2.

Primer día de trabajo y ya sé que no podré soportarlo, mucho menos teniendo una jefa como la tal Federica.

Y Mauricio, ese pendejo me va a escuchar.

Me adentro en el departamento y la puerta se cierra de golpe, causando un estruendo que alerta a mi hermana. Me encamino a la cocina y me sirvo un vaso de agua porque siento que la sangre me derrite el cuerpo de la rabia que siento.

—Sebas, ¿qué te sucede? —pregunta Montserrat y yo la esquivo, pero ella se vuelve a poner en mi camino.

—Montserrat —advierto—. No estoy para mamadas.

—Me vas a decir qué carajos te sucede —ordena.

—A ti no te queda andar dando órdenes —la molesto, rodando los ojos.

—No seas imbécil, por favor. Soy una Díaz, dar órdenes está en mi sangre —dice, golpeando levemente mi pecho antes de darme la espalda y sentarse en el sofá a seguir limándose las uñas—. Habla.

—¡Que tengo una jefa de m****a! —exploto, dejando el vaso sobre la barra de la cocina—. Y que Mauricio es un mentiroso, pero ya me va a escuchar.

—Necesito que desarrolles el contexto, porque no entiendo nada.

—Mauricio se jacta de haberme conseguido trabajo, pero no es así. Me consiguió quince días de prueba, eso fue lo que me dio. ¡Como si no bastaran mis notas en la escuela de pastelería y las recomendaciones!

— ¿En serio? —pregunta Montse, mirándome con la ceja alzada.

— ¡Sí! Hijo de puta, me va a ver la cara de…

—De payaso, cabrón—me interrumpe y yo le miro, tensando mi mandíbula—. Mira, el papel de niña malcriada es mío, no tuyo. ¿Qué esperabas? ¿Llegar a la pastelería para ser el chef?

—No, pero esperaba una plaza fija —le recuerdo, cruzándome de brazos.

—Que imbécil eres, de verdad. En cualquier trabajo tendrás días de prueba —se burla de mí, negando con la cabeza—. No creas que el Díaz es el pase para obtener todo con facilidad. Creí que tú, en especial, lo tenías muy claro.

No digo nada. Mi pecho solo sube y baja con agitación mientras la miro y ella niega con la cabeza.

— Joder, Sebastián. Tienes un increíble potencial, pero tú ego creo que es más grande. Ni siquiera es egocentrismo; son las ganas que tienes de callarle la boca a papá. Pues… ¿crees que con esta actitud lo vas a lograr? Solo vas a darle la razón —suaviza el tono y lleva sus manos a mi rostro—. Te entiendo, sabes muy bien que lo hago, pero tiene que aprender a controlarte.

Me encamino hacia el living, sopesando sus palabras y suspiro.

—Metí la pata —admito, dejándome caer en el sofá y me restriego la cara con las manos—. Le dije un montón de cosas a mi… mi…

—Tu jefe, dilo. Tienes jefe, Sebastián. No es el fin del mundo —me recuerda, sentándose junto a mí—. Y a los jefes hay que enamorarlos, tenerlos contentos. Así que te aconsejo que saques la pata del fondo y arregles lo que hiciste. Ya se solucionará, en serio.

—No sé qué haré mañana —admito.

—Pues, tienes que tragarte el apellido y pedir disculpas —me aconseja ella—. Y controlarte, eres demasiado impulsivo. En serio.

—El burro hablando de orejas —ironizo y ella se ríe—. Ya veré como resuelvo eso. ¿Cuándo es que empiezas clases, por cierto? Que lata que estés aquí todo el día.

—No estuve aquí todo el día, ridículo —me remeda—. Estuve con Mauricio, molestándolo. Te toca tu dosis.

—Negativo —respondo, sacudiendo la cabeza de lado a lado.

—Claro que sí, ¡claro que sí! —chilla y se abalanza para hacerme cosquillas.

— ¡Montserrat Alexandra! —exclamo, riéndome.

Pero ella sigue insistiendo.

***

El chofer me deja frente a la pastelería y yo me quedo observándola a través de la ventana. No quiero entrar ahí y digerir el orgullo, pedir disculpas. Ugh, ¿cuándo acaso un Díaz pide disculpas?

Nunca.

Salgo del carro y me encamino al lugar, mirando hacia los lados. La campana informa que he entrado y muchas voltean a verme, algunas sonrojándose y otras me muestran miradas más… atrevidas.

Es lo malo de trabajar con más mujeres que hombres. Siempre capturo todas las miradas.

—Buenos días —saludo antes de encaminarme a mí área: la cocina. Elena es la primera en mirarme, tensándose en su lugar—. Hola, chicas.

