Estaba caminando tranquilamente por el parque, empujando el carrito de Thomas mientras él observaba todo a su alrededor con curiosidad. El sol de la tarde bañaba todo con una luz cálida, y el suave murmullo de las hojas me daba una sensación de paz que no había sentido en mucho tiempo. Mi teléfono sonó, rompiendo el momento de tranquilidad. Era el abogado de mi padre. Atendí la llamada, un poco nerviosa. —Hola, Natalia. —saludó con una voz profesional—. Necesitamos hablar contigo sobre un asunto importante relacionado con la herencia de tu abuelo. —¿La herencia de mi abuelo? —pregunté, sorprendida. No sabía que había dejado algo para nosotros. —Sí. Al parecer, dejó una herencia considerable para su primer nieto, y eso sería Thomas. Necesitamos discutir los detalles y los pasos a seguir. Mi corazón se aceleró. La idea de que Thomas tuviera una herencia que podría asegurarle un futuro mejor era abrumadora. A la vez, me preocupaba cómo esta noticia podría complicar aún más las
Adrián Fontana. Estoy completamente enfadado desde que Emir me llamó y me informó que el miserable de Leonel tiene a mi esposa y a mi hijo. Aún no puedo creer que esto sea posible. La ira y la desesperación se mezclan en mi interior, formando una tormenta que amenaza con consumir mi razón. Me encuentro en la mansión, en el despacho de Emir, con mi hermano Álvaro a mi lado. Él está tan desesperado como yo, su rostro muestra una mezcla de miedo y furia contenida. Emir nos mira con preocupación, tratando de mantener la calma en medio de esta crisis. —Adrián, tenemos que actuar rápido —dice Emir, su voz grave—. Leonel es peligroso y no sabemos de lo que es capaz. Asiento, mi mente trabajando a mil por hora, tratando de encontrar una solución. No puedo permitir que Natalia y Thomas estén en peligro ni un segundo más. —Lo sé, Emir. Pero si llamamos a la policía, Leonel podría lastimarlos. Tenemos que manejar esto con cuidado —respondo, tratando de mantener la calma a pesar de que
Me encontraba amarrada, con la cabeza dando vueltas. No entendía qué estaba pasando ni a dónde se habían llevado a mi bebé. La angustia y el miedo se mezclaban en mi mente, nublando mis pensamientos. En ese momento, Leonel se acercó a mí y llevó sus manos a mis mejillas, deteniendo mis lágrimas con un gesto sorprendentemente tierno. —Eres hermosa, Nat —dijo con una voz suave, casi acariciándome con sus palabras. —¿Dónde está Thomas? —pregunté, la desesperación clara en mi voz. —Thomas está con Adrián y Natalia, sus padres —respondió, una sonrisa siniestra curvando sus labios. Me mostró una fotografía que me dejó helada. En la imagen, se veían Adrián y Clara, abrazando a Thomas como si fueran una familia feliz. No podía ser verdad. ¿Cómo podía Adrián no darse cuenta de que Clara había tomado mi identidad? La realidad se mezclaba con la confusión y la incredulidad en mi mente. —No puede ser... —susurré, sintiendo cómo una nueva oleada de lágrimas amenazaba con desbordarse—. Él
Adrián Fontana Cuando abrí los ojos, me encontré sumido en un mareo confuso. La luz blanca del lugar me cegó por un momento, y mi mente luchaba por salir de las tinieblas de la inconsciencia. Con un esfuerzo titánico, logré enfocar mi mirada y distinguir la figura familiar de mi madre, sentada junto a mi cama. Su rostro estaba lleno de angustia y alivio a la vez, sus ojos cristalinos reflejaban una mezcla de emociones. Con delicadeza, sostuvo mi mano entre las suyas, transmitiéndome una sensación de seguridad y cariño que me reconfortó en medio de la confusión. — ¿Mamá? —mi voz sonaba ronca y débil mientras intentaba asimilar lo que veía. Mi madre, con los ojos llenos de lágrimas, se acercó rápidamente a mi lado. — ¡Adrián, hijo mío! —sus palabras estaban llenas de alivio y preocupación. Me sostuvo la mano con ternura mientras me miraba con amor y angustia. Hace años no me miraba con amor. — ¿Qué pasó? ¿Cómo llegué aquí? —mi mente estaba llena de confusión mientras trataba d
Mi nombre es Natalia Bernal. No sé quiénes son mis padres biológicos; crecí con Margarita, quien me adoptó desde que era un bebé. Ella era una mujer viuda con una hija propia, y a pesar de sus propias luchas, se hizo cargo de mí con amor y dedicación. La devastación me consumía. Desde el día en que los médicos me informaron sobre el cáncer avanzado de mi madre, sentí que mi mundo se desmoronaba a mi alrededor. Hablaban de tratamientos, sí, pero las esperanzas de éxito eran inciertas, apenas un rayo de luz en medio de la oscuridad abrumadora. El costo del tratamiento era prohibitivo para mí. Sin embargo, en medio de mi desesperación, apareció como un verdadero ángel Don Thomas Villaseñor. Él no solo fue un benefactor generoso, sino que se convirtió en una figura paternal para mí, un abuelo amoroso que nunca tuve. Me ofreció un trabajo como su asistente personal y se encargó de cubrir los gastos del tratamiento de mi madre, además de financiar mis estudios. Para mí, era más que un em
Por supuesto, Adrián cumplió su palabra y los lugares a los que me postulé me negaron una oportunidad. Sin alternativas, acepté un trabajo en un bar por las noches. Trabajaba como mesera, aunque el dueño me sugirió ser bailarina, lo cual rechacé. Los clientes a menudo se pasaban de la raya con las meseras, y peor aún con las bailarinas. Un día recibí una llamada del Licenciado Ordóñez. Él había sido el mejor amigo y abogado de Don Thomas. Me sorprendió cuando recibí su llamada y me informó que debía estar presente en la lectura del testamento. Caminé hacia la entrada de la mansión mientras resonaban en mi mente las palabras de mi ángel guardián: "Tu madre y tú nunca estarán solas, Natalia." "Tú serás la protectora de mi familia y de mi legado." Decidí entrar por la puerta principal, en lugar de la de empleados. Una de las sirvientas me abrió la puerta y, después de saludarla, continué hasta el despacho. Ahí estaba la familia, junto con la ama de llaves y, por supuesto, el notario
Caminé con la cabeza en alto, sintiendo las miradas de desaprobación que pesaban sobre mí. Mi madre me había enseñado a mantener la compostura en situaciones difíciles, pero hoy, mi determinación de hacer pagar a Adrián me daba un aire de confianza que normalmente no tenía. La mansión relucía con luces y decoraciones exquisitas, pero mi mente estaba ocupada en el plan que había elaborado. Al cruzar la entrada, pude sentir los susurros a mis espaldas, como si el vestido que llevaba pusiera en duda mi lugar en ese ambiente de prestigio. Deseche el vestido de bodas que me envió Adrián y escogí el más viejo que tenía. Con cada paso, mi corazón latía más rápido. Sabía que lo que estaba a punto de hacer podría cambiarlo todo. Miré alrededor, buscando a Adrián entre la multitud, y finalmente lo vi, con su impecable traje negro y su sonrisa arrogante. Con determinación, me acerqué a él, ignorando las miradas de incredulidad que me rodeaban. Cuando estuve frente a él, su expresión se transfo
Después de una cena tranquila con los empleados, subí a mi habitación para relajarme. Me di una ducha reconfortante y cambié mi ropa, asegurándome de cepillarme los dientes antes de acostarme. Noté que Adrián se había ido hace un rato, probablemente a pasar el rato con alguna mujer y beber. La casa se sentía extrañamente vacía sin la presencia de Don Thomas. Decidí informarle a mi hermana y a mi madre que me quedaría en la mansión por trabajo, y no hubo objeciones. Me puse un pijama de seda rojo, ajustado pero cómodo. Me dejé llevar por el sueño hasta que el sonido repentino de la puerta abriéndose bruscamente me sacó de mi tranquilidad. Miré hacia la puerta y vi a Adrián, visiblemente desarreglado, entrando a mi habitación. —¿Qué quieres? —pregunté, tratando de ocultar mi nerviosismo detrás de mis palabras. Él soltó una risa cínica al ver mi expresión de sorpresa, como si disfrutara de mi incomodidad. No podía creer que se atreviera a presentarse así en mi habitación. —No te hagas