Capítulo 18

Dulces y tiernos; esa eran las palabras para describir los labios de Linda sobre los de Alexander, solo bastaron un par de segundos sintiendo sus labios para corresponderle, un beso lento, pausado, pero con mucho significado. Su alrededor desapareció y solo eran ellos dos conociéndose en la intimidad de un beso acalorado junto al compás de sus latidos.

La mano del pelinegro se posó en su espalda y la otra en su cintura, perdiéndose entre la suavidad de aquel beso, que aunque no tardó demasiado si lo suficiente para que sus respiraciones se agitaran por falta de aire, se separaron lentamente y se miraron a los ojos.

—Discúlpame, no se que me pasó—. Sentía su rostro arder de la vergüenza, se dejó llevar por su impulso ese que le entró cuando se enteró de lo que le había sucedido y sintió miedo, miedo de solo pensar que ya no volvería a verlo. El deseo de probar sus labios lo llevaba desde ese día en la oficina en la que había estado tan cerca de él, tanto que aun su aroma la seguía
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