El cuarto del hospital está impregnado de un silencio denso, casi sofocante. Cada rincón parece estar dominado por la quietud, como si el aire mismo se hubiera detenido. El único sonido que se escucha es el pitido constante del monitor cardíaco, un eco frío de la vida que aún se aferra a ese cuerpo inerte. La máquina emite su sonido monótono, inclemente. Un recordatorio cruel de que la vida, por un capricho del destino, aún no ha decidido rendirse. El aire tiene ese olor penetrante y estéril de los hospitales, ese olor a antiséptico que se clava en las fosas nasales y deja un regusto de desesperanza en la lengua. Úrsula se detiene en la puerta, sintiendo el peso del momento sobre sus hombros. No quiere estar ahí. Cada fibra de su ser lo grita, pero no tiene más opción que continuar. No quiere verlo, ni siquiera quiere respirar el mismo aire que él. Cada segundo que pasa junto a su cuerpo, le recuerda la tortura que ha sido compartir su vida con un hombre como él. Pero tiene un pla
Cristóbal no había pegado un ojo en toda la noche. Caminó de un lado al otro de su casa como un león enjaulado, con los pensamientos enredados y el pecho ardiendo. No podía comprender qué había hecho mal. ¿Por qué Amara lo había tratado así, con esa mezcla de decepción y distancia? Cada escena del día anterior se repetía en su mente como una película maldita que no podía dejar de verCon los primeros rayos del sol que se asoman por la ventana, se coloca la primera camisa que encuentra, agarra las llaves, no lo piensa por un segundo más, se sube a su carro y pisa el acelerador como si el asfalto pudiera darle respuestas. El motor de su coche ruge con fuerza mientras lo conduce con los nudillos blancos de tanto apretar el volante. Necesita respuestas. Las necesita de ella y aunque sabe que no es su lugar, sabe que quizás no es bienvenido, pero necesita verla y poder entenderla. Al llegar a la enorme casa de Amara, su corazón golpea con fuerza en el pecho. Baja del auto sin apagarlo
–¿Por qué no me lo dijiste maldita sea? ¡Por qué! –ruge él, acercándose más, apenas a centímetros de su rostro. –¿Por qué aceptaste ser mi novia si no me amas?, ¿Por qué me sigues mintiendo?. No te escondas detrás de esa máscara de hielo.–Cinco minutos –dice Amara, bajando la voz mientras se limpia una lágrima rebelde. –Te veré en la oficina, pero si vuelves a hablarme con ese desprecio… te juro que no sé de lo que soy capaz.Cristóbal no da crédito a lo que acaba de escuchar. Su respiración se agita y sus ojos, cargados de rabia y desilusión, se clavan en los de Amara. –¿Capaz de qué? –ruge Cristóbal, con la voz quebrada entre furia y desilusión. –¿De humillarme como tú ya lo has hecho?, ¿De pelear por alguien que ya decidió darme la espalda?, ¿De seguir fingiendo que somos algo más que este maldito teatro que tú armaste?, ¿De seguir siendo tu sombra… mientras eliges a otro hombre antes que a mí? ¿A mí, Amara? ¿El que se supone que es tu novio?–Su tono es ácido, pero detrás hay un
Una semana ha pasado, y para amara el silencio del hospital ya no le resulta ajeno. Es como una segunda piel que se le ha adherido al cuerpo desde que su padre cayó en coma. El pitido del monitor se volvió un metrónomo cruel que marca la vida… y también la incertidumbre.Amara esta sentada al lado de la camilla, con los codos apoyados en las rodillas, las manos enlazadas y la mirada perdida en algún punto del vacío. Sus ojos están hinchados de tanto llorar, pero las lágrimas siguen cayendo, tercas, incontrolables, como si su alma hubiera decidido desbordarse por los ojos.–Papá… –susurra, con la voz hecha pedazos. – No sé si puedes oírme, pero… si hay una parte tuya todavía ahí… por favor, vuelve. Te necesito. Te necesito más que nunca.Su voz se quiebra. La garganta le arde. Se limpia con torpeza las lágrimas de las mejillas, aunque enseguida otras las reemplazan. –No puedo más con todo esto… con Úrsula, con sus juegos, con el miedo de perderte. Siento que me estoy quedando so
Los minutos se arrastran como siglos en la sala de espera. Amara camina de un lado al otro, con las manos temblorosas, con el corazón hecho un puño y la mente repitiendo las palabras de todos los médicos que, hasta ahora, no le han dado respuestas. Solo teorías, suposiciones y silencios.Hasta que, de repente, las puertas dobles del pasillo se abren con un chirrido que hace que todos se giren al unísono. Un médico de mediana edad, de rostro severo y bata desordenada, avanza hacia ellos con paso firme. Lleva el expediente bajo el brazo, pero su mirada está fija en Amara. –Señorita Laveau… –dice con voz grave.Antes de que pueda continuar, Úrsula irrumpe en la escena como un relámpago. La desesperación brilla en sus ojos pintados con precisión quirúrgica, pero ni el maquillaje logra disimular el temblor en sus labios. –¿Qué pasó? –espeta, interrumpiendo sin pudor. –¿Mi marido está bien? ¡Dígame ahora mismo!El médico parpadea, visiblemente irritado, pero se contiene y Amara aprieta l
El implacable tic-tac del reloj se alzaba como un ominoso presagio, señalando la inminencia de una tragedia que acechaba en las sombras. En ese sombrío rincón del universo, el corazón de la señorita Amara latía con una ferocidad indomable, una tormenta en su pecho que no encontraba refugio en medio del caos desatado a su alrededor.–Señorita Amara, por favor, venga conmigo– ordenó el enigmático hombre, su voz resonando como un eco distante en el abismo de su terror. Sin embargo, ella estaba paralizada, sus extremidades temblando como una hoja en el viento huracanado de sus emociones desenfrenadas. Cada latido de su corazón era un eco retumbante de lo efímera que podía ser la línea entre la vida y la muerte en un instante.–No tenemos tiempo que perder. ¡Sígame rápido señorita!–insistió, elevando el tono de su voz mientras la amenaza inminente se cernía sobre ellos, con reporteros y policías a punto de invadir el lugar.La desesperación se apoderó del misterioso hombre, y sin titub
No obstante, con el pasar de los días las cartas cesaron y hoy en día la Casa de Modas Laveau se yergue majestuosa como un faro de prestigio y distinción, una entidad aclamada y altamente remunerada en cada rincón del planeta. Con su sede principal estratégicamente anclada en la ciudad de Milán, esta marca icónica ha tejido su presencia en una red global, extendiendo sus tentáculos a múltiples países. Una noche, el pequeño departamento que Amara había comprado para “momentos especiales” se encontraba en un manto de sombras, y el aire estaba cargado de una mezcla embriagadora de perfume y deseo. Amara se encontraba perdida en una vorágine que prometía ser inolvidable, aunque sabía que al amanecer solo sería un recuerdo borroso en su mente. Los dedos de un hombre, cuyo nombre apenas se esforzaba en recordar, rozaban su piel con una intensidad que bordeaba la desesperación. La risa de ambos resonaba en el espacio reducido, mezclándose con el ritmo entrecortado de sus respiraciones.Pe
Sin pronunciar palabra, Amara salió de la oficina de su padre. Cerró la puerta con un golpe seco que resonó en los pasillos, un eco que no solo marcaba el final de la conversación, sino también el inicio de una batalla personal. Sus pasos eran firmes, rápidos, como si el sonido de su caminar pudiera disipar la ira que le quemaba por dentro.Frente a la puerta de su habitación, se detuvo, jadeando ligeramente. De alguna manera, sentía que el aire estaba más denso, como si sus pensamientos pesaran más que nunca–¿Cómo pudo hacerme esto? –murmuró, empujando la puerta con la palma de la mano. El vestíbulo de su cuarto parecía el único lugar donde podía encontrar algo de calma, pero, al entrar, la frustración la golpeó nuevamenteSe sentó en el borde de la cama, mirando al vacío. ¿En qué momento su vida había dejado de ser solo suya?. Cada rincón de la casa parecía recordar su rol como la hija obediente, la heredera de la Casa de Modas Laveau. Pero ella quería más. Necesitaba más.–¿