6.

Luego de un poco de acción en el baño de damas, estoy más que agotado. Ya es medianoche y lo que más quiero es largarme de aquí. Mauricio tiene cara de pocos amigos, mirando siempre en dirección a Gabriela. Ay, hermano… mira como te tiene la estudiante, pienso. Lo guardaré en mi memoria para burlarme de él más tarde.

El DJ pone una versión slowed & reverb de Talking Bodies, Tove Lo. Le da un toque sensual a la canción y me gusta. Me acerco a Federica, motivado a intentar que baile conmigo. Está claro que no aceptaré un no por respuesta e insistiré hasta que acepte.  Mis manos van a su cintura, mi pecho rozando su espalda. Detiene sus movimientos y respira hondo, sin mirarme.

—Boss, ¿me permite un baile? —susurro en su oído.

— ¿Por qué no lo aceptaría? Me caes mal, sí —responde, encarándome. Sus manos se enroscan en mi cuello y no oculto mi sorpresa cuando se acerca más a mí—, pero es mejor bailar contigo que con otro desconocido con la mano suelta.

— ¿Alguien te tocó sin tu consentimiento? —mascullo entre dientes, alejándome de ella.

— ¡Ja! Como si yo fuese a permitir eso —dice y noto que arrastra un poco las palabras.

Está borracha.

Quito el cabello de sus hombros, acariciando la piel visible de su cuello. Sus ojos brillan bajo las luces al mirarme y sus labios apenas se entreabren, mientras nos movemos de lado a lado.

Acaricio sus hombros y bajo hasta su cintura. Noto como traga saliva con dificultad y jadea cuando la acerco a mí.

—¿Dónde estuviste todo este rato? Te desapareciste como por 15 minutos —pregunta.

—No fue tanto tiempo —miento y busco de desviar el tema—. ¿Estás borracha?

—Un poco —admite, mostrando una sonrisa ebria que a mí se me hace tierna.

Se mueve de lado a lado conmigo, acercando su rostro al mío. No me mira, solo roza nuestras narices mientras observa hacia mi cuello u otra dirección, y el tenerla así de cerca me genera una sensación cálida en el cuerpo que no sé cómo explicar.

Entramos en una extraña nebulosa, donde nos llevamos bien y nuestros cuerpos parecen encajar. Alza su mirada oscura, alejándose unos pocos centímetros de mí, pero no los suficientes para dejar de sentir su cálida respiración chocar contra la mía.

De cerca es incluso mucho más linda, pienso.

Olisquea en mi dirección y frunce un poco el ceño. Coloca distancia entre nosotros al extender sus brazos y yo imito su gesto, un poco confundido.

— ¿Estabas cogiendo con la tipa esa, cierto? —No sé si pretendía sonar así de brusca, pero luce furiosa al traer de nuevo el tema a colación.

—No más tragos para ti —evado y ella me empuja, frunciendo el ceño.

—Tú no me dices que hacer —gruñe, energúmena y se aleja de mí.

— ¡Demonios! —mascullo, irritado.

Se acerca a Montse, quien ya no baila con el colombiano. Gabriela también se une y les dice algo que las hace reír. Luego de eso, Cristián se marcha con cara de preocupación y Montse no parece disfrutar tanto de la fiesta como antes.

Supongo que, al fin, es hora de irnos.

Observo a la gente del bar y unos tipos capturan mi atención, notando que llevan mucho rato hablando y mirando en dirección a las chicas. Les miran de arriba abajo y descubro morbo en sus miradas. Asqueroso.

Esto no me gusta para nada.

—Hay unos tipos que no dejan de mirar a las chicas —le comento a Mauricio, al acercarme a él.

Él me mira y los señalo con el mentón, cruzándome de brazos. No hacemos nada durante unos segundos, hasta que notamos que tres de ellos se levantan. Observo a Mauricio y él me devuelve el gesto antes de caminar en la misma dirección que ellos.

—Señorita, ¿nos complacen con un baile? —pregunta uno de los babosos.

Aprieto mis puños, notando como se le queda mirando a la mujer de lila. Las tres mujeres dejan de sonreír de inmediato, tensándose.

—No, gracias —responde mi hermanita, sonriendo con cortesía.

—Solo pedimos una canción, señorita —insisten.

—Hemos dicho que no —masculla Gabriela entre dientes.

Observo a mi hermano y noto que sonríe con orgullo. Achís, achís. Miren al cabroncito este, pienso con burla.

—Caballeros —al fin se digna a hablar. Todos voltean a vernos y de inmediato saben que están en problemas. Mis manos viajan a las caderas de Fede, acercándola a mí. El aroma frutal que desprende alcanza mis fosas nasales y su trasero choca con mi pelvis, cosa que no parece buena idea porque puede generar reacciones indeseadas. Sin embargo, no se aleja—. Ellas vienen con nosotros. No están solas.

—Y si lo estuviéramos, igual no bailaríamos con ustedes —habla la mujer frente a mí y sonrío mostrando los dientes.

Gabriela y ella chocan puños, mientras la otra da a entender que está de acuerdo con su prima.

—Discúlpennos, señores Díaz —pide uno de ellos, asintiendo en nuestra dirección.

—Las disculpas deberían pedírselas a ellas —agrego en cierto tono amenazante.

Federica, después de un buen rato, se digna a hacer contacto visual conmigo y me regala una sonrisa pequeña. Yo no puedo evitar devolverle el gesto.

—Discúlpennos, señoritas —agrega el mismo tipejo antes de dar media vuelta y llevarse al resto de babosos lejos de nuestras chicas.

Federica se voltea para encararme, riéndose por algo que dice Gabriela. Yo me alejo de ella, en busca de las cosas de mi hermana mientras me divierto con la estudiante.

—Es hora de irnos —ordeno.

—Es hora de seguir la fiesta, pero en el depa —me corrige Montse y yo recuerdo que las invitó a dormir en nuestro piso.

Mauricio frunce el ceño, negando con la cabeza.

— ¿Quién dijo que se quedarán en el depa? —Pregunta, sacando las llaves de su carro—. Iremos a mi casa.

—Yo quiero ir a la mía, si no es mucha molestia —pide Gabriela de inmediato, cosa que me hace reír un poco—. Ambas queremos.

—Lástima que sí sea una molestia —agrego yo, solo por hacer molestar a Federica.

— ¡El coño de tu…! —intenta insultarme, pero su prima la detiene.

Luego de una ligera e interesante discusión entre Mauricio y Gaby, terminan accediendo. Federica me busca la lengua, insultándome por cualquier cosa y terminamos trepados en el carro, uno al lado del otro para su pesar.

Tal vez sea una noche interesante. Mi jefa y yo bajo el mismo techo, sin duda será divertido.

El viaje es largo, las chicas están muy activas y ebrias. Gritan, se mueven en sus reducidos espacios y beben del tequila que compró Montserrat. Me tienen con la cabeza a punto de explotar del dolor y cabeceo del sueño, pero sé que no dormiré hasta llegar a la casa de Mauricio.

Cosa que agradezco cuando sucede. Mauricio estaciona por lo que me bajo del carro y le extiendo la mano a Federica, quien la observa como si tuviese seis dedos en vez de cinco. Bueno, tal vez vea como 10 dedos de lo borracha que va, pienso. Al final, decido tomar su mano y tirar de ella para que baje del carro y se tambalea, obligándome a sostenerla de la cintura, donde su piel está expuesta.

Se sostiene de mis hombros y alza la mirada con lentitud, observándome. Sus ojos están un poco enrojecidos y brillosos, pero oscuros como siempre aunque cálidos.

Una ventisca la hace estremecerse, por lo que reacciono y sostengo su mano para entrar a la casa donde se puede regular la temperatura. Apenas entramos, me suelta y observa todo su alrededor con fascinación. Al parecer ya está un poco lucida y embobada por la casa.

¿Quién no? Si Mauricio es un pedante que le encanta ser alabado, empezando por su casa.

―Vaya, esta casa debió costar sus cuantos pesos ―habla Gabriela, observando todo.

