No obstante, con el pasar de los días las cartas cesaron y hoy en día la Casa de Modas Laveau se yergue majestuosa como un faro de prestigio y distinción, una entidad aclamada y altamente remunerada en cada rincón del planeta. Con su sede principal estratégicamente anclada en la ciudad de Milán, esta marca icónica ha tejido su presencia en una red global, extendiendo sus tentáculos a múltiples países.
Una noche, el pequeño departamento que Amara había comprado para “momentos especiales” se encontraba en un manto de sombras, y el aire estaba cargado de una mezcla embriagadora de perfume y deseo. Amara se encontraba perdida en una vorágine que prometía ser inolvidable, aunque sabía que al amanecer solo sería un recuerdo borroso en su mente. Los dedos de un hombre, cuyo nombre apenas se esforzaba en recordar, rozaban su piel con una intensidad que bordeaba la desesperación. La risa de ambos resonaba en el espacio reducido, mezclándose con el ritmo entrecortado de sus respiraciones. Pero entonces, como un balde de agua fría, la insistente vibración de su celular irrumpió en la atmósfera cargada de placer. El sonido era una intrusión violenta, un recordatorio de que el mundo real seguía girando fuera de esas cuatro paredes. Amara maldijo por lo bajo, mientras buscaba a tientas el dispositivo en la penumbra. Su mano tropezó con la fría superficie del teléfono sobre la mesita, y al deslizar el dedo para ver la pantalla, su aliento se atascó en su garganta. “Papá”. El nombre brillaba en la oscuridad como una sentencia. Su corazón, que momentos antes latía con urgencia por razones muy distintas, ahora tamborileaba con una mezcla de sorpresa y ansiedad. Se llevó un dedo a los labios, mirando al hombre que estaba junto a ella, indicándole que guardara silencio. Él obedeció, aunque sus ojos reflejaron una curiosidad que no se molestó en disimular. Amara, por su parte, se sentó al borde de la cama, respirando profundamente para intentar recuperar la compostura antes de contestar. –¿Qué necesita, padre?– preguntó, esforzándose por mantener su voz neutral. –Te espero en quince minutos en casa– La voz grave de su padre era inconfundible, cada palabra impregnada de la autoridad que había moldeado su vida. No hubo explicaciones ni espacio para excusas. Antes de que pudiera responder, el clic frío al otro lado de la línea marcó el fin de la llamada. Amara se quedó mirando el teléfono, la pantalla ahora estaba oscura, reflejando su expresión de desconcierto y algo más profundo: una mezcla de impotencia y frustración. –¿Todo bien?– preguntó el hombre junto a ella, inclinándose hacia adelante con una sonrisa despreocupada. Había algo en su tono que irritó a Amara, como si la situación fuera un juego trivial. –No es de tu incumbencia– respondió cortante como una hoja afilada. Se levantó de la cama con un movimiento rápido y decidido, ignorando el desconcierto en el rostro de él. El hombre intentó sujetarla por la muñeca, con sus manos tibias, buscando retenerla, pero Amara se zafó con una frialdad que no admitía discusión. Él la miró con una mezcla de confusión y desdén, como si no pudiera comprender cómo algo fuera de su control había irrumpido en lo que creía ser una noche perfecta. –Esto no significa nada– dijo Amara, sus palabras cargadas de una dureza calculada. – Si no sales en quince minutos de este lugar, los guardias vendrán a sacarte– sentenció y se vistió con rapidez, colocándose cada prenda con movimientos precisos que revelaban su urgencia por marcharse. Al la puerta tras de sí, el aire frío del pasillo le golpeó el rostro, despejando los restos de la pasión que había sentido minutos antes. Bajó las escaleras con pasos apresurados, sintiendo cómo el peso de la llamada de su padre se asentaba sobre sus hombros. Afuera, la noche seguía siendo un lienzo de oscuridad salpicado de estrellas, pero para Amara, había perdido todo su encanto. Subió a su auto y encendió el motor, dejando que el ruido llenara el silencio opresivo de su mente. Amara no sabía lo que le esperaba, pero algo en la llamada de su padre, breve y solemne, encendía una alarma en su interior. Al cruzar el umbral de la oficina paterna, su corazón latía como si anunciara una tormenta inminente. La sala, con sus paredes cubiertas de diplomas y fotografías de los inicios de la empresa familiar, parecía más imponente que nunca. –Padre, ya estoy aquí –dijo, con la formalidad de quien respeta a una figura icónica, pero con una curiosidad que no podía ocultar del todo –Pasa, Amara– dijo con voz grave. No era una invitación; era una orden. Ella avanzó, sintiendo que cada paso la acercaba a algo irrevocable – ¿Para qué me ha convocado hoy?– pregunto con la curiosidad de quien sabe que esta sala es el escenario de decisiones trascendentales en la historia de la familia y la empresa. El hombre, sentado detrás de su escritorio de madera robusta, levantó la mirada. Su rostro reflejaba el peso de décadas de decisiones y sacrificios. Aunque aún conservaba la postura erguida, las arrugas que surcaban su rostro hablaban de un tiempo que no perdonaba. –Amara, hija mía, lo que voy a decirte no es fácil, pero es necesario–comenzó, con una voz grave que parecía arrastrar los ecos de un pasado complejo. –Como sabes, nuestra empresa, la Casa de Modas Laveau, es mucho más que un negocio. Es el legado de nuestra familia, una herencia que he construido desde cero, con tus abuelos como inspiración y tu madre como mi pilar fundamental. –He llegado a una encrucijada. A mis sesenta años, no puedo seguir llevando el peso de esta empresa como antes. Es hora de una transición, y no hay nadie más preparado que tú para asumir este papel. Amara sintió un nudo en el estómago. Aunque había esperado este momento, la manera en que su padre enmarcaba la conversación le hacía sospechar que había algo más. –Estoy lista para asumirlo, padre. Sé lo que este legado significa para nuestra familia– respondió, con un tono que mezclaba determinación y orgullo. Él asintió lentamente, pero sus ojos se oscurecieron con una sombra de duda. –Lo sé, hija, pero hay algo que debes entender. La Casa de Modas Laveau no es solo una empresa; es una institución en nuestra comunidad. Representa tradición, continuidad, y estabilidad. En nuestra cultura, y también entre nuestros socios más antiguos, la figura del líder no es solo alguien con visión y talento, sino alguien que proyecte un modelo de vida sólido. Amara frunció el ceño, intentando anticipar hacia dónde se dirigía la conversación. –¿Qué quieres decir con eso? –Para que puedas dirigir esta empresa, necesitas más que tus habilidades y conocimientos. Necesitas mostrar que tienes una vida estable, un apoyo sólido, como yo lo tuve con tu madre. Por eso, mi condición es que te cases antes de asumir el liderazgo. La declaración cayó como un rayo en la sala. Amara lo miró incrédula, intentando procesar lo que acababa de escuchar. –¿Casarme? ¿De qué estás hablando, padre? ¿Qué tiene que ver mi vida personal con la capacidad de dirigir esta empresa? –Todo, hija mía. Este no es solo un requisito mío, sino algo que nuestros socios más antiguos esperan. Ellos valoran la estabilidad familiar como un reflejo de la estabilidad empresarial. Esto no es solo una cuestión de cultura, sino de asegurar alianzas y confianza para el futuro. Yo sé que suena injusto, pero este es el mundo en el que vivimos. Amara sintió cómo la indignación empezaba a hervir en su interior. –He trabajado duro para demostrar mi valía. Mi vida personal no debería ser un tema de discusión en esto. Padre, tú sabes cuánto he sacrificado por esta empresa, cómo he dedicado cada día a su crecimiento. –Lo sé, hija, pero esta decisión no es solo mía. Si no cumples con esta condición en un mes, me veré obligado a buscar a alguien más para este puesto. Amara, con un nudo en la garganta, se levantó lentamente, intentando mantener la compostura. Las palabras de su padre resonaban como un eco cruel, y aunque entendía las razones que él exponía, no podía evitar sentir que la estaban traicionando. –Si piensas que necesito un esposo para probar mi capacidad, te equivocas, padre. He trabajado cada día para demostrar quién soy. Si no puedes ver eso, entonces quizás no me conoces tan bien como crees. –Mi decisión está tomada, inamovible como la roca más antigua. Si en un mes no estás comprometida con algún hombre, ten por seguro que no dejaré mi empresa en tus manos– pronuncia buscando golpear a Amara como un martillo en el pecho. La certeza de que su futuro y el legado familiar penden de un hilo tan frágil la abruma, dejándola al borde del