4.

El día da paso a la noche y el remordimiento de conciencia me carcome el cerebro. Miro mi celular, en específico el nombre de Federica en el mensaje que estoy dudando de enviar o no.

Fui un imbécil esta mañana con ella y estábamos trabajando bien, no quiero arruinar el ambiente de trabajo porque no me conviene y porque es el único sitio donde estoy en paz. A medias.

Mensaje para Boss:

Federica, sé que quisiste acercarte a mí con buena intención. Sin embargo, estaba bastante susceptible, como pudiste notar, y por eso te traté mal. Otra vez.

Y, de nuevo, no te lo merecías. Así que te pido disculpas, no he podido dejar de pensar en lo mal que fue lo sucedido esta mañana.

En serio, lo lamento.

Maldigo en voz alta y le doy clic en enviar. Unos largos segundo después, me llega su respuesta y no sé cómo tomármela.

Mensaje de Boss:

La verdad es que no me sorprende. Desde el primer día noté que eres un imbécil y eso es algo que no vas a cambiar, Sebastián. No vuelvas a disculparte por ser quien eres, al parecer así va a ser nuestra relación: cuando estés susceptible, me tratarás de la m****a cuando yo solo intento ser buena persona, luego me pedirás disculpas y yo te perdonaré.

Sin embargo, hoy noté algo y eso me permite saber que mereces ser disculpado una vez más. No obstante, no sé si serás perdonado la próxima vez.

Porque sé que la habrá y la estaré esperando, lamentablemente.

Buenas noches, señor Díaz”.

—Me lleva la chin… —mascullo, llevando mi almohada a la cara en señal de frustración.

Esto no está bien. Para nada bien.

***

La semana transcurre con una extraña normalidad. Federica y yo hemos trabajado en nuevos encargos, exitosos por supuesto, pero no he logrado sacar unas lindas palabras a mí persona de su parte. 

Todos estos días han sido un poco estresantes por el trabajo, ella me abruma al no quitarme esa mirada inspectora suya como si hiciese notas mentales. La he visto con un bloc de notas en la mano y no sé si eso es lo que creo que es: las observaciones. 

La sensación de ser observado me trae de vuelta a la realidad. Alzo la mirada en busca de sus ojos cafés y los encuentro, por supuesto, sobre mí. 

—Una foto duraría más, ¿no crees, boss? —me burlo, captando la atención de varias compañeras. Hay un deje de vergüenza en su mirada, pero es fugaz—. Sé que soy guapo, pero me estás desgastando con la mirada.

—No te estoy observando por guapo, que tampoco eres algo excepcional —añade, acercándose a mí con los brazos cruzados—. Estoy supervisando. Aún te faltan unos cuantos días para pasar la prueba. 

—Lo que sea que te deje dormir mejor por las noches —me burlo, volviendo mi mirada a la mesa llena de harina frente a mí. 

—Imbécil —masculla, saliendo de la cocina.

Escucho un par de risitas y yo no puedo evitar sonreír un poco, mirando en dirección a la salida. Sé que aún está un poco dolida por lo que pasó el lunes, pero he tratado de llevar nuestra relación, como ella lo ha denominado, al punto en el que estábamos luego del primer encontronazo entre nosotros.

Y creo que ha funcionado.

Todo sea por obtener la plaza fija, me recuerdo.

Salgo de la cocina, encontrándomela cerca de la caja de cobros al cliente. Se tensa cuando nota que me estoy acercando a ella y me mira por el rabillo del ojo.

—Chef, ¿puedo hablar con usted un momento? —pregunto.

— ¿Qué quiere, señor Díaz? —pregunta, mirándome.

—A solas —pido.

La cajera pasea su mirada del uno al otro, pero no dice nada. Federica suspira y asiente, alejándose de la multitud para poder conversar conmigo en paz.

— ¿Qué sucede? —pregunta, alzando una ceja.