—Buenos días, señor Díaz —murmuran, desviando la mirada para volver a lo que sea que estaban haciendo.

—Por favor, llámenme Sebastián —cedo, mostrando una sonrisa de oreja a orea.

Elena frunce un poco el ceño y se mira con otras compañeras de trabajo, cosa que me hace rodar los ojos.

Mujeres, pienso.

Me detengo en mi casillero para buscar mi uniforme y me adentro en el baño, cambiando mi camisa por la filipina. Me queda muy ajustada, se nota que es al menos una talla más pequeña y los músculos de los brazos se me marcan, cosa que me incomoda un poco con respecto al movimiento de los mismos.

Abro la puerta para salir y un quejido se escucha seguido de un golpe sordo. Salgo del baño y me encuentro, nada más y nada menos que, con Federica. Ella está sobándose el codo y frunce el ceño en mi dirección.

—Señor Díaz, no pensé que volvería a verlo por aquí —ironiza sin dejar de sobarse el codo.

—Pues me alegra sorprenderla —respondo de igual forma, cruzándome de brazos—. ¿Te he golpeado? Fue sin querer.

—Sé que fue sin querer, no te preocupes —zanja el tema, prestando atención a su casillero. Se alza de puntitas y mi mirada se dirige, de forma involuntaria, a su trasero.

Todos los jeans le quedan como un guante, pienso y una sonrisa traviesa se asoma en mis labios. Alzo la mirada y la encuentro viéndome con una ceja alzada.

— ¿Se te ha perdido algo? —pregunta.

—No —respondo, carraspeando.

— ¡Los quiero a todos en sus puesto cuando salga del baño! —ordena, pasando por mi lado chocando nuestros hombros.

—Cómo me la pone difícil —mascullo para mí mismo, restregando mi cabeza con la mano.

La media jornada se me pasa volando. He tratado con todas mis fuerzas de pedirle disculpas, pero las palabras se me atoran en la garganta porque simplemente no estoy arrepentido de nada.

He estado pensando la forma de plantarme frente a ella y decirle algo que la convenza de que mis palabras son sinceras, aunque no lo sean. Sin embargo, me la pone muy difícil ya que solo me habla para casos puntuales o lanza indirectas a diestra y siniestra.

Solo a mí se me ocurre encabronar a una mujer, pienso.

—Iré a ver si allá afuera se dan abasto —informa y busca con la mirada a Elena—. Corazón, ven conmigo.

Yo sigo decorando los postres en mi mesa, restándole atención a todo lo demás hasta que escucho un portazo.

— ¿Qué él dijo qué? —exclama Federica, casi que indignada.

Entonces, algo hace clic en mi cabeza y no es nada bueno.

—Sebastián Díaz, quiero que preste apoyo afuera —ordena, plantándose junto a mí.

Mi mirada se dirige directo a Elena, quien se encoge en su lugar y trata de ocultarse tras su jefa. Dejo todo lo que estoy haciendo y me encamino a la salida, mirando a Federica, quien está cruzada de brazos, cuando paso por su lado.

No rezongo, no reviro. Solo cumplo lo que ella me dice en una clase de bandera blanca entre nosotros, atendiendo a los clientes con cordialidad. Más que todo a las mujeres que me parecen atractivas.

La sensación de ser observado se intensifica con el pasar de los minutos y cuando miro en dirección a la cocina encuentro a la causante de ello. Sus ojos cafés me aniquilan con la mirada, observando todo lo que hago.

Se da cuenta de que la he pillado mirando y solo alza el mentón y la ceja, retándome. Porque, al parecer, es lo único que esta mujer sabe hacer.

Observo el reloj y luego a ella antes de encaminarme en su dirección. Noto como su cuerpo reacciona a mi acercamiento, tensándose por todos lados, y me detengo cuando estoy a su lado.

—Tomaré mi descanso —murmuro, cerca de su mejilla.

Ella solo me mira de reojo y me da un leve asentimiento de cabeza. Me adentro en el baño, sintiéndome frustrado por no poder arreglar las cosas.

—A ver, cabrón —me hablo al espejo—. Tienes que hacerlo, trágate las jodidas cuatro letras de tu apellido. Eres un Díaz, pero también eres un Guerra y los Guerra son nobles.

            Marco el número de mi hermana, necesitando un empujón más de su parte. Ella contesta al segundo tono con su voz fresa e irritante que me vuelve loco.

— ¿Qué pasó, hermanito? ¿Ya le lamiste las botas a tu jefecita? —Pregunta a modo burlón, haciéndome rodar los ojos—. Ya, neta. ¿Qué quieres?

