Apenas crucé la puerta, unos brazos delgados que conocía muy bien me envolvieron por completo. —¡Isabel! —exclamé abrazándome a ella. Isabel era la sombra que me había saludado minutos antes. —Livy, me preocupaba que tuvieran algún percance en el camino. Gracias a Dios estás aquí. Al alejarse, vi que tenía los ojos ligeramente húmedos. Le sonreí en un intento por tranquilizarla. —No te preocupes, puedes volver con tu jefe —dijo mirando a Mad—. Yo llevaré a Livy a su habitación. Mad vaciló un poco, pero después asintió y dando media vuelta, volvió a salir de la casa. Isabel tomó mi maleta y me guio hasta la segunda planta, pude oír voces femeninas y risas salir de una de las habitaciones, pero pasamos de largo y entramos en un amplio dormitorio. Dos de sus muros eran de madera de roble, y los otros dos, de cristal tintado, igual a los de casa. Isabel dejó la maleta en la amplia cama matrimonial y aseguró la puerta. —Deberías comenzar a vestirte. —¿Por qué? Ella rodó lo
Apenas quedé sola, me vi rodeada por una horda de mujeres, todas vestidas con llamativos vestidos largos; algunos incluso más reveladores que el mío. Y no tardé en ver lo que Isabel había querido decir. —Tú debes ser el más reciente capricho del señor Daniels —dijo una, pude notar la envidia en su voz. —Siendo una prostituta, no pensé que serías tan joven —añadió otra con malicia y celos. —Dicen que te compró a Odisea apenas te vio, ¿es verdad? —¿Es cierto que le entregaste tu virginidad, y que desde entonces no se ha separado de ti? De repente el suelo bajo mis pies comenzó a moverse. Sentí la falta de aire en mis pulmones. Noté el sudor helado bañar mi frente. —Livy, ¿qué ocurre? —era la voz lejana de Isabel. Trastabillé en medio de esa pequeña concurrencia, a punto de perder el conocimiento. Pero, afortunadamente, Isabel alcanzó a estabilizarme y me ayudó a sentarme en el frio cuero de un sillón individual. Inspiré profundamente y cerré los parpados, oyendo los cuchi
Volví a la habitación con la intención de pensar y calmarme. Pero, cuando apenas habían trascurrido pocos minutos, la puerta se volvió a abrir y el señor Demián entró. Por un eterno segundo nos miramos fijamente, yo con los ojos algo llorosos, y él con un abrasador fuego oscureciendo su mirada. No dijo nada, ni tampoco me dio la oportunidad de decirle algo, sino que se abalanzó sobre mí. Me tomó por las caderas y me pegó rudamente a su pelvis. Me besó casi con hambre, hasta impedirme respirar. Yo enredé mis dedos en su alborotado cabello y dejé que me guiará hasta la cama. Al llegar a ella, me hizo recostarme y mordiéndome el labio inferior una última vez, descendió por mí abdomen hasta llegar a mis piernas. Sentí sus dedos acariciarme por encima de las bragas rojas y, después, el sonido de la tela al ser desgarrada. —Córrete para mí, Lizbeth —murmuró muy cerca de mí entrepierna. Contuve un jadeó y apreté los dientes con fuerza. Él me tomó por los muslos y me hizo separar l
Cuando bajé a la sala para reunirme con él, descubrí que sus socios y acompañantes ya se estaban yendo. Fuera, los autos negros salían uno tras otro. Afortunadamente, Isabel aún seguía allí. —Livy, no quería irme sin despedirme de ti —dijo abrazándome con fuerza. A su lado, el hombre que la había consolado por la noche, me saludó con una amable sonrisa. —Tú debes ser Lizbeth, la novedosa adoración de mi socio más importante. El señor Demián rodó los ojos, pero no dijo nada. Me separé de Isabel para poder estrechar su mano. —Es un gusto —dije con una sonrisa. Se formaron algunas líneas alrededor de sus ojos cuando amplio su sonrisa. —Ahora veo por qué está tan hipnotizado por ti —comentó—, eres cómo un rayo de sol en nuestro gris mundo. Mi sonrisa vaciló brevemente. Miré de reojo al señor Demián, pero él mantuvo su mirada fija en su socio. —Creo que tu coche te espera, Roland. Roland liberó mi mano y dio un paso atrás sin dejar de sonreír. Nos miró a ambos. —Tienes
