Leonel Miller

Habían pasado dos días desde que me casé con Adrián y me entregué a él. La rutina era monótona: durante el día, él estaba en la oficina, y por la noche, regresaba a casa, cenábamos con su madre y su padrastro, y luego se iba a un bar. Más tarde ntentaba entrar en mi habitación, pero yo había cerrado con llave, impidiéndole el paso.

Prácticamente no nos dirigíamos la palabra. Los sirvientes murmuraban que no éramos un matrimonio de verdad, pero eso no me importaba en lo más mínimo. Sin embargo, debí visitarlo en su oficina porque ya era fecha de pago y él no me había depositado el dinero para el tratamiento de mi madre.

Cuando llegué a su oficina, me di cuenta de que estaba de mal humor, rodeado de una pila de documentos hasta el techo. Al verme, frunció el ceño.

—Adrián, ¿qué está pasando? ¿Por qué no has depositado el dinero que me corresponde?— Indagué

— ¿Acaso crees que no tengo cosas más importantes que hacer que ocuparme de tus asuntos?— Pregunta en un tono burlón.

—Pe
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