—No sé cómo llegarle. Ha estado distante y mordaz a pesar de que le he hecho caso en todo —las palabras salen atropelladas de mi boca y tengo que respirar hondo para seguir—. No me sale pedirle perdón, Montse.

—Pues hazlo sin que te salga, pero tienes que hacerlo. ¿O es que acaso prefieres ver la cara de felicidad de papá cuando te boten del lugar? ¿Vas a darle la razón? —su honestidad me taladra el cerebro.

—Gracias —respondo con sarcasmo—, supongo que necesitaba tu incentivo.

—Un “lo siento” no ha matado a nadie, brother. Just do it —dice como si fuese tan fácil—. A ver, al menos empieza pidiéndole disculpas a alguien más que hayas tratado mal. Eso puede hacerle ver que en serio estás arrepentido.

— ¿Qué te hace pensar que fui malo con alguien más? —pregunto, ofendido.

— ¡Ay, por favor! —ironiza—. Quien no te conozca que te compre y yo te conozco bien.

Elena se me viene a la mente y sonrío con malicia cuando encuentro mi plan perfecto. Ella me hundió hace unos minutos con Federica, pero si puedo disculparme con ella, puedo disculparme con mi jefa.

Salgo del baño tras colgarle a mi hermana y busco a Elena con la mirada. La castaña se encuentra muy concentrada, armando decoraciones con fondant, y se tensa cuando me coloco frente a ella.

—Hola, Elena —hablo lo más amable que puedo, sonriéndole mientras apoyo mi barbilla en el dorso de mi mano para así colocarme a su altura—. ¿Puedo hablarte un segundo?

—Cla-claro, señor Díaz —balbucea, enderezándose en su puesto. Por el rabillo del ojo noto que se limpia la palma de sus manos en la filipina—. Sé que debe estar molesto por lo de hace rato, pero le juro que…

—Por favor, llámame Sebastián —pido, colocando una mano en mi pecho—. Oye, uhm, lamento mi actitud de ayer. La verdad es que empecé el día con el pie izquierdo y la pagué con personas que no lo merecían. En verdad lo siento mucho. No suelo ser… tan así todo el tiempo.

Ella se ríe un poco, cubriéndose la boca. Yo la acompaño, mirándola directamente a los ojos. Su gesto se apaga poco a poco hasta que sus mejillas vuelven a encenderse.

—Está bien, Sebastián. No te preocupes y… gracias por ese gesto, me habla muy bien de ti. Mejor que tu actitud de ayer —me dice, colocando una mano sobre mi antebrazo y lo quita con rapidez—. Lo siento.

—No te preocupes. Gracias por disculparme —le digo, guiñándole un ojo.

— ¡Sebastián! —Grita Federica con autoridad, haciéndome cerrar mis manos en puños y respirar hondo antes de encararla con una sonrisa fingida—. A tu puesto de trabajo. ¡Ahora!

—Sí, señora —digo, obedeciendo. 

—Chef —me corrige—. No estoy casada, ni hijos para que me llames señora.

—Tienes nombre de una —murmuro para mí mismo, volviendo a mi lugar.

Sigo con mi trabajo, logrando adelantar una cantidad considerable. Cuando ella ha terminado con un pastel que nos han encargado, se acerca a mí para observarme unos minutos y luego ponerse manos a la obra.

—Oye, uh… —trato de empezar, pero con ella me cuesta mucho dejar mi orgullo a un lado.

— ¿Sí? —pregunta, sin mirarme.

Respiro hondo y suspiro, captando su atención. 

—Siento haber sido un imbécil ayer. Tenía expectativas sobre una… situación y no se cumplió. Digamos que tenía un sueño que se me fue arrebatado —le digo y luego desvío la mirada, recriminándome por decirle eso a ella—. No sé por qué te dije eso. En fin, estaba molesto y terminé pagándola con ustedes, cosa que no se merecen. Espero que en serio me disculpes.

—Está bien, podemos empezar de cero. Sin embargo, no habrá borrón y cuenta nueva —me advierte.

— ¿Qué quiere decir eso? —pregunto.

—Las observaciones que hice ayer, no las voy a eliminar porque estés arrepentido —me aclara, sacudiéndose las manos y mostrándome una sonrisa bastante falsa.

Y quiere seguir, pienso.

—Sin embargo, creo que el acto de hoy la compensa —añade—. Ahora… ¿podemos continuar con nuestro trabajo, por favor?

—Como diga, boss —respondo y ella me mira con ojos entrecerrados. Yo le guiño un ojo y termina riéndose, contagiándome al segundo.

Leia este capítulo gratuitamente no aplicativo >

Capítulos relacionados

Último capítulo