Analía observó aterrada la multitud que se encontraba frente a la herrería. Eran al menos unas cien personas. Había carteles donde se especificaba claramente que no la querían como su Luna, otros donde decían que la diosa Luna no enviaría una esclava para guiarlos, y otros más donde pedían su muerte. — Quiero decir algo — murmuró Farid, levantando una mano.Analía lo agarró por la muñeca para que se detuviera. — No — le ordenó — . No importa lo que les digamos en este momento, no lo escucharán.Dio la vuelta y entró nuevamente a la herrería. El herrero estaba junto a la fragua, y el collar que le había quitado a Ana reposaba sobre el yunque. — Quiero que lo hagas nuevamente — le dijo — . Quiero que utilices este collar — lo tomó y lo sacudió con fuerza — y que construyas otro, más estético, bonito, que sea desprendible… y algo más también. Salem tiene razón en una cosa — continuó ella — . Si él me eligió como su Luna, si la diosa Luna lo eligió por él, no importa lo que yo sea. L
Ana salió de la herrería con la mente despejada y la cabeza en alto. La manifestación seguía ahí, aunque la cantidad de personas se había reducido a la mitad. Al verla con el nuevo collar, los gritos cesaron, y un silencio aterrador se apoderó del lugar, tan profundo que hasta el zumbido de un insecto polar se oía como si resonara a través de altavoces.Analía los miró a todos detenidamente, pero no tenía nada que decir. No había palabras que pudieran convencerlos, que los hicieran aceptarla, que les hicieran entender que ser esclava no significaba nada, que la decisión del Alfa debía respetarse. Todo eso se lo demostraría con hechos.Camino junto a Farid y los hombres — o tal vez lobos — que el Alfa había dispuesto para protegerla en las calles. Dejó atrás la manifestación, que se había quedado enmudecida, y sonrió con orgullo. Había logrado dejarlos impactados, y eso era justo lo que quería.Cuando llegó al palacio, Salem estaba sentado en la sala principal, sobre el trono. Al
Barry había resultado ser un aliado inesperado para Analía. Acataba sus órdenes con rapidez y siempre la miraba con una sonrisa en los labios. Ese día fue uno de arduo trabajo. Ana entendió que la manada era muy grande para no auto sustentarse; los cazadores y recolectores eran muy pocos para sustentar completamente a todos. Debían comenzar a cambiar las cosas.Así que esa mañana, por primera vez en siglos, los recolectores no salieron. — Esto no será fácil — , les dijo Analía, — pero si nosotros cultivamos y producimos nuestra propia comida, siempre tendremos buenas raciones para todos — . Analía podía sentir la presencia de Salem en su mente, podía sentirlo allí todo el tiempo, escuchando lo que ella escuchaba, prácticamente oyendo también lo que ella pensaba. Quiso apartarlo, pero además de que no sabía cómo, imaginó que aquello enojaría mucho al Alfa. Así que lo dejó estar. El hombre estaba al otro lado de la ciudad, corrigiendo algunos problemas que tenía con las frontera
Salem se había ido furioso a la cama, y Analía sabía que tenía razón. No bastaba con fingir ser la Luna de la manada; tenía que serlo en verdad. ¿Por qué? Aún no lo comprendía por completo, pero lo sentía en lo más profundo de su ser. Salem podía tener razón en cuanto a que ella quería la manada para rescatar a su hermano, pero eso no era todo. Analía se preocupaba genuinamente por la manada. Lo había visto en los ojos de los niños que se asomaban por las ventanas a su paso, sus cuerpos delgados y sus miradas llenas de esperanza. Aquellos que la apoyaban la veían como el cambio que tanto necesitaban, la esperanza de Agnaquela, de la misma manera que ella había visto a su padre antes de que la abandonara cuando era pequeña. Cada visita mensual a la cabaña de su madre había sido un rayo de esperanza para Analía, esperando que él le dijera que empacara sus cosas porque se iban a casa.Esa misma esperanza la veía ahora en los rostros de los niños y ancianos de la manada. Sobreviv
