El testamento

Por supuesto, Adrián cumplió su palabra y los lugares a los que me postulé me negaron una oportunidad. Sin alternativas, acepté un trabajo en un bar por las noches. Trabajaba como mesera, aunque el dueño me sugirió ser bailarina, lo cual rechacé.

Los clientes a menudo se pasaban de la raya con las meseras, y peor aún con las bailarinas. Un día recibí una llamada del Licenciado Ordóñez. Él había sido el mejor amigo y abogado de Don Thomas. Me sorprendió cuando recibí su llamada y me informó que debía estar presente en la lectura del testamento.

Caminé hacia la entrada de la mansión mientras resonaban en mi mente las palabras de mi ángel guardián: "Tu madre y tú nunca estarán solas, Natalia." "Tú serás la protectora de mi familia y de mi legado."

Decidí entrar por la puerta principal, en lugar de la de empleados. Una de las sirvientas me abrió la puerta y, después de saludarla, continué hasta el despacho. Ahí estaba la familia, junto con la ama de llaves y, por supuesto, el notario y el abogado.

La mirada de Adrián se clavó en mí. Era obvio que no le agradaba, pero no podía armar un escándalo en ese momento. Era evidente que si yo estaba allí, era por una razón.

—Buenas tardes, Licenciado Ordóñez —dije, extendiendo mi mano, la cual él tomó. Luego, tomé asiento.

—Buenas tardes. Ahora que estamos todos presentes, podemos comenzar con la lectura del testamento —anunció el notario.

—Falta mi hijo Álvaro —dijo Gloria, desconcertada.

—Álvaro no fue convocado para la lectura del testamento —informó el abogado.

Debo admitir que me sorprendió que Álvaro no estuviera incluido en el testamento, ya que también era nieto de Don Thomas. Adrián no parecía sorprendido en lo más mínimo; daba la impresión de que ya lo sabía. El notario comenzó la lectura:

"Yo, Thomas Villaseñor, a los sesenta años y en pleno uso de mis facultades mentales, manifiesto por este documento mi voluntad de heredar mis bienes de la siguiente manera, sin posibilidad de modificación alguna. A mi hija Gloria Villaseñor de Fontana, le lego las propiedades en Vayarta y Cuernavaca, junto con un cheque mensual de una suma indicada en privado por el señor Ordóñez. También le corresponde el 30% de las acciones de mi textilera. A mi nieto menor Álvaro Fontana le heredero el 20 % de las acciones.

A la señora Adela Fernández, mi fiel servidora y ama de llaves de mi familia, le dejo lo acumulado en una cuenta bancaria a su nombre. Con esa cantidad, podrá vivir cómodamente por el resto de su vida; no obstante, si decide continuar trabajando, nadie podrá despedirla.

Finalmente, a mi nieto mayor, Adrián Fontana, a quien considero mi mayor orgullo en la vida, le lego todos mis demás bienes. Estos incluyen la mansión en la que creció, mis dos aviones privados, el yate y las cuentas bancarias internacionales a mi nombre. Además, lo nombro socio mayoritario y único dueño de mi textilera".

En ese momento, la expresión de todos cambió. Por un instante, sentí náuseas; era asombroso la cantidad de bienes que había mencionado el notario. Tras un amargo silencio, el notario continuó:

"Para que mi nieto reciba su herencia, debe casarse con la señorita Natalia Bernal; ambos deben permanecer casados y vivir en la mansión durante un año. Si uno de los dos termina la unión antes de tiempo, el otro se convertirá en el heredero absoluto de mi fortuna"

Me quedé completamente pasmada. Jamás imaginé que esto fuera solo el inicio de mi pesadilla. Don Thomas había intentado hacerme un favor, pero al final me había condenado.

—Eres una sinvergüenza y una zorra, ¿qué hiciste para que mi padre te incluya en su testamento?— Preguntó la señora Gloria.

—Yo no he hecho nada—respondí con firmeza.

—Debe ser un error. Mi abuelo no pudo estipular esa tontería. Yo, casarme con una sirvienta— exclamó Adrián con incredulidad.

No quería escuchar ninguna más de sus humillaciones por lo cual me marché.

[...]

Durante los días posteriores a la lectura del testamento me dedique a mi trabajo como mesera, intentando no pensar en nada.

Los ojos de él, de un tono esmeralda intenso, se clavaron en los suyos, como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos.

Sin embargo, un día al abrir la puerta de mi departamento estaba él allí.Por un lado, estaba molesta por la manera en que él me había tratado en la mansión, y la humillación que me había hecho pasar. Por otro lado, no podía evitar sentir una cierta atracción por su presencia imponente y su mirada intensa.

—¿Qué estás haciendo aquí? —susurroo, tratando de mantener la voz firme a pesar de la ansiedad que me embargaba.

Adrián me observó por un momento, como si estuviera considerando sus palabras. Finalmente, respondió en tono sereno pero directo.

—He venido a hablar contigo. Tenemos un asunto importante que discutir.

Entrecerre los ojos, sin estar segura de si debería dejarlo entrar o no. Pero decidí que era mejor enfrentar la situación de una vez por todas. Abrí la puerta un poco más ampliamente y lo dejé pasar.

—Adelante, pero esta vez no me tratarás como si fuera inferior a ti —dije, con una mezcla de determinación y desafío en mi tono.

Adrián me miró fijamente por un momento, como si estuviera evaluando mis palabras. Luego, asintió con un gesto de cabeza y entró a la casa.

—Entendido. No es mi intención repetir lo sucedido en la mansión —respondió con una expresión más seria de lo usual.

—Entonces, ¿qué es lo que tienes que discutir conmigo? —pregunto, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Hoy a las seis de la tarde el chófer pasará por ti —afirma Adrián

—¿Para que?—Inquiero

—Para nuestra boda.— Responde él con simpleza

Parpadeo en incredulidad ante las palabras de Adrián. ¿Una boda? ¿Hoy mismo? No podía creer lo que estaba escuchando. Mi mente luchó por procesar la información, y la sorpresa se reflejó claramente en mi rostro.

—Según el testamento de mi abuelo, debemos casarnos y convivir juntos durante un año para poder reclamar la herencia —explicó, sin hacer ningún esfuerzo por suavizar la noticia.

—Espera un momento. ¿Has asumido que aceptaré casarme contigo sin siquiera preguntarme? —dije, sintiendo cómo mi voz comenzaba a elevarse por la frustración.

Adrián me miró con una ceja levantada, como si la idea de preguntarme mi opinión fuera completamente irrelevante.

—Después de lo que sucedió ayer, no pensé que necesitara preguntarlo —respondió con frialdad.

—Lo que dice el testamento es muy claro. Y si no aceptas, perderemos la herencia. —sentenció.— Yo no me quedaré en la calle por los caprichos de una empleada.

—Está bien, lo haré. Pero que quede claro que no lo hago porque quiero, sino por necesidad —declaro, mi voz contenía una mezcla de resignación y resentimiento.

Adrián simplemente asintió, como si estuviera acostumbrado a que las cosas se hicieran a su manera. Me preguntó cómo podría soportar un año entero de convivencia con un hombre que parecía decidido a hacerme la vida imposible.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo