Después de una cena tranquila con los empleados, subí a mi habitación para relajarme. Me di una ducha reconfortante y cambié mi ropa, asegurándome de cepillarme los dientes antes de acostarme. Noté que Adrián se había ido hace un rato, probablemente a pasar el rato con alguna mujer y beber. La casa se sentía extrañamente vacía sin la presencia de Don Thomas. Decidí informarle a mi hermana y a mi madre que me quedaría en la mansión por trabajo, y no hubo objeciones.
Me puse un pijama de seda rojo, ajustado pero cómodo. Me dejé llevar por el sueño hasta que el sonido repentino de la puerta abriéndose bruscamente me sacó de mi tranquilidad. Miré hacia la puerta y vi a Adrián, visiblemente desarreglado, entrando a mi habitación. —¿Qué quieres? —pregunté, tratando de ocultar mi nerviosismo detrás de mis palabras. Él soltó una risa cínica al ver mi expresión de sorpresa, como si disfrutara de mi incomodidad. No podía creer que se atreviera a presentarse así en mi habitación. —No te hagas la mojigata conmigo. Sé perfectamente sobre tu amante —dijo con desdén. —¡No sé de qué estás hablando! ¡Lárgate! —grité mientras me ponía de pie, pero Adrián se acercó a mí, su aliento impregnado de alcohol llenando la habitación. —Esta es mi habitación, y tú eres mi mujer —me recordó con una voz amenazante antes de empujarme hacia la cama. En cuanto él me empujó hacia la cama, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Rápidamente, me incorporé y corrí hacia la puerta, pero mi esperanza se desvaneció al darme cuenta de que estaba cerrada con seguro. Mientras intentaba desesperadamente desbloquear la puerta, no pude evitar notar los músculos definidos en el pecho de Adrián, como si hubiera estado ejercitándose. Pero en ese momento, eso era lo último en lo que podía pensar. Concentrada en liberarme, apenas había logrado hacerlo cuando Adrián me levantó en brazos por la cintura. Me depositó suavemente en el borde de la cama y comenzó a besarme los labios con ternura. Intenté apartarlo, llevando mis manos a su cabello, pero él las sostuvo firmemente, sin detenerse en sus caricias. En cuestión de minutos, el beso pasó de ser suave a ser apasionado, como si quisiera devorarme por completo. Nunca antes había experimentado un beso tan intenso, y me dejé llevar por la vorágine de emociones que surgían dentro de mí. En un rápido movimiento, mientras aún estaba desconcertada, él me quitó la bata y me levantó nuevamente, recostándome en la cama. —¡Déjame en paz! —grité mientras sus labios atacaban mi cuello con suaves besos, sus manos subiendo por mis muslos debajo de mi camisón. —¡¿Qué parte de que eres mía no entiendes?! ¡Toda mía! —dijo con firmeza, rompiendo las tiras de mi camisón y exponiendo mis pechos. En medio de su ataque en mi cuello, logré agarrar un jarrón. Estaba dispuesta a usarlo contra él, pero se deslizó de mis manos cuando una de las suyas se aventuró en mis bragas, y solté un jadeo. Él soltó una carcajada ruidosa. —Solo dime que pare y lo haré. En cuestión de segundos, encontró mi clítoris y comenzó a estimularlo con movimientos circulares. Odiaba cómo mi cuerpo respondía, cómo empezaba a humedecerse a pesar de mi resistencia. En un abrir y cerrar de ojos, localizó mi entrada y deslizó uno de sus dedos dentro de mí. .—¡Dímelo! ¡Dime que pare! —exclamó, esperando una respuesta que sabía que no podía dar. Cerré los ojos con fuerza y mordí mi labio inferior para evitar gritar. Él sabía perfectamente que no lograría pronunciar palabra alguna. —Dime que no quieres que te toque, que no eres mía —dijo mientras introducía un segundo dedo dentro de mí, moviéndolos lentamente dentro y fuera—. Dime que no eres mía. —¡Ya cállate! —respondí con frustración. Él soltó una risa burlona. —¿Quieres que use la boca para otra cosa? —No te atrevas... Antes de que pudiera terminar la oración, él se posicionó entre mis piernas. Sus labios viajaron desde mis rodillas hasta la zona más sensible de mi cuerpo, realizando movimientos suaves. Cerré los ojos con fuerza mientras