Capítulo 8

Una vez que Antón salió de la mansión, ella se levantó a preparar su desayuno, puesto que el que tenía en la mesa estaba salado como para una vaca.

—¿No te han enseñado que la comida no se vota a la basura? —preguntó Gina con una sonrisa burlista. Alexa no dijo nada y continuó preparándose algo de comer. Al abrir la nevera, Gina sostuvo la puerta del refrigerador y le impidió abrirlo.

—¿Me puedes dar permiso? —pidió Alexa con mucha educación y sensibilidad.

—No lo haré. Acabas de botar tu desayuno y esperas sacar más del refri; no lo permitiré.

—¿Sabes que estaba salado? Nadie podría comerlo —replicó Alexa con debilidad.

—No me interesa. Tengo órdenes estrictas de no dejarte hacer lo que te dé la gana.

Mientras discutía con Gina, por qué en realidad tenía hambre, los pasos de alguien se escucharon.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó Ana a la vez que acomodaba su cartera sobre el mostrador.

—Señorita Ana, el joven Antón no se encuentra.

—¿Y por eso abusas de su esposa? —gruñó Ana, muy en
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