― ¿Y esta es solo la casa de Mauricio? ―pregunta Fede tan sorprendida como su prima.

―Sí ―responde él, sonriendo con vanidad―. Compré una casa grande para cuando se quede mi familia.

Yo ruedo los ojos, ignorando ese ridículo comentario.

―O para cuando formes la tuya, ¿no? ―pregunta Federica, alzando una ceja en su dirección.

―Tengo treinta y seis años, creo que eso de formar una familia ya no va a suceder ―responde, restándole importancia―. ¿Quieren agua o algo?

La prima de Federica hace un escándalo, haciéndonos reír. Mauricio le pide a Montse que revise si la habitación está en orden para que las chicas duerman allí y ella obedece.

― ¿Por qué siempre tan mandón, señor Díaz? ―bromea Gabriela, levantándose con dificultad y trastabilla, cayendo frente a mi hermano que la sostiene con agilidad. Ella se ríe como si fuese la cosa más graciosa del mundo antes de volver a hablar―. Me atajó de nuevo, como en el café.

Federica y yo nos miramos un poco confundidos, pero cuando volteamos a verlos de nuevo se han perdido en la cocina. Escucho el grito de mi hermana, diciéndole a Gabriela que amará ese lugar específico de la casa y observo a Fede.

― ¿Estás bien? ―le pregunto―. ¿No vas a vomitar o algo?

―Pff ―resopla, riéndose―. Soy venezolana, tolero bastante la caña.

―Sí, bueno, el alcohol de México, en especial el tequila, es un poco fuerte ―le recuerdo, sentándome en el sofá.

―Llevo cuatro años aquí, créeme que me preparé bastante ―dice, riéndose y se sienta junto a mí―. No creas que soy alcohólica o algo, pero con el tiempo mis compañeras de trabajo me invitaron a salir varias veces. Aunque ya no lo hacemos a menudo, no desde que me ascendieron. Creen que soy su jefa incluso fuera de la pastelería. Por eso me alegra tener a mi prima en casa, así tengo una amiga.

― ¿Elena y tú no son amigas? ―pregunto―. Pensé que sí.

―Sí, claro. Pero tenemos personalidades y formas de pensar muy diferentes, en la mayoría difiero mucho ―explica.

― ¿Cómo qué? ―pregunto.

―Es una mujer sumisa, tiene problemas con el esposo y no se impone ante él. Su caso me da un poco de miedo porque temo que termine en algo más allá de discusiones ―explica y luego se cubre la boca―. Oh por Dios, no le digas esto a ella. No quiere que nadie lo sepa.

―Lo prometo ―aseguro, haciendo el gesto de cierre en mi boca―. Supongo que si no hace nada ni escucha los consejos ajenos, no se puede hacer mucho.

―Necesita ayuda psicológica ―aclara, encarándome―. Sí se puede, siempre se puede hacer algo.

―Bueno, aquí tiene, señorita Federica ―interrumpe mi hermano y yo me alejo un poco de ella. Le cede un vaso con agua y ella se lo toma de sopetón.

―Ay ―se queja, tocándose la frente―. Mala idea, se me subió el frío a la cabeza.

―Bueno, a lo mejor y así se te pasa esa borrachera ―me burlo, riéndome y ella se contagia.

―Bueno, vamos a acostarnos ¿les parece? ―inquiere Montse, bostezando―. Hacemos una noche de chicas en mi cuarto.

―Bien ―acepta Fede, levantándose. Yo la imito para irme a mi habitación, pero noto que ella deja que todos pasen primero y toma mi mano―. Oye, uhm, lo que pasó en el bar. Ya sabes, con los machitos esos… Uhm, pues, gracias.

―No hay de qué. No tenían por qué pedirnos disculpas a nosotros, no fuimos los acosados ―respondo con sinceridad.

―Bien, uhm, buenas noches, Sebas ―musita.

―Buenas noches, Fede ―hablo, usando el diminutivo de su nombre por primera vez.