sentía su aliento caliente en mi zona más sensible. Sus labios se movían con destreza, explorando cada centímetro de mi intimidad con una suavidad que me resultaba perturbadora. Sus manos continuaban ejerciendo presión en mis pezones, haciendo que mi cuerpo respondiera a pesar de mi resistencia. Cuando sus labios encontraron mi clítoris, un gemido escapó de mis labios involuntariamente. La sensación de su succión envió oleadas de placer a través de todo mi ser, incluso mientras luchaba contra la mezcla de emociones que inundaban mi ser. —No tienes idea de cuánto tiempo he deseado probar tu sabor —susurró con un tono cargado de deseo. No podía creer que estuviera dejando que me tocara de esta manera, pero en ese momento, mi mente estaba nublada y no podía pensar con claridad. Simplemente cerré los ojos, solo para abrirlos de nuevo cuando sentí el roce de su miembro contra mi entrepierna. Había desechado sus pantalones y liberado su erección. —Mírame —exigió, colocándose encima de mí. Con destreza, terminó de quitarme el camisón, dejándome desnuda frente a él. Volvió a unir sus labios a los míos en un beso feroz, al que respondí mordiendo su labio cuando lo sentí penetrarme. Entró en mí con una sola estocada, luego reposó su cabeza en mi hombro y comenzó a moverse lentamente. Sentí un dolor punzante como si algo se hubiera roto dentro de mí, y no pude evitar quejarme. Sorprendentemente, se detuvo por un momento, mostrando una consideración que no esperaba. Cada embestida era más intensa que la anterior, enviando oleadas de placer a través de todo mi ser. Mis manos se aferraban a las sábanas mientras él continuaba moviéndose con una determinación implacable. Cada vez que sus caderas se encontraban con las mías, un fuego ardiente se encendía en lo más profundo de mi ser. A pesar de mi determinación de no ceder ante el placer, mis gemidos apenas reprimidos escapaban de mis labios entre dientes apretados. Cada embestida era como una descarga eléctrica, llevándome más cerca del abismo del éxtasis. Mis músculos se tensaron con anticipación, esperando el inevitable clímax que se avecinaba. Finalmente, con un último empuje, el placer estalló dentro de mí en una ola abrumadora. Mis uñas se clavaron en su espalda mientras mi cuerpo se arqueaba en éxtasis. El mundo entero parecia desvanecerse. Cuando terminamos, él se dejó caer exhausto en la cama a mi lado, mientras yo me apresuraba a cubrir mi desnudez con la sábana. Traté de contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse, pero fue inútil. No pude evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos cuando finalmente entendí lo que acababa de hacer: perder mi virginidad con el hombre que más odio, aquel que me inspira asco y que considero la peor persona del mundo. ¿En qué estaba pensando, por Dios? Me repetía una y otra vez, sintiendo una mezcla de arrepentimiento, vergüenza y confusión abrumadora. No podía creer que hubiera permitido que esto sucediera, que me hubiera entregado a él de esa manera. La sensación de suciedad y desesperación se apoderaba de mí, ahogándome. —¿Duele mucho?—Me pregunta y parece preocupado. —Cállate—Me puse la bata y me aleje de la cama, en cuanto, lo vi note que está muy serio como si para el fuera importante lo que acaba de pasar, pero yo se que no es así— ¿Por que esa cara? ya obtuviste lo que querías no — Deja de hacerte la víctima también lo gozaste — No sabes cuanto te odio— Expresé —y yo a ti— Responde Adrián antes de quedarse dormido.— Te amo Clara. No puedo creer que él estuviera pensando en otra mujer mientras estaba conmigo. Esa revelación hizo que todo cobrara sentido: su actitud distante, las palabras vacías que me susurraba, la frialdad en sus ojos. Se comportaba como si estuviera con otra persona, como si estuviera proyectando a alguien más en mí. Sin poder soportarlo más, entré al baño y me encerré allí, dejando que las lágrimas brotaran libremente. El sonido del agua corriendo en la ducha ahogaba mis sollozos, proporcionándome un breve consuelo en medio de la angustia abrumadora. Mientras tanto, él se quedó en mi cama, sumido en un sueño profundo.Adrián Fontana. Me desperté con una sensación de pesadez abrumadora, como si un elefante estuviera sentado en mi pecho. Mis párpados se pegaban con cada intento de abrirlos, y mi cabeza latía con un ritmo que amenazaba con hacerme estallar. La noche anterior era un misterio envuelto en una niebla etílica, no recordaba absolutamente nada. Mi corazón saltó un latido cuando mis ojos se posaron en Natalia, quien yacía junto a mí, apenas cubierta por las sábanas. El enojo me invadió al instante. ¿Cómo pude ser tan estúpido? Había caído en la trampa de esa mujer, esa oportunista que solo buscaba sacar provecho del dinero de mi abuelo. La rabia se mezclaba con la incredulidad mientras miraba su rostro sereno en el sueño. La semejanza entre Natalia y Clara, mi antiguo amor, era asombrosa. Cada rasgo de Natalia parecía una versión distorsionada de lo que una vez amé en Clara. Sus ojos, su sonrisa, incluso la forma en que movía las manos, todo recordaba a mi ex. Era como si el destino se bu
Natalia Bernal Cada paso que daba hacia la clínica pesaba como si llevara el peso del mundo sobre mis hombros. La imagen de mi madre, tan frágil y vulnerable en esa cama de hospital, me llenaba de angustia y desesperación. Sabía que tenía que ser fuerte por ella, pero también temía el momento en que tendría que revelarle la verdad. El olor a desinfectante me golpeó al entrar en la habitación, y mi corazón se encogió al ver a mi madre tendida en la cama, con la palidez de su rostro resaltando aún más su fragilidad. Me acerqué con cautela, tratando de no perturbar su reposo, pero sus ojos se iluminaron al verme. —Natalia, cariño, qué bueno que viniste —dijo con una sonrisa débil, extendiendo su mano hacia mí. Tomé su mano con ternura, sintiendo el frágil latido de su pulso bajo mis dedos. —Hola, mamá. ¿Cómo te sientes hoy? —pregunté, tratando de disimular mi preocupación. —Mejor, gracias a Dios. ¿Y tú, hija? ¿Cómo están las cosas en casa? —preguntó, buscando distracción en l
Habían pasado dos días desde que me casé con Adrián y me entregué a él. La rutina era monótona: durante el día, él estaba en la oficina, y por la noche, regresaba a casa, cenábamos con su madre y su padrastro, y luego se iba a un bar. Más tarde ntentaba entrar en mi habitación, pero yo había cerrado con llave, impidiéndole el paso. Prácticamente no nos dirigíamos la palabra. Los sirvientes murmuraban que no éramos un matrimonio de verdad, pero eso no me importaba en lo más mínimo. Sin embargo, debí visitarlo en su oficina porque ya era fecha de pago y él no me había depositado el dinero para el tratamiento de mi madre. Cuando llegué a su oficina, me di cuenta de que estaba de mal humor, rodeado de una pila de documentos hasta el techo. Al verme, frunció el ceño. —Adrián, ¿qué está pasando? ¿Por qué no has depositado el dinero que me corresponde?— Indagué — ¿Acaso crees que no tengo cosas más importantes que hacer que ocuparme de tus asuntos?— Pregunta en un tono burlón. —Pe
Mientras desayunaba con los empleados, sentía un peso considerablemente menor en mis hombros. Finalmente, había logrado asegurar el dinero necesario para el tratamiento de mamá. Cada bocado era un pequeño acto de celebración, un recordatorio de que mi esfuerzo había valido la pena y que estábamos un paso más cerca de ayudar a mamá a recuperarse. Aunque la presencia de Adrián y su familia seguía siendo una molestia constante en mi mente, por el momento podía apartar esos pensamientos y concentrarme en lo que realmente importaba: el bienestar de mamá. No tenía tiempo ni energía para lidiar con sus dramas y sus malas actitudes. Mi enfoque estaba en el objetivo, en asegurar que mamá recibiera el tratamiento que necesitaba desesperadamente. Mi mente también divagaba hacia Álvaro, el único miembro de la familia con el que podía relacionarme de alguna manera. Su ausencia en la mansión desde que se fue a rehabilitación había dejado un vacío palpable, una sensación de soledad que aún persis
