El rostro de Cristóbal, quien en algún momento fue un interés romántico en mi vida, se tensa al ser confrontado con la responsabilidad que intenta esquivar. –Amara, eso es algo que corresponde al departamento de diseño. Yo solo tengo a mi cargo la distribución– murmura en un intento de deslindarse del asunto. Sus palabras resuenan en mis oídos como un eco de la desilusión que alguna vez sentí por él, pero en un instante, un pensamiento intrigante cruza mi mente: ¿podría convertirse en un prospecto de marido conveniente, uno que podría mantener bajo vigilancia constante?
La tentación de usar su posición para mis propios fines me visita fugazmente, pero rápidamente la desecho. No permitiré que mis objetivos personales se interpongan en la misión que tengo entre manos. Mis ojos se estrechan en una mirada desafiante mientras respondo. –Estás cometiendo un error al pensar de esa manera. Nuestra empresa se caracteriza por la eficiencia y tu respuesta solo demuestra una carencia de ello– afirmo, intentando que mis palabras sean como una lanza afilada que arrojo al campo de batalla. El murmullo tenso en la sala se torna palpable, como el zumbido de una colmena agitada, mientras Cristóbal intenta desviar sus ojos hacia otro lado, pero yo Lo observo fijamente y logo ver un destello de tristeza que ni siquiera sus palabras pueden ocultar. Creo que la mención de su falta de eficiencia no es lo único que parece perturbarlo Al instante, me pierdo en mis pensamientos y comienzo a recordar una noche de hace años. Era una gala de la empresa, de esas que mi padre organiza con tanta pompa. Las luces de cristal colgaban del techo, reflejando destellos cálidos en las copas de champán que los camareros llevaban de un lado a otro. Yo llevaba un vestido rojo que, según mi madre, “debía causar una impresión”. Aún así, me sentía pequeña, casi insignificante entre todas esas figuras imponentes que hablaban de contratos y fusiones como si fueran cuentos de cuna. Cristóbal, un joven prometedor en el equipo de distribución, destacaba entre la multitud. No tanto por su posición, sino por su presencia. Había algo en la forma en que se movía, seguro pero no arrogante, y en cómo sus ojos oscuros parecían leer más allá de lo evidente. Cuando se ofreció a llevarme a casa después del evento, acepté con el corazón latiendo más rápido de lo que debería. El trayecto fue cómodo, aunque lleno de silencios que parecían gritar todo lo que ninguno de los dos se atrevía a decir. Finalmente, detuvo el auto frente a mi edificio. Apagó el motor, pero no se movió. Giró la cabeza hacia mí, y en sus ojos brillaba algo que no había visto antes: duda, miedo, o tal vez una mezcla de ambas. –Amara, ¿alguna vez has sentido que todo lo que haces no es suficiente para escapar de la sombra de alguien más?– su voz era baja, casi un susurro, pero cargada de una vulnerabilidad que rara vez mostraba. Lo miré, sorprendida. No esperaba esa pregunta, no de él. Pero, de alguna manera, sus palabras encontraron eco en mis propios miedos. –Todos los días, Cristóbal– respondí tras un momento, con una sonrisa triste que ocultaba mucho más de lo que revelaba. Creía que en ese instante compartíamos algo más que palabras: un entendimiento mutuo, un reconocimiento silencioso de nuestras inseguridades. –¿Y cómo lo soportas?– insistó, inclinándose un poco hacia mí. Su proximidad hizo que el aire dentro del auto se sintiera más denso, casi sofocante. –No lo hago… simplemente finjo que no importa– admití, bajando la mirada. Las luces de la calle se reflejaban en la ventana, creando sombras que danzaban entre nosotros. –Eres más fuerte de lo que crees…– murmuró, y antes de que pudiera procesar el significado de sus palabras, sentí sus labios contra los míos. Fue un beso lleno de urgencia, de emociones reprimidas que encontraron una salida en ese instante robado. Pero también fue breve, como una chispa que se extingue antes de convertirse en fuego. Cuando se apartó, sus ojos buscaron los míos, pero yo no tenía palabras. ¿Qué podría decir? ¿Qué me había roto en mil pedazos y, al mismo tiempo, me había hecho sentir viva? A la mañana siguiente, todo había cambiado. Cristóbal había vuelto a su indiferencia habitual, como si aquella conexión que compartimos la noche anterior nunca hubiese existido. Su frialdad era como un cuchillo que se hundía lentamente, dejando una herida profunda que jamás le permitiría ver. Esa herida, sin embargo, no sería mi debilidad, sino mi fuerza. Ese mismo día, me hice una promesa que marcaría un antes y un después en mi vida: el que terminaría enamorado sería él. Me odié por haberle permitido entrar en mi corazón tan fácilmente, pero esa experiencia me enseñó una lección. Seria él quien rogaría por mi amor. No más vulnerabilidad; ahora sería yo quien dictaría las reglas del juego. Esa resolución me acompañó incluso en nuestras conversaciones. –¿Sabes, Cristóbal?