Abracé mi mochila contra mi pecho e hice varias respiraciones. Me sentía demasiado nerviosa cómo para intentar conversar con él. Desde que habíamos vuelto a casa, las cosas entre los dos estaban yendo muy bien, pero también, demasiado rápido. —¿Te inquieta que haga esto? —inquirió con la vista en la carretera. Negué una vez. En realidad, me emocionaba. Esa mañana, cuando desperté, él estaba allí y, para mi sorpresa, me ofreció llevarme a la universidad. —¿Sigues preocupada por Liliana? Ella está recuperándose muy bien, pronto será dada de alta. Entonces te llevaré a verla. Era verdad que aún me angustiaba su estado de salud. Ese hombre le había roto 4 costillas y la había matado de hambre por 9 días. Ya llevaba en el hospital poco más de 3 semanas, y yo aún no podía visitarla. Cuando aparcó en el estacionamiento, me volví hacia él ansiosa. —Sí usted no puedo acompañarme, yo puedo visitarla... Su expresión se endureció. —Recuerda lo que me prometiste —me recordó—. No irá
Al volver a casa, lo primero que vi fue el lustroso Rolls Royce del señor Demián aparcado en el estacionamiento subterráneo de la casa. Mad estacionó su auto al lado del otro y bajó del coche conmigo. Me dio una reconfortante palmadita en la espalda. —No pasa nada, Livy, yo inventaré una excusa por haberte traído a casa tan tarde. Esbocé una leve sonrisa y ambos subimos las escaleras. En la cocina, encontramos a Madame Mariel preparando la cena. —Hola, Madame —la saludó Mad—. ¿Dónde está el señor? Ella nos sonrió. Sostenía en las manos un cuenco de cristal con una extraña mezcla dentro. El simple olor extremadamente dulce bastó para hacerme sentir náuseas. —En su estudio. Llegó temprano, te está esperando. Mad se despidió de ambas y después subió a la tercera planta. Yo pensé en hacer lo mismo, subir a la habitación y dormir un poco antes de la cena, pero al final decidí quedarme en la cocina. Sí iba arriba, solo me pondría a pensar y pensar en lo que me había dicho la doc
Por fin pude recorrer su cuerpo sin sentirme una invasora. Mis dedos delinearon lo ancho de sus hombros, los fuertes bíceps hasta alcanzar sus manos. Entrelacé mis dedos con los suyos y lo miré a los ojos con intensidad, a la vez que me mordía el labio para no gemir. El sudor perlaba su frente y la fricción entre nuestros cuerpos aumentaba conforme sus arremetidas se volvían más rápidas. Mi corazón latía cada vez más deprisa, amenazando con colapsar, pero ninguno de los dos pensaba detenerse. Abracé sus caderas con las piernas y elevé un poco las mías. Su mirada centelleó de placer, emitió un leve gruñido y soltó una de mis manos para poder apoyarla en una esquina de la mesa. Me miró desde su altura, estudiando cada cambio en mi expresión. Yo me sentía a punto de explotar, un abrasivo placer recorría todo mi cuerpo al ritmo de sus embestidas. —¡Oh, mi señor...! Apoyé una mano en su abdomen y comencé a retorcerme, al borde del clímax. Pero él se inclinó sobre mí y apoyó su cue
Me clavé las uñas en las palmas de las manos hasta que me dolieron, pero no retrocedí. Ahora que ella lo sabía, las cosas se complicarían a un nivel completamente nuevo; sin embargo, no dejé que eso me llenara de miedo. Por el momento. —Pensé que eras demasiado noble para hacer esta clase de trucos —comentó dejando caer mi mochila y el folleto al suelo—. Pero eres un poco retorcida. Con sus altos tacones, pasó por encima del trozo de papel hasta llegar a mí. —Te embarazaste de “tu señor”, ¿con qué fin? —inquirió ladeando su largo cuello de cisne al tiempo que esbozaba una burlona sonrisa—. ¿Piensas que una tontería cómo esa le hará quedarse contigo? ¿O es el dinero que crees que obtendrás por darle un hijo de una prostituta de burdel? De inmediato los colores treparon a mi rostro. —¡Te equivocas!, yo jamás haría algo así. Mi bebé... Al mencionar lo último, su expresión se crispó. —Qué bueno que lo mencionas —dijo entre dientes—. Por qué no te hubiera funcionado. Para D