Adrián Fontana. El murmullo de conversaciones llenaba el aire mientras nos sentábamos a almorzar en familia. Sin embargo, mi mente estaba en otro lugar, perdida en los recuerdos que se agolpaban en mi cabeza. Había pasado más de una semana desde que nos casamos con Natalia, pero los fantasmas del pasado seguían atormentándome. Mis pensamientos se desviaron hacia nuestra primera vez juntos, el momento en que la hice mía por completo. Al principio, los recuerdos eran borrosos, pero a medida que mi mente se sumergía en aquellos momentos, todo comenzaba a cobrar vida: sus labios suaves, su piel cálida, su cuerpo temblando entre mis brazos. Era como revivir un sueño que creía olvidado. Sin embargo, cada vez que la miraba, veía a Clara reflejada en sus ojos. Las dos mujeres eran tan parecidas y, al mismo tiempo, tan diferentes, que me sentía atrapado en un laberinto de emociones confusas. La tensión en la mesa era palpable, y podía sentir el resentimiento emanando de Natalia. Sin pe
Natalia Bernal. Aún no puedo creer que Álvaro haya regresado. Él ha sido mi mejor amigo desde que entré a trabajar en esta casa hace tres años. Siempre ha sido tan amable y me ha apoyado muchísimo con la enfermedad de mi mamá. Pero a pesar de su bondad, sé que Álvaro tiene sus propios demonios. Ha luchado contra ataques de ira y ha enfrentado problemas con la adicción a las sustancias. Siempre ha sido un misterio para mí, pero sé que algo grave sucedió en esta familia hace años. Sin embargo, nunca me he atrevido a preguntar. Nos dirigimos hacia la sala, Álvaro, Gloria y yo, mientras Ernesto se apartaba para realizar una llamada. Estaba a punto de sentarme en el sofá cuando Adrián me tomó de la cintura y me obligó a sentarme en sus piernas. Su acción me tomó por sorpresa, pero antes de que pudiera protestar, su mirada intensa me hizo quedarme quieta. "¿Qué estás haciendo?" Murmuré, tratando de mantener la calma mientras sentía el calor de su cuerpo contra el mío. "Quiero que
Los días pasaron con rapidez, y con ellos, las tensiones entre Adrián y yo parecían aumentar. A menudo discutíamos, pero frente a Álvaro, él se mostraba gentil y amoroso conmigo. No sabía si estaba celoso o qué era lo que le pasaba. Pasé varias tardes recorriendo tiendas con la señora Gloria para renovar mi guardarropa. Finalmente, encontré un vestido muy bello para esta noche, aunque era más recatado de lo que me gustaba. Aunque no era mi estilo habitual, decidí que sería adecuado para la ocasión. Cuando me di cuenta de que Álvaro estaba practicando con su guitarra en un rincón de la sala, algo dentro de mí me impulsó a acercarme. Sus dedos se movían con destreza sobre las cuerdas, y su voz resonaba en la habitación, entonando una bella canción que parecía fluir de manera natural. Álvaro siempre fue muy expresivo con sus sentimientos, y en ese momento, mientras lo observaba perdido en su música, podía sentir la intensidad de sus emociones en cada acorde. Su rostro reflejaba
Me miré en el espejo, y apenas pude reconocerme. El vestido blanco, tan elegante y recatado, era completamente diferente a lo que solía usar. La señora Gloria había insistido en maquillarme y hasta me había prestado una de sus joyas, algo que nunca imaginé que llevaría. Bajé las escaleras hacia la sala principal, donde la atmósfera estaba cargada con la energía de los socios, inversionistas y empresarios asociados a la familia Fontana. Sentía que todos los ojos estaban sobre mí. En ese momento, Adrián apareció a mi lado, tomando mi brazo con seguridad antes de presentarme a sus amigos. —Esta es Natalia Bernal mi compañera de la universidad —dijo Adrián con una sonrisa que apenas ocultaba su nerviosismo. —Nos enamoramos locamente mientras estudiaba en Inglaterra y me hizo el honor de convertirse en mi esposa.—continuó, mientras yo asentía con una sonrisa forzada, consciente de las reglas que me habían impuesto. Era una actuación en la que me había visto obligada a participar, dejan