Ella sonríe y se inclina un poco para posar sus labios sobre mi mejilla, un contacto que dura un poco más de lo normal. Cuando se aleja, tiene las mejillas un poco sonrojadas y suelta mi mano, encaminándose a la habitación de mi hermana. Yo me quito la ropa, dejando solo mi camiseta y me lanzo en la cama, dejando salir un suspiro de cansancio.

Es extraño, pero siento el roce de Federica diferente al de cualquier persona. No importa si me sostiene la mano, la muñeca o si se apoya de mis hombros; siempre brinda a mi cuerpo sensaciones nuevas e inefables. Ni hablar de cuando su nariz roza con la mía, como cuando estábamos bailando en el bar.

No sé qué rayos está sucediéndome, pero tengo que detenerlo antes de que se torne más grande. Puede terminar en una catástrofe.

Ella debería estar comiendo de mi palma, no yo de la de ella.

El dolor de cabeza que tengo me martilla el cerebro, probablemente porque le metí alcohol a mi organismo y nada de comida desde el mediodía. Me levanto, buscando en mi armario uno de esos pantalones de algodón para dormir de color gris y me quito la camiseta antes de salir del cuarto.

Seguro Mauricio tiene algo preparado o fácil de preparar en la nevera, así que me encamino a la cocina. Abro el refrigerador, encontrándome con rodajas de jamón de pavo y queso amarillo, tomate y lechuga. Coloco todo eso sobre la encimera y busco el pan de sándwich para hacerme unos dos emparedados rápidos. Le agrego unos toques de BBQ con miel mostaza y meto el plato en el microondas por unos segundos para que se dore el pan.

En los estantes, encuentro una pastilla para el dolor de cabeza y me sirvo un vaso con agua. Dejo todo sobre el mostrador y capto un movimiento por el rabillo del ojo. Me paralizo por unos instantes y alzo la mirada, encontrándome con la mitad del cuerpo de Federica en el umbral de la puerta y el otro escondiéndose. Pues es muy mala para ocultarse y espiarme a escondidas, cosa que me hace sonreír.

—Uhm, vine por otro vaso de agua —murmura, saliendo de su escondite para entrar a la cocina—. ¿Puedo?

—Sí, claro —respondo y me doy media vuelta para alcanzarle un vaso de cristal. Abro la nevera, apoyándome de la puerta de esta con cuidado y ella se acerca con lentitud, tragando saliva con pesadez mientras toma en sus manos la jarra de cristal.

— ¿No puedes dormir? —inquiero.

—No puedo dormir con el estómago vacío —admite, cabizbaja y observando el vaso con agua—, pero me dio vergüenza decirle a alguno de ustedes para prepararme algo.

—Ya veo, entonces por eso me espías mientras cocino —bromeo y ella me mira, apenada—. Entonces… ¿estabas babeando por el sándwich o porque estoy sin camisa? —inquiero mientras cierro la nevera y me acerco a ella con una sonrisa juguetona en los labios.

—Pff —bufa, rodando los ojos. Sin embargo, sus mejillas están teñidas de rosa—. Ni me había dado cuenta, fíjate. Deberías ponerte una camisa, hay visitas en tu casa y no debes andar por ahí todo… encuerado —aprovecha de mirarme en la última palabra, paseando sus ojos por mis pectorales y abdominales, cosa que me hace sonreír mostrando los dientes. Coloco el plato en su dirección, ya me haré otro sándwich.

—No, no. Qué vergüenza, Sebastián —niega, acercando el plato a mí.

—Eres una visita, tengo que… —me acerco más, tomando un mechón de cabello entre mis dedos y enroscándolo en mí índice mientras busco la palabra correcta—… atenderte, ¿no crees?

Está nerviosa, aunque lo sabe ocultar muy bien. Si no fuese porque sus ojos están puestos en mí con un brillo diferente en su mirada, pasara desapercibido para mí que la cercanía entre nosotros la altera. Suelta un suspiro, alejándose de mí y se cruza de brazos, una excusa para mantener la distancia.

—Entonces agrégale pepinillos a mi sándwich —ordena, alzando el mentón para volver a su actitud testaruda y distante. Sin embargo, su cuerpo se relaja cuando añade—: por favor.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo