Analía quería preguntarle tantas cosas a Kerr que tuvo que hacer un gran esfuerzo para aguantarse las ganas de bombardearlo a preguntas antes de llegar a la casa de Johana. Se cubrió su cabello rojizo con la capucha para evitar que la manada la reconociera, pero era inevitable que atrajeran las miradas de las personas con las que se cruzaban.Kerr era un hombre muy atractivo, pero no solo por eso captaba la atención. Era diferente al resto de las personas de Agnaquela: tenía una mirada más avivada, un porte más seguro. La gente de la ciudad, por la guerra y el invierno, andaba con los hombros caídos y la mirada en el suelo, pero él no. Caminaba con la seguridad que le daba saberse un lobo poderoso de raza superior, pero sin llegar a la arrogancia. Se veía maduro y centrado. — ¿Por qué te cubres el cabello? — le preguntó él cuando ya casi llegaban a la casa.Analía se encogió de hombros. — Es una larga y dolorosa historia. Te la contaré después.Cuando estaban sentados en la sala, pu
Alexander se veía bastante contento con el recién llegado. Bastian, sentado en el mueble, observaba por la ventana y escuchaba mientras Alexander le contaba a Kerr toda la historia de lo que habían vivido: todo sobre el Rey Cuervo, todo sobre el aquelarre de las estrellas. Un rato después llegó Analía. — Salem tiene que ir al palacio, pero esta noche regresará para ver qué decisión tomamos. Con la ayuda de Kerr ahora podemos atacar y acabar con Stephan, pero también hay que tener presente algo: cuando salga el ejército de Taranta, será nuestra única oportunidad para entrar a la ciudad y robar el libro que puede devolverle la visión a Salem. No podemos desaprovechar esta oportunidad. — Estoy de acuerdo — dijo Kerr — . Es mejor tratar de ayudar a Salem. Si es el único que puede asesinar a Stephan, tiene que estar en todas sus facultades. No pueden confiar únicamente en mi poder. Ya enfrenté a un Rey Cuervo antes, pero fue relativamente fácil de matar con mi habilidad. Seguramente no te
Tal como Johan había dicho, la mañana siguiente fue despejada. El cielo no estaba completamente abierto, pero había dejado de caer nieve; era la última tormenta del invierno. Ya llegaba la primavera, y con ella, la guerra.Los drones que habían llegado acompañando al aquelarre navegaron por los cielos despejados y observaron que, en efecto, los ejércitos de Taranta ya estaban en marcha. Esa mañana, antes del amanecer, al menos 50,000 salieron de la ciudad. Era un número alarmante; entre Maiasaura y gente del bosque, formaban un ejército tremendo.Entonces, Salem entendió que la idea de apoderarse del mundo que tenía Stephan era real. De no ser así, ¿por qué se tomaría tanta molestia en armar un ejército tan grande solo por las piedras? Era porque realmente las necesitaba para su plan mundial. Debían detenerlo, no solo por la manada, sino por las personas que correrían riesgo si lograba conquistar Agnaquela. Ninguna ciudad estaría a salvo. Por eso, esa mañana, cubierto únicamente por u
Analía corrió al lado de los demás, comprobando cómo su pelaje era tan blanco como el de Salem. Eran los dos pelajes más claros que tenían la manada de las nieves. Alexander, a su lado, tenía un trote leve; su pelaje también era casi blanco, pero Kerr, su pelaje era tan oscuro como la noche, como petróleo. Eso lo hacía difícil de ocultar, tan llamativo que podía verse incluso visto a kilómetros, imaginó Analía. Así que se alejaron del camino principal, introduciéndose en el bosque para evitar ser vistos.Johana tenía las mejillas rojas por el frío sobre el lomo de Salem. El Alfa corría delicadamente para evitar que la mujer cayera. A pesar de que Salem no podía ver, era experto evitando los árboles; la poca visión que tenía su lobo, más todos sus instintos mejorados, lo hacían un depredador poderoso.Analía se preguntó cuán fuerte podría llegar a ser en cuanto le quitaran la maldición que impedía su vista. Ya faltaba poco. Si tenían suerte, Salem estaría viendo en un par de noches, y
