MÓNICA Su palma abierta comienza a acariciarme directamente entre las piernas, arriba y abajo, tengo ganas de abrir más los muslos para que me toquetee mejor el coño por encima de la ropa. —Suel… mmm… Gritaré… —Claro que vas a gritar, pero de placer cuando te monte sobre esta misma cama. ¿Por qué te estás resistiendo al llamado de mi lobo? Nena, no escondas más a mi pequeña lobita, déjala salir a conocer a su macho. Mónica, debes haberlo sentido ya… De repente, sus palabras en mi oído dejan de escucharse eróticas y comienzan a transformarse en sílabas que levantan todas mis alertas. No puede ser lo que creo, no puede… Sin embargo, explicaría toda esta locura. —Soy tu mate, cariño. ¿Por qué te haces la que no lo sientes? No… espera, no estás marcada. Tú… —de repente se separa un poco. Su voz se vuelve apremiante, bestial. Va a revisarme la nuca. No quiero. ¡No quiero que me vea nada! —¿Qué es este parche que llevas? —¡SUÉLTAME! ¡TE DIJE QUE ME SUELTES! —me volteo, esta vez sí
HENRY“¡VE DETRÁS DE MI HEMBRA!” El rugido de Massimo me hizo temblar el cerebro.“¡Cálmate, maldición! Estás descontrolado, Massimo. Vamos a terminar asustándola”, le respondí a mi Alfa interior. Como siempre, un gruñón autoritario, pero desde que olió ese aroma tan increíble y delicioso, enloqueció por completo.Caminé hacia la cama donde esa bata ridícula de hospital había quedado y comencé a ponérmela rudamente para no salir con la polla al aire a perseguirla por todo el hospital.—Henry, ¿qué… qué sucede? ¿Estás bien? —de repente, la vocecilla a mi espalda me recordó la causa de la pelea en la que me metí.Como siempre, Madeline era más que inoportuna.—Madeline, ¿qué haces aquí? —me giré vistiéndome. Ni modo, no iba a correr al baño como doncella.—Yo… yo… —abrió mucho los ojos al observarme de arriba abajo, para luego girar el rostro a un lado de forma antinatural.Odio a las falsas puritanas.—Llamé a tu padre. Me dijo que habías venido a este hospital, Henry. De verdad, lo
MÓNICA Di un paso atrás, aterrada, muerta de miedo, porque aún no me recupero de las sensaciones tan intensas que me causaba este lobo. —¿Qué hace aquí, Sr. Connor? —intenté no mirar al borde inferior de la corta bata de hospital. Joder, si se inclinaba un poco hacia atrás, le vería toda la cabeza de la culebra durmiente. —Nena, ya te dije que no me llamaras tan formal… —Y yo le dije que no me dijera “nena”. Tiene que irse de aquí, esta no es un área para pacientes —intenté agarrar con fuerza el paquete de gasas de mi mano y medio ocultarlas, para que no viese mi nerviosismo. —Mónica, tenemos que hablar. No me voy a ir de aquí hasta que definamos lo nuestro —dio algunos pasos hacia mí. Me sentía sofocada en esta esquina, sin escapatoria. Con el alto estante de hierro a mi espalda y el enorme cuerpo de este sexy y autoritario Alfa frente a mí, no tenía salida. —No hay “nuestro” —a pesar de la situación, levanté la barbilla y lo miré directo a esos profundos ojos grises. —.