—Solo quiero saber si las cosas entre nosotros están bien. Sé que soy un bromista y te saco de tus casillas, pero a pesar de todo, nuestra relación es tranquila. Espero no haberlo arruinado por lo que sucedió el lunes —inquiero, tragándome todo el orgullo.

—Sí, Sebastián. Estamos bien —responde y yo suspiro de alivio—. Sé que algo te pasó el lunes y creo que cualquier cosa te hubiese hecho explotar. Tengo la esperanza de que no me  querías tratar así en realidad.

—No, no quise. Lo juro —le aseguro, dando un paso hacia adelante—. Me arrepentí al segundo en que te fuiste, pero… eres testaruda y te enervas fácil.

—Tú me enervas rápido, es diferente —aclara y yo sonrío con orgullo—. ¿Ves? Eres un pedante.

— ¿Y ahora qué hice? —me hago el inocente, sin quitar la sonrisa de mi rostro.

— ¡Oh, sabes perfectamente lo que estás haciendo! —responde, dándome la espalda para volver a la cocina.

Yo solo puedo reírme un poco, aliviado de que estamos en paz. Me conviene llevarme bien con ella, si la situación fuese diferente me importaría menos si le agrado o no.

Un mensaje me llega al celular y lo leo de inmediato al notar que es mi hermana. Ruedo los ojos y niego con la cabeza: quiere ir de fiesta con sus compañeros de la escuela y, por supuesto, quiere que sea su guardaespaldas.

Definitivamente no. Nada me hará ir a La Clandestina, nunca me ha llamado la atención ese tipo de sitios. Tengo 25 años, no soy un anciano ni nada por el estilo, pero es que bailar hasta sudar y emborracharme porque sí no me parece un sinónimo de diversión.

El día termina y me topo con Federica en los casilleros, como siempre. Ella me mira y rueda los ojos, cosa que me hace reír un poco. Ya no tiene tan buen humor como cuando llegó su prima a México.

—Mm, oye, una pregunta —le digo y ella me mira con la ceja alzada. ¡Siempre a la defensiva, por Dios! —. La muchacha que estaba contigo el otro día, ¿es tu prima, cierto?

—Sí, ¿por qué? —inquiere, buscando dentro de su casillero algo.

—Porque estaba algo tensa mientras hablaba con mi hermano —respondo—. Aunque la entiendo, ¿eh? Es un idiota.

—El burro hablando de orejas, ¿uh? —se burla, mirándome—. Empezaron con mal pie y mi prima es una persona un tanto difícil, tu hermano un imbécil. ¡Creo que es genético! —agrega, fingiendo estar sorprendida—. En fin, no es una buena combinación.

—Eres tan graciosa —ironizo, rodando los ojos—. ¿Y por qué estaba con Cristián?

— ¿De dónde lo conoces? —pregunta, frunciendo el ceño.

—Es amigo de mi hermana, van a la misma escuela —respondo, ocultando un poco de información que no le interesa.

— ¿Tu hermana estudia gastronomía? —Pregunta y yo afirmo—. Gabriela también y va a la misma escuela que ellos. Tu hermano está dando pasantías para el restaurante allí.

—Sí, eso lo sabía —murmuro, mirando hacia la salida de la cocina.

—Sebas.

Ahí está de nuevo. Mi diminutivo en sus labios como ofrenda de paz, de forma amistosa. La encaro, encontrándome un poco de timidez en su mirada café.

— ¿No te llevas muy bien con tu hermano, cierto? —inquiere y yo me tenso de inmediato, irguiéndome en mi puesto. Ella parece notarlo y se muerde el labio con vergüenza.

—Esa conversación no se va a dar entre nosotros —contesto un poco tosco y suavizo mi postura para volver a hablar—, lo siento.

—Ya, entiendo. Tema prohibido —musita, alzando las manos en señal de paz—. Ya me voy entonces, nos vemos mañana.

—Seguro, boss —me despido y me acerco para darle un beso en la mejilla.

Ella se paraliza, tomada con la guardia baja ante mi gesto pero sigue su camino como si sus mejillas no se hubiesen incendiado por la vergüenza.