A pesar de su pequeño tamaño, Analía podía correr tan rápido como su loba grande, y en menos de 15 minutos llegó a la ciudad. Taranta no era como Agnaquela, con un enorme muro que la rodeaba. Seguramente, aquella ciudad tan al norte del mundo era imposible de invadir; por eso, sus medidas de seguridad eran nulas.La ciudad se extendía por varios kilómetros y terminaba abruptamente en casas hechas de cuadros de hielo para conservar el calor en el interior. Cuando Analía cruzó por la enorme puerta principal, sintió que atravesaba algo, como una fina capa de agua. Cuando lo hizo, notó que la temperatura dentro de la ciudad era más alta. Seguramente sobre la ciudad tenían un domo que proporcionaba calor mágico, así como el domo que tenían en su granja.En cuanto más se acercaba al centro, más notaba las imponentes construcciones hechas en piedra que tenían los Maiasauras, hechas de ladrillos diminutos, cortados seguramente a mano. Miles y miles, por no decir millones, de ladrillos conform
Analía apretó con fuerza las hojas contra su pecho. No podía ser. Cada vez que creían encontrar una salida, se encontraban con un callejón cerrado. Ahora resulta que Salem irremediablemente siempre tendría que estar unido a un contrato de vida o muerte de aquí en adelante, o no podría sobrevivir.Eso la llenó de una desazón en el pecho que incluso Kerr sintió a través de la conexión que tenían. Pero Analía no lo dejaría solo, no dejaría solo a Salem. Si era necesario, ella firmaría nuevamente con él un hechizo de fidelidad; no le importaba pasar el resto de su vida atada a él. Quería hacerlo y sabía que él también quería hacerlo, pero estaba segura de que Salem nunca se lo permitiría, nunca permitiría que ella estuviera atada a él a costa de su vida.Doblando las hojas meticulosamente, las guardó dentro de su ropa.« No es tiempo para enfrentar estas cosas » le dijo Kerr en su mente. « Ahora no olvides la pluma; es muy importante, encuéntrala »Analía salió de debajo del escritorio y
Empacaron lo que habían sacado de sus maletas rápidamente y, transformados, corrieron por el bosque. Trataron de alejarse lo más posible de la ciudad, sabiendo que nadie los seguiría. Taranta estaba desprotegida y con pocos soldados, por lo que no se aventurarían en el bosque para perseguir a un enemigo sin saber cuántos eran.Cuando la noche empezaba a caer y estaban lo suficientemente lejos de la ciudad, montaron un pequeño campamento. Kerr, Alexander y su madre se fueron a la cama temprano, dejando a Analía y Salem sentados junto a la hoguera. — Bueno, ya tenemos tiempo — dijo el Alfa — . Quiero que me digas qué descubriste sobre los contratos de vida o muerte.Analía sacó los papeles que había guardado entre su ropa y, con paciencia, leyó en voz alta detenidamente cada uno de los ingredientes y las cosas que se deben utilizar para hacer un hechizo de fidelidad. Salem ya sabía de esto; eran casi las mismas páginas que había en los libros de Farid, con los que había creado el hechi
La mañana siguiente fue tensa y silenciosa. Analía se había acostado con una maraña de pensamientos que le impidieron dormir gran parte de la noche, y al despertar asumió que todos los demás habían escuchado la discusión que había tenido con Salem.El Alfa ni siquiera la miró ese día, lo cual le dolió profundamente. Analía sabía que él lo hacía para protegerla, porque quería verla sana y salva; amarrarla a otro contrato de vida o muerte sería, como él mismo decía, arriesgar su existencia. Si Salem moría en la guerra, ella y su hijo morirían también.Tenía razón al admitir que era peligroso, y de no ser por el hijo que llevaba en su vientre, Analía habría insistido más. Pero ahora debía pensar no solo en su vida, sino también en la de su hijo.Aunque Salem no pronunció palabra esa mañana, Analía sintió cómo la conciencia del lobo se extendía hacia su hijo y cómo se quedaba ahí un largo rato, sintiéndolo, tal vez encontrando en él una motivación que no tenía.Cuando partieron del campam