Capítulo 3

Stella:

Llegamos a un enorme pasillo con solo dos puertas, deben ser lugares muy reservados.

—Por aquí querida —dice abriendo la puerta con una tarjeta. 

Me adentro en el lugar y como imaginé, se trata de un casi-departamento. El recibidor está iluminado de forma asombrosa, la señora Rogers me anima a adentrarme hasta la sala y tomar asiento en el sillón.

—Llamaré a Ángel —asiento y dejo mi bolso a un lado. Tomo una larga bocanada de aire y estiro mi cuello, hace un poco de frío aquí y me siento muy tensa, sinceramente creo que la entrevista fue muy rápida aunque con muchos contratos y especificaciones. Sobretodo me siento bien al ver la confianza que he generado en la señora Rogers—. Quiero que conozcas a alguien.

Y en el umbral de la puerta un hermoso niño de tez blanca y cabello negro azabache se asoma. Sus enormes ojos oscuros me miran de arriba abajo, luego baja la mirada y se esconde detrás de la señora Rogers.

—Ángel, ella es Stella —el chico vuelve a asomar sus enormes ojos y frunce el ceño.

—Hola Ángel —digo tranquila, espero poder darle confianza —. ¿Te gustaría venir a acompañarme?, ¿cómo estás?

El niño poco a poco sale de atrás del cuerpo de su abuela hasta quedar frente a mí. No deja de mirarme, es muy detallista puedo notarlo, desde mi cabello, gafas, hasta mi ropa. Esto me hace sonreír. A pesar de su corta edad su complexión es fuerte, puedo notar por sus constantes movimientos su nivel de hiperactividad. También cierto miedo al no apartarme ni un momento la mirada.

—Siéntate con Stella, creo que tienen cosas que hablar —dice la señora Rogers guiñándome un ojo y va a la cocina sin perdernos de vista.

—Ángel, tengo unas preguntas para ti —digo reacomodándome y mientras tomo de mi bolsa la nunca faltante libreta de dibujos. Como supuse esta llama su atención de inmediato debido a los colores y texturas de los diferentes materiales con los que la adorné. 

—¿Qué es eso? —dice con su pequeña voz curiosa, salta en el sillón y muerde su dedo índice.

—Esto es… mi libreta de dibujos —me mira extrañado

—¿Y tú lo dibujas? —no me mira a los ojos, en realidad no aparta la mirada de la libreta.

—Algunos sí, pero me encantaría que tú me dieras tu opinión, quiero ver que tanto te gustan—este método es utilizado para saber cuán avanzada se encuentra la ansiedad del paciente.

—Bueno, está es baaaripoza —sonrío al escucharlo —. Este un busanito.

Y así pasa el tiempo hasta que termina de hojear la primera parte, Ángel se muestra interesado aunque en algunas ocasiones tuve que recordarle mirar hacia la libreta, en general creo que se encuentra bien y solamente es necesario prestarle algo de atención. Tomo el libro y lo cierro.

—¿Se acabaron los dibujos? —dice mordiendo su dedo y yo asiento

—Por hoy sí —hace un puchero y desvía su mirada hacia el suelo, es realmente dulce.  

—Es hora de comer Ángel —anuncia la señora Rogers y el niño salta del sofá. 

—Yo… vuelvo cuando terminen.

—No, para nada Stella, tú te quedas —sonrío un tanto apenada. Mi primer día de trabajo y ya comeré con ellos, esto me hace sentirme muy halagada. Guardo la libreta de dibujos y me pongo de pie para caminar hacia la mesa del comedor.

—Tela —escucho la voz de Ángel 

—Dime —abre la boca como un pequeño pajarito pidiendo comida—. Claro que sí, pero primero debemos irnos a lavar las manos, no queremos gusanitos en nuestra comida ¿o sí?

Ángel se sorprende y salta de la silla de donde estaba sentado. Toma mi mano y camina conduciéndome entre los pasillos hasta llegar al lavabo del baño, da un brinco y enciende la luz. El lugar parece estar bañado en oro, las paredes son de color claro pero el espacio es impresionante, y adornado de forma exquisita como si viviéramos en la antigua Grecia. Está gente debe de ser importante. 

Ángel toma la orilla de un escalón para niños y se inclina para lavar sus manos, esparzo un poco de jabón en sus manos y luego en las mías, su sonrisa no se ha borrado de su rostro y eso me hace sentir muy bien. Al terminar caminamos de vuelta a la mesa mientras, Ángel da brincos en cada paso que da, al llegar le ayudo a acomodarse en la silla y comienzo a cortar los trozos de carne.

—¿No tiene tenedores más pequeños? —pregunto a la señora Rogers y está niega preocupada—. Me parece que estos son muy peligrosos, son demasiado puntiagudos.

—Lo sé… debemos buscar unos cubiertos para él, lo anotaré en la lista de esta tarde.

Ángel me sonríe constantemente y toma mi mano, creo que hemos conectado de forma instantánea y la comida se hace muy amena, la verdad es que es deliciosa. Pronto terminamos y vamos hacia el sofá de la sala de estar. 

Observo a Ángel construir una pirámide con cubos de plástico y pide mi aprobación cada minuto, es tan dulce, temeroso e inquieto y sumamente listo. Mientras la Señora Rogers hojea una revista y de vez en cuando cruzamos miradas acompañadas de una sonrisa. Ángel ha terminado con los cubos así que me animo a intentar algo con mis tarjetas de trabajo.

—Ángel, ¿sabes qué es esto? —digo señalando una de mis tarjetas, otro de los instrumentos con los que siempre cargo. El niño de hermosos ojos niega—. Es un árbol, ¿sabes de qué color es?

—Sí, es verrrde —asiento 

—¿Y este color? —niega—. Es café 

—Cafffffé, cafffffé, caffffé —repite sin cesar. Continuo mostrándole tarjetas de colores con distintas imágenes hasta que las he terminado. Hay  algunos de objetos que tendré que repasar más continuamente pero creo que sin problema lo aprenderá.

Noto su falta de atención en algunas ocasiones cuando le llamo y no contesta, me habla también sobre que tenía un amigo imaginario, que su padre le dijo que no podía tenerlo, eso me consterno un poco y al final me dijo que le  agrada que yo esté aquí. 

Me parece que Ángel es un niño que necesita atención, no sé dónde diablos se encuentra su madre en este momento. No es que la señora Rogers haga un mal trabajo pero, su madre debería ser la encargada de seleccionar una institutriz para él y no despegarle el ojo de encima… debe de ser una de esas mujeres que pasa su tiempo en el gimnasio y cafés con sus amigas, olfateando las cuentas de sus maridos.

—Hora de la cena… —dice la Señora Rogers. Ángel se pone de pie y corre en dirección a una voz ronca que se escucha en el fondo del pasillo—. Llegó papá, Ángel.

Genial, ahora me toca conocer al señor “estoy muy ocupado todo el día, no tengo tiempo para cuidar a mi hijo”.  Ángel corre dando pequeños saltos, gritando “papá”, y al cruzar el umbral de la puerta me quedo estática… ¿este es el papá?

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