abismo –Tú mismo sabes que si no hubiera sido por mi esfuerzo y aportación, esta empresa seguiría siendo solo un pequeño negocio de venta de ropa– agrega con una mezcla de vehemencia y certeza, recordando cada obstáculo que había superado y cada victoria que había conquistado con su propio esfuerzo. –Bueno, ya que estás sacando los trapos sucios al sol, yo también lo haré. Entiende que si no hubiera sido por mí, tú ni siquiera habrías tenido la oportunidad de estudiar. Cásate y tendrás a cargo está empresa, si no lo haces, tendrás un nuevo jefe – sentencia su padre, como si estas palabras fueran un cuchillo retorcido en la herida.Sin pronunciar palabra, Amara salió de la oficina de su padre. Cerró la puerta con un golpe seco que resonó en los pasillos, un eco que no solo marcaba el final de la conversación, sino también el inicio de una batalla personal. Sus pasos eran firmes, rápidos, como si el sonido de su caminar pudiera disipar la ira que le quemaba por dentro.Frente a la puerta de su habitación, se detuvo, jadeando ligeramente. De alguna manera, sentía que el aire estaba más denso, como si sus pensamientos pesaran más que nunca–¿Cómo pudo hacerme esto? –murmuró, empujando la puerta con la palma de la mano. El vestíbulo de su cuarto parecía el único lugar donde podía encontrar algo de calma, pero, al entrar, la frustración la golpeó nuevamenteSe sentó en el borde de la cama, mirando al vacío. ¿En qué momento su vida había dejado de ser solo suya?. Cada rincón de la casa parecía recordar su rol como la hija obediente, la heredera de la Casa de Modas Laveau. Pero ella quería más. Necesitaba más.–¿
El rostro de Cristóbal, quien en algún momento fue un interés romántico en mi vida, se tensa al ser confrontado con la responsabilidad que intenta esquivar. –Amara, eso es algo que corresponde al departamento de diseño. Yo solo tengo a mi cargo la distribución– murmura en un intento de deslindarse del asunto. Sus palabras resuenan en mis oídos como un eco de la desilusión que alguna vez sentí por él, pero en un instante, un pensamiento intrigante cruza mi mente: ¿podría convertirse en un prospecto de marido conveniente, uno que podría mantener bajo vigilancia constante? La tentación de usar su posición para mis propios fines me visita fugazmente, pero rápidamente la desecho. No permitiré que mis objetivos personales se interpongan en la misión que tengo entre manos. Mis ojos se estrechan en una mirada desafiante mientras respondo. –Estás cometiendo un error al pensar de esa manera. Nuestra empresa se caracteriza por la eficiencia y tu respuesta solo demuestra una carencia de ello– a
Su expresión muestra una mezcla de intriga y satisfecha. –Explícame un poco más, Amara– solicita, con un gran interés chispeando en sus ojos. –¿Cuál será el propósito que comunicaremos a los asistentes de esta celebración?– interroga, su mirada clavada en mí. –Nuestro objetivo principal será exhibir al mundo nuestras nuevas y audaces colecciones de vestidos de gala. Queremos que los modelos, vistiendo nuestros diseños en alfombras rojas y eventos de alto perfil, generen una demanda masiva de nuestros productos. Aprovecharemos esta oportunidad para destacar la elegancia, exclusividad y calidad que la marca Laveau representa. Transformaremos nuestra casa de moda en una joya codiciada, el epicentro del glamour. Será el evento del año, y todos querrán formar parte de él. Pero lo más destacado es que nos adelantaremos a la competencia, presentando nuestras creaciones más innovadoras. Esto creará un impacto resonante y revitalizará nuestras ventas. Además, nos abrirá las puertas para esta
Mi padre, sin embargo, no muestra ni un ápice de comprensión o empatía. Su respuesta es tajante y despiadada, como un dictador imponiendo su voluntad sobre mí. —Si quieres mi empresa, tienes que hacerlo— me ordena con frialdad, mientras clava su tenedor en la carne sobre su plato y mastica lentamente. Su mirada no se alza hacia mí; su autoridad no necesita contacto visual. Cada palabra resuena en el aire como el eco de un martillo en una habitación vacía, aplastando cualquier rastro de autonomía o voz propia que pudiera tener. Siento un nudo en la garganta, pero mi voz, traicionera, se alza antes de que pueda detenerla. —Está bien— murmuro, y las palabras me saben amargas, como veneno. Mi aceptación suena casi inaudible, pero no importa; él ya no escucha. La conversación ha terminado para él, y su atención vuelve al plato frente a él, como si nada hubiera pasado. La injusticia de sus palabras golpea mi corazón, pero mi voz se mantiene silenciada por el abrumador peso de su aut
