Inicio / Romance / CONTRATO DE ACERO / PROPUESTA SIN SENTIDO
PROPUESTA SIN SENTIDO

Mi padre, sin embargo, no muestra ni un ápice de comprensión o empatía. Su respuesta es tajante y despiadada, como un dictador imponiendo su voluntad sobre mí.

—Si quieres mi empresa, tienes que hacerlo— me ordena con frialdad, mientras clava su tenedor en la carne sobre su plato y mastica lentamente. Su mirada no se alza hacia mí; su autoridad no necesita contacto visual. Cada palabra resuena en el aire como el eco de un martillo en una habitación vacía, aplastando cualquier rastro de autonomía o voz propia que pudiera tener.

Siento un nudo en la garganta, pero mi voz, traicionera, se alza antes de que pueda detenerla.

—Está bien— murmuro, y las palabras me saben amargas, como veneno. Mi aceptación suena casi inaudible, pero no importa; él ya no escucha. La conversación ha terminado para él, y su atención vuelve al plato frente a él, como si nada hubiera pasado.

La injusticia de sus palabras golpea mi corazón, pero mi voz se mantiene silenciada por el abrumador peso de su autoridad. En ese momento, algo dentro de mí se rompe, una pieza más que se suma al rompecabezas de mi resignación. La opresión envuelve mi ser, aprisionando mis anhelos y aspiraciones bajo su peso aplastante. Mi padre ha hablado, y su palabra es la ley en este mundo que él controla con mano de hierro.

La comida frente a mí pierde todo sabor. Cada bocado se siente como una traición a mis propios deseos y sueños. La carne, que alguna vez me pareció sabrosa, ahora tiene el sabor del metal, pesado e imposible de ignorar. El ruido de los cubiertos chocando contra los platos es un recordatorio constante de mi impotencia, de cómo este lugar, esta mesa, no es mía. Es suya, y yo soy solo una pieza más en su juego.

Cuando termino de comer, me levanto de la mesa con las piernas temblorosas. Dejo atrás el sabor amargo de lo que sucedió allí, pero no puedo escapar del eco de sus palabras. Las escaleras se extienden frente a mí como una prueba a superar. Cada peldaño es un peso sobre mis hombros, una carga emocional que me aplasta y me desafía a seguir adelante. Mis manos se aferran al pasamanos, como si temiera caer bajo el peso de mi propia tristeza.

Al llegar a mi habitación, cierro la puerta tras de mí y dejo escapar un suspiro pesado. La habitación, mi supuesto santuario, se siente pequeña y vacía. Mis manos tiemblan mientras tomo la foto de mi madre que descansa en el tocador. Su rostro sonriente me observa desde el papel, y en sus ojos veo la comprensión que solo una madre puede transmitir.

—¿Por qué te fuiste tan pronto?— murmuro con voz entrecortada, permitiendo que el dolor fluya libremente. Mis dedos acarician el vidrio del marco, como si pudiera sentir su calidez al otro lado. Me duele saber que no está aquí para aconsejarme, para ser mi confidente en este momento de desesperación.

Imagino su presencia en la habitación, como si su espíritu valiente y libre estuviera a mi lado. Es su imagen la que aviva la llama de la resistencia en lo más profundo de mi ser. En mis recuerdos, ella siempre fue fuerte, resuelta, alguien que nunca se dejó doblegar por las expectativas de nadie.

—No me rendiré— susurro con firmeza, desafiando las cadenas que amenazan con sofocar mi espíritu. Siento la energía de su amor y su apoyo, como si estuviera guiándome desde algún lugar más allá. —Lucharé por ser la dueña de esa bendita empresa— afirmo con vehemencia, como si estuviera haciendo un juramento sagrado. Deposito la foto con reverencia en la mesa de luz, como un altar a su memoria, antes de recostarme en la cama.