MÓNICA —Cálmate, nena, cálmate, Moni. Tranquila, pequeña, tranquila… — me decía sin soltarme. Le gritaba y lo insultaba, intentando liberarme de sus grilletes, pero las palabras se convirtieron en sollozos bajos incontrolables.Sus manos torpes no dejaron de acariciarme. Me cargó y me llevó con él, acurrucada contra su poderoso cuerpo.Sentía en mi oído el fuerte palpitar de su corazón. Sentados en el suelo, en la esquina medio oscura de los estantes llenos de cajas.Me acomodó de lado, sobre sus muslos, sintiendo esa presencia que empujaba con suavidad, una y otra vez en mi mente, bañando como un bálsamo las heridas que había creído estaban cerradas.Después de un tiempo indefinido, me calmé por completo, secándome las lágrimas. Me quedé en silencio; ahora estaba avergonzada. Pensaría que era una llorica.—¿Por eso usas eso detrás del cuello, para tapar la cicatriz? —asentí suavemente—. ¿Ni siquiera pudiste cicatrizar lo que quedó de la marca? Se suponía que desapareciera con e
MÓNICAEstaba calentándome como una cafetera a punto de colar el café, solo que a mí se me estaba escapando otra cosa de entre las piernas y mojando mi braga.Sin embargo, me quedaba un resquicio de cordura. No es que nunca lo hiciera en un almacén de estos, pero a este Alfa, mate o lo que sea, lo acabo de conocer hoy… mmm joder, no me manosees así el pezón… sshhh…—Tiempo fuera… ah, Henry, espera… —agarré su mano imprudente metida dentro de mi ajustador, amasándome las tetas como pan en feria—. Yo…Tragué recuperando el aire entre jadeos apresurados.—Acabamos de conocernos. No… no vamos a hacerlo aquí, así, no de esta manera… —intenté levantarme, pero él volvió a enredar su brazo alrededor de mi cintura, posesivo y salvaje, mirándome con esos ojos depredadores tan sexis.Casi desnudo debajo de mí, resoplando, excitándose así por apenas unos besos y manoseos.—Está bien, está bien, mierd4, hoy pierdo los huevos, pero no te voy a penetrar. Además, necesito sanar tu nuca con mi sangre
MÓNICAUn gemido ronco, visceral, cargado de deseos salió de mis labios entreabiertos.Mis pestañas se movían entrecerrando mis ojos borrosos del placer.—Mmmmm tan bueno… shhhhh —mis caderas se meneaban sobre su boca hambrienta, restregaba mi clítoris contra sus labios, sobre la punta de su nariz.Agarré su cabello corto, oscuro, y le enseñé la manera de llevarme a las alturas.Dejando que esa lengua larga y flexible, lobuna, me penetrara, adentro y afuera, con sonidos acuosos, lascivos.Apreté mi otra mano con fuerza sobre el tubo de metal, como un sostén para mantenerme a flote.—Ah, ah, ah, qué rico mi macho… mmmm más rápido… sí, sí, bebé, me encanta… Ssshhh métela más profundo… —me descontrolé por completo, encima de él, acorralándolo, obligándolo a mamarme el coño como si fuese mi esclavo del placer.Subí incluso una pierna, la punta de mi zapatilla de goma sobre la separación baja de la estantería.Alcé la cabeza, sacando la lengua como pervertida; no podía cerrar la boca solo
MÓNICAEse lobo pervertido al final casi me viola y me hace el delicioso en el almacén, lo que me faltó para abrirme como un compás fue nadita.Pero a pesar de la atracción loca que siento por este Alfa calentón hecho a mi medida, de verdad, en el fondo tengo miedo.Esta vez no podré disfrazar con sarcasmo y sexo sin sentido mis desilusiones; esta vez, si él me falla, creo que será el golpe mortal.—Te espero para llevarte a tu casa —me aprieta la mano mientras esperamos el elevador en el piso subterráneo.Si alguien vino por suministros, de verdad espero que no haya escuchado mis gemidos de perra en celo.—Henry, estás casi desnudo, por lo que veo, ni sé para qué viniste al hospital si ya las heridas están prácticamente sanas —alzo la ceja mirándolo media divertida. —Vine a conocerte, ¿a qué más? Es la primera vez que hacerle caso al cascarrabias de mi padre ha sido mi bendición —me dice, y me tenso un poco cuando me habla de su familia.La puerta del ascensor se abre y entramos. M
MÓNICA —Nena, ¿estás segura de que estás bien? —Henry me toma del brazo cuando vamos camino a mi auto en el estacionamiento.Se ha puesto al menos su pantalón por debajo de la bata y va un poco más presentable.—Sí, sí, ya te dije que estoy bien. ¿Te sientes mejor? —le pregunto intentando no mirarlo fijamente.Tengo tantas preguntas en mi mente, pero no deseo exponerme.El hecho de que sea familia de Dean, la verdad, no me ha asentado nada bien.—Te noto extraña desde el elevador. ¿Te asustó ese idiota de Dean, verdad? —me pega a su pecho acariciando mi mejilla, su mano posesiva sobre mi cintura rígida.—. Va por ahí siempre sacando todo su poder sin importarle aplastar a nadie.—Él… ¿es un Alfa también, no? Tu primo… —le pregunto como quien no quiere las cosas.Ambos estamos de pie en medio de las sombras del enorme subterráneo.—No es un Alfa. Te sientes así, tan presionada con su aura, porque él es un Anciano del Concilio —me responde bufando con una mueca de desprecio.—. Pero no