—Muy bien, ya sé que tengo que hacer —murmuro para mí mismo, ante la idea que se me ha ocurrido.

Me gano esa plaza fija porque me la gano.

***

Montse sigue con el fastidio de querer ir a La Clandestina. En lo único que Mauricio y yo estamos de acuerdo en estos momentos es que no nos place acompañarla.

Yo me encuentro en una reunión de negocios con mi padre y mi hermano. Estamos en Café Toscano, cenando con el dueño y amigo de Mauricio, Aarón. Trato de asistir a estas reuniones para demostrar que sí puedo ser parte del negocio familiar. 

Por algún extraño motivo, mi padre lo permite. Trato de desenvolverme lo más profesional y maduro posible, noto su mirada dura sobre mí cuando lo hago. Sin embargo, me importa un pepino lo que él piense. 

Soy un Díaz, crecí en el restaurante. También es mío y tengo derechos. 

Las risas son un poco escandalosas, más que todo por Aarón que es un personaje muy divertido. Tengo que admitir que la hermandad que veo entre él y mi hermano es de envidiar, nosotros no somos tan unidos como antes. 

Noto que la atención de mi hermano está fuera de nuestra charla, acariciando su barbilla mientras observa detrás de mí. En un momento se levanta, excusándose con que tiene que ir al baño y yo le sigo con la mirada, no logrando ver a quién persigue. Porque vi una figura femenina caminar delante de él.

Mi mirada se cruza con Cristián, el crush de mi hermana. Se ve bastante arreglado, tal vez está en una cita ya que hay dos copas de vino en la mesa y se ve impaciente. Me sonríe por cortesía, ya que nunca nos hemos conocido formalmente y la mesera se dispone a llevarle la cuenta. 

Esto no le va a gustar para nada a Montse. Ella lleva enamorada de ese idiota desde que empezó a estudiar, hace cuatro años, y que él esté en una cita en estos momentos va a destrozarla.

Sin embargo, yo le evitaré el dolor y no se lo diré.

Al rato, una Gabriela agitada aparece en nuestro campo de visión. Está muy bonita, cosa que no me da buena espina. ¿Acaso están en una cita? 

Oh no, pobre Montserrat, pienso. 

Mi hermano se nos une de nuevo, sin poder ocultar una sonrisa petulante en el rostro. Entonces, algo hace clic: ¿Acaso Mauricio fue detrás de ella? Tuvo que haber ido tras ella, claro que sí.

Observo en su dirección, dándome cuenta que los tortolitos están listos para marcharse. Cristián le entrega su saco a Gabriela, colocándoselo sobre los hombros y ella sonríe. Ante ese gesto, mi mirada se dirige a Mauricio, quien no parece muy contento.

En definitiva, me estoy perdiendo de algo. ¿No y que esos dos se llevan mal?

Cuando la reunión termina, Mauricio me lleva al departamento que comparto con Montserrat. Frunzo el ceño en su dirección cuando me acompaña, pero no me mira.

—Quiero ver a mi hermana, puedes quitar esa cara de imbécil —me dice, encarándome—. Oh no, naciste con ella.

—Al parecer es genético —me burlo de vuelta, recordando a Federica, y él se ríe. 

Abro la puerta, dejándolo pasar. Montserrat está viendo televisión cuando llegamos y brinca a abrazar a nuestro hermano mayor cuando nota su presencia.

— ¿Nos acompañas a cenar? —pregunta ella, enroscando sus brazos en la cintura de Mauricio.

—No, solo vine para saber cómo estabas. ¿Todo bien en clases? —pregunta él, bajando la mirada para poder verla.

—Sí, todo bien. Gabriela, Cristián y yo somos los mejores de la clase, al parecer —habla, orgullosa.

— Bien —responde con normalidad.