El colchón acoge mi cuerpo cansado, pero mi mente está en ebullición. Los destellos del valor y la audacia de mi madre me inspiran. El reloj avanza implacablemente, y sé que el tiempo corre en mi contra. Pero no me dejaré vencer por las expectativas de mi padre ni por las tradiciones obsoletas. En la quietud de mi habitación, encuentro la fuerza para trazar un plan audaz y forjar mi propio destino. La batalla por mi futuro comienza ahora, y no permitiré que nadie me derribe.

AL DÍA SIGUIENTE

He llegado a la empresa antes de que el sol siquiera haya comenzado su ascenso en el cielo, decidida a tomar las riendas de este evento que se ha convertido en la epítome de mi dedición. Mi teléfono parece pegado a mi oído mientras me comunico con cada persona que deseo tener presente en este mega evento. Desde las celebridades que serán nuestros invitados de honor, hasta la agencia de modelos que desfilarán nuestras creaciones, y por supuesto, los fotógrafos y medios de comunicación que capturarán cada momento. Cada llamada es un paso hacia mi objetivo, y aunque este trabajo consume mi energía, sé que es mi vida y merece cada fragmento de mi atención.

Finalmente, el reloj marca la hora del almuerzo, y mis pasos rápidos me llevan hacia el próximo paso en mi plan. He decidido a quién le pediré que se case conmigo, no por amor, sino por conveniencia mutua. Es un hombre que ha estado en mi vida desde hace tiempo, alguien con quien puedo mantener una fachada y tener bajo mi control. Mi mente está en constante movimiento mientras me acerco a él, lista para enfrentar lo que sea necesario para asegurar el futuro de la empresa y demostrar mi valía.

El murmullo constante de las conversaciones llena la zona de almuerzo, entrelazándose con el tintineo de los cubiertos y el zumbido tenue de los refrigeradores. Las mesas, casi todas ocupadas, están rodeadas de empleados que conversan animadamente, ajenos a mi tensión. Un aroma a café recién hecho y guisos caseros impregna el aire, creando un ambiente cálido y acogedor. Sin embargo, para mí, todo esto no es más que un ruido de fondo. Mi mente está completamente absorbida por lo que estoy a punto de decir, y nada a mi alrededor parece tener importancia.

Él se encuentra sentado, pero me acerco de todas formas, –Hola, Cristóbal– Lo saludo con una sonrisa que esconde el peso de mis decisiones, y mientras caminamos por los pasillos de la empresa, le propongo la idea. Mi voz suena amigable, pero en mi interior, estoy tensa como una cuerda de violín. Esta conversación podría definir mi futuro, y no puedo permitirme un solo error. –¿Te importaría si me acompañas al almuerzo?. Tengo algunas cosas que discutir contigo, y no podré decírtelo luego porque necesitaré quedarme para organizar todo lo del desfile

Cristóbal levanta la vista con una expresión que oscila entre el disgusto y la resignación. Sus labios se curvan apenas, en un gesto que parece un intento fallido de ocultar su fastidio. –No tengo otra opción, ¿verdad? – murmura, lo suficientemente bajo como para que suene más como un pensamiento en voz alta que como una respuesta directa.

Asiento, fingiendo no haber notado la aspereza en su tono. Caminamos juntos hacia una mesa apartada, ubicada cerca de una ventana que da al jardín olvidado de la empresa, donde las hojas secas se acumulan en las esquinas, formando pequeñas montañas de abandono. Ese paisaje, por alguna razón, me parece un espejo cruel de mi propia vida: un caos escondido detrás de una fachada cuidadosamente construida.

Cristóbal me sigue y se sienta frente a mí con movimientos rígidos, como si cada acción le supusiera un esfuerzo monumental. La bandeja que sostiene entre sus manos parece más un escudo que un simple utensilio, algo tras lo cual se refugia.

El silencio que nos envuelve es denso, casi opresivo. A mi alrededor, las risas lejanas de otros empleados y el chirrido ocasional de sillas al moverse parecen suceder en otro mundo.

Tomo un sorbo de agua, pensando las palabras correctas y vuelvo a mirarlo nuevamente –Cristóbal…¿Cómo te encuentras? –pregunto, esforzándome por proyectar una calidez que no siento.

