172. ERES LA ÚNICA PARA MI

MÓNICA

Gemía entrecortado con un lobo cachondo follándome desde atrás.

Mis senos se balanceaban sobre la superficie de madera, la mesa del escritorio traqueteaba cada vez más de prisa mientras las penetraciones aumentaban de intensidad.

Mi uniforme remangado hasta la cintura, a medio abrir los botones del frente, el ajustador subido exponiendo las tetas, con la panti destrozadas en mi coño que ahora recibía el ardiente falo de mi hombre.

—Henry, ¡aahhh, sí, sí, mi macho, me encanta cómo me montas… más, más! —subí la cabeza perdida en la pasión.

Meneándome hacia atrás, encontrándome con el embiste de su pelvis chocando contra mis nalgas.

Henry gruñó como un animal, empujándome hacia la mesa auxiliar, castigándome deliciosamente con su peso contra mi espalda.

El sudor corría por nuestras pieles en llamas.

Pude colar mi mano por mi vientre, y mi dedo medio comenzó a acariciar el sensible clítoris mientras el placer se construía fiero y avasallador.

Lo movía en círculos y me lo pellizcaba
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