la vez que la volvía a agarrar.—Te están llamando, ¿por qué huyes? —le preguntó a la vez que se detenía y se volteaba a ver a la mujer de cabello corto que venía dando grandes zancadas para alcanzarlos.—¿Sabes cuántos Antón hay en este mundo? —replicó a la vez que volvía a caminar.—No lo sé. Al único que conozco es a ti —respondió ella mientras le seguía el paso.Una vez que el auto negro se parqueó delante de ellos, se introdujeron en él y se perdieron de los ojos de la mujer.—Buenas noches, señor Antón y señora —replicó el hombre vestido de negro.—Bu
Antón llegó al cuarto de hotel de Cleo. La joven estaba totalmente lastimada en su corazón; ella amaba a ese hombre con toda su alma. A diferencia de Ana, ella no sabía que ese matrimonio era solo por una venganza. Enterarse de que Antón estaba casado con una mujer mucho más joven que ella le golpeó duro en su orgullo.—¡Para de beber!—No quiero. Yo solo quiero que me digas que no amas a esa mujer. Quiero que te divorcies de ella y te cases conmigo.—No puedo —gruñó él.—¿No puedes o no quieres? —preguntó ella mientras se acercaba. El silencio perduró en él.Ella posó su bebida en el velador que estaba cerca de su cama y besó a Antón con mucha brusquedad.—Hazme tuya por última vez.Agarró las manos de él y las posó en sus nalgas mientras le besaba, ardiendo en deseo. Antón le dio cabida para que su lengua entrara. Cuando ya estaba por caer junto a ella sobre la cama, la imagen de Alexa apareció en su mente.Con sus dos manos, la presionó de los hombros y la apartó de él.—Lo siento,
En media hora estuvo lista; llevaba un vestido blanco transparente que dejaba a la vista el traje de baño que llevaba dentro. Antón la esperaba en la sala.Al verla, su corazón latió con fuerza. Carraspeó su garganta para apaciguar el sentimiento loco que se estaba desatando en su corazón. “¿Qué mierda me pasa?” —gruñó para sí mismo—. Vamos —bufó, tratando de sonar indiferente.Salieron en el auto; Alexa solo se dedicó a observar la belleza natural que rodeaba el archipiélago. En cuanto a Antón, no pudo detener esos latidos que resonaban con fuerza dentro de él.“Una vez que me acueste con ella, pasará” —se repitió en la mente para tratar de subir su ánimo.No paró de mirarla, cómo sonreía y la alegría que se reflejaba en su pequeño e inocente rostro. Nunca le había visto sonreír; aquellos ojos esmeraldas no habían parado de llorar desde el día que la conoció.Mientras ella disfrutaba de las tortugas gigantes, su esposo la contemplaba con gran encanto. Pronto sintió el abrazo de una m
Antón sintió su corazón apachurrarse al soltar la mano de su esposa, pero si su madre le veía tomados de la mano, sospecharía que él se había enamorado, y eso solo desataría que la mujer explotara y sufriera más.—¿Qué bueno que ya volviste, mi niño? —resopló Carlota a la vez que lo abrazaba y clavaba su mirada en Alexa.Ella bajó la mirada, puesto que tenía un nudo en su garganta. Se reprochó a sí misma por haber sido una ilusa y creer que Antón seguiría siendo el mismo que fue en el archipiélago. Llegó a imaginar que entrarían agarrados de la mano, que se enfrentaría a su madre y le gritaría en la cara que se había enamorado de ella.—¿Tú no piensas saludar? —gruñó Carlota con mucho desprecio.—Buenas tardes, señora.—Ve a tu habitación; tú y yo hablaremos después.Alexa alzó la mirada y miró a su esposo, que estaba tras su madre. Él bajó la mirada y suspiró con mucho sentimiento. Ella tragó grueso y se encaminó a la habitación, donde ahogó su grito en la almohada.“¿Qué tonta? Cómo