Cristóbal deja el tenedor caer sobre el plato con un golpe seco, un sonido que rompe el silencio entre nosotros como un disparo en una habitación vacía y sus ojos se clavan en los míos con una intensidad que me hace desear desviar la mirada, pero me obliga a mantenerla, a sostener el peso de su juicio.

–Amara, no sé qué esperas lograr con esto. Nos conocemos demasiado como para fingir formalidades– Su tono parece estar cargado de cansancio y resentimiento. Su mirada es dura, casi impenetrable, y las palabras parecen afiladas, diseñadas para herir. –Ambos sabemos que solo vienes a mí cuando necesitas algo…

Hace una pausa que se siente como un desafío, dejando que el peso de sus palabras caiga sobre mí antes de continuar. –Si tienes algo que decir, dilo ya, porque no pienso quedarme más de lo necesario. No voy a ser parte de tus juegos otra vez.

Sus palabras caen sobre mí como una piedra arrojada al agua, creando ondas que se extienden por mi interior. Inspiro profundamente, tratando de mantener la compostura, pero mi mente se pierde en un recuerdo que no puedo evitar, uno que creo enterrado.

Flashback:

Era tarde, y la oficina estaba casi vacía. Las sombras de los escritorios se alargaban bajo la luz tenue de las lámparas. Cristóbal había insistido en quedarse conmigo mientras terminaba un informe urgente

El silencio entre nosotros era cómodo, hasta que él lo rompió. –Amara, no puedo seguir ocultándolo más – Su voz era baja, pero cargada de emoción, como si cada palabra le costara un esfuerzo inmenso.

–¿Qué quieres decir? –pregunté, aunque en el fondo lo sabía, y eso me daba satisfacción, porque había logrado mi cometido.

Cristóbal se inclinó hacia mí y sus manos temblaron ligeramente al apoyarse en el borde del escritorio. –Estoy enamorado de ti desde hace tiempo. No es un capricho ni algo pasajero. Es… real.

Por un instante, me quedé en blanco, pero luego, casi sin pensarlo, le respondí con frialdad. –Cristóbal, creo que te estás confundiendo. Lo que hay entre nosotros es… divertido, pero nada más. No puedes tomarte esto tan en serio.

El cambio en su rostro fue inmediato. Lo que antes era esperanza se desmoronó, dejando tras de sí una expresión de herida abierta.

Fin del flashback.

De vuelta en el presente, el recuerdo me deja un nudo en el estómago. Miro a Cristóbal, sentado frente a mí, y veo las cicatrices que he dejado en él. Aun así, sé que no puedo permitirme dudar. –Yo solamente quería saber si querías volver a hacer lo que hacíamos antes, pero veo que no– miento, intentando que mi voz suene ligera, casi indiferente.

Cristóbal exhala con fuerza, como si mis palabras confirmaran una sospecha que lleva tiempo rondando en su mente. La cuchara cae de sus manos sobre la bandeja, produciendo un sonido seco y sus ojos llenos de un dolor profundo me miran fijamente.

–Amara, sabes que me enamoré de ti. Te lo dije, pero cuando me respondiste que solo fui un momento de distracción en tu vida, me destrozaste– Su voz tiembla, pero su mirada es fija, clavada en mí, buscando respuestas que no tengo. –Perdóname, pero ya no quiero almorzar contigo– dice, y su tono es firme, definitivo, como una puerta que se cierra para siempre. Se levanta, sin mirarme, y empuja la bandeja con un gesto cargado de desprecio. –Cuídate– murmura, y sus pasos resuenan en el suelo mientras se aleja.

Si embargo, yo me quedo allí, viéndolo desaparecer entre las mesas llenas de gente. Miro la bandeja que él dejo con su comida intacta, y siento una punzada de algo que no quiero reconocer como culpa, pero no puedo detenerme ahora, tengo que tener el control de mi destino a como de lugar.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP