139. TU LOBA SIGUE VIVA

MÓNICA

—Cálmate, nena, cálmate, Moni. Tranquila, pequeña, tranquila… — me decía sin soltarme.

Le gritaba y lo insultaba, intentando liberarme de sus grilletes, pero las palabras se convirtieron en sollozos bajos incontrolables.

Sus manos torpes no dejaron de acariciarme.

Me cargó y me llevó con él, acurrucada contra su poderoso cuerpo.

Sentía en mi oído el fuerte palpitar de su corazón.

Sentados en el suelo, en la esquina medio oscura de los estantes llenos de cajas.

Me acomodó de lado, sobre sus muslos, sintiendo esa presencia que empujaba con suavidad, una y otra vez en mi mente, bañando como un bálsamo las heridas que había creído estaban cerradas.

Después de un tiempo indefinido, me calmé por completo, secándome las lágrimas.

Me quedé en silencio; ahora estaba avergonzada. Pensaría que era una llorica.

—¿Por eso usas eso detrás del cuello, para tapar la cicatriz? —asentí suavemente

—. ¿Ni siquiera pudiste cicatrizar lo que quedó de la marca? Se suponía que desapareciera con e
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