Analía se puso de pie detrás de Salem. El hombre se ató con fuerza una cola en el cabello, luego se vistió con una túnica. No se puso pantalones ni zapatos. Analía trató de vestirse lo más rápido que pudo. Cuando lo alcanzó, Salem iba por el pasillo. — ¿Y ahora? — preguntó.El Alfa asintió. Cuando llegaron a la puerta, Salem estiró la mano para saber si estaba cerrada o no. Pero en cuanto sintió el aire vacío indicando que la puerta estaba abierta, cruzó al salón principal, donde estaba el trono. — Deja de pensar en esto como un trono — la regañó Salem.Pero Analía no le prestó atención. Caminó a su lado hasta que las enormes puertas de la entrada se abrieron. Afuera había un grupo grande, al menos unos siete u ocho hombres. Entre ellos estaba Barry. — Mi Luna — saludó el muchacho — . Es un placer estar en esta misión para rescatar a su hermano. — Barry, pero yo te necesito hoy para las provisiones — insistió Analía.El joven negó con la cabeza. — Mi Luna, esto es mucho más i
La misión comenzó. Aunque Analía no tenía una conexión tan fuerte con Salem para saber qué ordenaba a los demás lobos, sabía que él extendía su conciencia hacia ellos, transmitiéndoles instrucciones. En su forma de lobo, Salem no veía de manera normal; las imágenes eran difusas y borrosas. Su ceguera en el estado humano también afectaba cuando estaba transformado, y el lobo ahora era completamente ciego, igual que su forma humana. Apenas lograba enfocar el cabello rojizo del niño que jugaba en el patio con una rama y un aro metálico, corriendo de un lado a otro. Era un juego que a Oliver le gustaba hacer. Analía sonrió con ternura, recordando cómo su madre siempre se lo prohibía, diciendo que lo hacía sudar y oler mal.Oliver parecía feliz y sano, lo cual la preocupó. No es que no quisiera que estuviera bien, pero si estaba secuestrado, si era un esclavo, ¿cómo podía parecer tan despreocupado? Analía trató de distinguir si tenía puesto algún tipo de collar, pero la visión de Salem er
Analía no quiso entrar al palacio; se quedó afuera, en la nieve, en el frío, esperando. Cerró los ojos e intentó contactarse nuevamente con Salem para ver cómo iba la misión, pero el hombre estaba bloqueado. Entrar a su mente era como golpear el asfalto con los puños desnudos: imposible. No podía hacerlo. No tenía más opción que esperar, así que esperó.El sol salió por el horizonte y poco a poco comenzó a recorrer el cielo. Farid intentó hacer desayunar a Analía, pero no lo consiguió. La mujer estaba abrumada, estresada, furiosa. Tenía miedo, y toda esa mezcla de emociones la tenían al límite. Sabía que no podía sentirlas porque, si lo hacía, Salem podía verse perjudicado y tenía que estar concentrado en la misión. Así que se sentó en el suelo y trató de meditar, cerrando los ojos y respirando profundamente, concentrándose en cada respiración. Pero a su cabeza regresaba una y otra vez la imagen borrosa de los ojos de Salem, viendo a su hermanito transformarse en un lobo. — ¿Cuándo
Analía perdió todas las fuerzas que tenía en el cuerpo. Las rodillas le temblaron y cayó arrodillada frente al Alfa. El hombre se agachó, la tomó por los hombros y la levantó. — No lo entiendo — murmuró ella, aterrada — . ¿No quiso venir?Los ojos se le habían llenado tanto de lágrimas que le impedían ver los ojos rojos del Alfa, que la miraba con una extraña expresión en el rostro. Por primera vez no la miró con rabia; la miró con una expresión de genuina curiosidad. — Tu hermano es un lobo — dijo — . Se transformó cuando uno de los míos intentó ir por él y lo atacó. Es más fuerte que un lobo normal. No te entiendo, tú no eres una loba, ¿por qué tu hermano sí lo es?Analía estaba demasiado confundida como para pensar en eso en ese momento. De no ser por la fuerza enorme del Alfa sosteniéndola, hubiera caído nuevamente. Farid dio un paso al frente. — Tal vez — dijo él — . El niño es hijo de otro padre, un padre lobo, no el mismo padre de Analía. Salem asintió. — Sí, eso tiene sen