– comencé, con una voz baja pero cargada de intención. –Siempre me sorprende tu capacidad para escapar. Ya sea de tus responsabilidades o de los momentos que realmente importan. El silencio en la sala es tan intenso que podría cortarse con un cuchillo. Él me mira con sus ojos ahora llenos de una mezcla de ira y algo más profundo, algo que reconozco, miedo. Sin embargo, antes de que la tensión pueda escalarse, la voz de mi padre se alza con autoridad, intentando devolver la calma al tumulto. –Tranquilos, estamos aquí para hallar soluciones y mejorar las ventas en esta área– interviene con un tono que exige atención y cooperación. –¿Y qué solución crees factible, padre?– lanzo la pregunta desafiante, fijando mis ojos en él. Conozco sus tendencias, sus estrategias. Mi pregunta es un reto, una invitación a poner en juego su experiencia y conocimiento. Sin embargo, estoy segura de que no tiene más que un vacío ante este desafío. Su respuesta es una pausa momentánea, como si las palabras tuvieran que luchar para encontrar su camino desde sus pensamientos hasta su boca. –Amara, querida hija, ¿no te das cuenta de que estamos aquí precisamente para encontrar una solución? ¿O es que tu mente está vagando en otras direcciones?– lanza la pregunta, dejando que el sarcasmo se filtre en sus palabras. El rubor del empeño esparce una fina capa de humillación sobre mi piel, como un recordatorio doloroso de mi posición ante los ojos de los demás. Pero no me dejaré aplastar por su retórica. Mi determinación es como una llama ardiente que no puede ser sofocada. –Por supuesto que estoy prestando atención, padre. Sin embargo, no olvides que eres el dueño de esta multinacional. Estamos aquí buscando orientación y sabiduría de tu parte, buscando la luz que solo tú puedes arrojar sobre esta cuestión– respondo, mis palabras como una bandera de desafío enarbolada en medio de la tormenta. No permitiré que mi voz sea apagada, que mi presencia sea minimizada. Mi independencia es mi coraza, y no dejaré que nadie, ni siquiera mi propio padre, la socave. Las palabras de mi padre, como afilados dardos, cortan el aire y caen sobre mí. –Lo ideal sería que si en algún momento deseas heredar esta empresa, empieces a buscar ideas y soluciones en lugar de provocarme como una niña caprichosa– su tono está lleno de desprecio, como si mi posición como heredera no mereciera más que desdén. El desprecio en su mirada despierta un torrente de emociones en mi interior. Pero antes de que pueda responder, una voz inesperada interrumpe el duelo verbal. –Disculpen por interrumpirlos, pero tengo una idea que podría ser la adecuada para solucionar esta problemática que está afectando a la empresa– anuncia Alice, una de las pasantes de la empresa. Su intervención es como un rayo de luz inesperado en medio de la tormenta, y mis ojos se iluminan ante la posibilidad de una solución innovadora. Estoy dispuesta a escuchar lo que Alice tiene que decir, comprendiendo que la creatividad y la perspectiva fresca pueden ser la clave para superar este desafío. –Hable, señorita Duckhein. La escuchamos atentamente– le pide mi padre, su tono irónico no pasa desapercibido, tejiendo una tensión palpable en el aire. Alice toma la palabra con seguridad, su voz resonando en la habitación. –Abrir más sucursales en el país– propone con una sonrisa de satisfacción, como si su idea fuera la joya más preciada. Su entusiasmo choca contra el ambiente cargado, y no puedo evitar que una respuesta irónica escape de mis labios. –Pero qué idea tan original, Alice. Sin duda, nadie más había pensado en eso hasta ahora. ¿No les parece sorprendente?