NARRADOR OMNISCIENTE La vida de Liam Kane estuvo marcada por la tragedia desde temprana edad. El suceso se desató una fría tarde de otoño, mientras las hojas crujían bajo los pasos apresurados de un vecino. Fue él quien encontró al joven de trece años sentado en el umbral de su casa, con el rostro pálido y los ojos vacíos, como si el alma se le hubiese escapado tras la llamada que cambió todo: un accidente automovilístico había arrebatado la vida de sus padres. Desde ese instante, la vida de Liam se convirtió en un rompecabezas con piezas que no encajaban. Se encontró solo y desamparado, enfrentándose a una realidad implacable que lo dejaba a merced de unos abuelos indiferentes que apenas le brindaban una sombra de afecto. Pero no se rindió. Mientras otros se habrían hundido en la desesperación o buscado consuelo en vicios destructivos, Liam decidió convertirse en el autor de su propia historia. Al cumplir dieciocho años, el atractivo del uniforme y la posibilidad de portar armas
–Mi novia está embarazada– la voz de Agustín rompió el silencio nocturno, cargada de una tristeza que parecía tangible. Sus palabras flotaron en el aire como un lamento, llenando la penumbra de tensión. Sus ojos, húmedos de lágrimas contenidas, brillaban con un dolor que amenazaba con desbordarse. La confesión desnudaba las grietas de una valentía forzada, dejando al descubierto la fragilidad que se ocultaba detrás de su máscara. Agustín bajó la mirada. –No terminé la secundaria– admitió, con la voz quebrada por la vergüenza. –Cuando supe lo del bebé, entendí que no podía mantenernos. La única opción era venir aquí, luchar por nuestro país y ganar algo de dinero. Hizo una pausa, como si el siguiente pensamiento fuera demasiado pesado para ser pronunciado. –Lo que más me asusta es que quizás me maten y no pueda conocer a la pequeña– confesó al fin. Las lágrimas trazaron caminos en sus mejillas, llevándose consigo los últimos vestigios de fortaleza. En ese momento, Agustín no era
En medio de la tragedia, la mirada de Agustín se convirtió en un crisol de asombro y miedo, sus ojos buscaban desesperadamente los de Liam, anhelando consuelo y ayuda en aquel abismo de desesperación. El mundo que les rodeaba se estrechó implacablemente, reduciéndose a la cruda agonía y al indestructible vínculo que unía a dos amigos enfrentando la muerte cara a cara.Liam, presa de una mezcla abrumadora de impotencia y desesperación, se precipitó hacia Agustín con un grito de angustia que rasgó el aire, un lamento desgarrador que parecía desafiar al destino y ahogarse en el eco del peligro.La desesperación se apoderó de él, una fuerza incontenible que le negó aceptar la pérdida de su amigo. –Aguanta, amigo, por favor… –sus palabras temblaron, entrecortadas por el nudo que se formaba en su garganta, y sus manos, a pesar de la urgencia, vacilaron en su intento de ayudar. –Ya… ya llegaremos, ¿sí? –intentó infundirle algo de esperanza, aunque en su interior, una parte de él temía que no
No obstante, aquel día fatídico se repetía en sus sueños, pero ahora las sombras del terror eran aún más densas. Liam estaba atrapado en una pesadilla tan vívida que su mente no podía distinguirla de la realidad.En el caos de la pesadilla, el rostro de Agustín emerge entre las sombras, pero no como el amigo que conoció. Sus ojos eran dos pozos oscuros, y su voz, antes cálida, ahora era un eco gélido que perforaba el alma.—Prometiste salvarla —murmuraba Agustín, sosteniendo un arma con firmeza. –Pero fallaste.Liam intentó moverse, pero su cuerpo estaba paralizado. La mirada de su compañero se llenaba de una rabia inhumana mientras el arma apuntaba directamente a su pecho. —Tu traición tiene un precio.El disparo resonó como un trueno en la oscuridad, y Liam despertó bruscamente, empapado en sudor, con el eco del disparo todavía resonando en sus oídos.Se sentó en la cama, jadeando, mientras su corazón latía con furia descontrolada. La sensación de pánico lo envolvía como una ni