Hasta donde tengo entendido, no soporta a Gabriela. Le ensució el traje, tirándole un café caliente y, en vez de tomar una actitud sumisa como todo el mundo, le cantó las cuarenta. Me parece divertido, si soy honesto, porque ya era hora de que alguien le diera en el ego al idiota de mi hermano. 

El burro hablando de orejas, ¿uh? La voz de Federica se abre paso en mi mente, haciéndome sonreír un poco.

Sin embargo, la escena del restaurante se repite en mi cabeza. ¿Se odian o no?

—En fin, mañana iré de fiesta con mis compañeros de la escuela, ¿quién me va a acompañar?

—Yo no —respondemos Mauricio y yo al unísono, ganándonos una mirada reprobatoria de la menor.

—Imbéciles —gruñe, separándose de él y corriendo en dirección a su habitación, pasando el seguro. 

—Tengo 36 años, no estoy para esas tonterías.

—Y a mí no me place ir, tan simple como eso —respondo, lanzándome sobre el sofá—. Cierra la puerta cuando salgas, por favor. 

Escucho un suspiro tras mi espalda y luego unos pasos desvanecerse, pero nunca el chasquido que genera el cerrar la puerta. Miro sobre el respaldo del sofá y noto que hizo caso omiso a mis palabras.

—Cabrón — maldigo, levantándome a cerrar la puerta del departamento.

—Sebastián Díaz, ¿qué le hiciste a la prima de Gabriela? —sale Montse, furiosa de su habitación.

— ¿Yo? ¿Nada? Estamos en buenos términos —hablo, pero lo pienso mejor y añado—, más o menos.

—Ajá, muy bien. Porque quiero invitarlos a que se queden en el depa y si Gaby me dice que no, porque Fede dice que no debido a ti…

—Espera, ¿qué? ¿Federica irá? —pregunto, enderezándome en mi lugar.

—Es muy probable. Aunque ni ella ni Gaby saben que ustedes van, porque van a ir ¿cierto? —pregunta, sonriendo con malicia.

Si alguno de nosotros dos le dice a Mauricio que su rival favorita va a salir con Montse mañana, es probable que acepte. ¡Qué desgraciada! Montse nos tiene comiendo de su mano con esto.

— ¿Van a ir ustedes tres y solo tú amorcito? —pregunto con ironía—. Si un imbécil se le ocurre propasarse con alguna de ustedes, ¿podrá solo? Lo dudo. Así que sí, vamos a tener que ir al dichoso bar con ustedes.

—Lo dices con tanto fastidio que casi te digo que mejor te quedes —ironiza, sonriendo con malicia—. La jefecita te tiene mal, middle brother

—Deja de hablar idioteces —le digo, rodando los ojos—. Solo me divierte molestarla.

—Como Mauricio con Gabriela —se burla ella, riendo—. ¿Crees que le guste?

—No lo sé… —respondo, recordando el extraño suceso en el restaurante—. No lo creo —miento.

—Bueno, dormiré. Tú también deberías ya que mañana trabajas. Buenas noches, hermano —me dice, abrazándose a mi cintura y yo le correspondo, dándole un beso en la frente.

—Buenas noches, mocosa —respondo, ganándome un pellizco de su parte.

Me adentro en mi habitación, lanzándome en mi cama con un suspiro brotando de mis labios. Ha sido una larga semana, ajetreada, un poco divertida por todo lo que he logrado molestar a Federica, pero muy agotadora.

Últimamente, se ha estado arreglando más. Antes no usaba maquillaje, al menos no el labial rojo que le queda muy bien, aunque no lo admitiría en voz alta. Además, me he dado cuenta que siempre tiene algo lila o púrpura, siempre. Un pin en el cabello, un brazalete, unos zarcillos, cualquier cosa.

— ¿Qué hago yo pensando en esa testaruda? —me regaño en voz alta, negando con la cabeza.

Me cubro la cara con la almohada y suspiro, luego me doy media vuelta para quedar sobre la misma y me quedo dormido pensando en unos ojos cafés, unos labios rojos y un pin de cabello color lila.

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