– mi tono es un destello de sarcasmo que se estrella en el silencio incómodo. –Permítanme responder esa pregunta retórica. Abrir más sucursales de las que ya tenemos es la idea más insensata, por no decir completamente absurda, que ha sido planteada aquí. El problema radica en que los vestidos no se están vendiendo según lo planeado– declaro, mi irritación se deja ver claramente ante la audacia de los principiantes al intervenir en una reunión de esta magnitud. –Antes de proponer algo, deberías pensar detenidamente en ello, o corres el riesgo de ser tildada de novata o algo peor– afirmo, mis palabras son como piedras cortantes, y mi mirada escudriña a Alice de pies a cabeza. La pasante, con lágrimas en los ojos, murmura una disculpa y se sienta, visiblemente afectada. Es entonces cuando decido retomar el control de la situación. –Permítanme retomar el control de esta situación– digo con voz firme, extendiéndole un pañuelo a Alice para que se seque las lágrimas. –Mi idea es la siguiente: vamos a organizar un desfile de moda– anuncio, desafiando a los presentes a considerar algo fuera de lo común en esta época del año. –Pero todavía no estamos en temporada de desfiles– Mi padre lanza su respuesta como una lanza afilada, con un tono con el afán de humillarme. Sin embargo, mantengo mi postura y mi firmeza inquebrantable ante su intento de intimidación. –Permítame hablar, señor Laveau– solicito con una educación pulida, aunque en mi interior el impulso de lanzarle palabras más afiladas arde como un fuego voraz. –Siguiendo con mi idea, propongo organizar un evento de la más alta exclusividad, donde las celebridades más prominentes del momento sean invitadas. En este evento presentaremos nuestros vestidos más impresionantes– anuncio sonriendo con seguridad.Su expresión muestra una mezcla de intriga y satisfecha. –Explícame un poco más, Amara– solicita, con un gran interés chispeando en sus ojos. –¿Cuál será el propósito que comunicaremos a los asistentes de esta celebración?– interroga, su mirada clavada en mí. –Nuestro objetivo principal será exhibir al mundo nuestras nuevas y audaces colecciones de vestidos de gala. Queremos que los modelos, vistiendo nuestros diseños en alfombras rojas y eventos de alto perfil, generen una demanda masiva de nuestros productos. Aprovecharemos esta oportunidad para destacar la elegancia, exclusividad y calidad que la marca Laveau representa. Transformaremos nuestra casa de moda en una joya codiciada, el epicentro del glamour. Será el evento del año, y todos querrán formar parte de él. Pero lo más destacado es que nos adelantaremos a la competencia, presentando nuestras creaciones más innovadoras. Esto creará un impacto resonante y revitalizará nuestras ventas. Además, nos abrirá las puertas para esta
Mi padre, sin embargo, no muestra ni un ápice de comprensión o empatía. Su respuesta es tajante y despiadada, como un dictador imponiendo su voluntad sobre mí. —Si quieres mi empresa, tienes que hacerlo— me ordena con frialdad, mientras clava su tenedor en la carne sobre su plato y mastica lentamente. Su mirada no se alza hacia mí; su autoridad no necesita contacto visual. Cada palabra resuena en el aire como el eco de un martillo en una habitación vacía, aplastando cualquier rastro de autonomía o voz propia que pudiera tener. Siento un nudo en la garganta, pero mi voz, traicionera, se alza antes de que pueda detenerla. —Está bien— murmuro, y las palabras me saben amargas, como veneno. Mi aceptación suena casi inaudible, pero no importa; él ya no escucha. La conversación ha terminado para él, y su atención vuelve al plato frente a él, como si nada hubiera pasado. La injusticia de sus palabras golpea mi corazón, pero mi voz se mantiene silenciada por el abrumador peso de su aut
NARRADOR OMNISCIENTE La vida de Liam Kane estuvo marcada por la tragedia desde temprana edad. El suceso se desató una fría tarde de otoño, mientras las hojas crujían bajo los pasos apresurados de un vecino. Fue él quien encontró al joven de trece años sentado en el umbral de su casa, con el rostro pálido y los ojos vacíos, como si el alma se le hubiese escapado tras la llamada que cambió todo: un accidente automovilístico había arrebatado la vida de sus padres. Desde ese instante, la vida de Liam se convirtió en un rompecabezas con piezas que no encajaban. Se encontró solo y desamparado, enfrentándose a una realidad implacable que lo dejaba a merced de unos abuelos indiferentes que apenas le brindaban una sombra de afecto. Pero no se rindió. Mientras otros se habrían hundido en la desesperación o buscado consuelo en vicios destructivos, Liam decidió convertirse en el autor de su propia historia. Al cumplir dieciocho años, el atractivo del uniforme y la posibilidad de portar armas
–Mi novia está embarazada– la voz de Agustín rompió el silencio nocturno, cargada de una tristeza que parecía tangible. Sus palabras flotaron en el aire como un lamento, llenando la penumbra de tensión. Sus ojos, húmedos de lágrimas contenidas, brillaban con un dolor que amenazaba con desbordarse. La confesión desnudaba las grietas de una valentía forzada, dejando al descubierto la fragilidad que se ocultaba detrás de su máscara. Agustín bajó la mirada. –No terminé la secundaria– admitió, con la voz quebrada por la vergüenza. –Cuando supe lo del bebé, entendí que no podía mantenernos. La única opción era venir aquí, luchar por nuestro país y ganar algo de dinero. Hizo una pausa, como si el siguiente pensamiento fuera demasiado pesado para ser pronunciado. –Lo que más me asusta es que quizás me maten y no pueda conocer a la pequeña– confesó al fin. Las lágrimas trazaron caminos en sus mejillas, llevándose consigo los últimos vestigios de fortaleza. En ese momento, Agustín no era
En medio de la tragedia, la mirada de Agustín se convirtió en un crisol de asombro y miedo, sus ojos buscaban desesperadamente los de Liam, anhelando consuelo y ayuda en aquel abismo de desesperación. El mundo que les rodeaba se estrechó implacablemente, reduciéndose a la cruda agonía y al indestructible vínculo que unía a dos amigos enfrentando la muerte cara a cara.Liam, presa de una mezcla abrumadora de impotencia y desesperación, se precipitó hacia Agustín con un grito de angustia que rasgó el aire, un lamento desgarrador que parecía desafiar al destino y ahogarse en el eco del peligro.La desesperación se apoderó de él, una fuerza incontenible que le negó aceptar la pérdida de su amigo. –Aguanta, amigo, por favor… –sus palabras temblaron, entrecortadas por el nudo que se formaba en su garganta, y sus manos, a pesar de la urgencia, vacilaron en su intento de ayudar. –Ya… ya llegaremos, ¿sí? –intentó infundirle algo de esperanza, aunque en su interior, una parte de él temía que no
No obstante, aquel día fatídico se repetía en sus sueños, pero ahora las sombras del terror eran aún más densas. Liam estaba atrapado en una pesadilla tan vívida que su mente no podía distinguirla de la realidad.En el caos de la pesadilla, el rostro de Agustín emerge entre las sombras, pero no como el amigo que conoció. Sus ojos eran dos pozos oscuros, y su voz, antes cálida, ahora era un eco gélido que perforaba el alma.—Prometiste salvarla —murmuraba Agustín, sosteniendo un arma con firmeza. –Pero fallaste.Liam intentó moverse, pero su cuerpo estaba paralizado. La mirada de su compañero se llenaba de una rabia inhumana mientras el arma apuntaba directamente a su pecho. —Tu traición tiene un precio.El disparo resonó como un trueno en la oscuridad, y Liam despertó bruscamente, empapado en sudor, con el eco del disparo todavía resonando en sus oídos.Se sentó en la cama, jadeando, mientras su corazón latía con furia descontrolada. La sensación de pánico lo envolvía como una ni
tiempo después Narra Liam Kane–¡Bang, bang, bang!– Los golpes en la puerta sacudieron la quietud de la mañana, como un tambor marcando el compás de mi ruina. Mi corazón se aceleró antes de que pudiera dar el primer sorbo a mi café. –¡Ya voy, qué impacientes!– gruñí, dejando la taza a medio camino de mis labios. Mientras avanzaba hacia la puerta, un nudo se apretaba en mi estómago. La incertidumbre era un huésped constante en mi vida, pero esta vez sentía que algo peor acechaba al otro lado. Al abrir, la mirada dura de Carlota, la encargada del edificio, confirmó mis peores temores. Sin preámbulos, extendió un papel hacia mí, un aviso de desalojo que parecía pesar más que cualquier arma que hubiera cargado en el ejército. –Es la última vez que te lo digo, Liam. Pagas o te vas– declaró tan implacable como un juez sentenciando a muerte. –Carlota, por favor, dame unos días más– supliqué con mi voz rota por la desesperación. –Estoy buscando trabajo, pero no es fácil… soy un ex
–A quién trató de engañar, estoy más que dispuesto a asumir este trabajo– acepto el empleo de inmediato con firmeza sin la menor vacilación, haciendo que mis palabras destilen seguridad y convicción.La sorpresa se refleja en el rostro de Kate , sus cejas arqueándose ligeramente mientras observa mi reacción. –¿No te interesa conocer los detalles sobre la remuneración u otros aspectos?– Cuestiona, evidenciando su asombro ante mi falta de preguntas sobre esos aspectos fundamentales.Al escuchar sus palabras, no puedo evitar sonreír sinceramente, permitiendo que mi gratitud y voluntad se reflejen en mis ojos. –Confío plenamente en que tú compensarás adecuadamente el trabajo que realizaré. En este momento, cualquier cantidad que desees ofrecer será recibida con gratitud– expreso con total sinceridad, mientras nuestros ojos se encuentran en un momento de entendimiento mutuo. –Necesito desesperadamente mejorar mi situación, pagar este horrible departamento en el que vivo y tomar las rienda